Uno de los costos sociales mayores de la reconstrucción política y económica que el Perú tendrá que emprender desde el 2026, será el incremento exponencial de la violencia social.

Hoy no actúa manifiestamente el potencial destructivo de las mafias ilícitas, porque el gobierno en funciones ha encontrado que,pactando vergonzosamente con ellas, logra paz social y estabilidad por parte de los actores políticos casados con las mismas.

Pero cuando advenga un gobierno que rompa con ese pacto infame, la violencia brutal de estas mafias, que se ve en acciones concretas como las que afectan a la empresa La Poderosa en Pataz, se desatará con furia.

Cuando se tome la decisión de enfrentar en serio el narcotráfico, la minería ilegal, la trata de personas, el contrabando, la tala ilegal, no será sin resistencia, que transitará, sin duda, por los cauces legales ya infiltrados (Congreso, autoridades locales, Ministerio Público, Poder Judicial y Policía y Fuerzas Armadas), pero que también hará sentir su capacidad de acción a través de la violencia desembozada y letal, cuya capacidad se vislumbra.

Mucha inteligencia operativa, sagacidad política y decisión férrea serán necesarias para derrotar a estos grandes enemigos de la democracia y del libre mercado, que están corroyendo las entrañas mismas de la República impunemente, con la connivencia de un gobierno cuyo inmenso daño al país recién será medido cuando concluya.

El país deberá estar advertido y preparado para esa explosión de violencia resistente al orden del Estado de Derecho, que debe ser reinstalado si queremos dejar de transitar hacia ser una nación en desarrollo fallida y estructuralmente defectuosa.

La experiencia de otros países que recorrieron un camino similar puede servir de mucho para no repetir los errores y replicar los aciertos. Lo seguiré reiterando en esta columna: el 2026 nos jugamos mucho como país, algo mucho más importante que la coyuntura crítica y mediocre por la que hoy transitamos.

Si las élites vuelven a equivocarse, habrán condenado a varias generaciones de peruanos a la pobreza, el autoritarismo y la violencia social. Aun estamos a tiempo de hacer lo necesario para evitar ese desenlace.

Soy crítico y víctima de un sistema judicial abusivo e irracional, pero no se puede soslayar el legicidio que el Congreso pretende cometer tirándose abajo todo el tinglado institucional que abarca desde la Junta Nacional de Justicia (y, por ende, el Ministerio Público y el Poder Judicial) hasta los organismos electorales.

Hay una guerra civil al interior de la magistratura y en su ajuste de cuentas, muchos civiles que no tienen vela en el entierro pagamos los platos rotos de esa lucha fratricida, pero ese conflicto se debe resolver con una refundación orgánica, bien meditada, no al caballazo cuasi golpista como el que el Legislativo está pretendiendo acometer.

Tarea sustantiva del próximo gobierno, el que entre el 2026, no va a ser solo reconstruir la economía, acometer el problema de la inseguridad ciudadana, emprender reformas como la del Estado, de la regionalización, o de la salud y la educación públicas, sino también reconducir el sistema institucional democrático que la mayoría legislativa va a malherir gravemente.

Qué terrible y profundo el deterioro que estamos padeciendo. Amerita por ello que el 2026 no nos gobierne un radical destructivo sino alguien de centroderecha liberal, pero con la potencia programática y política para poder emprender las tareas señaladas. Es un imperativo político que requiere que desde ya se vayan desplegando los esfuerzos para permitirlo. No hablamos del futuro sino del presente político.

La coyuntura acuciante no nos puede hacer soslayar que ya se está cocinando el agravamiento de la crisis que transitamos, que será moco de pavos si accede el poder una opción como la que representan Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres. Con semejantes personajes en el gobierno las deficiencias democráticas que hoy denunciamos nos van a parecer en el recuerdo, como propios de una democracia suiza.

Lamentablemente, la apatía ciudadana hoy vigente nos hace pensar que no habrá reacción callejera o siquiera mediática lo suficientemente poderosa para contener los arrestos autoritarios del Legislativo. Será necesario, por ello, pensar en la coyuntura electoral venidera como la ocasión en la que se tenga que dilucidar un retorno a las formas civilizadas mínimas de la democracia representativa o al agravamiento del sainete en el que una mayoría desquiciada está convirtiendo la separación de poderes consustancial a la democracia más básica.

El último jueves 2 de mayo, sucedió en el congreso algo sorprendente.
A pesar de que ya existían los votos más que suficientes para una nueva aprobación mayoritaria, Segundo Quiroz volvió a detener la tan necesaria ley de masificación del gas.
El lobby del gas apeló a la decisión arbitraria y unilateral del presidente de la Comisión de Energía y Minas para beneficiar a los consumidores más grandes en perjuicio de los más humildes.

 

Hay buen manejo monetario, estabilidad enorme en el Banco Central de Reserva, inflación ya a la baja, reservas internacionales cuantiosas, nivel de endeudamiento de los más bajos de la región. Y, sin embargo, la inversión privada sigue sin levantar cabeza.

Son dos las razones fundamentales que explican ello y que no van a cesar hasta el 2026, cuando se sepa quién será el próximo ocupante del solar de Pizarro.

Por un lado, la enorme debilidad política del Ejecutivo y la irreversible vocación populista del Congreso, generan un grado tal de incertidumbre que ningún dueño de capitales va a apostar a un proyecto si no tiene en claro si las condiciones se van a mantener en el tiempo. El statu quo político afecta la economía, rompiendo la ya decrépita hipótesis de que ambas pueden marchar por cuerdas separadas.

De otro lado, la altísima incógnita respecto de quién va a ocupar el sillón presidencial y, sobre todo, si va a ser algún candidato de izquierda radical, torna imposible que algún empresario piense en invertir más allá del año y medio que resta para las elecciones. Imagínese usted amigo lector si invertiría una gran suma de dinero en algún proyecto si no tiene la certeza de si se lo van a expropiar o van a dictar regulaciones absurdas sobre su quehacer. Es psicológicamente imposible.

Estamos condenados a un crecimiento mediocre, a que siga aumentando la pobreza, a que se deterioren más los servicios básicos, y ello, a su vez, alimenta las condiciones propicias para que surja un outsider que prometa patear el tablero y refundar el Perú. Es terrible la situación por la que está pasando el país y si a ello le sumamos el grosero deterioro institucional de los órganos que imparten justicia, se termina de completar el círculo del infierno para cualquier ánimo inversor (alguna ONG o unidad de investigación debería darse el trabajo de investigar cuántos empresarios o inversores tienen algún proceso fiscal o judicial abierto; nos sorprenderemos del número, que en muchos casos es abusivo e irracional).

No queda si no aguantar, hacer la tarea política e ideológica que corresponde, para evitar, con todas las energías posibles, que el país se vaya al abismo populista y autoritario el 2026. Desde individuos hasta organismos de la sociedad civil tienen la responsabilidad de hacerlo.

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Así como gracias a la lucha tenaz de las protagonistas y de una valiente defensa legal, al fin dos mujeres decidieron optar por la eutanasia en un caso y dejar de recibir asistencia forzada para seguir viviendo en el otro, luego de una ardua batalla legal, ojalá llegue el día en el Perú que los derechos civiles alcancen el estatus que en otros países, inclusive de la región, ya existen.

El derecho al matrimonio homosexual, al aborto, la despenalización de las drogas, la educación obligatoriamente laica, por ejemplo, deberían ser parte de una agenda civil liberal, que ya merece ser puesta en discusión. No va a tener resultados al inicio, porque el pensamiento conservador y reaccionario de la mayoría de las élites y el pueblo se opondría a ello, pero no hay mejor ladrillo para empezar a construir una edificación que una idea. Y de eso se trata, de ir construyendo un tejido ideológico que poco a poco vaya calando en sectores crecientes de los tomadores de decisión.

Vivimos tiempos difíciles, en donde los extremos ideológicos se abrazan en la misma línea moralmente conservadora, pero hay un dinámico y potente centro liberal que tiene la obligación de empezar a hacerse sentir en estos fueros, por más que inicialmente sean “políticamente incorrectos”.

Ya de por sí es difícil marcar una agenda capitalista democrática, en un país donde el libre mercado sigue siendo un ideal lejano, en medio de un capitalismo mercantilista por parte de la derecha y posturas estatistas por parte de la izquierda; y donde la democracia se asume como algo superfluo, maleable, ajeno al Estado de Derecho, y es manoseada y pervertida desde todos los frentes sin rubor.

Con mayor razón, será más difícil, desplegar la otra agenda, la que completa la propuesta liberal, de ser procapitalista competitiva, democráticarepresentativa y moralmente libertaria. Pero ya llegó el momento de empezar a marcar esa ruta y exponer en cuanto foro cívico sea posible la necesidad de construir esa plataforma.

La libertad es un sueño republicano incumplido. La hemos gozado en retazos, parcialmente, luego degradada y pervertida. Es indivisible su apuesta por la economía, la política y la moral. Ese debe ser el mensaje ideológico que luego deberá calar en el ámbito de las políticas públicas.

Muchos ingenuos le quitan peligrosidad al escenario del 2026, asumiendo que aun si ganara un radical extremista, al final terminaría gobernando, en el peor de los casos, como Pedro Castillo. Se equivocan groseramente y revelan una miopía política extrema.

Si el 2026 gana Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, lo harán con el voto aluvional del sur andino, que les va a permitir de arranque tener una holgada bancada parlamentaria. Y esta vez perfeccionarán el método de reclutamiento de un imberbe Castillo. Lo más probable es que logren amasar una mayoría congresal.

Con ese telón de fondo, y con la armazón ideológica de cualquiera de los mencionados, queda claro que esta vez sí, a diferencia de Castillo, van a arrasar con la economía de mercado parcialmente vigente hoy en día, que nos vamos a conducir al estatismo de los 70, y que la catástrofe económica va a ser brutal.

La democracia será una pelotudez. Harán tabla rasa de ella. La separación de poderes será vulnerada desde el primer día e instituciones como la prensa libre serán demolidas (ya Antauro anuncia la expropiación de todos los canales de televisión de señal abierta).

La oposición, en esa medida, carecerá de potencia para evitar la pendiente que se produciría si tal escenario se concreta en el país. Sería un apocalipsis para la economía libre y la democracia.

Eso es lo que está en juego. Y la centroderecha actúa con una irresponsabilidad punible al respecto, no dando los pasos necesarios para consolidar una apuesta sólida, plural, coaligada entre varias agrupaciones, etc., que impida que el país se deslice por la misma pendiente que han recorrido países como Venezuela o Nicaragua. Como bien se dice en el libro Memorias de África, de Isak Dinesen, la burguesía suele no reconocer la tragedia, no la tolera y no la vislumbra.

De esa no salimos así nomás. Nos costaría décadas de sufrimiento social, económico y político, lograr revertir esa caída en el autoritarismo populista radical que la izquierda expone, por medio de sus principales voceros, para una contienda que ya está a la vuelta de la esquina.

La del estribo: extraordinario libro La llamada, de la fenomenal cronista Leila Guerriero. Versa sobre la vida de una exmontonera que estuvo detenida en la ESMA, en Argentina, sometida a torturas y que logró sobrevivir. El libro es palpitante de principio a fin.

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Coalición Ciudadana, Idea Internacional, Transparencia, Capitalismo consciente, son algunas de las ONG que bien podrían abrir un filón de trabajo vinculado a la supervisión y evaluación de los millares de candidatos que vamos a tener para el próximo Congreso (con más de treinta partidos y dos cámaras, el número va a ser aluvional).

Y los empresarios estar llanos a dar fondos para estos fines. Los objetivos son claros y no tienen ninguna connotación política partidarizada, así que no debería haber temor de ser luego atrapados por la moledora de carne abusiva y muchas veces irracional del Ministerio Público y el Poder Judicial, como ya ha ocurrido en casos semejantes y que hasta ahora está con carpetas abiertas manteniendo en zozobra a donantes sanos y éticos que solo cometieron el error de hacer algo que a un fiscal enfebrecido se le ocurrió ocultaba un apoyo encubierto y criminal a la candidatura de Keiko Fujimori.

Va a ser crucial que si queremos aspirar a que el próximo lustro sea el inicio de una refundación republicana que nos saque de la crisis profunda en la que se encuentra el sistema político institucional, cribar a quienes vayan a ocupar una curul. No podemos repetir un Parlamento de mochasueldos, “niños”, vinculados a la minería ilegal y demás actividades ilícitas, llanos a zurrarse en toda cautela de respeto a la institucionalidad democrática, como hoy sucede.

No bastará con un Ejecutivo afiatado, con un buen líder, forjado en base a una sólida alianza electoral y centenares, si no miles de tecnócratas dispuestos a dar su cuota de sacrificio para sacar al país de las ruinas en las que el régimen de Dina Boluarte lo va a dejar, sino que se requiere ver en perspectiva que nada de ello va a funcionar si a la par no se logra una mayoría congresal sana y eficaz, técnica y políticamente dispuesta a hacer de su representación una actividad política democrática e institucional.

Un amigo congresista me comentaba que no había pasado ni un día desde que había juramentado y ya la gente lo insultaba en la calle. Eso debe revertirse rápidamente. El Congreso debe recuperar su prestigio y la actividad política su signo de vocación de servicio, que acarree, por ende, crédito y mérito público.

Nos preguntábamos en columna reciente por qué el inmenso tejido informal emprendedor no era una barrera de contención del eventual avance de opciones de izquierda contrarias a todo tipo de emprendedurismo y proclives al estatismo.

Poníamos, inclusive, el ejemplo de Puno, al que podríamos agregar Junín, regiones signadas por el pequeño comercio y la pequeña industria, definiendo el mapa sociológico de ambas regiones, pero que las mismas, a la hora de expresarse electoralmente, lo hacían, paradójicamente, por opciones levantiscas de izquierda.

El racismo, clasismo y centralismo, tres males históricos del país, desde tiempos de la Colonia,pueden ayudar a explicar ello. Lamentablemente, lejos de amainar, tales males se han acentuado. Contrariamente a lo previsto, dada la feliz cholificación del país y de las élites, éstas han remedado los males de la pituquería blanca que la antecedió. El dinero blanquea, es un viejo refrán popular. Pues ha ocurrido así, pero con todo el cargamento de pasivos que la “blanquitud” conllevaba en el Perú.

A pesar de la regionalización emprendida desde el gobierno de Toledo, no se ha producido una efectiva redistribución de poderes económicos y políticos, no obstante de que sí ha ocurrido en gran medida, no ha sucedido en los términos que hubiesen ayudado a revertir la sensación de postergación que el resto de regiones del país perciben respecto de Lima, la gran capital, que concentra los mejores servicios públicos, la mejor cobertura eléctrica, sanitaria y de infraestructura, en gran parte -hay que decirlo- por culpa de la corrupción gigantesca de los gobiernos regionales y locales.

Mientras esta situación no cambie seguiremos siendo un país dividido entre Lima y la costa norte, por un lado, y el gran sur andino, por otro, diametralmente distinto. Las taras mencionadas pervierten la integración ciudadana que se esperaría ya deberíamos logrado luego de dos siglos de vida republicana, pero que hoy, siguen siendo grandes tareas pendientes.

El racismo, el clasismo y el centralismo, son lastres que debemos extirpar si queremos aspirar a que el sueño republicano algún día se logre plasmar en un país hoy polarizado y fragmentado, capaz de generar niveles de ingobernabilidad e impredictibilidad extremas.

 

No ha debido disculparse el ministro de Economía, José Arista, en el fuero interno del Ejecutivo, como revelara el titular de Transportes, Raúl Pérez Reyes, por haber declarado que éste era un gobierno débil.

Sin duda lo es. No es un gobierno fuerte y no solo porque no tenga bancada congresal, porque por ese lado, más bien, no viene su debilidad, ya que ha logrado armar una bancada mayoritaria hechiza en base a la creencia equívoca de la derecha congresal de que es mejor la estabilidad con Boluarte a cualquier otra opción.

Este gobierno es débil porque no es capaz de afrontar dos campos de acción ejecutivos, uno de mediano plazo y otro de acción inmediata. En el mediano plazo, no ha sabido o no ha querido aprovechar esa mayoría congresal armada, para plantear siquiera alguna de las tantas reformas pendientes de realizar en el país: salud y educación públicas, regionalización, reforma del Estado, refundación del Ministerio Público y del Poder Judicial, etc.

En el corto plazo, ha abandonado tareas cruciales, como la lucha contra la rampante y creciente inseguridad ciudadana, la crisis económica (por más que este año venga mejor, no cubre las demandas de crecimiento que el Perú necesita) y la lucha contra la corrupción, a la cual más bien contribuye con escándalos como el Rolexgate.

No debería servir de consuelo que por más defectuoso y mediocre que sea el de Boluarte, es un mejor gobierno que el nefasto de Castillo, corrupto, ineficiente y antidemocrático. La exigencia histórica de la sucesión era otra, mucho mayor y más profunda, y claramente, al respecto, este gobierno no ha dado la talla.

Por eso se equivoca profundamente la derecha congresal al brindarle apoyo acrítico, le hace daño a la propia derecha, porque asienta la impresión de que nos gobierna una coalición derechista y ello abona y le lava la cara a una izquierda que debería seguir achicharrada por su complicidad directa o indirecta con el funesto régimen de Castillo.

Este es un gobierno débil, por inerte y mediocre, no porque le falte alguna curul de apoyo. Acertó Arista en el diagnóstico, pero no en sus causas.

 

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