Solamente libre

Solamente libre

5 de la madrugada. Una hora extraña, demasiado peculiar para mí, un oso que le gusta hibernar. Me trepo al carro. Hace frío. Arranco al gimnasio. Sonaba de fondo mi playlist de meditación, donde abundan tambores, flautas e instrumentos comunes de la música nórdica cuyos nombres no conozco

[MIGRANTE AL PASO] Hace unas semanas entrevistaron en mi trabajo a una señora que era parte del círculo cercano de Mario Vargas Llosa. Él, quien fue un liberal y precursor de la ideología en nuestro país, aparentemente era uno, pero de verdad —contaba la entrevistada— no la clásica fufulla a la que estamos acostumbrados. Le metió un puñete a García Márquez frente a todos y se casó con la chica más guapa de su época a los 80 años. Muchos dirán que conchudo y que viejo verde, pero que jugaba con su libertad, lo hacía y lo hacía bien. No solo era un genio del esfuerzo, sino que hacía honor a sus palabras. Terminaba dándome gracia, y a los que le molestaba, un poco de pena. Como si les faltara romper un cascarón. En fin, cuando terminé de escuchar, me preguntaba: ¿qué diablos estoy haciendo?, ¿por qué trabajo en esto?, ¿por qué me preocupo tanto? Yo quiero aventuras y no las voy a encontrar como empleado de una empresa jamás.

5 de la madrugada. Una hora extraña, demasiado peculiar para mí, un oso que le gusta hibernar. Me trepo al carro. Hace frío. Arranco al gimnasio. Sonaba de fondo mi playlist de meditación, donde abundan tambores, flautas e instrumentos comunes de la música nórdica cuyos nombres no conozco. A esa hora desconocida, con la niebla y sin presencia humana a la vista, me sentía un vikingo. De esos que celebran la muerte y ansían hacerlo de manera honorable. Así me motivo para fortalecerme. Después de todo, una aventura ambiciosa y prolongada está en mi radar y planeo cazarla. Para eso tengo que entrenar en todo sentido. Si bien no está sacramentada, lo voy a hacer. Lo necesito. Un nuevo idioma, un país casi imaginario. Mi cabeza necesita reventar una vez más, de buena forma. Fue en este trayecto que recordaba eso que conversaban en mi trabajo.

Sé que solo soy un adulto de 31 años. Me engaño pensando que no he logrado nada, pero conozco el mundo en carne propia. ¿Podré cambiar el mundo?, me pregunto. Alguien como yo. No tengo una profesión, mi carisma no va por el lado amigable, pero tengo mentalidad de conquistador y el mundo es lo que quiero obtener. Sin confundirlo con el poder, que lo quiero lejos. Mis sueños de libertad me persiguen desde niño, lo copié de todos mis héroes que buscaban lo mismo. Me tatué un árbol para recordarme que soy humano y una espada samurái para mantener el temple. Recuerdo cuando se lo enseñé a mi psicólogo, que luego fue mi amigo antes de morir. Con su cuerpo débil se acercó y observó mi antebrazo, donde reposa la espada. Llevábamos mucho tiempo haciendo terapia por videollamada. “Que se extienda por todos lados” —me dijo—, “que llegue hasta tu corazón y mente”. Fue de las últimas cosas que me aconsejó. Siempre medio encriptado. Sentía que él era Gandalf y yo Bilbo. Preparándome para mi viaje hacia un horizonte que solo yo puedo ver.

Hacía mi rutina del día, solo voy unas cuantas semanas y ya siento el cambio. A esas horas solo había dos personas más. Me sorprendió la cantidad de gente que tiene ganas de mejorar. No importa si es para verte bien o por salud, da igual. Da gusto ver esa actitud; es estimulante. La capacidad de generar estos pequeños cambios es lo que me hace sentir libre. Lamentablemente, no está en mi naturaleza seguir lo común, asentarme, vivir mi vida en un trabajo para pagar mis impuestos, crear una familia, compartir la visión de donde trabaje ni estar cómodo en un solo lugar. Lo he intentado muchas veces y no puedo. Porque en el fondo tampoco quiero. Pensaba que aquellos que seguían a nuestro valioso escritor que falleció este año no eran realmente libres como lo fue él. La parte política o económica del asunto es solo la superficie de lo que significa esa palabra. Pienso que quienes cumplen ese requisito no siguen a nadie, pero sí admiran a muchos. Algunos se vuelven famosos, otros terminan debajo de un puente. Eso es lo que tienes que pagar para vivir lo más libre que se pueda. Incluso, te tiene que gustar. No sé qué voy a hacer mañana —qué alentador, me respondo. Por mucho tiempo fue una tortura, ya le agarré el gusto.

En mi mente soy un oso flojo que se despierta de mal humor y con ganas de relajarme todo el día. Esta vez se despertó hambriento. Soy un espantapájaros con ganas de estar clavado en el mismo sitio por siempre, ahora quiere caminar. Es en estos momentos que me siento libre, cuando un gran reto está por venir. Sin pensar en el futuro y qué pueda pasar. El niño que quería ser pirata está sonriendo y motivando a su tripulación imaginaria para explorar el océano. El adulto está ejercitando la mente y el cuerpo. Solo los dos juntos pueden lograrlo. Aquel pequeño rapado, con mirada fija, sin pensamientos, que peleaba en campeonatos y ganaba, está preparándose para hacerlo de nuevo.

Tienes que tener un orden. Estás loco. Ya tienes que madurar. Me preocupa que pienses así. ¿Por qué? ¿Cómo? Digan lo que digan, solo con mis objetivos descabellados puedo sentirme libre. De repente tengo delirios de grandeza, probablemente; pero tampoco importa. Puede que me equivoque, que esté pecando de entusiasta, pero lo haré igualmente. Convencerme de lo contrario lo veo imposible.

Mas artículos del autor:

"El Perú secuestrado"
"Buenos Aires: después de dos años"
"Un poco de auto percepción"
x