Pie Derecho

A propósito de una columna mía referida al interés especial que iba a colocar en los programas de gobierno que los candidatos al 2026 presenten, sin que me importe mucho si pegan o no en las encuestas y que iba a votar por quien presentase mejores propuestas, me escribe el líder de un partido ya inscrito y me dice lo siguiente:

Hola Juan Carlos

Ya tengo un grupo de 73 personas trabajando en Plan de Gobierno que se han dividido por equipos de acuerdo a su especialidad.

Muchos de ellos son independientes y se les respeta por su trayectoria, otros simpatizantes y otros del partido.

Hay muchos trabajos previos, planes anteriores y se están estructurando propuestas.

El tema ético es muy importante. Armamos un gran equipo y en el camino se va depurando.

Gracias a la valiosa información (Big Data) que tenemos, sabemos con precisión cuáles son los lugares del Perú que debemos investigar. Es fundamental que esta investigación se realice de manera incógnita, entrevistando a los ciudadanos sin revelar nuestra afiliación, para conocer realmente lo que piensan y cuáles son sus preocupaciones.

Tomar muestras representativas de cada región es clave para captar las diversas realidades del país. Con los datos obtenidos a partir de estas entrevistas, podremos analizar la situación de cada región y ofrecer soluciones efectivas que respondan a las verdaderas necesidades de la población”.

Me parece genial la respuesta y saber que ya hay algunos partidos que se están tomando en serio la elaboración de un plan de gobierno que permita que de ganar las elecciones no se pierda tiempo valiosísimo (la luna de miel política) para recién armar cuadros y propuestas.

Recuperar la plena democracia institucional y reconstruir el Estado destrozado por el chicherío reinante desde el 2021, la mediocridad más impune y la influencia avalada de las economías ilegales, va a requerir de un gran esfuerzo político, una tarea descomunal.

Si recién llegados al poder los gobernantes se van a poner a hacer esa tarea, la inercia del statu quo los ganará y será un nuevo lustro perdido para un país que, como el Perú, solo requiere buenos gobiernos para despertar velozmente de su letargo económico, reengancharse con el crecimiento y lareducción de la pobreza, añadiéndole en esta oportunidad la construcción de un Estado capaz de brindar salud y educación públicas de calidad, garantizar seguridad ciudadana mínima y proveer de justicia (Ministerio Público y Poder Judicial requieren una reforma radical).

Tags:

jusn carlos tafur, Plan de Gobierno, sudacaperu

Según encuesta del IEP, el 67% de peruanos considera que el mensaje presidencial de Fiestas Patrias fue malo o muy malo. En materia de corrupción el 83% se considera insatisfecho con lo allí dicho. En el tema de la inseguridad ciudadana el 82%. Y en cuanto a la economía, la insatisfacción alcanza el 79%.

Todo ello tiene que ver con un mensaje aburrido, larguísimo (resulta hasta ofensivo que haya durado cinco horas), intrascendente (¿alguien le habrá sugerido a la presidenta que abundase en detalles y que con ello iba lograr dar la imagen de que el gobierno estaba haciendo mucho?). Pero también con el grado de credibilidad de la mandataria. Está por los suelos.

Según la propia encuesta, siete de cada diez peruanos no le cree nada a la Presidenta. Y respecto de los sentimientos que despierta el gobierno, los que más afloran son los de cólera, tristeza y decepción.

Al menos es una buena noticia que las mayorías del país no aprueben este modelo chicha, mediocre, corrupto y mercantilista que representa el régimen aliado a un Congreso que también sale pésimamente parado en la encuesta.

Pero lo que llama la atención es que no surja un líder opositor anti Boluarte que logre capitalizar ese descontento. La izquierda la aborrece porque la considera la traidora del gobierno de Castillo, que tanto auparon. Y la derecha se demoró en tomar distancia (aún no lo hace a carta cabal) porque este sector ideológico privilegia la estabilidad social por encima de cualquier otra circunstancia y muy en el fondo de su corazón aprueba la represión de fines del 2022 e inicios del 2023.

Tiene que surgir un anti Boluarte desde la centroderecha. La figura del líder opositor que sucede al gobierno en curso ha funcionado en la historia reciente del Perú. Fue Toledo la cabeza de la oposición a Fujimori y ganó la elección. Fue García la bestia negra de Toledo e hizo lo propio. Fue Humala la piedra en el zapato del gobierno aprista y ganó el 2011.

Y para ello, la centroderecha tendría que tomar posición ya, vocingleramente, no solo en entrevistas televisivas o radiales de limitado alcance en los sectores populares. Parten, además, con un hándicap y es que la mayoría identifica este pacto infame del Ejecutivo con el Legislativo como uno de derecha.

La cancha está inclinada a favor de la izquierda y, dentro de ella, la radical. La única manera de que la derecha democrática atenúe ello es que salga con un mensaje reiterativo y beligerante respecto de las tropelías que a diario comete el régimen malhadado que nos ha tocado en suerte.

Se acercan las elecciones del 2026 y ya se definen algunas certezas personales. No voy a votar por la izquierda radical. Salvo que se enfrenten en segunda vuelta a Antauro Humala, no votaré ni por Keiko Fujimori ni César Acuña, corresponsables, junto a Avanza País y Perú Libre del desmontaje del Estado democrático, desde el malhadado Congreso que nos ha tocado en suerte, que mal que bien nos gobernaba hasta el 2016.

Lo haré, y seré nerd o freak, por aquel candidato de centroderecha o derecha -o, inclusive, de izquierda democrática, dadas ciertas circunstancias- que me ofrezca mejor programa de gobierno. Me daré el trabajo de leer lo que preparen al respecto. Al primero que se dedique a colocar lugares comunes generales, lo descartaré. Quiero ver un programa detallado, como el que diseñó Mario Vargas Llosa en 1990.

Quiero saber cómo van a resolver el problema de la educación pública, de la salud pública, de la inseguridad ciudadana, de la fallida descentralización, de la recuperación económica (tenemos que regresar al periodo virtuoso de la década del 2001 al 2011 (durante los gobiernos de Toledo y Alan García) en la que el país creció y redujo la pobreza más que en toda su historia republicana (Ollanta Humala es el gran responsable de haber empezado a desmontar ese estado de cosas).

Quiero ver qué equipos técnicos se harán responsables de desplegar esos programas. Entre el papel y la realidad median personas y los candidatos que quieran recuperar el país que hemos perdido desde el 2021 tienen que tener la capacidad de reclutar cuadros tecnocráticos lo suficientemente acreditados para llevar a cabo lo que se promete. Y votaré por él sin importar cómo le vaya en las encuestas.

En Sudaca contribuiremos al debate público de los programas de gobierno, evaluándolos minuciosamente, sopesando su viabilidad y detallando los cuadros tecnocráticos reclutados para llevarlos a cabo. Toca hacer docencia democrática porque lo que se viene el 2026 va a ser crucial para el Perú. Nos jugamos mucho y no podemos arriesgarnos a caer nuevamente en el sube y baja aleatorio que las últimas campañas han mostrado (una semana antes de las elecciones del 2021, no pasaba Castillo por la izquierda sino Lescano).

El Perú y su democracia se merecen una mejor elección y eso pasa, en gran medida porque los medios de comunicación hagan su tarea, no solo hurgando en las vicisitudes penales -que también es importante- de los candidatos de la plancha y congresales de cada agrupación. Se requiere más que nunca una disputa programática.

-La del estribo: iré recomendando, en orden de llegada, algunos de los muchos libros que se han publicado a propósito del centenario de Universitario de Deportes, el club más grande del Perú. Impresionante el trabajo de Antenor Guerra García en su monumental obra Universitario, el más campeón. Con un despliegue fotográfico descomunal, describe no solo la historia del club, hasta el último campeonato, sino que incluye hechos especiales y destaca figuras individuales que pasaron por el club. Una joya de libro que cualquier hincha no solo de la U sino del fútbol debería tener en sus manos.

Una digresión personalísima. Estoy feliz. Puse un post en Facebook solicitando que alguien me venda el libro Catedral de Raymond Carver, en la versión amarilla de Anagrama. Quería esa en particular y no la de bolsillo porque esa la había tenido a inicios de los 90, completando mi colección de un autor que agradezco a Abelardo Oquendo me lo haya recomendado.

Cometí el error de prestarle el libro a un librero que creía amigo, pero que resultó un sinvergüenza porque vendió el libro que le presté y nunca más -hasta ahora- lo pude conseguir. Felizmente, mi cuñada, que vive en España, leyó el post de Facebook y me lo consiguió, en versión usada, pero en buen estado.

Soy un fetichista de los libros y esa recompra me hace feliz. En mi juventud leía compulsivamente (leí Teología de Liberación, de Gustavo Gutiérrez, en dos días) y algunas circunstancias personales trágicas me produjeron un estado de ansiedad permanente que me alejó de la lectura (para leer hay que estar sosegado). Pero atesoré muchos libros. Compro más de lo que leo y he armado una buena biblioteca que me vi obligado a fichar digitalmente porque ya la edad y mi proverbial distracción me empezaron a hacer comprar libros que ya tenía.

Esa compulsión comenzó porque en mi época estudiantil no había libros y uno tenía que comprar lo que buscaba o le generaba interés apenas lo viera porque si otra persona lo adquiría ya no se encontraba más (recuerdo con placer nostálgico la travesura que hacía con mi amigo Jorge Yui -quien ahora vive en Suiza- de ir a librerías y si encontrábamos un libro que nos interesaba, pero la plata no nos alcanzaba, lo hundíamos en el anaquel para que nadie lo viera hasta que pudiéramos regresar a fines de mes). Recuerdo cómo cuando cobraba mi sueldo mínimo en La Prensa corría a las librerías de Quilca y Camaná para comprar libros de liberalismo que no se conseguían en otra parte. Allí nació mi biblioteca. Mi bien más preciado, que felizmente en el abusivo allanamiento del que fui objeto hace unos meses, los policías respetaron.

Habitualmente leía ensayos, no ficción. Le agradezco a Alonso Cueto y a la maravillosa decisión de inscribirme en su Club del Libro que nos hace leer mensualmente literatura, y ha resucitado en mí, desde hace poco más de un año, una nueva pasión por la lectura, pero esta vez más combinada con la ficción.

Y he vuelto a leer varios libros a la vez como era mi costumbre juvenil. Acabamos de leer el cuento o novela corta de Herman Melville, Bartebly, el escribiente, una maravilla de narrativa perfecta. Y estoy terminando Contradicciones de Luis Jochamowitz, a la par de seguir leyendo con sobresaltos La crisis del capitalismo democrático de Martin Wolf y Democracia Asaltada de Rodrigo Barrenechea y Alberto Vergara. Todo ello mientras he empezado a releer Sapiens de Yuval Noah Harari, pero en la versión cómic, una joya.

Y en medio de todo ello, pronto empezaré la relectura de mi cuentista favorito, Raymond Carver. En medio de tantas tribulaciones políticas permítaseme esta nota íntima que espero anime a mis lectores a emprender la maravillosa ruta de la lectura permanente. Que más de medio millón de personas haya ido a la Feria del Libro es un buen augurio.

Anoche, en una de las charlas de análisis político que suelo dar a empresarios, el tenor de la misma era la advertencia de que si las cosas siguen como van, podemos perder el país que conocemos y podremos caer en la orilla de las naciones socialistas autoritarias de la región (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.).

Un asistente, perspicaz y agudo, intervino y me hizo notar algo relevante. Ya hemos perdido el país que nos ha signado los últimos veinte años. Desde el 2021 en adelante se ha instalado en el Perú un régimen contrarreformista y preñado de la influencia de las economías ilegales y los intereses mercantilistas con absoluto descaro.

Es el país de los Pedro Castillo, César Acuña, Vladimir Cerrón, Keiko Fujimori y José Luna Gálvez el que nos signa, no solo desde el Congreso sino también desde un Ejecutivo sumiso que agacha la cabeza frente a los designios que provienen de la plaza Bolívar.

No se trataría, en consecuencia, de no perder el país, que ya lo hemos perdido, sino de recuperarlo. Y he aquí una bandera potente que la derecha podría tomar como lema central de campaña. Ir contra el statu quo, lanzar mensajes disruptivos, poner énfasis no en la defensa del modelo sino en la provisión de servicios básicos de calidad (salud y educación públicas, seguridad, justicia, mejora económica, las principales preocupaciones sociales según todas las encuestas).

La derecha debe salirse de la caja habitual en la cual se mueve y si a ello le suma una campaña pródiga en recorridos presenciales del país, participación intensiva en medios regionales, ligazón de alianzas electorales, microfocalizacióndel electorado, podría disputarle la batalla a la izquierda radical que se apresta, si no se desalinean los astros, a disputar entre sí la segunda vuelta electoral.

Ojalá la clase política de centroderecha, hoy desperdigada en casi treinta candidaturas, lo entienda, lo reflexione, lo tome como una consideración a tener en cuenta. Debe ser una derecha insumisa, para ir con los tiempos, agudamente señalados por el colega Juan de la Puente. Una derecha modosa, monotemática con el modelo económico, sin conjunciones electorales, sin mensajes disonantes, va camino, como dijimos ayer, a la derrota.

 

Revelador el último informe preparado por el IEP para el Instituto Bicentenario, titulado “Ciudadanía, democracia y gestión descentralizada”. Hay múltiples interrogantes sobre percepción ciudadana respecto de problemas políticos puntuales que es recomendable leer.

Destaco, sin embargo, por su filo político, una pregunta que suelo mencionar: el de la autodefinición ideológica. Ha ocurrido un vuelco significativo.

Hay un 37% que se identifica de izquierda, 39% de centro y 24% de derecha, rompiéndose el equilibrio que en otras encuestas se mostraba y que eventualmente revelaban una mayor inclinación por la derecha. Es un trabajo de campo efectuado entre noviembre y diciembre del año pasado, que varía de otras mediciones del propio IEP, pero incluye una muestra mayor.

Lo cierto es que no sorprende el resultado. La derecha está labrando su propia tumba por dos razones fundamentales: por su inmenso desprestigio desplegado en el manejo del Congreso (ayer nomás se han terminado de tirar abajo la reforma universitaria que tantos años costó construir) y por su respaldo a la gestión mediocre y pueril del gobierno de Dina Boluarte.

Salvo honrosas excepciones, la derecha en su conjunto se suma al carro desprestigiado, con índices de desaprobación altísimos, de la alianza fáctica entre Ejecutivo y Congreso que nos gobierna. Y eso pasa factura y termina por beneficiar a una izquierda que, de otra manera, se habría acercado a las elecciones del 2026 completamente achicharrada por su infame respaldo a la espantosa gestión gubernamental de Pedro Castillo.

La mesa viene servida para la izquierda y no para la izquierda centrista sino para la izquierda radical, por culpa, adicionalmente, de una centroderecha irresponsable, incapaz de disminuir la fragmentación que la fagocita y la punible indolencia del fujimorismo que se niega a cualquier alianza que no implique apoyar a su candidato (la inefable postulación de Alberto Fujimori, que al final será un cuento chino, pero que ya hace daño de antemano).

No fui a ver a la U en mi primera incursión en el Estadio Nacional. Fue en 1968 a un Alianza Cristal que terminó 3-3, un partidazo con 3 goles de Cubillas. No me hice hincha, sin embargo, de ninguno de los dos y al final de ese año, inclusive, alentaba al Juan Aurich para que le ganara al Cristal la definición.

Bastó que fuera a ver un partido de la U -contra el Boys recuerdo- y me hice hincha de inmediato. El juego técnico, pujante, aguerrido, veloz, agresivo, el fetiche de las medias negras (pude también ser hincha del Boys, mi segundo equipo en querencias), me conquistó. Era la época de Chumpitaz, Cruzado, Nicolás Fuentes, Chale, un equipazo.

De allí en adelante surgió una reafirmación de mi hinchaje por la U por su maravilloso proceso de cholificación popular, iniciada en los 90, que ha convertido hoy al club no solo en el más campeón, el que mejor desempeño histórico ha tenido en la Copa Libertadores, sino en el de mayor hinchada (en todos los rincones donde va la U, juega de local) y poseedor del estadio más grande del país y el segundo del continente.

Del equipo clasemediero de sus orígenes, que se expresa en la saga Terry-Chale-Leguía-Chemo del Solar, se transitó a la más potente de Lolo Fernández, Héctor Chumpitaz y el Puma Carranza, y a la migración de su barra de Oriente a la popular Norte.

Esa emergencia social identifica a la U, equipo que vive no de las tragedias, la victimización o la simbología religiosa, sino del triunfo épico, la garra histórica, y la pujanza. Si un jugador crema no tiene esas características no es querido por la tribuna.

Luego de muchos años en crisis, hoy asoma un nuevo horizonte económico y deportivo que le está empezando a devolver una grandeza que nunca debió haber perdido. Los recuerdos históricos de sus hazañas hoy empiezan a reverdecer y tornar posible reeditarlas pronto, con paciencia y buen manejo gerencial, como hasta el momento viene ocurriendo.

Dale U, es su lema original, su viejo cántico de tribuna, que siempre aflora cuando la victoria luchada aparece. Los hinchas de la U tenemos una identidad definida. La U la tiene. Juega y debe jugar de un cierto modo si quiere contentar a la hinchada fiel que hoy la ha vuelto a seguir masivamente. El futuro será crema. ¡Felices cien años a la institución más grande del Perú!

Tags:

Dale U, La U, Universitario

Antaño, la distribución de las comisiones en el Congreso de la República tejía un tramado de poderes y contrapoderes esencial para la marcha de la gobernabilidad.

Recuerdo particularmente cuánta importancia le daban en el MEF -en la época de Fujimori, que supuestamente el Parlamento no tenía mayor relevancia- a la comisión de Economía y que su presidencia la ocupara el recordado y correcto Carlos Blanco Oropeza. Y eso que el fujimorismo tenía mayoría congresal.

Hoy eso ya no existe. La alianza fáctica del poder legislativo (Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Avanza País y Perú Libre) hace lo que le viene en gana, se distribuye cuotas de poder e importa poco o nada si la comisión en cuestión tiene relevancia o no para el año en ciernes.

Se asiste así a un espectáculo pueril de reparto de comisiones de acuerdo a la componenda habida antes para conformar la Mesa Directiva -que auguro será peor que la de Alejandro Soto, dados los antecedentes de Eduardo Salhuana- y la relevancia o no de la comisión se va al tacho de los desvelos.

Este Congreso no solo ha emprendido un camino de desmontaje de reformas esenciales para la institucionalidad democrática, que demoraronaños en labrar, sino que ha elegido la intrascendencia política como bandera insignia.

De allí su inmenso desprestigio. Porque esa contranatura alianza de poder que se ha conformado podría elevar sus horizontes y construir un plan mínimo de reformas en serio y no solo una estrategia destructiva de las pocas buenas que se han hecho en el país (Sunedu, reforma magisterial, reforma del transporte, etc.).Pero no, eso no interesa. El grado de impunidad y desvergüenza que se ha instalado en la plaza Bolívar los exime de cualquier preocupación respecto de la ciudadanía y sus pesares esenciales.

Una de las patas del desgobierno y la crisis política que el país transita y que afecta la recuperación económica que en tiempos normales ya deberíamos exhibir este año con mayor potencia, es el Congreso funesto que nos ha tocado en suerte.

Las expresiones colectivas de descontento callejero no son antidemocráticas. Acá y en el mundo entero son prácticas de sanción moral contra personajes que por alguna razón se han labrado el repudio y sufren las consecuencias de ello. Hasta allí todo bien.

Lo que no es admisible, desde ningún punto de vista, es la violencia, así sea mínima (insultos incluidos, golpes o agresiones físicas, por supuesto, que deben ser considerados delitos), como lo acontecido con la congresista Patricia Chirinos este fin de semana en el bar La Noche de Barranco, a quien, además de improperios, le lanzaron un vaso de vidrio que le pudo ocasionar daños físicos si acertaba en el blanco.

De un tiempo a esta parte se está viralizando el uso de estos mecanismos contra políticos y periodistas (Alva Castro, Tubino, Burga, Beto Ortiz, Gorriti, Rosa María Palacios, etc.) que sufren el acoso delictivo de turbas enardecidas o grupos organizados -como La Resistencia- que buscan la intimidación y el escarnio público.

Eso debe parar de inmediato. Así como Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que las dictaduras suelen empezar con quema de libros, la violencia política mayor puede escalar a partir de hechos como los reseñados si los mismos son celebrados por la opinión pública.

Se vienen unas elecciones que van a ser muy tensas y polarizadas. El país está en punto de ebullición y solo espera un detonante para explosionar. Cualquier psicólogo social lo podría certificar a partir de hechos medidos cuantitativamente como hechos cualitativos como el que da pie a esta columna.

Si a ello le sumamos la penetración de las economías criminales en la política, con su arsenal de personas armadas y organización paramilitar, podríamos llegar en el país a niveles de violencia como las que se vivieron antaño con crímenes mortales contra políticos, autoridades y personajes públicos.

Desde los sectores democráticos y los medios de comunicación es menester repudiar a los violentos y tratar de acotar que este tipo de hechos se produzcan (es lamentable ver a algunos medios casi celebrando lo ocurrido con Patricia Chirinos, por ejemplo). El riesgo de un escalamiento incontrolable está a la vuelta de la esquina y ya sería el único mal que nos faltaría en nuestro atribulado país.

 

Tags:

Elecciones, elecciones perú, violencia política
x