Pie Derecho

Este lunes entrante el juez Víctor Zúñiga Urday decidirá si acoge el pedido del fiscal José Domingo Pérez para suspender a Fuerza Popular por dos año y medio de cualquier actividad política, como parte de la investigación preparatoria que se le sigue por el caso Odebrecht.

Ojalá no prospere el pedido y no se vicie de esa manera un proceso electoral como el venidero. FP debe poder postular libremente y sufrir las consecuencias de su desplome político. Deben ser las urnas las que cancelen la vigencia de un proyecto político que ha enrarecido la vida democrática del último lustro.

Hoy solo lo acompaña su núcleo duro al fujimorismo y alberga el mayor antivoto de todos los grupos partidarios en la contienda. Sería un milagro que pueda triunfar, peor aún luego de su indecoroso papel en la crisis política que se inició con la vacancia irregular de Martín Vizcarra y el aupamiento vergonzozo de Manuel Merino a la Presidencia y su posterior renuncia.

Los propios círculos de allegados que antaño acompañaban al fujimorismo han decantado en otros lares. Las candidaturas y listas de equipos técnicos o de congresistas de agrupaciones como las lideradas por Hernando de Soto, Rafael López Aliaga o el propio Fernando Cillóniz, hace cinco años seguramente hubieran estado dentro de las filas naranjas.

Ha surgido un impulso protorepublicano masivo en la protesta contra la vacancia. Cientos de miles salieron a las calles y millones participaron en defensa del orden democrático. Por su carácter descentralizado, fue superior inclusive a la convocatoria de la marcha de los Cuatro Suyos. Esa juventud es el principal dique de contención del fujimorismo, agrupación que gracias a las sucesivas torpezas de su lideresa Keiko Fujimori ha terminado arrinconada en un espacio populista, autoritario y conservador muy alejado de los nuevos vientos sociales.

No repitamos el error del 2016. Gran parte de la disfuncionalidad que hemos sufrido con PPK, Vizcarra y Merino, se ha debido al hecho de haber sacado de mala manera a Julio Guzmán y César Acuña de esa campaña.

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José Domingo Pérez

Si se tratase del gabinete inaugural de un gobierno entrante con un mandato de cinco años por delante, lamentaría la falta de concordancia plena entre varios ministros respecto de objetivos políticos y económicos cruciales. La agenda urgente del país exige un shock institucional jurídico por un lado, pero del otro un shock inversor que nos saque de la modorra capitalista en la que estamos inmersos desde hace más de un lustro.

Pero evidentemente no se trata de eso en estos momentos. El gabinete de Violeta Bermúdez tiene ante sí objetivos muy puntuales, y cumplirlos a cabalidad será más que suficiente en la rendición de cuentas que tocará hacerle al final de su gestión. Son 1) control de la pandemia; 2) reactivación económica; 3) aseguramiento de elecciones pulcras el próximo año; y agregaría dos más: 4) lucha contra la inseguridad ciudadana, la misma que se ha disparado producto de la recesión; y 5) defensa de algunos islotes institucionales que no pueden debilitarse, tales como la reforma educativa (Sunedu incluida) o la lucha anticorrupción (con pleno respaldo al equipo especial Lava Jato y Club de la Construcción).

En esa perspectiva, el de Merino no era un régimen de transición sino uno de restauración, que buscaba desandar reformas importantes y que parecía armado para allanarse a las mafias vacadoras (universidades y empresas corruptas en búsqueda de impunidad). Felizmente, este ingreso por la puerta falsa de la DBA fue frustrado por una calle republicana movilizada (a diferencia de Chile, acá el detonante de la algarada no fue económico sino político).

Como el de Paniagua, el régimen de Sagasti debe cumplir objetivos muy puntuales. Y tanto él como su gabinete parecen bien equipados para lograrlo. Si no se aparta de sus tareas esenciales habrá cumplido con creces. Y contra lo pensado, la primera gran víctima política de un buen desempeño de Sagasti y su gabinete será Martín Vizcarra, cuya mediocridad resaltará por contraste.

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Martín Vizcarra, Violeta Bermúdez

Vizcarra deja una herencia política gigantesca. Según la última encuesta del IEP, un 77% de la población aprobaba su gestión (un crecimiento de 17 puntos en medio de la crisis de la vacancia). La gran inquietud es hacia dónde se va a encaminar ese bolsón ciudadano ad portas de las elecciones del próximo año.

Nos sigue pareciendo desproporcionado el apoyo que el expresidente ha tenido, considerando una gestión sanitaria, económica y social bastante mediocre, pero lo cierto es que las cifras no engañan y existe un numeroso grupo de peruanos dispuestos a sumarse a un liderazgo político de centro como el que caracterizaba al exmandatario moqueguano.

Quienes con mayores posibilidades se asoman a recoger el patrimonio vizcarrista son aquellos líderes que mejor parados han salido luego del desmadre de la última semana, con un presidente vacado, otro renunciado y un tercero asumido hace pocas horas.

Allí destaca, sin duda, Julio Guzmán y el Partido Morado, que supo reaccionar de inmediato a la crisis poniéndose en el lugar correcto y en sintonía con la perspectiva ciudadana mayoritaria. En segundo término, Verónika Mendoza, quien con inteligencia estratégica se desmarcó rápidamente de la oligofrenia política de Marco Arana y el infantilismo radical de UPP. Finalmente, aunque en menor medida, por las limitaciones estructurales de las que adolece, George Forsyth, quien, con marchas y contramarchas intempestivas terminó, sin embargo, sumado a la orilla propicia.

Los grandes derrotados son, por supuesto, Acción Popular y Alianza Para el Progreso. AP es el principal autor de la crisis, llevados por una bancada que no respondía si no al único interés de llevar al inefable Merino a la Presidencia con la venia de líderes como Raúl Diez Canseco o Víctor Andrés García Belaunde. Solo una candidatura como la de Yonhy Lescano podría salvar a Acción Popular de un papelón en las elecciones de abril.

En el caso de APP, han sido los portentosos dichos y desdichos de su propio líder César Acuña, enceguecido con capturar cuotas de poder y sin percatarse de que a uno de a los que les convenía un tránsito normal hacia el 2021 con Vizcarra sentado en Palacio era justamente a él, más que a otros.

Se ha movido la foto electoral precedente. Tamaña crisis no ha sido en vano. Ha reseteado el tablero preelectoral vigente. El centro parecía atrapado por la grisura de sus líderes. Hoy retoma bríos.

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Julio Guzmán, Martín Vizcarra, Partido morado

Ha generado legítima expectativa el nuevo gobierno y la calle respira optimismo luego de haber sido derrotada la mafia vacadora, la misma que intentó inclusive volverse a meter por los palos lanzando una lista alternativa a la de Francisco Sagasti.

Pero la vigilancia democrática no puede amainar. La mafiosa coalición vacadora, conformada básicamente por un grupo de universidades (algunas de ellas no licenciadas, pero otras sí, aunque afectadas en su inflada rentabilidad precedente), que irritadas por el proceder de la Sunedu y del gobierno de Vizcarra en respaldo de la que debe ser una de las mejores reformas hechas en los últimos años en el país –la reforma universitaria– decidieron incendiar todo a cambio de lograr volver a fojas cero.

Baste leer la insolente carta de Telesup, del inefable José Luna, dirigida a la Sunedu para darse cuenta de que claramente este grupete espera que cambien las coordenadas políticas para intentar lograr su propósito de seguir operando. La presión mediática los hizo recular, pero se les vio el sucio fustán con meridiana transparencia.

No tengo constancia alguna, pero no me cabe dudas de que en este asunto vacador ha corrido mucho dinero sucio para aupar votos a favor de la vacancia y que la bolsa millonaria ha provenido de estas universidades gansteriles con ramificaciones en la vida política.

En esa medida, hay que estar muy alertas, porque van a volver a la carga. Algo contenidas van a estar al comienzo por la presión de la calle y el temor a que reaparezca con fuerza una ciudadanía movilizada que ya no está dispuesta a que la clase política la engatuse y menos aun corrompa el Estado y sus instituciones.

Con el ascenso de Merino y el premierato de Flóres Aráoz festejaron porque se les había presentado la virgen y hoy deben estar furiosos de que se cayó el tabladillo. Con sangre en el ojo, sin embargo, van a querer desestabilizar nuevamente al gobierno de Sagasti.

Saben que no les queda si no pocos meses para poder hacerlo. Porque en las elecciones del próximo año, el pueblo los va a castigar, les va a dar una paliza a los vacadores. Y entonces perderán toda oportunidad de lograr sus oscuros propósitos. Ciudadanía expectante, medios vigilantes y un gobierno alerta es lo que se necesita para impedir que se repita semejante trastada a la Patria.

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Antero Florez Araoz, Francisco Sagasti, Manuel Merino

No puede hacerse un correcto juicio político de la crisis suscitada por la vacancia si no se incluye en el banquillo de los acusados al propio expresidente Martín Vizcarra. Es más, por la forma como se sucedieron los hechos parece haber sido él un instigador del desenlace final.

No nos referimos tan solo a su eventual responsabilidad penal en los casos de corrupción por los que está siendo investigado y que se asoman como verosímiles. También debe mencionarse el modo displicente y premeditadamente torpe con el que condujo su última defensa ante el Congreso, donde acudió con un abogado que no habló y donde cargó baterías respecto de una defensa política y enfilando contra sus futuros juzgadores.

En medio de la segunda vacancia, el gobierno no atinó a presentar una nueva demanda competencial ante el TC ni una medida cautelar. Pudo haber activado también la carta democrática de la OEA o personalísimamente presentar un amparo. Nada de eso hizo.

Ya antes el propio Vizcarra propuso irse junto con el Congreso anterior, anuncio que fue quizás el mayor rapto de lucidez de su mandato. Vizcarra ha sido un gobernante mediocre y taimado, cuya altísima aprobación disimula las enormes falencias de su gestión. Hubiese sido estupendo que se marchara junto con el Parlamento fujiaprista y todo comenzara a fojas cero, con una elección refundacional.

No ocurrió así, sin embargo, y nos tuvimos que soplar una gestión disfuncional en lo sanitario frente a la pandemia, carente de iniciativa en materia económica y solo eficaz a la hora de generar operativos políticos que le permitiesen encaramarse en altos niveles de aprobación ciudadana.

Ese mandatario, que debió culminar su mandato el 27 de julio del 2021 y asumir el desgaste de su mala administración, hoy se ha ido en olor de multitud, victimizado por una turba congresal con menos visión de largo plazo que él.

Si Vizcarra se hubiera manejado con propiedad en este tramo final, la vacancia no se hubiera producido. Y el país no se vería sumido, como está hoy, en la incertidumbre, con el descontento ciudadano exacerbado, y con una crisis política que ojalá la elección de alguien correcto y honesto como Francisco Sagasti al mando de la nación ayude a solucionar.

Si en abril del 2021 triunfan candidatos aventureros, radicales o disruptivos, va a ser también responsabilidad de Vizcarra, quien tiró la toalla y desencadenó la crisis. Hoy el panorama electoral es tierra de nadie. Por pensar quizás en su futuro político al 2026 ha dejado en la estocada a un mayoritario sector del país.

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Martín Vizcarra

Las primeras reacciones de diversos ministros del gabinete Flores-Aráoz permiten asegurar que el desencuentro entre el país indignado por la trapacería cometida al vacar a Vizcarra y el régimen, crecerá con el transcurso de los días.

Empezando por el Premier, Ántero Flores-Aráoz, quien declara sobre los manifestantes: “quiero comprender que algo les fastidia, pero no sé qué”. Más en detalle, asevera que “las marchas son un desfogue de todo lo que se han estado guardando por meses y por las situaciones internacionales que intentan copiar”. Imaginamos que también hace suyas las expresiones de la mentada Coordinadora Republicana, de la que el Premier es vicepresidente: “Cada hora que pasa crecen los indicios que agitadores foráneos están ingresando al Perú, con el objeto de desestabilizarlo”.

Más brutal, fiel a su estilo, el flamante titular de Educación Fernando D’Alessio acusa al Movadef de ser el promotor de la marcha. La ministra de Justicia, Delia Muñoz, arguye que “no es una protesta espontánea, hay una incentivación”. El normalmente ponderado ministro de Salud, Abel Salinas señala despectivamente que “hay personas que no saben por qué protestan”.

Como se ve, mucho olfato sociopolítico, este gabinete no tiene. Y la abusiva reacción policial desplegada contra los manifestantes es solo un botón de muestra de ello. Es, en verdad, un gabinete mostrenco el que Merino, desesperado, ha optado por convocar: ha terminado por diseñar un gabinete de ultraderecha, no siendo ese, siquiera, el ánimo de la coalición vacadora que lo llevó a Palacio (no es casual que ya algunos de los que votaron por la vacancia señalen que no le darán la confianza a este gabinete).

Por cuestiones de estilo ideológico (un énfasis considerado excesivo en el tema de la reactivación económica), este Congreso censuró al gabinete Cateriano. ¿Se va a tragar el sapo ahora de un gabinete como el de Flores-Aráoz, ya ni siquiera liberal sino abiertamente conservador, absolutamente divorciado, como se aprecia en sus reacciones a la legítima protesta ciudadana, de cualquier atisbo de sensibilidad política?

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Antero Flores-Aráoz, Martín Vizcarra

Las legítimas manifestaciones de protesta convocadas por colectivos estudiantiles y ciudadanos, indignados por la trapacería perpetrada por el Congreso al vacar arbitrariamente al presidente Vizcarra y sentar en Palacio de Gobierno al titular del Congreso Manuel Merino, pueden alterar el tablero político diseñado por los vacadores.

El Perú es desde hace tiempo una olla de presión. Las enormes inequidades sociales, sumadas al desastroso Estado que nos gobierna (es de horror la situación de hospitales, colegios y comisarías en el país), conducen a ello. La gente es tratada como ilegal en su propio país y simplemente ya no aguanta más.

Frente a esa situación explosiva, que ha sido exacerbada por el espectáculo nauseabundo de la corrupción sistémica de autoridades de todo pelaje, Vizcarra fungió de bálsamo, al identificársele como un líder provinciano, austero, decidido a la hora de cortar cabezas cuando fuera necesario, entre ellas la del propio Congreso, al que disolvió por su necia tarea de sabotaje gubernativo. El líder moqueguano mal que bien ayudó a bajar la temperatura.

Cuando al Congreso vacador no se le ocurre mejor idea que sacar de Palacio a Vizcarra, sin razones justificadas, ha destapado el caldero social y éste puede crecer y estallar con imprevisibles consecuencias.

La popularidad del Presidente Vizcarra y la trama de la informalidad eran factores que hacían difícil estimar que en el Perú se repitiese una protesta como la chilena, pero con un gobierno desaprobado como el de Merino y una situación económica en la que la informalidad ya no es el colchón que evita el desempleo, se construye un escenario altamente combustible que los irresponsables vacadores pueden hacer encendido.

La protesta ha empezado focalizada, pero está creciendo. La jornada de hoy es multitudinaria y todo hace prever que seguirá aumentando, atizada también por infelices declaraciones como las del flamante ministro de Educación Fernando D’Alessio acusando a los jóvenes de ser infiltrados del Movadef, revelando una miopía política que parece extensiva al conjunto de este Gabinete.

Si a la precariedad político legal con la que nace el Gabinete Flores Araóz, se le suma una calle crecientemente movilizada, su periodo de vigencia puede ser muy corto.

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protesta

La bonhomía de Antero Flores-Aráoz no le alcanza para soslayar que su perfil respecto de temas controversiales en el país puede no ser el más adecuado en estos momentos. Sus cuestionables posturas respecto de la Sunedu (reafirmadas hoy mismo en la mañana), sus vínculos con José Luna Gálvez, su relación con los sectores más recalcitrantes del conservadurismo nacional o su declarada indiferencia, por decirlo elegantemente, respecto del sentir popular o callejero, lo pueden conducir al desmadre.

Porque a estas alturas lo único que cabe esperar y exigir de este nuevo gobierno de transición es que retome las banderas planteadas por Vizcarra: manejar la pandemia, reactivar la economía y asegurar la convocatoria a elecciones generales en abril del próximo año, a lo que habría que agregar contener la explosiva ola delictiva. Y con ese talante tratar de recuperar visos de legitimidad popular.

Cualquier otra agenda es impertinente. No la permite el poco tiempo por delante ni la naturaleza de un régimen que nace en medio de sospechas de ilegitimidad por una vacancia arbitraria y dudosamente constitucional y que, además, adolece de una inmensa impopularidad.

Flores-Aráoz puede incendiar aún más la pradera si se empeña en salirse de esos parámetros y busca imprimirle su marca personal a su paso por el Premierato. Tiene flexible juego de cintura, demasiado quizás (por ejemplo, de ser feroz persecutor de Alan García pasó luego, sin rubor, a ser su ministro), pero ojalá lo emplee para torear las múltiples presiones que va a recibir de la coalición vacadora.

En términos de gestión pública, el panorama se alivia, además, si se considera que la administración de Vizcarra fue lamentable. Pésima en el manejo de la pandemia y mediocre en el proceso de reactivación económica. Y si a ello le sumamos la tierra de nadie en la que se ha convertido el país en materia de seguridad ciudadana, reaparece la inquietud de cómo un gobierno tan malo como el de Vizcarra pudo tener tan altos índices de popularidad.

Si Flores-Aráoz se limita a lo que en estricto sentido le corresponde puede ayudar a sobrellevar la crisis. Si se dedica a gestar iniciativas fuera de lugar o, lo que es peor, se allana a la agenda subalterna de los apuntaladores de Merino, la suya puede ser una gestión ya no solo desastrosa sino apocalíptica.

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Antero Flores-Aráoz

El Congreso traspuso la línea y se encargó de engrosar la historia nacional de la infamia, al haber aprobado arbitrariamente la vacancia del presidente Vizcarra.

No había razón alguna, ni legal ni política, que justificase semejante despropósito. Los delitos de los que se le acusa a Vizcarra son graves y verosímiles, pero no han sido probados penalmente y en tanto eso no ocurriese, el primer mandatario era inocente y su proceso judicial debía seguir su curso. Fuera de la incapacidad física o psíquica, la única otra razón por la que debería procederse a una vacancia presidencial es que al mandatario se le pruebe un delito fehacientemente: si hubiese aparecido, por ejemplo, un video de Vizcarra recibiendo una coima, pues no quedaba otro camino decente que no sea sacarlo a empellones del Palacio.

Pero tal como fue planteado el proceso era claramente una jugarreta política liderada por ciertas mafias empresariales y aventureros políticos quienes, aprovechando grises constitucionales, solo han buscado obtener beneficios con la vacancia, sea a través de impunidad judicial o despliegue de poder para su posterior disfrute. Ya lo veremos en los primeros pasos del nuevo gobierno.

El país atraviesa una tormenta perfecta de crisis simultáneas. Económica, por la profunda recesión derivada de la cuarentena obligatoria de la que aún no salimos plenamente; sanitaria, por la persistencia de un virus frente al cual aún no hay vacuna ni tratamiento eficaz; social, por el incremento espantoso de la delincuencia y la conflictividad regional; y política, por el desmadre ocasionado por la corrupción; a todo ello le sumamos ahora una crisis adicional, vacando al Presidente y generando una línea de sucesión mostrenca que llevará a un ambicioso expresidente del Congreso a sentarse en la plaza de Armas dispuesto a armar un gabinete de última hora, signado por una serie de transacciones menudas, y seguramente ansioso de populismo para remontar su ilegitimidad de origen. La pronta celebración del bicentenario debería habernos planteado la exigencia de estabilizar al país, no de arrojarlo a las fauces de la zozobra. Un Congreso surgido precisamente del colapso del establishment debiera haber fungido por ello como dique tranquilizador, no como un elemento incendiario sobre las brasas aun ardientes de la crisis precedente. Nuestra clase política nos demuestra una vez más, fatigando el cansancio, que nunca está a la altura de las circunstancias.

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Congreso, Crísis, Martín Vizcarra
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