El Congreso se alista para dar un zarpazo institucional contra la Junta Nacional de Justicia, sin que haya razones valederas para sancionar o destituir a uno o más miembros de dicho organismo.

Con un cambio imprevisto (inicialmente la Comisión de Justicia había desestimado la solicitud de la congresista Patricia Chirinos), finalmente la alianza fujicerronista logró imponerse y aprobar que la denuncia siga su curso en contra de los integrantes de la JNJ.

No nos conmueve especialmente la investidura de los miembros de la Junta. No ha mejorado un ápice la justicia desde su nombramiento en reemplazo del defenestrado Consejo Nacional de la Magistratura (pero no es éste un test de eficiencia), han cometido impropiedades varias (aprobar la designación de Zoraida Ávalos, con papeles truchos, por ejemplo), pero, sin embargo de ello, no han cometido las faltas graves que se requieren para justificar que el Legislativo los expulse de sus cargos.

Se está forzando una situación jurídica bajo una interpretación caprichosa y abusiva de la norma, porque emitir un pronunciamiento solidario a favor de la fiscal Ávalos puede ser impertinente, pero de allí no pasa, el tema de la edad de la juez Inés Tello fue avalado en la entrevista para su designación por el propio presidente del Tribunal Constitucional de entonces, Ernesto Blume, y que se hayan remitido tardíamente informes anuales al Congreso, es, pues, un descuido amonestable, pero subsanado y bajo ningún criterio una causa que revista mayor gravedad.

Es una mezcla de intento de controlar organismos electorales (ONPE y Reniec), venganza de los “hermanitos”, razzia caviar (a la que se suma, feliz, la izquierda perulibrista), la que explica este descomunal error político y jurídico, que va a dañar aún más la ya alicaída imagen de la democracia peruana.

Pero, como dice el dicho, no hay peor sordo que el que no quiere oír. La mayoría congresal no va a entrar en razones y más temprano que tarde cometerá el legicidio sin importarle las consecuencias y la apertura de una puerta más a la incertidumbre que ya vive el país y que genera tanto impacto en la economía, en la institucionalidad política y en la tranquilidad social.

 

 

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Congreso, Estabilidad Institucional, Junta Nacional de Justicia

Se trata de un sistema lento y burocrático, que en lugar de viabilizar los proyectos, los termina retrasando en una maraña de complicaciones que vamos a presentar en esta nueva edición de REPORTAFUR.

Con ejemplos muy concretos veremos como los plazos y los montos de las obras varían de una manera descontrolada generando el retraso y la frustración de obras muy importantes para la población.

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fenómeno del niño, Reconstrucción con Cambios, REPORTAFUR

Un fenómeno digno de análisis sociológico y psicológico se requiere para poder apreciar lo que pasó hace unos días con ocasión del partido que el Perú jugó contra la selección argentina en el Estadio Nacional, es decir de locales.

La noche anterior se produjo un banderazo de apoyo a la selección gaucha en las afueras de su hotel y el 80% de los asistentes eran peruanos, padres de familia contrataron alojamiento en el lugar donde se hospedó la selección albiceleste solo para que sus hijos puedan ver a Messi o al Dibu, en pleno partido se pudo ver a peruanos vistiendo la camiseta argentina o la camiseta peruana con el nombre grabado de Messi, y, como cereza en el postre, asistimos al triste espectáculo de ver a una decena de jóvenes ingresando a la cancha a tratar de tomarse una foto con el rival, con el capitán argentino, su ídolo por encima de los colores blanquirrojos que estaban siendo derrotados en su propia casa.

¿Se trata solo de la llamada “generación de cristal”, que ha perdido los valores nacionalistas por completo, a la que no le importa nada sino solo su pasajera satisfacción? No es solo eso. Estamos ante un problema mayor y que cruza transversalmente todo el país.

Lo que causa desvelo es ver el rápido proceso de descomposición ocurrido entre lo de hace dos noches y lo que ocurrió el 2018, cuando decenas de miles de peruanos gastaron lo que no tenían para acudir a Rusia a alentar a la selección peruana y llenar los estadios entonando con entusiasmo fervoroso el himno nacional y la canción Contigo Perú. ¿Qué pasó en esos cinco años que median entre un hecho y otro, para que ahora, el fervor se haya convertido en enajenación de los sentimientos patrios?

Poco se ha ponderado el inmenso impacto social que ocasionó la pandemia, no tanto por el encierro (que ya de por sí fue un hecho radical que ha marcado a generaciones enteras de niños y adolescentes), sino por la constatación de que el Estado no existía, que la gente se moría por falta de camas, unidades de cuidado intensivo o, simplemente, oxígeno. El terrible drama familiar de los deudos de 300 mil muertos -que deben superar los dos millones de ciudadanos- no ha ocurrido sin dejar una huella honda en el espíritu nacional.

¿Cómo se va a sentir uno orgullosamente peruano si cuando lo necesito a mi país, me abandona y se muestra indolente frente a mi sufrimiento? ¿Cómo se sienten ahora millones de peruanos asaltados todos los días sin que la policía corrupta haga algo? ¿Qué ánimo patriótico pueden tener los asegurados de EsSalud cuando no tienen citas ni medicamentos? ¿O los que protestaron en diciembre y enero últimos y a cambio de ello recibieron del Estado muerte e impunidad? ¿Cómo exigirles patriotismo y sentido de nación a estos peruanos? Esta realidad ya ha explotado. Lo hizo electoralmente el 2021, se ha manifestado también la fatídica noche del martes en nuestro Estadio Nacional.

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Gran responsabilidad en el estado de parálisis social y política en el que se halla el país, la tiene la oposición y no solo un Ejecutivo mediocre y pusilánime.

Ya sabemos de las enormes carencias del régimen y no se le puede pedir peras al olmo, eso no va a cambiar, la presidenta Boluarte o el premier Otárola no van a ser iluminados y hacer un upgrade político de un día para otro. Son lo que son y así van a transitar los años que les restan de mandato.

Pero bajo tales circunstancias, lo que cabría esperar es que si en el Congreso se ha conformado, mal que bien, una coalición mayoritaria, ésta, lejos de fungir de comparsa silente del gobierno, lo ajuste y le marque la agenda.

No se libra la oposición fuera del Congreso también de su cuota de responsabilidad en ello. No se les escucha un planteamiento integral y contundente a los líderes de las nuevas agrupaciones respecto de los temas que más preocupan a los ciudadanos: la inseguridad, la corrupción y la crisis económica.

En términos normales, la decepción que un gobierno produce se palía, en los márgenes políticos democráticos, cuando la oposición ofrece alternativas que hagan saber a los ciudadanos que sufren los problemas mencionados, que hay luz al final del túnel y que pronto ello empezará a mejorar.

Pero si la oposición actual -congresal o extraparlamentaria- guarda silencio, estamos fritos. Bajo la presunción errada de que hay que guardar perfil bajo hasta pocos meses antes de la elección del 2026, la oposición le hace el juego a este gobierno mediocre e indolente que nos asola.

Una oposición que se respete ya no solo marcaría la cancha sino que conformaría gabinetes en la sombra, con equipos técnicos que vayan demostrando diariamente los errores de un gobierno que parece no tener la más remota idea de cómo afrontar los problemas que le corresponde resolver.

Hoy la oposición se reduce a la izquierda venal que apapachó a Pedro Castillo y que solo sabe producir eslóganes efectistas, pero inconducentes, como plantear la renuncia de Boluarte y el cierre del Congreso, la convocatoria a una Constituyente y hasta la tozuda solicitud de que liberen al expresidente chotano, y tramita sus anhelos con iniciativas fallidas en el Congreso o con inocuas “tomas de Lima”.

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El triunfo, hace dos días, de Daniel Noboa en Ecuador es, junto con la derrota del proyecto de cambio constitucional en Chile y el triunfo de Santiago Peña en Paraguay en abril de este año, una gran derrota para la izquierda continental y ojalá el signo de un cambio de giro de la región hacia posiciones más centradas o derechistas que le aseguren un mejor porvenir.

Y si le sumamos el muy probable triunfo de la derecha en Argentina, sea con Milei o con Bullrich (no parece probable un volteretazo de Massa, el candidato peronista, para la jornada de este domingo), podríamos ya hablar de un golpe de mano abiertamente divergente de la línea que predomina en México, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Brasil y Chile y que parecía una ola incontenible izquierdista en Latinoamérica.

Es preciso que en el Perú, en el próximo proceso electoral, triunfe una opción proinversión privada, promercado, idealmente liberal, que nos haga volver por la senda del crecimiento que se perdió desde el gobierno de Humala, y que ni éste ni Kuczynski, ni Vizcarra, Merino, Sagasti, Castillo o Boluarte han sabido detonar.

Y lo que ocurra en el vecindario regional sin duda influye. No tanto como uno quisiera, pero influye. Si fuera determinante, bastaría tener un millón y medio de venezolanos en nuestro país huyendo de la miseria de un modelo estatista y populista, para que en el Perú nadie, en su sano juicio, se incline por una opción semejante. Pero ya vimos que en el 2021, el ánimo colérico antiestablishment primó sobre cualquier consideración racional y la mayoría terminó votando por el candidato que aseguraba más pobreza invocando un modelo económico estatista y antiempresarial.

Si a Ecuador le va bien en los dos años de mandato que Noboa tiene por delante (con posibilidad de reelegirse), si Milei o Bullrich sacan a Argentina de la crisis, si Paraguay empieza a mostrar índices de mejoría, los peruanos más humildes, globalmente conectados, sabrán ponderar mejor que aquello que se les promete desde esa orilla no es mentira ni demagogia, sino una promesa realizable.

La derecha puede recuperar horizontes si los países que optan por ese modelo muestran éxitos rotundos, como en su momento fue Chile, que funcionó como faro ideológico de otros países. Por eso, es necesario ponderar positivamente que Latinoamérica se aleje de modelos probadamente fracasados, retardatarios y causantes de las mayores crisis conocidas en la región.

 

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A propósito de la discusión sobre la ley del cine, a raíz de un proyecto presentado por los congresistas Adriana Tudela y Alejandro Cavero, manifiesto mi total discrepancia con las posturas libertarias que señalan que en este asunto, el Estado no debe tener injerencia y que los cineastas o las productoras de cine deben vérselas como puedan con el mercado.

Es más, sostengo que el apoyo estatal a la cultura no debe centrarse solo en el cine, debe extenderse al teatro, a la literatura, la danza moderna y clásica, las artes plásticas, la actividad museística, etc.

En un país tan desintegrado como el Perú -como bien ha recordado Gonzalo Banda, en su última columna, citando a Hugo Neira-, es menester crear espacios públicos ecualizadores e integradores. Y la cultura, como la salud y la educación públicas, el deporte, los espacios urbanos comunes o el sistema de justicia, son esos pocos ámbitos en los que los peruanos deberíamos sentirnos ciudadanos de una misma nación.

No solo debe haber financiamiento al cine. Debe ser mayor. Y extenderse a los otros terrenos mencionados. Como en todo, claro está, se trata de disponer correctamente de los dineros públicos, que son de todos los peruanos, y desterrar el sesgo ideológico que lamentablemente ha contaminado la provisión de financiamiento en los últimos años. Eso debe corregirse de inmediato y el Ministerio de Cultura conformar, mediante concurso público, un jurado técnico y neutral.

Pero un Estado liberal auténtico no puede desentenderse del apoyo a la cultura y a su promoción. Es propio de fanáticos libertarios, infantiles y dogmáticos, proponer que la cultura se rija por criterios de mercado, lo que supondría que vaya a la deriva, empobreciéndose cada vez más y privando a los ciudadanos de una atmósfera integradora y enriquecedora en términos de civilización y ciudadanía.

No solo eso. Debe diseñarse un esquema más estimulante para que la empresa privada apoye la cultura, en medio de un escenario como el presente en el cual dicho apoyo se reduce a actos muy aislados y encomiables de algunas empresas privadas conscientes de su responsabilidad social.

La cultura es vida, es alegría, es entretenimiento, es espacio público, es aprendizaje, es integración cívica. Creo en un Estado reducido que se meta lo menos posible en la economía, pero la vida cultural es un bien que escapa a los análisis costo-beneficio concomitantes y debe merecer por ello un sitial especial dentro de las responsabilidades gubernativas.

 

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Apoyo estatal a la cultura, Cultura y ciudadanía, Diversidad cultural, Integración ciudadana

La reciente gira presidencial es el mejor símbolo del gobierno: inútil e intrascendente. No se entiende sinceramente, dicho sea de paso, la pusilanimidad de la coalición derechista que gobierna el Congreso con un Ejecutivo tan mediocre y dañino para el país. Es suicida. La derecha parlamentaria está cavando su tumba electoral.

Porque el régimen no tiene excusa. Uno puede aceptar que no tenga capital político para emprender grandes reformas, aunque si tuviera las agallas y el empaque necesarios podría desplegar un par de ellas. Pero respecto de quehaceres de corto plazo, que son su obligación atender, también vemos absoluta inacción e indolencia.

Tres hechos coyunturales donde se aprecia la medianía de un régimen que no debería durar hasta el 2026 por el daño inmenso que le está produciendo al Perú, casi a la par que el que le ocasionó el nefasto régimen antecesor de Pedro Castillo: la crisis económica, la inseguridad ciudadana y la prevención del fenómeno del Niño.

Vamos a decrecer este año, según la última actualización del Instituto Peruano de Economía. Ya no hay conflictos sociales mayores, las condiciones globales se prestan para ser aprovechadas, hay estabilidad fiscal y monetaria, lo que no hay es confianza empresarial para invertir (viene en caída libre) y eso se logra con acciones políticas que otorguen la tranquilidad suficiente para que los capitales salgan a flote y entren al mercado, produciendo su inmenso efecto social de generación de empleo, reducción de la pobreza y de las desigualdades. Pero tenemos un MEF inoperante y una gobernante a la que el tema le interesa menos que buscar, ansiosa, una gira por el exterior que la legitime.

La inseguridad ya es un problema de urgencia nacional. Ha tomado las calles de todo el país y ya se acerca a penetrar los núcleos urbanos modernos, y cuando lo haga seguramente recién causará pánico reactivo. Pero el régimen no tiene ni la más remota idea de qué hacer para aliviar este problema y recurre a estériles estados de emergencia que no resuelven nada. Pide facultades legislativas para actuar y uno se imagina que tiene un plan estratégico que se activará gracias a la merced del Congreso, pero pronto apreciamos que solo hay improvisación.

Y sobre las labores de prevención del fenómeno del Niño, basta darse una vuelta por las regiones que serán afectadas y se apreciará que no hay ni un tractor moviendo tierras. Los niveles de ejecución de gasto son mínimos y la desgracia nos caerá encima sin excusas ni atenuantes. Y frente a ello, el gobierno central mira de soslayo, solo le interesa contentar a los gobiernos locales soltándoles chorros de dinero sin control ni supervisión.

La del estribo: tarde he descubierto la obra de Stefan Zweig, escritor y ensayista austríaco de principios y mediados del siglo pasado, un personaje de leyenda, de prolífica obra. He empezado por leer Américo Vespucio, la historia de un error histórico, Viajes y Momentos estelares de la humanidad. Pronto acometeré Fouché, el genio tenebroso, y María Estuardo, las que son consideradas sus obras cumbre.

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Crisis económica, Inacción, inseguridad ciudadana, Prevención del fenómeno del Niño

Todos los proyectos de reforma del sistema de pensiones que se vienen discutiendo -los del Ejecutivo y los de la Asociación de AFPs- son fallidos y a pesar de incluir algunos conceptos interesantes (como obtener la renta futura de los pagos de IGV), olvidan lo esencial: la inmensa inmoralidad que supone obligar a la gente a aportar, con un porcentaje de su sueldo, a un sistema pensionario.

En la práctica, como ya hemos sostenido infinidad de veces, lo que hace el sistema es trasladar recursos de las clases medias a favor de grandes grupos de poder que rentabilizan para sí el inmenso volumen de capital amasado (las AFP siguen arrojando enormes utilidades a pesar de la caída de rentabilidad de los fondos individuales o de las sangrías sufridas por la liberación de los retiros).

La ecuación es sencilla: si bien las AFP aseguran una buena rentabilidad a los aportes, los mismos generarían una muy superior rentabilidad social a los afiliados si éstos pudieran utilizar ese dinero que se les retiene en contratar un seguro médico particular, inscribir en un colegio privado a sus hijos o en pagar una cuota de un crédito Mivivienda, por ejemplo.

Está probado que la inversión en capital humano durante la niñez y adolescencia genera ingresos futuros muy superiores respecto de quienes no tienen esa posibilidad. Pues bien, ese horizonte les es arrebatado a las familias de clase media formal en el Perú para canjeárselo por una pensión de jubilación para los padres -o solo uno de ellos- al cabo de cuarenta o más años.

La gran reforma del sistema de pensiones pasa por eliminar simplemente la obligatoriedad de los aportes tanto al sistema privado como al sistema público, y que ese dinero, que las empresas trasladan a las AFP o a la ONP, vaya directo como aumento de sueldo de los trabajadores para que lo destinen a lo que mejor crean conveniente.

No se trata tan solo de un tema de libertades individuales -que de por sí ya sería suficiente argumento para justificar la propuesta- sino de comparación de rentabilidades. El “capital familiar” crecerá mucho más si una familia decide invertir en salud y educación de sus miembros, o en vivienda, que en un sistema de acumulación financiera para asegurarse una pensión de jubilación. Como está diseñado, el sistema es un sifón que quita capital a la clase media para regalársela a los tres o cuatro grupos financieros que son los dueños de las AFP o, lo que es peor, al Estado, vía la ONP.

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AFPs, Aportes obligatorios, Libertades individuales, ONP, sistema de pensiones

En términos comparativos, América Latina es una región en la que casi no ha habido conflictos militares. Hoy mismo no hay ninguno vigente. Eso podría cambiar, sin embargo, radicalmente si el mundo sigue girando hacia la multipolaridad, con los Estados Unidos perdiendo el dominio geopolítico del planeta y, ya desde hace años, de la región sudamericana.

La creciente y expansiva influencia china en Latinoamérica, la estampida de los capitales norteamericanos, la pérdida de influencia del Brasil, y la aparición de populismos extremistas en varios países de la región, podrían generar, a futuro, condiciones predisponentes para que algo que hoy solo generaría un par de comunicados diplomáticos, pueda escalar impensadamente, contra todo lo previsto.

Solo imaginémonos que gane Antauro Humala las elecciones del 2026 e insista con su mirada de reconquista de los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico. O pensemos que pueda ganar Evo Morales en Bolivia y vaya más allá de lo admisible en su pretensión de crear una nación aymara que incluiría territorio puneño. O supongamos que la falta de ecuanimidad de los gobernantes venezolano y colombiano, vaya, por encima de las simparías ideológicas que puedan tener, hacia operaciones de recuperación de la popularidad perdida a través de conflictos bélicos internacionales. O imaginemos al descentrado Petro alentando la penetración colombiana en la zona del Putumayo, del Perú. En fin, hipótesis de conflicto hay decenas.

Y todo ello, en medio de un escenario de disputa internacional entre megapotencias, como ya se ve en Ucrania, en Medio Oriente y, no nos sorprendamos, pronto en otras latitudes. Latinoamérica es una región rica, empobrecida por su pésima clase política y por haber seguido un rumbo económico fallido, pero con recursos naturales que la hacen apetecible para los intereses geopolíticos de las potencias mundiales.

Puede sonar a una perspectiva distópica pensar en una guerra en el continente, pero las dinámicas globales apuntan a hacer ello factible y la pregunta de rigor, que se cae de madura, es si el Perú está preparado para ello, no solo en términos de equipamiento militar sino de tejido de alianzas estratégicas mundiales. Por lo pronto, no nos cabe duda alguna que el gobierno mediocre y miope de Dina Boluarte no debe entender ni de qué se trata, pero las élites castrenses y diplomáticas ojalá ya estén pensando en qué hacer ante escenarios probables como los referidos.

 

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Alianzas estratégicas, América Latina, Influencia China, Retiro de capitales
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