Dos gobiernos sucesivos de ese talante transformarían el Perú y lo colocarían en una senda de desarrollo difícilmente reversible. Nos pondría al borde de ser un país de mediano desarrollo, con una democracia consolidada y un futuro promisorio por delante, capaz de otorgarle a las siguientes generaciones la esperanza de gozar de una calidad de vida de primer mundo. De eso se trata. El Perú tiene todas las potencialidades para lograrlo.
Va a depender de que de la crisis profunda por la que pasamos afloren las fuerzas reactivas más hondas y rescaten el país del declive destructivo en el que ha caído. Nos estamos jugando mucho. Es hora de coordinar esfuerzos, hacer concesiones, brindar sacrificios, anteponer el sentido de patria al del interés político menudo.
Posdata: esta columna se toma unas vacaciones hasta el próximo lunes.