Billy Joel: El hombre del piano

“Prácticamente todos los temas que colocó en el Top 40 entre 1973 y 1993 -más de treinta- suenan todo el tiempo, conservando intacta su vigencia y capacidad de identificación como uno de los cuerpos de trabajo musical que generan más orgullo entre sus compatriotas. Eso, en estos tiempos en que Donald Trump está convirtiendo a los Estados Unidos en un hazmerreír mundial, es más valioso de lo que el mismo cantautor creyó posible…”

[MÚSICA MAESTRO] New York: Un estado de ánimo 

A pesar de que seguimos refiriéndonos a New York como «La Gran Manzana » -término creado en los años veinte del siglo pasado- o «la ciudad que nunca duerme» -frase de aquella canción escrita por John Kander y Fred Ebb que Frank Sinatra inmortalizó como emblema de la metrópolis y de sí mismo, grabada para su LP Trilogy: Past present future (1980)-, no existe ninguna otra melodía capaz de reflejar mejor la idiosincrasia neoyorquina que esa balada jazz, elegante y arrabalera a la vez, compuesta por Billy Joel en 1974, en un arranque de melancolía mientras regresaba a su ciudad natal después de tres años de vivir en la Costa Oeste, incluida en su cuarto álbum, Turnstiles (1976).

New York state of mind, con ese piano que parece tocado desde algún oscuro bar cargado de bohemia y humo de tabaco; y el impecable solo de saxo de Richie Cannata, es un sentimental homenaje a aquellos elementos únicamente reconocibles para el verdadero newyorker: la orilla del río Hudson, la ruta del Greyhound, leer el New York Times o el Daily News o dar la vuelta por Chinatown. Este tema, como las películas de Woody Allen, los relatos de J. D. Salinger o los artículos de Norman Mailer, es un estado de ánimo, como apropiadamente dice su nombre.

Billy Joel (76) ha vuelto a los titulares de las secciones culturales y de espectáculos globales en las últimas semanas, por dos razones. La primera, un preocupante diagnóstico neurológico que lo obligó a cancelar, en mayo de este año, todos sus conciertos programados. El nombre técnico es hidrocefalia normotensiva (NPH, por sus siglas en inglés) y es un trastorno cerebral que amenaza con disminuir sus capacidades visuales, auditivas y de equilibrio. Desde este rincón fanático, le deseamos pronta recuperación al pianista que comenzó su carrera haciendo psicodelia (The Hassles, 1964-1969) y hard-rock (Attila, 1969-1970) con influencias británicas para luego convertirse en uno de los personajes más identificados con la rica tradición de estilos estadounidenses, desde el soul hasta el rock.

La segunda, el estreno hace semana y media, en el prestigioso festival de cine de Tribeca, de la primera parte de And so it goes, documental de la HBO, el cual viene recibiendo unánimes elogios al tratarse del primer acercamiento detallado a su tumultuosa vida y exitosa trayectoria artística.

La vida en blancas y negras

El piano, asociado desde su invención a la música clásica e instrumental, siempre fue uno de los instrumentos fundamentales del jazz, el blues y, por supuesto, el rock and roll. La senda trazada por pioneros como Jerry Lee Lewis, Ray Charles y Little Richard fue seguida por personajes como Nicky Hopkins (el sexto Rolling Stone), Ian McLagan (Faces) o Dr. John, el esotérico rey del Mardi-Gras. En paralelo, músicos de jazz como Bill Evans, Oscar Peterson o Thelonious Monk hicieron volar las teclas de sus pianos clásicos con ideas innovadoras y, en casos como el de Sun Ra o Cecil Taylor, casi extraterrestres.

Sin embargo, con la llegada de la psicodelia y el rock progresivo, teclados y sintetizadores pusieron al piano en un segundo nivel de importancia, encargado de ciertos acentos rítmicos pero sin protagonismo real. En virtud de ello, pianistas de formación académica como Ray Manzarek (The Doors), Rick Wakeman (Yes), Keith Emerson (Emerson Lake & Palmer) o Jon Lord (Deep Purple) decidieron desprenderse del rol secundario y terrenal que había adquirido su instrumento para aplicar sus destrezas a la creación de mundos paralelos que combinaban lo acústico con lo electrónico.

Este fenómeno también alcanzó al funk y al jazz, con artistas virtuosos como George Duke, Bernie Worrell, Herbie Hancock o Chick Corea, quienes también se subieron a esa nave espacial futurista y ampliaron las posibilidades expresivas de los derivados tecnológicos del piano -Hammond B-3, Fender Rhoads, Wurlitzer, Moog, etcétera- mientras que músicos de salsa dura como Eddie Palmieri, Richie Ray, Larry Harlow, Rafael Ithier o Papo Lucca mantuvieron al tradicional piano de cola como su principal vehículo expresivo. En ese contexto, desde Londres y New York llegaron dos artistas que devolvieron los Yamaha y Steinway & Sons al pop-rock. Me refiero, por supuesto, a Elton John y Billy Joel.

Una discografía repleta de éxitos

A diferencia de lo que hacen con otros artistas, las emisoras locales dedicadas a propalar música del recuerdo en inglés mantienen en sus programaciones hasta cinco o seis canciones que Billy Joel impuso como éxitos radiales. You may be right y Uptown girl, de los álbumes Glass houses (1980) y An innocent man (1983) por ejemplo, son infaltables en cualquier recuento de rock ochentero, junto a Men At Work, Dire Straits o The Police. Y si se trata de baladas, Just the way you are (The stranger, 1977) y Honesty (52nd Street, 1978) acompañan a las de Air Supply o Chicago cuando se trata de representar la nostalgia romántica que tuvo su principal bastión en el soft-rock de setentas y ochentas.

Esto es mucho más de lo que consiguen otros grupos o solistas de esos años, pensando siempre en radios peruanas, que ven reducidos sus amplísimos repertorios a tres, dos o a veces hasta una sola canción. Y si prestamos atención a las radios norteamericanas -las de dial y las disponibles en aplicativos móviles- la cosa es aun más notoria. Prácticamente todos los temas que colocó en el Top 40 entre 1973 y 1993 -más de treinta- rotan permanentemente en sus programaciones, conservando intacta su vigencia como símbolo de identificación y orgullo entre sus compatriotas. Eso, en estos tiempos en que Donald Trump está convirtiendo a los Estados Unidos en un hazmerreír mundial, es más valioso de lo que el mismo cantautor creyó posible.

¿Por qué ocurre eso con su música?

La respuesta es multiforme, pues abarca aspectos que van desde la veneración y cultivo de aquellos géneros que definieron el alma musical de los Estados Unidos y que él consumió de forma compulsiva durante sus años formativos -jazz, doo-wop, soul, rock and roll- hasta su extremado virtuosismo como pianista, capaz de crear emociones profundas y musicalizar escenas a la manera de una banda sonora en espacios muy cortos, colocando sus solos para que dialoguen íntimamente con cada frase, cada historia y personaje salido de esa galería que entremezcla elementos biográficos y de ficción.

Pero, por sobre todas esas cosas, lo que destaca en este artista es su autenticidad, ese carisma que lo acerca a su público de una forma sincera y personal, tanto en sus temas más distendidos –My life (52nd Street, 1978), Allentown (The nylon curtain, 1982)- como en composiciones más descarnadas –I go to extremes (Storm front, 1989), Big shot (Glass houses, 1980)- en las que saca a relucir esa agresividad tanática que lo llevó, en varios pasajes de su vida, no solo a pelearse con sus amigos o despedir a sus colaboradores, sino que también a autodestruirse, con graves periodos de alcoholismo y actividades que ponían en riesgo su integridad, como cuando casi se mata por ir a toda velocidad en una motocicleta en una carretera en Long Island en 1982, durante uno de sus periodos de mayor éxito comercial.

Además de excelente instrumentista y compositor, Billy Joel es un gran escritor de letras, aspecto que puede quizás desapercibido en nuestro país, donde las canciones en inglés pegan más por sus ritmos y sonidos que por sus mensajes. De una manera diferente a la que desarrollaron otros icónicos letristas como Bob Dylan, Tom Waits o su paisano Lou Reed, Joel ofrece una poesía urbana equilibrada, sin proponer discursos proselitistas ni escarbar en las miserias del comportamiento humano. En cambio, usa un lenguaje claro y sencillo para tocar temas profundos -política, problemas sociales, dramas personales- pero acercándolos a ciudadanos comunes y corrientes que trabajan, que piensan, que sobreviven entre la ilusión y el desencanto cotidiano.

Desde el romanticismo de She’s always a woman (52nd Street, 1978) hasta el sarcasmo frente a la historia mundial y sus vaivenes en We didn’t start the fire (Storm front, 1989), cada letra de Billy Joel revela una forma de pensar abierta, inteligente y libre de prejuicios, desde dardos hacia la mojigatería judía de Only the good die young (The stranger, 1977) hasta crónicas personales como la hiper conocida Piano man (Piano man, 1973), sobre uno de sus primeros trabajos tocando en un bar de mala muerte de Los Angeles, para públicos indiferentes que solo reclamaban una música de fondo para seguir ahogando sus penas en alcohol.

Las otras canciones de Billy Joel

En 1986, ya convertido en una superestrella, Billy Joel publicó The bridge, considerado por él mismo como el más débil de su catálogo. En esta décima producción en estudio aparecen, sin embargo, dos hermosas canciones que han recibido poca o nula atención entre nosotros. Una es Baby Grand, que canta y toca a dúo con uno de sus ídolos, Ray Charles, un homenaje al piano, nada menos. Y la otra es una balada inspiradora titulada This is the time que alguna rotación tuvo en su momento pero hoy es ignorada por todas las radios que se reclaman a sí mismas portadoras de “la voz de los ochenta”.

Del mismo disco, los programas televisivos nos dieron a conocer un guitarrero tema de pop-rock, A matter of trust, con un simpático videoclip en que Billy y su banda recrean un ruidoso un ensayo al interior de un condominio, ante la protesta de algunos vecinos mientras que otros disfrutan del improvisado concierto gratuito. Previamente, Gerardo Manuel difundió ampliamente los videos de canciones hoy olvidadas como Sometimes a fantasy (Glass houses, 1980); The longest time (An innocent man, 1983), su definitivo tributo al doo-wop vocal, cuyo video evoca a las viejas amistades de la infancia; She’s right on time y Pressure (The nylon curtain, 1982).

Si vamos más atrás, encontraremos sorpresas como el vertiginoso instrumental Root beer rag (Streetlife serenade, 1974); la tierna balada She’s got a way (Cold spring harbor, 1971, su álbum debut); Miami 2017 (Seen the lights go out on Broadway), otro homenaje a New York (1976); las confesionales Summer, Highland falls (Turnstiles, 1976) o Streetlife serenader, tema-título de su cuarto LP (1974), inspiradas en su propia carrera. Y no podemos dejar de mencionar las personalísimas Lullabye (Goodnight my angel), dedicada a su primera hija, Alexa (River of dreams, 1993) o Leningrad (Storm front, 1989), sobre una anécdota vivida durante su gira pionera a la Unión Soviética.

All for Leyna (Glass houses, 1980) es otro ejemplo de esas canciones que, a pesar de haber sonado en su tiempo, hoy están desaparecidas de las radios. Y es una de las pocas en que, además del piano, Joel da protagonismo a los teclados. En este caso, es un sintetizador Oberheim OB-X, muy común en las canciones ochenteras de Styx, Madonna o Eurythmics. También pasa eso en Just the way you are (The stranger, 1977), en que la línea melódica principal es tocada desde un Fender Rhoads, muy popular entre los músicos jazz y soft-rock, así como estrellas del R&B como Billy Preston y Stevie Wonder.

Scenes from an Italian restaurant (The stranger, 1977), nunca se lanzó como single. Sin embargo, es una de las favoritas de su público, sobre todo en conciertos, donde es infaltable. La historia de Brenda y Eddie, su ascenso como «los reyes de la promoción» y su declive en la vida adulta, inicia y termina como una de sus clásicas baladas, pero en medio pasa del jazz al rock en siete minutos de cinemática pura, una historia de ideales juveniles y duras realidades personales que transcurren con New York como escenario.

Entre las composiciones no muy difundidas de Billy Joel figura Goodnight Saigon (The nylon curtain, 1982), en que el artista recuerda a los soldados en Vietnam, usando testimonios de amigos suyos caídos en combate. En el 2013, cuando el músico recibió el premio Kennedy Center Honors por sus contribuciones a la cultura pop estadounidense, rompió en llanto cuando el emotivo coro fue interpretado por un grupo de veteranos de guerra. Y, en el 2001, estrenó algunas de sus composiciones en clave clásica, en el disco Fantasies & delusions, tocadas por el pianista coreano-británico Richard Hyung-ki Joo, mostrando una faceta diferente de su inspiración musical.

Un artista para ver en vivo

Desde que lanzó Songs in the attic (1981), su primer álbum en concierto, quedó claro que Billy Joel no solo era un sofisticado instrumentista dentro de los estudios de grabación sino también un electrizante acto en directo, capaz de contagiar a sus audiencias con el poder de sus interpretaciones y acompañado por una banda estable que trabajaba con él en ambos campos.

Dos años antes, en 1979, estuvo en el histórico festival Havana Jam -un intento de Fidel Castro y Jimmy Carter de poner paños fríos a la tensa relación entre sus países-, compartiendo cartel con Weather Report, Kris Kristofferson, Pablo Milanés y la Fania All-Stars. Lamentablemente, no existen registros de aquella actuación que cerró esos tres días en el Teatro Carlos Marx de La Habana, Cuba.

Entre 1971 y 1972, sus dos primeros años como solista, Joel se fogueó como telonero de conocidas bandas como The J. Geil’s Band, B. B. King, The Mahavishnu Orchestra o The Beach Boys -años más tarde estuvo presente en un homenaje a Brian Wilson, interpretando la que considera su canción favorita del grupo, Don’t worry baby-, y llegó a tocar junto a ellos en el festival de cuatro días Mar y Sol, llevado a cabo en Puerto Rico, en abril de 1972, aunque ninguna de sus canciones fue incluida en el LP doble que salió ese mismo año como resumen de aquellas jornadas.

Entre 1975 y 1981, su banda la integraron Liberty DeVitto (batería), Doug Stegmeyer (bajo), David Brown, Russell Javors (guitarras) y Richie Cannata (saxos, flautas), a quienes conocía desde su adolescencia. En 1982, Cannata fue reemplazado por Mark Rivera, saxofonista conocido por su trabajo previo con Foreigner. Con ellos realizó, en 1986, una histórica tanda de seis conciertos en la Unión Soviética, tres en Moscú y tres en San Petersburgo -entonces llamada Leningrado- que fueron base para su segundo disco en vivo, titulado Концерт (“concierto” en alfabeto cirílico), documento de una de las primeras giras de un rockero exitoso en ese país, cinco años antes de la Perestroika.

El año 1993 apareció el que sería su último álbum de pop-rock, River of dreams (1993). Las tres décadas siguientes, entre 1994 y 2024, se dedicó a tocar en vivo la mayor parte del tiempo, en giras que incluyeron la mundialmente exitosa Face to face junto a su colega Elton John -los años 1994-1995, 1998, 2001-2003- y más de cien recitales en el emblemático Madison Square Garden de Manhattan, entre enero del 2014 y julio del 2024, uno por mes.

En medio, se dio el lujo de clausurar el legendario Shea Stadium (2008), en un concierto que tuvo invitados de lujo como Paul McCartney, Roger Daltrey (The Who), Steven Tyler (Aerosmith), la estrella del country Garth Brooks, el guitarrista John Mayer y Tony Bennett, quien hizo suya New York state of mind. Otro símbolo de New York, Barbra Streisand, también hizo dúo con Joel en su álbum Partners (2014). Previamente, la cantante y actriz había incluido el tema en su vigésimo álbum Superman (1977).

“Es nuestro pianista, una hermosa y maravillosa parte del corazón de nuestra ciudad” dijo el actor Robert de Niro, fundador del Tribeca Film Festival donde se estrenó el documental que lleva el nombre de una melancólica balada incluida en Storm front (1989). Una frase que resume el cariño y agradecimiento que da New York al hombre del piano.

 

 

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