[MIGRANTE AL PASO] Salí tranquilo hace un par de días. Iba camino al gimnasio, motivado por generar un cambio en mi propio estilo de vida. He comenzado hace poco. No pasaron más de cinco minutos hasta encontrarme con un caos estresante. Me topé con una pared de carros que no avanzaban. Podía escuchar a la gente renegando y peleándose entre ellos. Probablemente, hace un par de años hubiera dejado que me arruinara el día, pero esta vez pude más. Es cierto que estaba de mal humor, pero no me peleé con nadie, solo me limité a poner música y avanzar. Me sentí frustrado cuando me di cuenta de que no podría seguir con mi nueva rutina ese día. Me demoré un poco más de una hora en ir y regresar unas cuantas cuadras, ida y vuelta. Me puse a pensar en cómo este alboroto se sale de nuestras manos como ciudadanos y solo podemos aceptarlo a regañadientes y retroceder.
Mi caso es una nimiedad al costado de lo que en realidad sucede. No fue más que una experiencia extremadamente reducida de lo que la mayoría de gente vive en el día a día. Aun así, sentía que mi esfuerzo de levantarme temprano para hacer algo que me ayuda a mejorar en todo sentido —no solo físico— había sido en vano. Sentado cómodamente, abrigado y con música, pensaba en lo que deben sentir las personas que todos los días tienen que hacer mucho más y, aun así, regresan a sus casas aplastados por una realidad que solo les da la espalda y, poco a poco, va destruyendo cualquier anhelo de cambio que tengan. Para mí sólo implicó no llegar a hacer ejercicio, pero para muchos que estaban atrapados en el mismo tráfico que yo, implicaba perder un día de trabajo, un día de comida o tal vez más. Eso pasa todos los días en todo el Perú, no solo en Lima.
Imagínense levantarse a las 4 de la madrugada para ir a trabajar, llegar a tu trabajo que se encuentra a horas de distancia solo para encontrar a un jefe que no le importa en lo más mínimo tu situación, que otras personas te miren hacia abajo mientras caminas, recibir mensajes de tu familia contándote cómo tuvieron que pagar con todos sus ahorros a una banda de delincuentes para que no destruyan su pequeño negocio. Que por tu cabeza pasen recuerdos de niñas y niños que veías crecer y desaparecieron de un momento a otro porque los secuestraron. Debe ser insoportable, algo que a cualquiera lo tumbaría por días y lo sumergiría en la resignación total. Sin embargo, las personas siguen trabajando y luchando. Es admirable y, también, muy triste. La gran mayoría de nuestra población vive en esas condiciones.
El otro día se me fue el hambre mientras almorzaba al escuchar que este año han desaparecido aproximadamente 20 niñas por día debido a secuestros, en su mayoría por bandas de trata de personas y de explotación sexual. En simultáneo, me llegaba la noticia de que la presidenta se había subido el sueldo. Parece una broma de mal gusto, pero es la verdad que nos rodea. Si a mí me fastidió y sentí impotencia, imagínense lo que sienten las víctimas directas de estas tragedias. A pesar de todas estas cosas, sigue existiendo gente que no tiene la capacidad de ponerse en los zapatos de otros y minimiza las adversidades que enfrentan las personas, diciendo, por ejemplo, que el problema se da debido a que las personas se quejan mucho por razones alimenticias. Francamente, vivimos en un país de locos, donde hablar antes de pensar es la regla. Donde no importa si tus palabras están insultando a toda una población con tal de cumplir con tu trabajo. Es nauseabundo.
Últimamente, mi algoritmo en redes sociales se vio infectado por videos de entrevistas a gente que cree que la matonería es la respuesta. Específicamente, me molestaron bastante fragmentos de entrevistas a Philip Butters, que parece tener complejo de Donald Trump: copiando su falta de control al hablar, levantando la voz, atropellando la opinión de los demás y otros excesos. Tuve que comenzar a ver reels de anime y de fútbol para que desaparecieran este tipo de videos. Hay gente que es mejor no escuchar. Para mí, esas opiniones, dignas de un bully escolar, no le hacen bien a nadie y solo te carcomen la inteligencia. Gente que confunde la fuerza con ser insensible y la violencia con justicia. En fin, tampoco vale la pena darle tantas vueltas a esos pensamientos. Todos parecen insistir en seguir generando diferencias políticas: “tú eres de izquierda, es un escándalo que pienses así” o “tú eres de derecha, qué escándalo”. Es como ver a unos niños peleándose. ¿Por qué no se dan cuenta de que hay problemáticas mucho más importantes que determinar si pensar de tal o tal manera es lo mejor? Está clarísimo cuáles son los factores que están convirtiendo a nuestro país en un lugar invivible. También, está clarísimo que estas peleas infantiles se ven ridículas en personas adultas. ¿Por qué ridículas? Porque solo vuelven más difícil enfrentar los problemas que he mencionado mientras escribía.