No más poder al poder

Mirando por la ventana, cruzando por esas calles, notaba una diferencia abismal con respecto a cómo vivía yo. No lograba entenderlo. La diferencia era clara, pero como niño no entendía qué era lo que no estaba funcionando. Las calles eran más sucias, niños trabajaban vendiendo entre el caos del tráfico. Niños de la misma edad que tenía yo.

[MIGRANTE DE PASO] No más poder al poder

Podrás imaginarte desde afuera

Ser un mexicano cruzando la frontera

Pensando en tu familia mientras que pasas

Dejando todo lo que tú conoces atrás

Si tuvieras tú que esquivar las balas

De unos cuantos gringos rancheros

¿Les seguirás diciendo “good for nothing wetback”?

Si tuvieras tú que empezar de cero

Now why don’t you look down to where your feet is planted

That U.S. soil that makes you take shit for granted

If not for Santa Ana, just to let you know

That where your feet are planted would be México

¡Correcto!

—Molotov, Frijolero

Otro himno de esta banda disruptiva de los noventa. Este grupo mexicano encarnó en su música política y estridente un sentir popular y extremadamente real de toda Latinoamérica. Una banda genial. No muchos pueden romper las fronteras de su propia nación y ser la voz de todo un continente a través de canciones combativas y sinceras.

En un Daewoo, en algún momento de los noventa tardíos, dos niños iban con chofer a una escuela privada. Uno de ellos, más blanco que la leche, inocente y con esa ignorancia sin dolo que todo niño tiene: ese era yo. Mi hermano solía quedarse dormido hasta en la ducha, y el carro no era una excepción. Pero en cada viaje me enriquecía con buena música. Cambiaba de CDs en una radio instalada; dentro de su colección no podían faltar los primeros álbumes de Molotov. Insertaba el disco, reclinaba el asiento de copiloto y cerraba los ojos. Yo, sentado en el medio, atrás, con la cabeza apoyada en la ventana empañada.

Mi colegio quedaba en Monterrico y yo vivía en Barranco. Tomábamos un atajo y pasábamos por los callejones de Barranco y cruzábamos por Surco Viejo. Solo era un pequeño tramo del viaje. En ese momento, esa zona estaba mucho menos modernizada. Por favor, no olviden que estoy contando lo que veía un niño que aún no sabía lo privilegiado que fui por la injusta realidad de nacer donde nací.

Como ya he repetido muchas veces: quien ha nacido en mis circunstancias y no se da cuenta de que la igualdad de oportunidades es algo que lamentablemente no existe, cometería una falta de respeto.


Mirando por la ventana, cruzando por esas calles, notaba una diferencia abismal con respecto a cómo vivía yo. No lograba entenderlo. La diferencia era clara, pero como niño no entendía qué era lo que no estaba funcionando. Las calles eran más sucias, niños trabajaban vendiendo entre el caos del tráfico. Niños de la misma edad que tenía yo. Con nuestra querida banda latinoamericana de soundtrack:

Nos quieren pegar, pegar

Y nos la van a pagar.

Y aunque quieras quejarte con papá gobierno,

Les pides ayuda y te mandan al infierno.

Porque tendríamos que tirar buen pedo

Gente que vive en la pobreza,

Nadie hace nada porque a nadie le interesa.

Si nos pintan como unos huevones, no lo somos…

¡Viva México, cabrones!”

Esa experiencia se repitió incontables veces durante años de infancia. Y, como es bien sabido, el arte transmite lo que las palabras no pueden. A veces una canción es más clara que un discurso.

Hace unas semanas. En Los Ángeles, agentes del ICE entraban sin avisar. Casas, talleres, iglesias. Se llevaban a padres frente a sus hijos. Nadie entendía nada. Gente que vivía ahí desde hacía veinte años, con trabajos, sin delitos. Igual se los llevaban. Hijos ciudadanos, padres deportados. Lo legal no bastaba. Ni lo humano importaba. Las redadas se volvieron rutina. El miedo, constante.

Las denuncias no paraban: insultos racistas, golpes, encierros en cuartos congelados sin camas ni comida decente. Nadie sabía cuánto tiempo estaría ahí. El sistema dejó de proteger para cazar. Y muchos lo celebraban. “Que se vayan los ilegales”. Pero nadie preguntaba por qué alguien huye. Por qué se juega la vida cruzando un desierto. Mientras tanto, ICE crecía. Más fondos, más agentes, más poder. Más esposas. Más silencio. Así se defiende una frontera: sembrando miedo y llamándolo justicia.

Todos los domingos por la mañana, nos despertaban para ir a hacer un paseo sociocultural. Una idea genial como padres. Íbamos a los distritos más pobres de Lima y aprendíamos historias de cómo surgieron y más. Ahí aprendí sobre una mujer admirable como lo fue María Elena Moyano, en Villa El Salvador. Estuvimos en el lugar donde fue asesinada brutalmente por Sendero Luminoso. Fue en estos recorridos que entendí que la igualdad y la libertad no son más que ilusiones, y nadie se libra de esa maldición. Estaba impactado. Pensaba por días lo que veía. Sentía tristeza, imaginaba sueños heroicos y altruistas. Todo eso me permitió darme cuenta del contraste, y de qué está hecho el ser humano. Solo se necesitaba empatía. Fue años después que entendí que esta facultad humana está adormecida y profundamente.

Últimamente me pregunto hacia dónde nos dirigimos. El sufrimiento es tan intenso en el mundo que se puede sentir, lo mismo pasa con el odio, y con la resignación. Vivimos en un lugar donde la mayoría lucha diariamente para sobrevivir, donde tienen que abandonar sus hogares para migrar, sufrir humillaciones, y poder alimentar a sus familias. A veces siento que pedir conciencia es demasiado, pero abandonar ese deseo sería aportar más a las atrocidades que están sucediendo. Simplemente sucumbir en el derrotismo ya es darle más poder al poder, y uno muy opresor.

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