[MIGRANTE AL PASO] Heaton Park, Manchester. 20 de julio. 80 mil personas. Las luces del escenario rebotaban en la lluvia que nos dejó empapados a todos. Personas sentadas sobre hombros por todos lados. La gente sin polo. Bengalas prendidas que te asfixiaban de humo multicolor. Nada importaba. Solo un ambiente de cantos que te sumergían en euforia. No eran las cervezas que tomamos. Era pura música, te sentías elevado. La algarabía era tanta que hasta terminé abrazado de un gordo inglés con su hijo. Se podía respirar la locura y el desahogo comunal. Lágrimas y gritos invadían el paisaje. Se estaba celebrando la vida y a tope. Una multitud fanática dejándolo todo a cada salto. Sublime, tal vez podría describirlo, pero queda corto. Todo estímulo entraba en armonía, tomabas conciencia de que lo que te quita y lo que te da es lo mismo. No hay nada que reclamar. Solo disfrutar de los años. No hacerle caso a nadie. Divertirse, caminando sin culpa. De eso me convencí ahí.
Siempre nos complicamos con ideas y problemas imaginarios, ¿por qué no imaginar hacia el lado positivo? Eso logró Oasis. Estos hermanos mancunians (originarios de Manchester) trascendieron sus letras y melodías. No era un concierto normal. Te poseían las ganas de querer vivir más. Todos deben haber salido del concierto queriendo hacer cosas nuevas o buscar aventuras.
“You’re fucking madheads tonight, I love it”, dijo Liam Gallagher, el más problemático de los dos, después de los dos hermanos. Probablemente, ambos serán de los últimos rockstars que existen. De esos que son totalmente libres y hacen lo que quieran. Sin importar lo que digan o piense la gente. Tengo la impresión de que ahora las estrellas se guían más por lo que espera la gente. En este concierto, como lo dicen en una de sus canciones, te hacía sentir como si tú fueras una estrella de rock también. Era como si te hablaran directamente.
La fiesta comenzó desde que llegamos a la estación de bus. Entre darlings y loves, cada esquina nos recibía a modo de festival. Miles de turistas de todo el mundo, todos con ropa de Oasis. Edificios, tiendas y pubs celebraban la reconciliación de los hermanos que crecieron entre esas calles. Desde Adidas hasta Range Rover habían sacado publicidades al respecto. Cada local que veíamos estaba lleno. Lo más cercano que he estado a algo similar han sido mundiales, donde las ciudades se inundan de festividades alrededor de un mismo evento. Personas con las camisetas de sus países, banderas, decenas de idiomas. He visto a Paul McCartney, Roger Waters y a los Rolling Stones; he ido a partidos de la NBA; mundiales, incluida una final; y jamás había notado ese nivel de fanatismo. De repente, en las tribunas de River y Boca, pero eso llegaba a cruzar ciertos límites que no eran de mi agrado por momentos. Conocimos la ciudad, con unas cuantas pints de cerveza en algunas esquinas, y nos hospedamos para descansar y al día siguiente tener la energía que se requería. Se siente un respiro de la intensidad londinense, donde te atropellan y el apuro llega a ser agobiante.
Es admirable el nivel de organización que tiene este país para hacer grandes conciertos o shows. El espacio era bastante abierto por si pasaba algo, había tres bares enormes, miles de baños y centros de comida. Hasta habían tirado pequeños trozos de madera desperdigados por todos lados para que no te resbales con el barro. Al salir, no se armó ni un tumulto y los miembros de seguridad se encargaban verídicamente de eso y no de tonterías.
No recuerdo con exactitud qué pasó. Se siente como un recuerdo de adrenalina y no estaba borracho ni nada. Fue como una especie de trance. El tiempo pasó demasiado rápido y tocaron 20 canciones aproximadamente. En un momento, hicieron que todos se voltearan. Mientras mirabas hacia el lado opuesto, comenzaba a sonar “Cigarettes and Alcohol”, todos se volvieron locos. Nunca había escuchado a tanta gente cantando. Yo no soy de cantar, pero te contagiaban y era inevitable. Aparte que me sabía todas las letras. Al haber vuelto a los escenarios después de casi 20 años, tocaron las canciones más emblemáticas, no se enfocaron en ningún disco específico. Pero se notaba que había sido calculado con exactitud, te balanceaban emocionalmente como querían.
No faltaron las bromas hacia Coldplay y el momento viral de uno de sus conciertos. “Hagan lo que quieran, que nosotros no tenemos esas camaritas”, decían a modo de burla. En una colina que se lleva el nombre de sus apellidos por coincidencia, se reunieron cientos de personas que no lograron conseguir entradas y desde ahí los podían ver, de muy lejos, pero igual. Les dedicaron una canción. Era notorio que ellos también estaban emotivos. Era el quinto y último concierto en su ciudad durante la gira y nadie sabe cuándo volverán. Antes de finalizar el concierto, le dedicaron unas palabras a Manchester y dijeron que deberían estar orgullosos de aún mantener ese ánimo.
Recién cuando dejaron de tocar y se despidieron, sentí cómo me dolían los pies. Después de estar saltando por horas, no podía caminar bien y tuvimos que avanzar varias cuadras hasta poder encontrar un taxi. Eran hordas que salían del parque hacia la calle. Seguían cantando e imitando los particulares gestos de los hermanos al cantar. Probablemente me quedé varios días con sus canciones rondando en mi cabeza. Espero que ese sentimiento me acompañe mucho tiempo más. Tendrán muchas polémicas y escándalos en sus vidas, pero lograron enviar un mensaje que impulsa las ganas de vivir y no entrar en ideas de derrota o rendición. Es algo demasiado difícil de lograr. Probablemente solo se pueda mediante la música.