Luis Alva (1927-2025): Tenor peruano

[Música Maestro] Luis Alva (1927-2025): Tenor peruano  

Una vida larga y exitosa

El tenor peruano Luis Eduardo Alva Talledo -algunos medios españoles e italianos especializados en ópera colocan una aristocrática e innecesaria preposición “y” entre sus dos apellidos- o Luigi Alva, como lo conocieron más en las escenas líricas de Estados Unidos y Europa, falleció el pasado 15 de mayo. Cosas, esa inútil revista limeña, en su versión online, malinforma que su deceso se produjo en Lima, “rodeado de sus seres queridos”. Es una paradoja que el medio favorito de las actuales clases altas que suel  en apoderarse de estos temas sea el que dé la peor muestra de ignorancia con respecto a la noticia final acerca de un artista que, prejuicios aparte, logró triunfar en su actividad como pocos.

Y sobre todo tomando en cuenta que había nacido en Piura, en un tiempo en que el centralismo era mucho más fuerte que ahora, si tal cosa es posible. Alva se codeó con los más grandes de su tiempo y, desde su rol como tenor ligero -un término que suele producir confusión entre los no iniciados en música académica, pero que en el contexto correcto sirve para describir voces especiales, de refinamiento técnico y registros altos- se posicionó como intérprete de papeles muy específicos que afianzaron su perfil en una época fundamental para el desarrollo de la ópera a mediados del siglo XX.

De actuaciones “expléndidas” -otra paparruchada del artículo post mortem firmado por un tal Alejandro Saldaña en Cosas- en los más prestigiosos teatros del circuito operístico, Luis Alva murió, en realidad, en su casa ubicada en Barlassina, en la región de Lombardía, al norte de Italia -casi a treinta kilómetros de Milán-, poco más de un mes después de haber alcanzado los 98 años. Una vida larga, plena y muy exitosa, dedicada al exigente y selecto mundo de las artes escénicas, lejos de su país, del que había salido en la década de los años cincuenta.

Su carrera, más allá de los obituarios inmediatos publicados en nuestros medios tradicionales, reduccionistas y motivados por la oportunidad -irrespetuosos, al final de las cuentas-, no despierta el más mínimo interés entre las masas actuales, más preocupadas de las últimas de Magaly, Bad Bunny o Christian Cueva. Ni siquiera les importó que Juan Diego Flórez, de quien seguramente creen que es el único tenor nacido en Perú, escribiera en su Instagram, al enterarse, lo siguiente: “Hoy el Perú y el mundo de la ópera despiden a una de sus más grandes voces”.

La música “clásica” y el Perú

Hace 35 años, las grandes mayorías no eran indiferentes a la música no popular. Mi padre, de familia humilde, nacido en La Victoria a inicios de los años treinta, sin instrucción universitaria ni cercanía con las élites limeñas durante sus años de juventud, sabía perfectamente quién era Luis Alva y cómo cantaba. Recuerdo a mi viejo, que en paz descanse, tan admirador del Conjunto Fiesta Criolla y Felipe Pinglo Alva como de Frank Sinatra y Mario Lanza, criticando la voz delgada de Luis Alva y, como buen criollo, riéndose socarronamente de que se hiciera llamar “Luigi”, un hecho que a él le sabía a disfuerzo, a huachafería. Dejando de lado sus sesgos, era evidente que, antes de llegar a los 30, ya tenía la capacidad de emitir un juicio apreciativo sobre un cantante de ópera, algo imposible para el veinteañero moderno.

Así como él, muchas personas de espectros socioeconómicos medios y bajos de Lima -y del Perú- tuvieron contacto con lo que pasaba en el mundo artístico de otros países, géneros y sensibilidades, más allá de aquellos intérpretes y canciones que escuchaban en casa o bailaban en fiestas. No era extraño que grupos de muchachos capitalinos, de distritos populosos, sin recursos económicos para recibir educación superior ni para pagar palcos pudieran, una vez colocados en el mercado laboral, cultivar gustos musicales sofisticados y construir colecciones de vinilos de sus artistas favoritos. Desde los boleros que se escuchaban en las películas del cine mexicano y el jazz del cine gringo hasta la música sinfónica en sus diversas variantes, las opciones eran innumerables.

Curiosamente, en la era de la mega información, los jóvenes de hoy, independientemente de su grado de instrucción o procedencia -lo mismo un barrista de San Juan de Lurigancho que se moviliza en micro que un magíster de la UPC con carro propio a los 22 años- ni siquiera son capaces de reconocer la diferencia entre tenor, barítono y bajo, los tres registros básicos de la voz masculina. Ni se imaginan qué es un contralto o un tenor ligero. Eso ha acrecentado la noción de que la música culta o académica solo es para las élites. Y esta problemática mundial es aun más grave en nuestro país. 

El conocimiento en general -y los gustos musicales, en particular- en lugar de democratizarse gracias a la tecnología, se han hecho más elitista que nunca. A pesar de que siempre, en el mundo contemporáneo, la música académica que muchos aun insisten en llamar en bloque “clásica” cuando esta palabra solo aplique para uno de sus periodos, ha sido consumida principalmente por las clases altas, hubo una época en que, por uno u otro camino, sus manifestaciones se permeaban hasta llegar a las bases de la población. Y si eran personas aficionadas al canto, como lo fue mi papá, con más razón.

En ese contexto, aunque Luis Alva desarrolló su vida y trayectoria musical en el extranjero, era un personaje conocido entre sus compatriotas, incluso entre quienes nada tendrían que ver, supuestamente, con la ópera. Tal y como ocurrió con la soprano Yma Súmac, Alva salió del Perú dejando atrás un medio poco estimulante para sus inquietudes musicales. A pesar de la popularidad que tuvieron, en las décadas de los cincuenta y sesenta, subgéneros sinfónico-teatrales como la zarzuela y la opereta, el Perú no ofrecía lo elemental para que su talento se desenvolviera. 

Mientras que la cajamarquina se dedicó al jazz y al mambo, haciéndose pionera de lo “exótico”, el piurano optó por rumbos menos masivos y más serios. Y lo hizo muy bien.

Estrella internacional del bel canto

Precisamente, Luis Alva hizo su debut como cantante lírico en el Perú cantando zarzuelas, específicamente la conocida Luisa Fernanda (Federico Moreno Torroba, 1932). Aunque inicialmente su intención fue hacer carrera en la Marina de Guerra del Perú, sus aptitudes musicales fueron descubiertas por la legendaria educadora y compositora limeña Rosa Mercedes Ayarza de Morales (1881-1969) quien lo animó a que dejara los uniformes blancos y se concentrara en entrenar su voz, pues allí estaba su futuro. 

Más que un consejo, lo de Ayarza de Morales -no “Ayarsa” como aparece en la web de Revista Cosas- fue una premonición. Luego de apuntarse en el Conservatorio Nacional de Música y ganar experiencia en la escena local en diversas producciones, la maestra vio a su pupilo partir, en 1953, hacia Italia y vivió lo suficiente como para ser testigo de su éxito. En 1956, apenas tres años después, ya estaba cantando en La Scala, la prestigiosa sala de conciertos de Milán, y su hermana menor La Piccola Scala, interpretando al personaje que marcaría su carrera desde entonces, El Conde de Almaviva en la ópera El barbero de Sevilla (Gioachino Rossini, 1816).

Entre 1956 y 1989, año en que se retiró oficialmente de los escenarios operísticos, Luis Alva consolidó su estatus como uno de los principales nombres en diversas temporadas de ópera, especializándose en papeles de corte humorístico, los cuales eran perfectos para su registro agudo. Fueron más de tres décadas en las que interactuó con personajes de la talla de Claudio Abbado (director), Tito Gobbi (barítono), Teresa Berganza (soprano), entre otros. Pero, sin duda alguna, el punto de su carrera del que más se habla es cuando compartió roles con la diva griega-norteamericana Maria Callas, durante la mencionada obra de Rossini, inmortalizada en grabaciones para el sello EMI Records, que fueron en su momento elogiadas por el afamado director Carlo Maria Giulini.

Alva fue reconocido por la crítica especializada como uno de los mejores intérpretes de las óperas de Rossini y Mozart, maestros de la llamada “ópera bufa” -entre otros ejemplos de este subgénero operístico podemos mencionar a Don Pasquale (Gaetano Donizetti, 1843) o Il matrimonio segreto (Domenico Cimarosa, 1792)- pero también alternó en obras más serias como Don Giovanni (Wolfgang Amadeus Mozart, 1787) o La traviata (Giuseppe Verdi, 1853), solo por mencionar dos de las tantas que fueron parte de su repertorio.  

A medida que su prestigio aumentaba, más se alejaba de los radares del Perú, su tierra natal, que prácticamente le perdió el rastro a sus mayores triunfos artísticos. Sin embargo, el cantante no abandonó sus vínculos con el país, pues iba y venía permanentemente, participando de vez en cuando en programas de televisión y dedicándose a apoyar a jóvenes valores de la lírica nacional, junto a su amigo y colega Ernesto Palacio (78), otro alumno de Ayarza de Morales que también logró forjar una carrera en el exterior. De manera transversal, Alva colaboró con Palacio en la educación musical y la formación artística internacional de Juan Diego Flórez (52), el belcantista nacional que superó largamente a sus dos antecesores y que es, actualmente, una de las figuras más importantes de la ópera y permanente difusor de la música nacional en el mundo.

Luis Alva en grabaciones

El nombre de Luis Alva aparece -como Luigi- en una innumerable cantidad de vinilos, recopilaciones y antologías de arias y óperas completas, publicadas en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta por importantes sellos discográficos especializados como London Records, Deutsche Grammophon, Philips o Columbia, muchas de las cuales dieron el salto a la era del disco compacto, en los años noventa y más allá. En esos álbumes podemos ver a nuestro compatriota al lado de las más grandes estrellas del canto y la dirección orquestal, un verdadero orgullo para la esmirriada escena musical peruana que, a su suerte, se mantiene a flote pero nunca como resultado de una política estatal ni mediática, sino por el empuje individual de artistas y sus leales públicos.

Además de esas selecciones, cuyo público objetivo es la comunidad de conocedores y entusiastas de la música clásica -por cuestiones de uso y practicidad yo también caigo en esa generalización conceptual, casi sin querer queriendo-, Alva grabó un par de LP orientados a un mercado más amplio y popular, algunos años antes de que tenores como Luciano Pavarotti o Plácido Domingo comenzaran su cruzada discográfica para acercarse a la gente no consumidora de música clásica y, en simultáneo, permitir que las grandes masas se conecten con la existencia del amplio mundo de lo sinfónico y lo académico a través de sus canciones -arias, romanzas, intermedios, dúos- más representativas.

El primero se titula Ay-ay-ay: Spanish and Latin American songs by Luigi Alva y lo grabó en 1964 con la Nueva Orquesta Sinfónica de Londres -el ensamble oficial de los conciertos que se hacían en el Royal Albert Hall en esos años, incluidas las tradicionales galas de los Proms que organiza anualmente la BBC- bajo la dirección del italiano Iller Pattacini, para los estudios Decca Records de Inglaterra. En ese LP, el peruano graba doce composiciones clásicas del repertorio latinoamericano y español, como por ejemplo Granada o Muñequita linda, de los mexicanos Agustín Lara y María Grever, respectivamente. También destacan algunas melodías muy conocidas como Princesita -romanza de la zarzuela La corte del amor, de José Padilla, 1916- o la popular Amapola, canción española escrita por José María Lacalle, en 1920. 

Un año antes, Alva había grabado el disco Songs of Tosti (Philips Records, 1963), acompañado por una orquesta bajo la dirección del pianista y arreglista italiano Benedetto Ghiglia. En este vinilo, relanzado en 1971 por Ricordi Discos, un antiguo sello italiano absorbido hace muchos años por Sony Classical, bajo el título Le romanze di Tosti, nuestro compatriota interpreta populares canciones napolitanas escritas por Francesco Paolo Tosti (1846-1916), como ‘A vuccella, Mattinata o Marechiare, habituales en el repertorio de todos los más famosos cantantes líricos anteriores y posteriores a Alva, desde Enrico Caruso y Tito Schippa hasta Luciano Pavarotti, Alfredo Kraus y, por supuesto, estrellas más contemporáneas del llamado “crossover” entre lo pop y lo clásico como Andrea Bocelli, Josh Groban o el mismo Juan Diego Flórez. 

Luis Alva Talledo recibió la Orden del Sol del Estado peruano en el año 2000 en el grado de Gran Oficial y, posteriormente, en el 2004, en el de Gran Cruz. Años más tarde, en el 2015, a los 88 años, fue reconocido con la Medalla de Honor de la Cultura Peruana, otorgada por el desaparecido Instituto Nacional de Cultura del Perú (hoy Ministerio de Cultura, también desaparecido, pero por otras razones). 

     

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