Eso cambia con la consecución por parte de la derecha del segundo cargo político más importante del país. Castillo agregará a sus pesares el tener a un vecino vocinglero, beligerante y abiertamente crítico de sus andares. No será un opositor acomedido ni templado, sino todo lo contrario. López Aliaga debe haberse propuesto -y en ese plan parece que lo podrá lograr- convertirse en el líder de la oposición a Castillo.
Pedirle templanza a López Aliaga constituiría una ingenuidad absoluta. No está en sus genes serlo y el poder seguramente exacerbará esos rasgos de su carácter. Pero si a ese rasgo disruptivo, le agrega una gestión eficiente y que haga realidad las promesas hechas (particularmente, el generar un shock de inversiones en la ciudad), potenciará sus perspectivas políticas y va a ser muy difícil contener sus apetitos presidenciales el 2026.
Más allá de cual sea el escenario final y para no especular en demasía, cabe corroborar, sin embargo, con claridad, que Lima, la principal plaza electoral del país se ha pronunciado a favor del contrapeso al gobierno. Gran parte del voto por López Aliaga ha sido un voto anticastillista, que identificó en su principal contendor, Daniel Urresti, una excesiva complacencia con el oficialismo por parte de Podemos, el partido que lo acogía.