[INFORME] El anuncio hecho por la presidenta Dina Boluarte durante el Mensaje a la Nación del 28 de julio de 2025, al declarar la recuperación del río Rímac como proyecto de interés nacional y convocar a una licitación internacional, no surgió de la nada. Este nuevo impulso se apoya en años de planificación previa que, hasta ahora, no habían logrado concretarse en acciones visibles. La idea de recuperar integralmente el río hablador —uno de los principales afluentes de la ciudad de Lima— ha estado presente en distintos gobiernos, pero pocas veces con voluntad política suficiente para llevarse a cabo.
Uno de los antecedentes más sólidos es el Plan Maestro para la Restauración del río Rímac, promovido en 2015 por la Autoridad Nacional del Agua, en coordinación con la Agencia de Cooperación Internacional de Corea. Este documento técnico definía lineamientos precisos: mejorar la calidad del agua, reducir riesgos de desbordes y huaycos, rehabilitar las riberas, promover usos sostenibles y proteger la infraestructura hídrica crítica de la cuenca, como las plantas de tratamiento y las centrales hidroeléctricas. A lo largo de varios años, dicho plan fue actualizado y reactivado con el objetivo de integrarse a otras estrategias urbanas, pero fue perdiendo protagonismo conforme cambiaban los gobiernos.
Paralelamente, el Proyecto Especial Paisajístico Río Rímac —inserto dentro del Plan Maestro del Centro Histórico al 2035— proponía reconectar el río con la ciudad, a través de un corredor ecológico de aproximadamente 170 hectáreas que combinaba espacios públicos, ciclovías, defensas ribereñas, plazas, zonas de uso mixto, restauración ambiental y valorización del patrimonio histórico. La idea era devolver al Rímac un rol urbano relevante, transformándolo de una fuente de contaminación y abandono en un eje de desarrollo urbano sostenible.
El mensaje presidencial de Boluarte parece recoger el espíritu de ambos esfuerzos. Al declarar el proyecto como de interés nacional, se abre la posibilidad de asignar recursos públicos, convocar a inversionistas extranjeros y convertir lo planeado en obras concretas. En el discurso, la presidenta prometió que la intervención permitirá abrir espacios de recreación, fomentar el turismo, atraer inversión hotelera y gastronómica, y dinamizar la economía del centro histórico. La convocatoria a una licitación internacional es, en teoría, un primer paso firme para iniciar la ejecución.
Sin embargo, el anuncio también debe ser mirado con prudencia y análisis crítico. En el pasado, otras iniciativas similares fueron desactivadas o reemplazadas. Un ejemplo claro es el caso del Proyecto Río Verde, cancelado durante la gestión de Luis Castañeda para redirigir los fondos a la construcción del bypass de 28 de Julio. Esa decisión no solo eliminó una oportunidad de recuperar la ribera del río, sino que también dejó sin solución efectiva a comunidades afectadas, como la población shipiba de Cantagallo. Muchas de esas familias siguen esperando una reubicación digna y definitiva.
Más allá del entusiasmo político que puede generar un anuncio de esta magnitud, lo cierto es que aún no se han presentado cronogramas concretos, presupuestos estimados ni mecanismos de articulación entre los distintos sectores involucrados. El Plan Maestro del Rímac contempla más de 50 intervenciones específicas, muchas de ellas de alta complejidad técnica. Llevarlo a la práctica requiere una coordinación interinstitucional sostenida, voluntad de continuar con el proceso más allá de un solo gobierno y una estrategia clara de sostenibilidad.
Además, se necesita garantizar la participación ciudadana en todas las etapas del proyecto. No se puede repetir la lógica de decisiones unilaterales o de obras impuestas desde arriba. El río Rímac atraviesa distritos muy diversos —desde zonas industriales hasta barrios históricos y comunidades vulnerables— y cualquier intervención real debe considerar sus necesidades, sus riesgos y su historia.
El hecho de que Boluarte haya elegido este proyecto como uno de los anuncios principales de su mensaje en Fiestas Patrias sugiere una intención de dejar un legado visible antes de cerrar su gobierno. En un contexto de aprobación ciudadana muy baja y con un Congreso fragmentado, este tipo de anuncios también tienen una carga simbólica: mostrar gestión, planificación y visión de largo plazo. Pero lo cierto es que ya han pasado varios años desde que el país cuenta con un plan técnico completo y viable. El desafío no es diseñarlo, sino ejecutarlo.
El río Rímac ha sido durante décadas el reflejo de las contradicciones de Lima: vital y contaminado, visible pero olvidado, presente en la memoria urbana pero ausente en las decisiones de política pública. Recuperarlo no es solo una cuestión ambiental o estética, sino un acto de justicia histórica, de reparación urbana y de apuesta por una ciudad más vivible y equilibrada. El mensaje de Boluarte puede ser un punto de inflexión. Pero como tantas veces ha ocurrido en la historia del urbanismo limeño, todo dependerá de si las palabras se convierten en obras y de si el Estado logra superar su mayor obstáculo: la discontinuidad.