El Perú es ese país donde los bribones más hábiles, los actores de la impostura, terminan cosechando impunidad mientras otros, menos hábiles o con peor suerte, pagan las consecuencias con su pellejo o su vida.
Martín Vizcarra, aquel presidente que se encaramó en el poder disfrazado de moralista y adalid anticorrupción, ha vuelto a salir bien librado de un pedido de prisión preventiva. Una vez más, la justicia, esa señora bizca, lo ha dejado pasar sin más que una palmada y una advertencia tibia.
No se trata aquí de venganza ni de linchamiento mediático, sino de simple coherencia. En general, somos enemigos de las prisiones preventivas, pero no deja de llamar la atención la celeridad con que a algunos se les aplica y su inviabilidad cuando de alguien ideológicamente afín a la mayoría que controla el Ministerio Público y el Poder Judicial, se trata.
¿Cómo es que a Alan García, con acusaciones mucho menos documentadas que las que pesan sobre Vizcarra, se le persiguió con tal saña que acabó en tragedia? ¿Por qué razón otros exfuncionarios, ministros, empresarios y alcaldes están tras las rejas mientras Vizcarra desfila por los canales de televisión como si fuera un perseguido político y no el responsable directo de actos de corrupción probados?
Durante su presidencia, Vizcarra no solo manipuló el aparato judicial y el Congreso con astucia maquiavélica, sino que se sirvió del drama de la pandemia para consolidar su imagen de salvador. Pero los hospitales colapsados, los cadáveres en las calles, la falta de oxígeno y los contratos turbios hablan más claro que cualquier discurso. Hoy, con serios indicios de corrupción en su contra —vacunagate incluido—, continúa libre, como si nada hubiera pasado.
¿Es Vizcarra más hábil que los demás, o simplemente ha tenido la suerte de una justicia controlada, asustada o simplemente cómplice? El caso es una muestra más del doble rasero nacional, de ese país en el que la ley se aplica no al que delinque, sino al que pierde poder.
Vizcarra podrá caminar libre, pero políticamente, si el país tuviera memoria digna, estaría muerto. La historia lo recordará no como un redentor, sino como un taimado que burló al país mientras este lloraba a sus muertos.