El resultado de esta absurda refriega es un espectáculo lamentable: un archipiélago de egos heridos, ambiciones personales y resentimientos acumulados. En vez de presentar un programa que hable de crecimiento con justicia, de Estado eficiente y transparente, de educación pública de calidad o de una política social que emancipe al pobre en lugar de condenarlo a la limosna, la derecha ultra se ha convertido en una suma de caudillismos sin ideas. No hay visión de país, sino cálculo electoral; no hay convicción, sino táctica; no hay grandeza, sino pequeñez.
Mientras tanto, la izquierda —desorganizada, anticuada y moralmente fatigada— contempla la escena con deleite. No necesita hacer mucho: le basta esperar a que la derecha extrema siga cavando su tumba, más aún si se tiene en cuenta el pasmo del centro. Y el voto antisistema, que podría canalizarse hacia una opción reformista y racional, terminará otra vez en manos del populismo autoritario o del radicalismo que promete destruirlo todo para empezar desde cero.
El Perú, huérfano de liderazgo y de ideas, asiste impotente a este duelo fratricida. Pero no hay que equivocarse: no es el país el que está condenado, sino sus elites políticas. Si la derecha conservadora, mercantilista y autoritaria no abandona la mezquindad y el sectarismo, si no es capaz de elevar su mirada por encima de sus odios, entonces no merecerá gobernar. Porque una derecha sin visión ni generosidad es tan destructiva como la peor de las izquierdas.
–La del estribo: notable el cuento Duelo de caballeros, del gran Ciro Alegría. Contado en base a un testimonio de primera mano de cuando estuvo purgando prisión por haber participado de la revolución de Trujillo -fue aprista militante-, Alegría nos trae un cuento épico de proporciones. Otra cortesía del gran Club del Libro de Alonso Cueto.
