[MIGRANTE AL PASO] Solo escuchaba el piano, me hacía acordar a mi hermano. Últimamente, que estoy quedándome donde mis padres, escucho cómo ha mejorado con el tiempo. Habrá comenzado hace unos 12 años. Yo recién salía del colegio y los años que siguieron fueron caóticos, y la verdad no diferencio bien entre cuándo pasó tal cosa. Fue puro descontrol. Pero sí recuerdo que unos niños aprendían a tocar el piano en la casa de al lado. Nosotros de chicos también aprendimos, yo dejé de tocarlo y ya no recuerdo nada. Salvo leer notas a paso de tortuga, mientras cuento las líneas de la partitura. Creo que a toda mi familia le enseñó la misma persona: la señora Marujita. Si a mi abuela la veía vieja, ella era como una reliquia, casi un resto arqueológico. Pero ahí estaba tocando piano. Le enseñó a mi mamá y a mi tío. A mi hermano y a no sé cuántos más de mi familia. Solo sé que a mi padre no, porque no puede seguir una canción ni aplaudiendo. Cuando escucho cómo han mejorado me da nostalgia y alegría, hemos vivido buenos momentos en esta familia y en esta casa. No sé si es la edad o que aún no logro lo que quiero, pero tengo la falsa impresión de que no habrá más. Claramente, solo son pensamientos apocalípticos de madrugada.
En cuanto a los vecinos, ni siquiera sé si son dos hermanos, nunca los he visto pero los imagino así porque así éramos nosotros. Ahora escucho cómo se reúnen y hacen fiestas con muy buena música. Similar a la que poníamos nosotros cuando había una reunión o algo en la casa. Me gusta pensar que cuando no los dejábamos dormir por el alto volumen disfrutaban de las canciones que poníamos. Mi casa siempre fue el punto de encuentro tanto de mis amigos como de los de mi hermano. Todos estábamos seguros y nos podíamos sentir libres. Niños jugando a ser adultos. De hecho es mejor que ser adulto de verdad. Tengo 31 años, no soy viejo, pero confirmo que envejecer es horrible. A cierta medida, igual me río mientras lo escribo sabiendo que he superado momentos a los que no me gustaría regresar jamás, aun siendo más joven. Estoy en el punto en que no me cuesta bajar de peso, pero me estoy quedando calvo. Tengo amigos menores de 25, pero un adolescente ya me dice señor.
Parece que están creando una banda. Son muy buenos, tengo mis reparos con el cantante que a veces parece que está llorando, pero en general lo hacen bien. Pasan de Rage Against the Machine a Taylor Swift sin una pausa clara y hacen que suene bien. Así que disfruto. Normalmente la gente se queja si un vecino tiene batería y hace ruido hasta tarde, pero yo lo disfruto. Estaré envejeciendo, pero no soy un amargado como para molestarse de unos adolescentes tocando música. Sobre todo, cuando hace 3 semanas regresé de ver a Oasis y aún no me recupero. Es como si no fuera a vivir nada igual. El mundo sin música sería un completo desastre, más de lo que es. Desde muy chico estoy la mayor parte del día con audífonos. Tengo música guardada que ni sé cómo se llama. Trenes, aviones, horas de horas donde mi único escape ha sido la música. Paso de B. B. King a los openings de Naruto. Creo que mi música guardada refleja un poco la amalgama que soy. Sería muy aburrido limitarme a un género.
Desde chicos nos metieron al mundo de la música, del arte en general. Mi madre era una erudita. Con solo 5 años íbamos a ver óperas, no importaba si nos quedábamos dormidos, entre sueños igual entraba algo de conocimiento. Al comienzo me aburría, después aprendí a apreciarlo. Recuerdo que sacándome conejos, mi mamá volteaba con una mirada asesina diciéndome que no haga ruido. El problema es que me había quedado en la mitad de los dedos. Los siguientes conejos tenía que hacerlos con ritmo para que mi mamá enfadada no se diera cuenta. Ya de grande, solo con mi hermano he visto Madame Butterfly en el MET de Nueva York y Aida en el coliseo romano de Verona. Por no mencionar otras exquisiteces.
No soy un músico, pero sí un gran aprendiz de ella en todo caso. Por eso me motiva escuchar el progreso de estos niños sin cara. Solo los conozco a través de su música. Y de vez en cuando me conmueven. Es demasiado potente, hace unos días estaba en el gym escuchando rock y metal intenso mientras levantaba pesas, cuando sonó el intermezzo de Cavalleria Rústicana. Por más que es de mis favoritas, tuve que cambiarla, porque unos segundos más y me salían lágrimas. Y sin embargo, siempre vuelvo a escuchar, porque no puedo dejar de hacerlo. La música me persigue, me calma y me recuerda quién soy. Cuando oigo a los chicos de la casa de al lado siento que, sin saberlo, están tocando también por nosotros, como si fueran una continuación inevitable. Ellos viven ahora lo que nosotros vivimos entonces, y esa repetición me da cierta paz. Saber que alguien más sigue tocando siempre es buen indicio.