Pie Derecho

Resulta pasmosa la lentitud del presidente Castillo para tomar decisiones que no son tan complicadas de activar ni ameritan un profundo periodo de reflexión.

El caso del secretario de Palacio, Bruno Pacheco, debió haber sido resuelto hace más de una semana, cuando se conoció su irregular injerencia en los ascensos militares.

A la fecha, la premier, Mirtha Vásquez, y el ministro de Economía, Pedro Francke, han señalado que el referido funcionario debería dar un paso al costado, más aún si se tiene en cuenta información posterior que vincula al citado secretario en intentos de trasiego a favor de un contribuyente ante el jefe de la Sunat, como revelara el portal Lima Gris.

El presidente Castillo no parece ser consciente de que este caso es aún más tóxico que el que ha afectado a algunos de sus ministros (como el recientemente renunciante, Walter Ayala), porque se trata de alguien de su entorno más íntimo, de su entera confianza, y que conforme pasen los días sin que tome una decisión, la responsabilidad del referido funcionario empieza a convertirse en complicidad del Primer Mandatario.

Un signo distintivo de este gobierno es la pachocha ejecutiva, no se deciden las cosas rápidamente, se procrastina y se deja todo para más adelante, se dan vueltas y revueltas a las discusiones internas, se crean sinfín de comisiones de trabajo y mesas de diálogo, en suma, no se activan decisiones ni se avanza.

El caso Pacheco no es sino un síntoma de una peculiar característica de este gobierno, que flota, que navega en piloto automático y que no parece ser consciente del año tormentoso que se avecina, con la sumatoria perfecta de crisis sanitaria (tercera ola), económica (la inversión privada va a estar por los suelos), crisis política (por el desgaste del gobierno) y crisis social (por la proliferación de conflictos), el mismo que va a merecer acciones rápidas, decisiones ejecutivas, golpes de timón ante el cambio de las circunstancias, etc.

Un gobierno lento y dubitativo, puede ser un lujo que se permitan los países nórdicos o muy desarrollados, cuyas instituciones funcionan sin necesidad de voluntarismos personales, pero en un país como el nuestro, con un Estado burocrático, que de por sí no se mueve si no es a punta de empellones, la morosidad gubernativa trae consecuencias nefastas.

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Se equivoca de cabo a rabo un sector de la derecha política, empresarial y mediática cuando cree estar enfrentando a un gobierno chavista, comunista o radicalmente socialista. Por tanto, equivoca su estrategia de lucha y por ello, mientras pide la vacancia como medida extrema frente al peligro que ve, se le pasan entre las piernas las interpelaciones y censuras ministeriales, que justificadamente ya debería haber ejecutado.

Es verdad que el gobierno de Castillo tiene esos gérmenes autoritarios en su interior (el leninismo de Cerrón -hoy expectorado- y el maoísmo de los sectores radicales del magisterio, presentes aún), y preventivamente hay que estar alertas, pero uno debe actuar, más si es oposición, conforme a las circunstancias.

No está el G2 cubano detrás de las acciones de Castillo. No están Maduro ni el Foro de Sao Paulo. Si lo estuvieran, habría cierta inteligencia estratégica en el Ejecutivo y lo que se aprecia, más bien, es enorme mediocridad e improvisación.

El gabinete Bellido parecía, sí, un intento de seguir ese rumbo y en esa perspectiva sí cabía anteponer el instrumento de la vacancia y colocarlo en ristre, además de extremar la beligerancia, pero hoy, con el gabinete Vásquez, lo que corresponde es afinar la puntería opositora. Es otra realidad política e ideológica la que se tiene al frente.

El escenario de que Castillo esté jugando a una primavera rosada y que luego sobrevendrá un verano rojo, y que los moderados (Francke y compañía) saldrán pronto del gabinete, que se reconcilie con Vladimir Cerrón, que fuerce la Asamblea Constituyente (¿cómo lo haría, ahora que tiene los dientes limados con la ley de la cuestión de confianza?), es altamente improbable.

Podría ocurrir, por supuesto, y en ese caso habrá que proceder conforme a ello, pero entre tanto, la radicalidad opositora de la derecha es estéril y no produce ningún resultado. Inclusive, la aleja de sus bases sociales que ven, sorprendidos, la discordancia entre lo que se denuncia y la realidad efectiva que se aprecia (por eso, los mítines “por la democracia” son tan ralos).

La derecha tiene dos tareas al frente: el de oposición a un gobierno de izquierda, por más moderado que éste sea, y la preparación para las justas electorales venideras (primero, regionales y municipales, y luego presidenciales). No va a tener éxito en ninguna de ellas si se deja guiar por teorías de la conspiración y paranoias inconducentes.

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El propósito de Vladimir Cerrón es claro: retornar al poder y convencer a Castillo de que con los “caviares”, como él insiste en calificar, no llegará a buen puerto.

Para ello se ha propuesto, inicialmente, intrigar contra la premier Mirtha Vásquez, disponiendo que sus 16 congresistas leales, se acerquen o comuniquen con todos los ministros posibles para brindarles apoyo y asegurarles que cuentan con sus votos, a despecho de lo que pueda querer o pensar la Premier.

La idea de Cerrón apunta a lograr un resultado electoral significativo en las venideras elecciones municipales y regionales, como plataforma para impulsar su proyecto constituyente, y sabe que sin el respaldo del Presidente, con las justas logrará ganar en la región Junín (lo cual, inclusive, está en duda).

Por cierto, el Presidente cometería el más grave error político de su corta historia si accede a los cantos de sirena cerronistas, echa del gabinete a los moderados y dialogantes, y reestrena la estrategia confrontacional que suponía el gabinete cerronista que presidía Guido Bellido.

Su propia permanencia en el poder correría serio peligro si perpetra semejante despropósito. No parece probable que las bancadas de centro (muchos de cuyos integrantes se arrepienten del voto de confianza dado al gabinete Bellido), acepten, sin sobresalto, que el gobierno vuelva a dar un golpe de timón y retorne a las pretensiones de la transformación radical de la sociedad.

Los votos del centro, sumados a los de la derecha, alcanzan para vacar al Presidente. Un acto de tamaña necedad política -reconciliarse con Vladimir Cerrón y todo lo que ello implica- prenderá las alarmas no solo empresariales, ya de por sí aún desconfiadas de las perspectivas que vaya a seguir el gobierno- sino, sobre todo, políticas, porque algo así claramente indicaría un derrotero autoritario que transitará indefectiblemente por la ruta de la disolución del Congreso: no hay otra vía para convocar a una Asamblea Constituyente, tal como está distribuida la conformación del poder parlamentario.

Si Castillo se reencuentra con Cerrón -tarea en la que está empeñado el inefable de Evo Morales-, le declararía la guerra a la democracia y a la vigencia de una economía con ciertas libertades. Implicaría, de antemano, la señal de que se quiere llevar al país al abismo bolivariano que ha sumido en la pobreza más espantosa a los países que siguieron ese sendero.

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Hay tres poderes fácticos -gremios empresariales, tecnocracia liberal y medios de comunicación- que a lo largo de las últimas décadas han jugado un rol de contención importante respecto de cualquier devaneo populista o estatista.

Esta trenza derechista logró que Alejandro Toledo se quitase la vincha roja, que Alan García II no hiciese realidad sus promesas populistas de campaña, que Ollanta Humala elija la hoja de ruta, etc. Gracias a su presión, terminaron por evitar que el país se vaya al abismo, y a pesar de la enorme corrupción de la transición democrática, el país creció, disminuyó la pobreza y lo propio ocurrió con la desigualdad.

Lamentablemente, en el último lustro, esta trenza había sufrido serio menoscabo. Los gremios empresariales se hallaban seriamente desprestigiados por el caso Lava Jato y el Club de la Construcción, los tecnócratas liberales habían perdido capacidad de influencia al haber salido del Estado, y los medios atravesaban no solo una serísima crisis económica -que perdura-, sino que arrastraban errores de indulgencia cometidos, sobre todo, con el gobierno de Martín Vizcarra.

Felizmente, sin embargo, luego del triunfo de Pedro Castillo, esta triada de poderes fácticos está recuperando su capacidad de influencia y está logrando lo que, por ejemplo, un Congreso opositor mediocre y blandengue no ha logrado, como es la caída de un gabinete y luego de varios ministros, o que se modere la línea económica inicialmente planteada por el régimen.

Los gremios se han modernizado y entendido que su rol político no puede ser “a lo bestia” y que bien dosificada la postura enérgica es mucho más decisoria. Los medios, casi por unanimidad, han puesto el acento hipercrítico en la denuncia de las tropelías del gobierno, recobrando prestigio, y la tecnocracia liberal ha logrado compensar su ausencia de las instancias de decisión públicas con una presencia mediática influyente.

En medio de la ausencia de liderazgos políticos, de la defección de los principales partidos, de la debilidad institucional del Congreso o de los poderes locales, que la trenza derechista se haya recompuesto, recupere bríos y capacidad de influencia, es una extraordinaria notica que hay que ponderar. El Perú de estos años críticos lo va a agradecer.

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El gabinete es un desmadre. La premier Mirtha Vásquez, a pesar de haber logrado la renuncia de dos ministros (Luis Barranzuela y Walter Ayala), aún no logra consolidarse, porque el presidente Castillo juega a la del sindicalista básico que es, y divide, alienta la intriga, juega con las piezas del poder, sin clarificar un rumbo y un horizonte.

En ese plan se encamina a un deterioro paulatino. La última encuesta de Ipsos, publicada hoy en El Comercio, muestra un desplome significativo. Pasa de 42% de aprobación en octubre a 35% en noviembre, y su desaprobación crece de 48 a 57%. Y más en particular, su aprobación en sus zonas de arraigo cae estrepitosamente. En el centro tenía 52% de aceptación, ahora tiene 37% (tal vez producto de su alejamiento de Cerrón); y en el oriente, donde tenía 54% de aprobación, ahora alcanza un magro 37%. Cae también en el sur, pero poco, de 55 a 52%.

En el sector C, tenía 38% de aprobación, ahora tiene 28%; en el D tenía 44%, ahora 38%; y en el E mostraba una aprobación de 53%, ahora es de 47%. Sus bases populares, su recurrido “pueblo” lo empieza a abandonar.

Deseémoslo o no, cuando el próximo año se junten las piezas de la tormenta perfecta (crisis sanitaria con la tercera ola, crisis económica, crisis política y crisis social), la incompetencia gubernativa y personal del Presidente de la República, van a producir un “momento destituyente”, que ante la menor detonación hará que la estabilidad presidencial vuele por los aires. Ya hay un ánimo vacador en un sector importante de la clase política. Bastará cualquier pretexto (y Castillo los da de sobra) para que ese sector crezca e incluya al centro, con lo cual la suerte presidencial estará echada.

La única manera de evitar que ese escenario se active es que el Primer Mandatario corrija desde ya los despropósitos y asuma con seriedad la tarea de gobernar. Y eso pasa, en primer lugar, por consolidar la presencia de su Premier y no jugar al sabotaje indirecto, al coqueteo poco disimulado con los boicoteadores cerronistas (que se acercan a los ministros enfrentados con la Premier para ofrecerles su apoyo incondicional, en labor abierta de zapa) a la espera de reconstituir un gabinete Bellido recargado.

-La del estribo: muy recomendable el libro Solo quedamos nosotros, de Jaime Rodríguez, que publica Penguin Random House. Relatos autobiográficos y pequeñas crónicas noveladas, configuran un libro valioso, con una narrativa limpia. Posdata: no se pierdan Fieras en el Teatro Británico. No se van a arrepentir. Extraordinaria puesta en escena.

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Uno de los efectos colaterales de la parcial reforma política que se desplegó durante la gestión de Vizcarra fue que, al restringir el financiamiento electoral de las empresas formales, no es que haya producido una sequía de liquidez en los candidatos, sino que los mismos se han terminado acercando a fuentes ilegales de financiamiento (mafias del transporte, narcotraficantes, contrabandistas, traficantes de madera y demás) que, luego, como suele ocurrir, piden su correspondiente contraprestación.

Lo acabamos de ver con la protección que el Congreso le ha brindado a la mafia del transporte, la que mueve millones de dólares informalmente y necesita protección política para sobrellevar su irregular y dañina actividad. Como se ha visto, sus financiados le han devuelto el favor, al sabotear la interpelación al ministro de Transportes, que les había prometido todas las gollerías habidas y por haber, incluyendo las cabezas de las principales autoridades que desarrollan la reforma del transporte.

Y el problema se da no cuando hablamos del poder expresado en el gobierno central o en el Parlamento, sino cuando descendemos en la escala del poder y llegamos a los candidatos a gobernadores regionales y alcaldes provinciales y distritales. Todos, o casi todos, son financiados por fuentes ilegales provenientes de actividades delictivas, principalmente del narcotráfico, en las zonas donde esta actividad delictiva necesita alguna sombrilla protectora para la siembra, distribución o comercialización de la droga.

Luego, como consecuencia de ello, tenemos autoridades funcionales a los dineros ilícitos, corruptas de origen, prestas a cualquier presión o enjuague que se les solicite por parte de sus financistas.

Así, paulatinamente, el Perú se acerca a convertirse en un narco Estado o un Estado mafioso, sujeto a los intereses de actividades que mueven miles de millones de dólares delictivos, que destruyen la economía empresarial sana y generan un masivo proceso de lavado de activos que perturba hasta al propio sector financiero.

Es menester que las autoridades electorales pongan especial celo en supervisar las cuentas partidarias y las fuentes de financiamiento de los partidos que postulan. Y especial atención debe colocar la Unidad de Inteligencia Financiera ante las muestras evidentes de que acá se está lavando dinero con política sucia contaminando los poderes democráticos.

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Sobra desplegar argumentos que demuestren la evidente incapacidad gubernativa y la inimputabilidad política del presidente Castillo. Está avanzando solito, por sus propios errores, a que cuando se genere un “momento destituyente” (probablemente el próximo año), la oposición congresal lo saque del poder mediante su vacancia.

Pero de lo que se habla poco, y es menester hacerlo, es del Congreso, poder del Estado que también deja mucho que desear. Se ha ponderado su capacidad de coordinación para algunos temas y saludado su autonomía de criterio para decidir en asuntos estructurales, como los de la cuestión de confianza a los gabinetes Bellido y Vásquez (aunque, al primero nunca le debió otorgar dicha confianza). Pero en lo que muestra una falencia espantosa e insoslayable es en su labor de fiscalización del Ejecutivo.

Salen todos los días los de la oposición, o muchos de ellos, a declarar en medios, beligerantes, viriles, enhiestos, inmisericordes, pero a la hora de la hora no son capaces, en más de cien días, de haber censurado siquiera a uno de los tantos ministros impresentables que este gobierno alberga.

Ya Carlos Gallardo, el inefable ministro de Educación, no debería estar en el cargo hace tiempo. Lo mismo el de Transportes, al cual, para colmo, anoche el Congreso le salvó la vida, al no aprobar su interpelación. Luego Fuerza Popular ha rectificado y ha dicho que volverá a presentar una solicitud en ese sentido, pero el impasse nos deja la sensación maloliente de que estamos ante una devolución de favores por financiamiento ilegal de campañas electorales por parte de las mafias del transporte informal.

El ministro de Defensa ha sido pescado en flagrancia. No debería merecer ni siquiera la interpelación, si no ser censurado de inmediato. El de Energía y Minas es otro que está destruyendo la poca excelencia burocrática que había en su sector, y el Legislativo, bien gracias, mirando a otro lado.

Esta inacción ostentosa explica, además de las razones propias que atañen a todos los Congresos en el mundo, el creciente nivel de desaprobación del Parlamento. Según la última encuesta del IEP, entre setiembre y octubre la desaprobación de este poder del Estado ha pasado de 61 a 75% y su aprobación ha caído de 32 a 21%. Es consecuencia directa de la percepción ciudadana de que este Congreso no está cumpliendo su papel fiscalizador respecto de un gobierno nefasto como el que nos ha tocado en mala suerte tolerar.

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Hasta el momento de escribir esta columna los rumores respecto de la renuncia de la Premier, Mirtha Vásquez, circulaban con intensidad. Las razones serían la no aceptación de la renuncia del ministro de Defensa, Walter Ayala, por parte del presidente Castillo (quien, por el contrario, lo habría ratificado).

Sin duda, es un trago amargo que la Premier debe pasar, al aceptar ese despropósito mayúsculo, dada la inconducta evidente mostrada por Ayala respecto del tema de los ascensos y la injerencia política en ellos. Pero creemos que hay razones políticas de mayor envergadura que justifican que la Premier asuma el golpe y siga en la brega.

De mediocridades, dislates, torpezas del tamaño de una catedral e inconductas, va a estar plagado este gobierno. Y eso usted, Mirtha Vásquez, lo sabía antes de aceptar el encargo que el Primer Mandatario le brindó. Usted, señora Premier, aceptó formar parte de una mediocre coalición de izquierdas, con plena consciencia de que no ingresaba a un recinto de excelencia administrativa ni mucho menos.

Obviamente, entendemos que usted se ha propuesto enmendar en la medida de lo posible semejantes entuertos. Lo logró con el ministro del Interior, Luis Barranzuela y lamentablemente parece que no ha tenido el mismo éxito con el de Defensa, Walter Ayala. ¿Debe renunciar por ello?

Parece ser mucho más importante salvar siquiera el rumbo de moderación dialogante que usted le ha impreso a un gobierno que, con su antecesor en el Premierato, prometía necedad y confrontación radical.

Si usted renuncia no solo provocará una crisis política mayúscula sino que probablemente empuje nuevamente al Presidente a recurrir a sus viejos aliados cerronistas o a recomponer el gabinete con integrantes aún más impresentables de los que ya habitan allí (particularmente, los de Defensa, Transportes y Educación).

Usted ha merecido la confianza del Congreso. Ha tenido 68 votos, algunos de los cuales, no solo no eran de la coalición de izquierdas que integra el gobierno, sino del centro e, inclusive, parlamentarios de la derecha, como de Renovación Popular y Avanza País. Le corresponde responder a esa confianza y asegurarle al país, en la medida de sus posibilidades políticas, que se mantendrán las líneas maestras que le permitieron esa votación. Usted no se debe a un Presidente mediocre sino a la República, que atraviesa una severa crisis a la que usted no puede contribuir con una decisión atolondrada.

 

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Mirtha Vasquez, Premier, Presidente Castillo

Algunas de las virtudes que toda democracia debe exhibir son las de la tolerancia y la paciencia concomitante respecto de los decires y haceres del adversario. Pero Castillo juega al límite de los niveles propios de una democracia que se precie de tal.

La sumatoria de errores groseros, gazapos, declaraciones insensatas y procedimientos irregulares que este gobierno ha cometido en apenas cien días de gestión, rompen los récords históricos de gobiernos aún tan inexpertos como éste (Alejandro Toledo y Ollanta Humala no tenían ninguna experiencia de gobierno cuando llegaron al poder y no mostraron el rosario de barbaridades que esta administración derrocha).

Castillo juega aún con el viento a favor, con niveles de aprobación si bien decrecientes, todavía importantes (alrededor del 40% de la ciudadanía lo respalda), pero se avecina un año horroroso, donde se van a juntar todas las piezas del rompecabezas del descrédito: crisis sanitaria con la tercera ola, crisis económica con el bajonazo de las inversiones privadas, producto de las desastrosas declaraciones ideológicas del Presidente, crisis política con mayores fricciones entre el Ejecutivo y el Congreso, y crisis social, con conflictos desatados por su inercia natural, a los que se sumarán aquellos originados por las expectativas frustradas de un régimen que prometía un cambio que no se aprecia ni se va a apreciar.

Va a llegarse a un “momento destituyente”, donde la vacancia va a estar a flor de piel de la oposición congresal. Y si en esas circunstancias, por ejemplo, ocurriese algo semejante a lo que acaba de acontecer con los ascensos militares y la destitución irregular y caprichosa de los comandantes generales del Ejecito y de la Fuerza Aérea, lo más probable es que la ola vacadora sea indetenible (el caso se ha agravado con -hasta el momento de escribir esta columna- la permanencia insostenible de Walter Ayala, como titular de Defensa).

La vacancia no es una opción deseable. Lo correcto, en términos políticos y sociales, es que Castillo dure los cinco años. Va a ser, inevitablemente, un gobierno mediocre, sin mayores logros, y que llegará exhausto al final de su mandato, pero el pueblo lo eligió, se equivocó garrafalmente, y es bueno que el país aprenda democráticamente lo que implica votar por la izquierda. Sería una gran lección histórica que una vacancia descartaría y nos asomaría, más bien, al riesgo de que en el futuro vuelva a aparecer triunfal una opción de este perfil.

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