Pie Derecho

La gran pregunta que la centroderecha y la centroizquierda se deben formular es cómo lograr enfrentar a los candidatos radicales disruptivos -tanto de izquierda como de derecha- que abrevan de la altísima irritación ciudadana y que, con seguridad, serán protagonistas en la disputa electoral del 2026.

¿Hay un margen para que la moderación alcance un grado de representación electoral importante? Sí lo hay. Percibo cierto hastío respecto de los discursos maniqueos y es probable que pueda aparecer un escenario electoral donde candidatos moderados se impongan.

Pero para ello deberán cumplir algunos requisitos. Primero, aglutinar fuerzas, lo que pasa o por firmar alianzas o por convocar a personalidades plurales tanto en las planchas presidenciales como en las listas congresales. Quizás esto último sea más viable dada la reticencia ya manifestada por firmar pactos entre agrupaciones diversas.

Segundo, desplegar un arsenal programático de primer orden, un plan de gobierno seriamente preparado y que ofrezca soluciones bien explicadas y claras sobre aspectos claves de la coyuntura actual (por ejemplo, será inviable un candidato que no asegure tener la capacidad y las ideas para derrotar el flagelo de la inseguridad ciudadana).

Tercero, una hiperestricta revisión de los antecedentes políticos y penales de los candidatos que incorporen a sus listas presidenciales o parlamentarias. Es tal el grado de lumpenización de la política peruana (acabamos de ver una denuncia contra un congresista por violación sexual), que la gente no tolera el más mínimo atisbo de sombras morales en quienes los quieran representar. Ello se va a apreciar con inusitada beligerancia en la campaña venidera. Si los partidos no quieren que los reciban a botellazos en las plazas públicas, no podrán albergar en sus equipos a personajes cuestionados o con antecedentes sospechosos.

Hay espacio para que posturas moderadas tengan cabida, en medio de la batahola de una polarización que acusa de fascistas a cualquier candidato de derecha, así sea liberal, o de comunista a cualquiera que hable de derechos humanos y democracia (Sagasti es un comunista para la DBA y Rafael Belaunde un fascista para la izquierda radical). Es imperativo que hagan la tarea y le eviten al país el abismo de la radicalidad autoritaria.

Por más que a la izquierda le parezca una majadería de los medios de comunicación peruanos que reiteradamente les inquieran su opinión valorativa de la dictadura de Maduro, es imprescindible que la prensa local incida en ello, porque va a servir de prueba ácida de la real convicción democrática de los candidatos de ese segmento del espectro ideológico.

Este viernes seguramente Maduro se entronizará como dictador. Edmundo Gonzáles será hecho prisionero si pisa territorio venezolano, y, salvo que haya una insurrección miliar endógena o una movilización popular masiva y contundente, tendremos dictadura venezolana por buen tiempo.

Frente a ello, la izquierda peruana suele esquivar el tema de un pronunciamiento respecto de si lo que acontece en Venezuela es un proceso dictatorial o no, o sobre cómo debe actuar la diplomacia peruana al respecto (felizmente, el gobierno peruano acaba de reconocer a Gonzáles como ganador de las elecciones venezolanas y, por ende, legítimo gobernante, luego de un paréntesis de soslayo después del paso del excanciller Gonzáles Olaechea, quien la tenía muy clara al respecto).

Candidato que se muestre renuente a señalar a Maduro como un dictador, es un peligro democrático (como lo es, también, respecto de Cuba y NIcaragua, con quienes nuestra izquierda también se muestra contemplativa). Quiere decir que sus convicciones respecto de la democracia formal y representativa son endebles y que de llegar al poder será capaz de recorrer el camino de Venezuela, de ir destruyendo la democracia desde adentro y luego entronizarse en el poder, dejando de lado las “pelotudeces” democráticas, como con sinceridad que se agradece expresó el congresista Guillermo Bermejo.

Ya suficiente daño ha sufrido nuestra democracia gracias a los legicidios del Congreso actual, como para que del 2026 en adelante sobrevenga un gobierno que explícitamente se proponga demoler la raída institucionalidad democrática que sobreviva a los arrestos legislativos. Se juega mucho el país el 2026, no solo en materia económica -con una izquierda que se quiere traer abajo el modelo que tantos éxitos ha tenido- sino, sobre todo, en materia política, porque el triunfo de la izquierda radical puede significar el final de la democracia peruana y el tránsito hacia las rutas que en la región ha seguido Cuba, Nicaragua o Venezuela. Hace bien la prensa peruana, por ello, en insistir en exigirle a los candidatos de izquierda que se pronuncien claramente al respecto.

Si el 2024 nos ha parecido un año penoso, el 2025 se asoma con visos de serlo aún más. No hay en el horizonte nada que permita atisbar una mejoría, así sea leve, del panorama político, económico y social.

Desde el Ejecutivo se mantendrá incólume la retahíla de escándalos palaciegos, ya que no hay propósito de enmienda ni arrepentimiento. Seguirá en pie la ausencia total de políticas públicas, en particular la vinculada al manejo de la pandemia de inseguridad ciudadana que nos asola. La gestión mediocre del gobierno se desplegará sin reparos este año entrante.

El Congreso seguirá haciendo de las suyas. Si los inicios marcan la pauta, ya vemos un frívolo viaje del titular de este poder del Estado en medio del escándalo de la presunta red de tráfico sexual en el corazón del Legislativo. Todo hace prever que, sin importar las atingencias públicas que han hecho los presidentes del Poder Judicial y del Ministerio Público seguirá irreversiblemente su marcha la andanada de proyecto inconstitucionales y antidemocráticos. Si a ello le sumamos la avalancha de proyectos populistas (exoneraciones tributarias y demás) que el Parlamento seguirá perpetrando con la anuencia del Ejecutivo, el panorama no pinta bien.

El 2025 es un año electoral. Normalmente, eso la da un respiro al gobierno e históricamente está probado que ello redunda inclusive en un aumento de la aprobación gubernativa. Pero el panorama electoral que se avecina es de espanto. En el peor de los casos habrá como 60 candidatos, lo que convertirá esta elección en un sainete. Y la presencia de candidatos radicales de izquierda con posibilidades reales de triunfo, espantará el flujo de inversiones privadas, lo que, a su vez, afectará la dinámica económica que ya empezaba a mostrar signos de recuperación.

La irritación popular crecerá como la espuma este año, convirtiendo el país en un terreno propicio para la insurgencia de conflictos sociales de envergadura y la reaparición de la protesta como actor político, tema ausente en el lamentable año anterior. El 2025 empieza cargado de sombras ominosas y no hay ningún indicio de que ello vaya a cambiar de giro. No hay sujetos políticos capaces o con voluntad de dar un golpe de timón.

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lo peor del 2025

Ha sorprendido a muchos la altisonancia con la que se ha referido a Keiko Fujimori, el burgomaestre limeño Rafael López Aliaga, señalando que le importaban un rábano las opiniones de la lideresa naranja.

Es, sin embargo, la actitud correcta que la derecha tiene que desplegar frente al fujimorismo, el gran adversario a derrotar en los comicios del 2026, junto con la izquierda radical que de todas maneras va a ser protagónica.

Tiene que erigirse una derecha antifujimorista, que sepa endosarle, además, al fujimorismo las culpas graves de la crisis política por la que transitamos, que empezó el 2016 con la labor de zapa contra PPK y que ha continuado ahora con la connivencia pueril con la que el fujimorismo sostiene al régimen de Dina Boluarte y con la profusa lista de desaguisados legislativos que desde el Congreso las huestes naranjas han avalado y seguirán avalando hasta que culmine el mandato mediocre que nos gobierna.

Es indefendible políticamente la actuación de Keiko Fujimori y no merece por ello consideración estratégica alguna. Es más, Keiko Fujimori no es precisamente un faro político o de pensamiento ideológico cono para que sus opiniones sean tomadas en cuenta como referente a tener predicamento.

Hace bien López Aliaga en marcar distancia del fujimorismo. Es algo que la centroderecha debería también hacer y no mostrarse acomedida o mirar de soslayo la crítica durísima que el fujimorismo merece. La derecha debe tomar distancia clara y frontal del gobierno a la vez que de su aliado, el fujimorismo.

Si quiere evitar otra vez una segunda vuelta en la que Keiko Fujimori, con su 10%, sea dirimente contra un candidato de la izquierda virulenta y antisistema, la derecha y la centroderecha deben empezar desde ya a desgastar ese núcleo duro que Fuerza Popular mantiene, y ello pasa por ejercer una implacable y dura campaña que denuncie las tropelías que las fuerzas naranjas han desplegado con fruición estos años.

Según la última encuesta de Datum, Rafael López Aliaga sube sus niveles de aprobación de 29 a 33% y su desaprobación cae de 67 a 62%. Le está rindiendo frutos el cumplimiento de algunas de sus promesas (como lo de las motos) y, sobre todo, el inicio de megaobras y noticias positivas como la del tren Lima-Chosica, vía una donación (no se le puede mezquinar el logro).

A ello se suma una constante aparición en los medios de parte del burgomaestre, tanto en conferencias de prensa como en entrevistas abiertas. De paso, le podría servir de ejemplo a la primera mandataria, que rehúye como la peste las relaciones con la prensa y mantiene bajísimos niveles de aprobación.

López Aliaga reúne varias condiciones para ser considerado ya un precandidato presidencial de peso: presencia mediática permanente, discurso derechista disruptivo, posición crítica frente al gobierno.

Como van las cosas, esta vez podría tentar mejor suerte que el 2021 y hasta disputarle el lugar a Keiko Fujimori quien no parece sopesar el lastre que significa su apoyo al régimen y cree que el piso de 10% que hoy exhibe le alcanza para pasar a la segunda vuelta.

Porky parte con ventaja respecto de otros candidatos que podrían disputarle ese lugar antiestablishment, como Carlos Álvarez o Phillip Butters, y no sería de extrañar ni debería sorprender a nadie que podamos verlo pasando a la jornada definitoria.

Superó una primera etapa de descrédito -llegó a tener 69% de desaprobación y apenas 25% de aprobación en su peor momento, según Datum- y hoy parece que más bien todo irá cuesta arriba, si mantiene el mismo perfil que hasta el momento exhibe y la suerte municipal le sigue sonriendo.

La del estribo: películas muy buenas a recomendar. Anora, de Sean Baker; Dahomey, de Mati Diop; No other Land, documental de Rachel Szor, Yuval Abraham y Basel Adra; Sustancia de Coralie Fargeat; Perfect Days, de Win Wenders. Algunas en plataformas de streaming, otras con su proveedor favorito.

El congresista Carlos Anderson se ha lanzado como precandidato presidencial del partido Perú Moderno -que en algún momento albergara a Carlos Añaños-. Es una buena noticia. Anderson es de lo mejor que ha tenido el Congreso actual -del cual se salvan muy pocos-, ha demostrado probidad y posee solvencia académica suficiente como para pasar una prueba de conocimientos mínimos para gobernar el país.

Su participación en el Parlamento atajando proyectos populistas ha sido, inclusive, más efectiva que la de un MEF alicaído, sin bríos, ni capacidad de contención de los desmanes fiscales que el Legislativo ha perpetrado ni de exabruptos irracionales como los de Petroperú, que el titular del MEF ha pasado por alto como si con él no fuera la cosa.

Anderson ha tenido, además, la perspicacia política de colocarse en un lugar frontalmente opositor al actual gobierno, tema en el que coincide con otros precandidatos, como Rafael Belaunde o Jorge Nieto, y que le servirá de mucho como credencial a la hora de enfrentar a los partidos cómplices del régimen, como Fuerza Popular, Alianza para el Progreso o Podemos (partidos que merecen un castigo popular significativo en las urnas y ojalá, por lo menos algunos de ellos, ni siquiera pase la valla electoral).

El problema político que el tipo de candidatura que representa Anderson -de centroderecha- es que va a tener que lidiar no solo con los partidos del statu quo mediocre que nos gobierna, sino con los polarizantes disruptivos que por la izquierda (Antauro, Bellido, Torres) o por la derecha (López Aliaga, Butters, Álvarez) se encaramarán sobre la profunda ola de malestar ciudadano existente, y que sobrepasará las identidades ideológicas de los votantes.

Y es en ese talante que más inconvenientes va a encontrar la pléyade de candidatos centristas o moderados. No basta con ser radical opositor a Boluarte -condición necesaria, pero no suficiente-, se necesita de mensajes díscolos del establishment, capaces de recoger el sentimiento contestatario que la población alberga y que se expresará en las urnas en abril del 2026. Allí estriba, quizás, el mayor desafío de la centroderecha, ad portas del crucial proceso electoral venidero, que contiene el riesgo de lanzar al país al aventurerismo autoritario.

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Carlos Anderson

En la última encuesta de Datum, el 95% desaprueba la gestión de Dina Boluarte. Eso ya no es novedad. Todas las encuestadoras coinciden con porcentajes similares de rechazo al gobierno.

Lo interesante de la encuesta referida es que pregunta a ese 95% las razones por las cuales desaprueba la gestión y las respuestas son reveladoras del estado de ánimo de la población. Son todas respuestas emotivas.

Un 33% señala que la decepciona cómo está manejando el país; a un 20% le enfurece su indiferencia hacia los problemas reales de la gente; 18% siente que su presencia es una burla para el país; 17% considera que cada decisión suya empeora la situación; y 9% siente una rabia profunda cada vez que la ve o escucha.

No aparecen discrepancias ideológicas, razones programáticas, divergencia del modelo que aplica, no, es un sentimiento general que aflora de diversos ángulos respecto de una gobernante absolutamente impopular.

Por eso es que se equivocan profundamente los candidatos de centroderecha cuando se amparan en las encuestas que señalan que la mayoría de la población se autodefine ideológicamente como de centro o de derecha, siendo la gente de izquierda minoritaria.

La ciudadanía no va a acudir a votar en abril del 2026 apertrechada de su andamiaje de ideas y a votar por aquel candidato que más se acerque a su propio perfil ideológico. No, la gente va a ir a las urnas de muy mal humor, irritada, con furia, inclusive.

No solo buscarán a alguien que se distinga del gobierno vigente sino de quien represente mejor que otro un voto antiestablishment. Claramente las encuestas así lo revelan. Ese factor va a primar por encima de las identidades ideológicas o políticas de los votantes. Recordemos que ya el 2021, más del 20% de los votantes de López Aliaga en la primera vuelta votó por Pedro Castillo en la segunda. Esta vez, ese fenómeno se va a apreciar desde la primera vuelta, a la que la gente va a acudir con ánimo tumultuoso.

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Datum, Encuesta

Resulta encomiable la labor que viene realizando el PPC de cara a las elecciones del 2026. No solo ha logrado un tándem de precandidatos de lujo (Carlos Neuhaus, Fernando Cillóniz, Javier Gonzáles Olaechea y Óscar Valdéz) sino que, además, ha formado un comando técnico de primer orden.

Se han conformado comisiones especializadas por temas de gobierno que visitan regularmente provincias y se reúnen con los actores regionales para registrar la problemática local y poder armar así un plan de gobierno detallado y aplicado a la realidad.

Están haciendo la tarea que corresponde a un partido político. Tienen, además, un membrete partidario conocido, no achicharrado como el de Acción Popular o puesto en salmuera como el APRA, los otros dos partidos “tradicionales”.

El PPC siempre ha sido un partido que ha merecido mejor suerte. Adelantado a su tiempo con la prédica promercado, no cosechó electoralmente lo que correspondía (otro hubiera sido el Perú si en 1980 ganaba Bedoya y no Belaunde las elecciones), pero hoy hay mayor receptividad a ese tipo de mensaje.

No se cierra a alianzas, pero -hay que decirlo con pena- nadie en la centroderecha está dispuesto a sumar esfuerzos y malcreen que ir por separado será mejor para todos (cuando haya dos candidatos de izquierda disputando la segunda vuelta o uno de ellos contra Keiko Fujimori, allí los quiero ver).

Si la labor que vienen desplegando el PPC da frutos, hasta les convendría ir solos. Han empezado con antelación, como corresponde, y la campaña electoral lo agarrará preparados y no improvisados, como otros partidos. Ya con que tengan un plan de gobierno detallado y sustentado ya es bastante en un país donde nadie prepara nada para llegar a gobernar desde el primer día y no esperar a ver qué pasa el 28 de julio cuando tienen que asumir las riendas del poder.

El PPC merece que la suerte le sonría. Un trabajo serio merece cosechar buenos resultados. Ojalá el tiempo político le sea favorable, si no para ganar las elecciones por lo menos para colocar una potente bancada congresal, que sea un pivote de buen gobierno para quien salga electo.

Al ausentarse vergonzosamente de la votación para impedir que sentenciados por crímenes graves puedan postular, Fuerza Popular ha mostrado claramente cuál es su carta jugadora para el 2026: una segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Antauro Humala.

La apuesta del fujimorismo es que en ese escenario sí le sería posible a Keiko Fujimori ganar las elecciones dado que el antifujimorismo sería menor que el terror que despierta en gruesos sectores de la población el líder etnocacerista.

Es de una supina irresponsabilidad el juego de Keiko. Primero, porque nadie asegura ese triunfo. Si a Castillo, acusado por sus vinculaciones con el Movadef, no le pudo ganar, mucho menos lo podrá hacer con alguien infinitamente más articulado como Antauro Humala. Segundo, porque al dejar libres las fuerzas radicales de izquierda, hace que Antauro arrastre consigo a otros de su perfil, y dado el profundo malestar antiestablishment que existe, probablemente pasen a la segunda vuelta dos radicales y no solo Antauro. Tercero, si la gente busca a alguien que salve al Perú de estos radicales, es más probable que piense en un López Aliaga o en un Butters que en una perdedora como Keiko Fujimori.

Keiko Fujimori confía en el 10% que más o menos le dan todas las encuestas como intención de voto. Lo que no estima es que ese también es su techo, Su complicidad abierta con el desprestigiado gobierno de Dina Boluarte le va pasar factura sí o sí en las elecciones del 2026. Cualquiera que sea socio del régimen va a sufrir las consecuencias electorales ineludiblemente.

Keiko Fujimori y sus asesores demuestran una vez más su profunda desconexión del Perú político, que ya la llevaron a tres derrotas electorales que debió haber ganado (quizás con la de Ollanta Humala sí tenía menos posibilidades, pero con PPK y Castillo perdió por su propia culpa estratégica). Si logra pasar a la segunda vuelta -cosa que se hace dudosa- lo más probable es que también vuelva a perder.

-La del estribo: muy recomendable la película María Callas, con la que quizás sea la mejor actuación de Angelina Jolie. Dirigida por Pablo Larraín. Cónclave, dirigida por Edward Berger con Ralph Fiennes. Firebrand, la última reina, dirigida por Karim Ainouz, sobre la vida de Catalina Parr, la sexta y última esposa de Enrique VIII. Todas con su proveedor favorito.

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2da. vuelta 2026
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