[MIGRANTE AL PASO] Supongo que a todos nos pasa: sentirnos perdidos incluso en el lugar más familiar para ti. Últimamente, me he estado preparando física y mentalmente para un nuevo cambio. Ansioso y asustado, me preguntaba si estoy listo. Es inevitable sentir miedo, pero lo extraño es que, sin darme cuenta, en esa preparación ya estaba generando el cambio que quería. Dejando atrás muchos hábitos que, poco a poco y sin notarlo, me estaban afectando. Hasta hace unos meses me sentía como un viejo, con dolor de espalda, estresado y sin saber qué pensar. Tengo 31 años, pero recién hace pocos meses me siento como un adulto. Siempre he tenido una forma de vivir un poco caótica e irresponsable; sin querer, me fui volviendo mi propio enemigo. Yo mismo me derrotaba sin necesidad de que nadie más interviniera. Veo lo mismo en mucha gente de mi edad: queremos cumplir expectativas que salen de nuestro control. En mi caso, me paraliza esa sensación de que lo que haga no va a ser suficiente nunca. Estos pequeños cambios que he logrado últimamente me dan, después de mucho tiempo, una pequeña sensación de victoria, como si hubiera encendido una luz tenue en medio de un pasillo oscuro.
En muchas ocasiones, ya sea por llevar la contra o por rebeldía, me he convertido yo mismo en la propia piedra del camino, tropezándome mil veces. Nunca dejé de intentar ni de dejar de hacerlo. Aunque suene contradictorio, ese mismo pensamiento se ha vuelto un factor motivante: ya fracasé miles de veces, así que no me da miedo hacerlo de nuevo. Pero no en el modo conformista; no voy a jugar un juego pensando que voy a perder, pero sí sabiendo que es una posibilidad real. Igual, después de todo este tiempo intentando, me di cuenta de que así es como se avanza: entre tropiezos, como quien sube una montaña sin saber si la cima está cerca. Así, con la falsa ilusión de haber fracasado muchas veces, he ganado demasiadas cosas que antes ni siquiera sabía que necesitaba.

Lo que sí me aterra es cada vez ir perdiendo la esperanza de que un cambio colectivo se pueda dar. Entre noticieros y redes sociales, poco a poco me voy convenciendo de que nos enfrentamos a una situación irreversible. Veo retrocesos notorios en grandes avances sociales que hemos dado como grupo, y la gente los celebra como si fueran victorias. Es incomprensible y desalentador. La empatía se está percibiendo como una debilidad, y la indiferencia parece haberse convertido en una forma de estatus. Por otro lado, me gusta pensar que las tendencias y comentarios que abundan no representan más que un pequeño porcentaje de lo que piensa la gente. No creo que todos pierdan el tiempo intoxicándose con estas cosas. Y a todos los que esparcen odio hacia lo que no entienden, me gustaría decirles que nadie les preguntó su opinión, y si no van a hablar de manera constructiva, mejor se queden callados. Hablar por hablar solo los vuelve unos payasos con altavoz. Le están haciendo daño a personas que solo quieren vivir su vida sin molestar a nadie. Ver a esta sarta de energúmenos metiéndose con minorías sí me enfada: va en contra de todos los cambios que mencioné que estoy haciendo y que quiero hacer. Yo aprendí a no hacer caso, pero mucha gente sí los escucha y se deja influenciar. No se dejen convencer de que están mal solo por ser quienes son; no hay error en existir como eres.
He visitado muchos lugares y en todos lados me he llevado la misma sorpresa: miradas tristes y rabiosas, muy pocos ojos cálidos y comprensivos. Espero que, donde me lleve el camino que tome, pueda encontrar algo distinto. Tal vez no es el lugar y soy yo quien no tiene la capacidad de observar lo suficiente para ver lo contrario. Si ese es el caso, espero poder lograrlo en algún momento. Por eso me he propuesto seguir viajando y conocer lo más que pueda, sin prisa pero con constancia. Tal vez, agarrando un pedazo de todo lo que llegue a conocer, encuentre una respuesta o solución a toda esta rueda de odio que no deja de avanzar. Y aunque sé que no voy a cambiar el mundo entero, sí puedo cambiar el mío y el de quienes me rodean. Por el momento, solo sé que la exclusión es un agravante que alimenta lo peor de nosotros.
Si les pasa igual que a mí y se sienten perdidos sin razón aparente, es en pequeños cambios donde encuentras algo. No es necesario cambiar el mundo ni nada por el estilo; basta con hacer cosas para sentirte bien contigo mismo. Ni a los treinta ni a los cuarenta estamos viejos, por más que lo sintamos: no hemos vivido ni la mitad del tiempo que tenemos. Hay tiempo para reinventarse una y mil veces. Yo planeo hacer que lo que me quede, sea mucho o poco, sea un tiempo tranquilo y calmado. Después de todo, creo que lo único que diferencia a un buen adulto de uno que no lo es, es la amabilidad: tener la capacidad de ponerse en los zapatos de otro, y si te vas a involucrar con otra persona, que sea para algo bueno y no para complicarle la vida a nadie. Ya están pasando demasiadas cosas adversas como para enemistarse con gente que lo único que quiere es encontrarse a sí misma. Obstaculizar eso ya es demasiado, y aunque a veces parezca que vamos en sentido contrario, siempre hay margen para girar el volante y buscar otro camino.