Ilusos los que pensaban que Dina Boluarte podría haber sorprendido a la audiencia lanzando un mensaje republicano, liberal, encaramado sobre las miserias políticas y económicas que nos abaten.
Lo suyo, su signo vital, es la mediocridad, agravada en la coyuntura actual por una circunstancia penosa: sabe que después de dejar el poder será procesada por los crímenes cometidos durante la represión de fines del 2022 y principios del 2023, y, a la vez, es plenamente consciente de que debe alargar ese momento lo más posible, pero que depende del Congreso omnipotente y tanático que nos ha tocado en suerte, así que no puede hacer nada que lo contradiga y eso la condena a la pasividad inerte más absoluta.
¡Qué tristeza que los dos bicentenarios, el del 2021 y el del 2024, hayan transcurrido sin una renovación de la promesa republicana, sin una invocación a los valores cívicos que dieron pie a la Independencia, sin una apostilla, siquiera, a la democracia en crisis que nos asola!
Fuera de la tradicional lista de lavandería de las obras realizadas (alguna tiene que haber, ¿no?), el mensaje no contuvo lineamientos políticos trascendentes, apropiados a las circunstancias, sino el mero afán de querer demostrar que no es un régimen inerte y que en los sectores ministeriales algo se está haciendo (no se esperaba menos).
No somos optimistas de lo que se viene el 2026. Por culpa precisamente de la medianía grosera del régimen, es que asoman, ostentosos y desafiantes, los rostros más autoritarios, tanto de la izquierda como de la derecha, y el pueblo, harto de la democracia, del modelo, del país, depositará un voto irritado, disruptivo, seducido por los radicalismos demagógicos de algunos precandidatos.
Dos años nos restan de suplicio. Allá quienes pensaron que era posible un cambio de rumbo, un golpe de timón, un giro político en el sentido correcto. No puede haberlo, desde el saque, en un gobierno que se escabulle de la responsabilidad auroral de los muertos que produjo, y que no se hace problemas en ser la mesa de partes de un Congreso que ha socavado las instituciones democráticas como el más zamarro de los golpistas o regímenes autoritarios. De esa entraña no podía nacer nada bueno y el discurso de hoy no hace sino corroborarlo.
–La del estribo: maravillado de haber leído, tardíamente, el libro Caballos de medianoche, de Guillermo Niño de Guzmán, escrito originalmente en 1984 y que ha sido reeditado por Tusquets, con varios añadidos (entre ellos la reescritura genial de El olor de la noche llamándola Cinco balas de plata). Una deuda cultural siento que ha sido saldada y me ha motivado a comprar todos los libros del autor disponibles, entre ellos Mis vicios impunes, su última publicación, la segunda parte de Cuaderno de letraherido, una bitácora literaria y personal del autor.