Mirando por la ventana

Mirando por la ventana

También para cruzar de Jerusalén a Belén, Palestina. Fue hace años, pero ya se notaba un abuso. Bajabas de un carro para subirte a otro en el acceso. La ciudad está completamente rodeada por murallas que, a lo largo del tiempo, fueron estrechándose

[MIGRANTE AL PASO] Se veía el monte Fuji a lo lejos, imponente, a más de 300 kilómetros por hora, y el enorme volcán activo no perdía presencia. La clásica cima nevada no se hacía más pequeña. Fue después de un rato en el celular, bastante rato, que volteé y ya no estaba. No fue la última vez que lo vi, felizmente. Camino al colegio, sin audífonos y sin pantallas, escogía una gota de la ventana e imaginaba una carrera contra las demás que iban cayendo. Seguía a la escogida con el dedo. La luna empapada me alejaba del tráfico caótico. No sé si es por las miles de escenas en películas, pero estar en un tren o carro viendo por la ventana pensando tiene algo nostálgico. Los pensamientos también viajan. Estoy seguro de que muchos escritores sacaron sus ideas viendo por la ventana. Si es un tramo largo es perfecto para escribir también. Es un momento peculiar, estás expuesto a todo y, a la vez, se siente íntimo. No se me ocurre otro momento similar.

A veces es interrumpido, sobre todo en una ciudad. Yendo apurado, a 30 grados, hacia un examen final en Buenos Aires. Con la ventana abajo, repasando. En un segundo se llevaron mi celular, intenté correr pero no lo alcancé. Pude recuperar el teléfono. El mismo que no me dejó ver al máximo el monte japonés. A veces, cuando no hay internet ni nada que hacer, veo las nubes de fotos que tengo almacenadas, y recuerdo lugares alejados que no recordaba.

Pasan cosas raras cuando te mueves de un lado a otro. Hace unos años, después de pasar por la frontera en Puno, luego de cruzar Desaguadero y subirme a una van para ir a Tiahuanaco. Me eché en los asientos de atrás y me quedé dormido. Nuevamente, perdiéndome el paisaje, me despierta un policía o militar con la mano, pero lo primero que vi fue que tenía colgada una metralleta. No era nada, solo un control, pero parecía un secuestro. El papel que tenía que enseñar parecía un ticket de combi que me dieron en el control migratorio, pude haberlo tirado.

También para cruzar de Jerusalén a Belén, Palestina. Fue hace años, pero ya se notaba un abuso. Bajabas de un carro para subirte a otro en el acceso. La ciudad está completamente rodeada por murallas que, a lo largo del tiempo, fueron estrechándose. Era un cambio radical. Sentías que estaban encerrados. Un cruce de algunos metros caminando en el que sentías tensión. Años después solo se volvió peor. En los caminos es que te das cuenta de los contrastes, en esos detalles aprendes, ya sea algo hermoso o algo triste. Me pasa hasta cuando doy vueltas por la Costa Verde, desde La Herradura hasta La Punta. Por eso me elimino las redes sociales cada cierto tiempo. Así disfruto más los caminos.

Viajes en carro, mi pequeño Hyundai Accent, aguantó un viaje con cinco personas hasta Piura. Ida y vuelta. Un antes y un después también para el carro. Hasta ahora recuerdo lograr pasar todo el desierto de Sechura solo con una raya de gasolina. Estábamos locos. Tuvo otras aventuras. Hasta Chachapoyas y Cocachimba. Conocer Gocta y Kuélap en ese funicular que fue todo un reto para mi miedo a las alturas. Ahí sí evité mirar. Es altísimo. Hasta ahora recuerdo el último viaje con ese carro a Rúpac, que tuvimos que dejarlo en la calle de un pueblito entrando hacia la sierra para que nos suban, porque el Hyundai ya no aguantaba.

Al final, lo que queda son los contrastes que aparecen en el camino. El mar después de kilómetros de arena, la montaña tras una curva, la riqueza y la pobreza separadas por una calle, el bullicio que de pronto se vuelve silencio. Eso es lo que se guarda cuando miras por la ventana. No es solo moverse de un lugar a otro, es notar lo que cambia y lo que permanece: una sombra, un gesto, un paisaje distinto. A veces es un viaje en avioneta hacia Abu Simbel, con el desierto extendiéndose como un mar sin fin. Otras, es el océano inmenso desde un crucero que de pronto se convierte en tormenta. También un ferry rumbo a una isla en Brasil, donde por un instante pareció que íbamos a morir, o un tuk tuk en Marruecos, sorteando calles caóticas como si no hubiera mañana. Y están los instantes en que lo externo se mezcla con lo interno: una lluvia que entra por la ventana abierta, un niño saludando en la carretera, una ciudad que se enciende al anochecer. Viajen en lo que tengan, pero no se olviden de mirar por la ventana. Ahí están las escenas que más tarde regresan, a veces como recuerdos lejanos, otras como detalles simples que terminan siendo lo más importante del trayecto.

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