Pie Derecho

La inteligencia de Béjar parece haberse subordinado a los disfrutes del poder. No se halla otra explicación a que se aferre a un cargo, en el que, a pesar de la breve estancia, le ha generado un problema político mayúsculo al recién estrenado gobierno.

No hay contexto alguno en el que sus opiniones sobre los orígenes de Sendero Luminoso y la presunta participación ominosa en ello de nuestra Marina de Guerra -que tantas víctimas tiene en sus pasivos históricos por obra y gracia del terrorismo-, puedan ser admisibles.

Es un disparate y es un agravio. Y no estamos hablando de declaraciones de hace veinte o treinta años, sino de apreciaciones efectuadas hace pocos meses, es decir, pareceres que el Canciller debe mantener en ristre y seguir sosteniendo en su fuero interno.

Pues resulta claro que alguien con ese pensamiento, propio del infantilismo de izquierda que se apreció cuando recién apareció Sendero Luminoso en el Perú (y sobre lo cual, dicho sea de paso, la izquierda peruana no ha dado cuenta histórica y en lo que no abunda, como debiera haberlo hecho, el Informe de la Comisión de la Verdad ni, por ende, el Lugar de la Memoria), no puede ser Canciller de la República.

Probablemente, Béjar provenga de la cuota de poder ministerial de Vladimir Cerrón. Un motivo más para que el presidente Castillo recapacite respecto de la capacidad de influencia que le está permitiendo al secretario general de Perú Libre.

Los grandes problemas del presente -salud y economía- requieren una mirada pragmática de parte del régimen. En ese sentido, los nombramientos de Hernando Cevallos y Pedro Francke, dentro de lo factible, parecen acertados. Pero muchas de las otras designaciones ministeriales y en particular la del canciller Béjar, generan un ruido político gigantesco, que afecta directamente la marcha de los dos programas esenciales de gobierno mencionados.

La bajísima aprobación del gobierno se debe no a la campaña de la derecha mediática o el acoso político de la oposición congresal. Se debe básicamente a los enormes desaciertos cometidos por el Presidente en la designación de su gabinete ministerial, la percepción de la influencia de Cerrón, y la terquedad en insistir con la Asamblea Constituyente. Tiene que corregir ello si quiere mantener niveles de aceptación ciudadana mínimos para sobrellevar un gobierno con alguna credibilidad (ya vimos cómo se ha reactivado el conflicto en Las Bambas, a despecho de la intervención del propio Premier Bellido).

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Héctor Bejar, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

El régimen va a insistir con la Asamblea Constituyente. Si no es por angas será por mangas. Ya lo ha dicho el factótum partidario del gobierno, Vladimir Cerrón: se intentará, primero, por el Congreso, mediante una propuesta de reforma del artículo 206; si no prospera, Perú Libre ya junta firmas con la pretensión de que el Ejecutivo convoque directamente a un referéndum que instale la Asamblea referida.

Lo cierto es que el segundo camino es inviable. La inmensa mayoría de constitucionalistas señala que el artículo 206 es taxativo y que “toda” reforma constitucional requiere dos legislaturas de 87 votos o una de 66 que dé pase luego a un referéndum validatorio. Así se junten diez millones de firmas. No hay otra. Y si Castillo, estimulado por Cerrón, se atreve a convocar de facto un referéndum sin pasar por el Congreso lo más probable es que, previo recurso, el Tribunal Constitucional lo rechace, o que, por ese acto, se abra el camino de la vacancia por incapacidad moral.

El gran problema, sin embargo, es que en medio ya de una situación de incertidumbre de la inversión privada -motor de la economía nacional, de la generación de empleo y la disminución de la pobreza-, ésta se hallará ahora en mayor suspenso a la espera de ver qué rumbo político-legal tomará el gobierno.

Una posibilidad que se abría es de que conviviera una fraseología populista radical con un gobierno económicamente tecnocrático (Francke-Velarde) que, mal que bien, asegurase estabilidad macroeconómica y algún resquicio para animarse a relanzar proyectos de inversión de toda magnitud. Sería un gobierno mediocre, por la medianía del aspecto político, pero siquiera albergaría la posibilidad de seguir manteniendo en movimiento esa espiral virtuosa de la inversión privada.

Pero la advertencia política de Cerrón, de querer llevar a cabo a toda costa la Constituyente (no hacerlo sería, en sus palabras humalizar o caviarizar a Castillo), penderá como una espada de Damocles sobre la sociedad inversora conformada por millones de micro, pequeños, medianos y grandes empresarios. Peor aun si se tiene en cuenta la naturaleza corporativista de la Asamblea que Castillo y Cerrón pretenden instalar, conformada solo en parte por el voto directo de la ciudadanía (lo que de por sí también ameritaría un recurso de inconstitucionalidad).

En mala hora el país votó por quienes aseguran una mezcla explosiva de impericia e improvisación, con rigidez ideológica y prejuicios políticos. En el mejor de los casos, nos esperan cinco años de zozobra política, parálisis económica y probable convulsión social.

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Asamblea Constituyente, Tribunal Constitucional, Vladimir Cerrón

Como bien ha señalado el politólogo Rodrigo Barrenechea, los inicios aprobatorios de Pedro Castillo, en su calidad de líder populista de izquierda, son escuálidos si se les compara con aquellos que tuvieron sus pares regionales al inicio de su mandato.

Mientras Hugo Chávez tenía 91.9% (Datanálisis), Evo Morales 79% (Ipsos) y Rafael Correa 71% (CEDATOS), Pedro Castillo apenas tiene 38%, según la encuesta de Ipsos publicada hoy en el diario El Comercio.

En esa circunstancia, sin respaldo mayoritario de la población y sin dominio congresal, solo le quedan dos opciones: o se radicaliza buscando ganar aceptación popular para poder confrontar luego con el Congreso, o se modera y tiende puentes de gobernabilidad hacia el Legislativo y el país, migrando al centro, buscando un horizonte de gobernabilidad de cinco años.

Si uno se guía por la entrevista exclusiva que nos concediera Vladimir Cerrón (https://sudaca.pe/noticia/entrevistas/vladimir-cerron-yo-sugeri-permanencia-julio-velarde/), que es una excelente radiografía de cómo se reparte el poder en el Perú, el camino de choque que pasa por la disolución del Congreso estaría negado.

Si ese es el caso, lo más probable es que la opción radical de la Constituyente no sea viable en el corto plazo y que a la postre, quizás terminemos teniendo un gobierno de fraseología radical, pero tecnocráticamente moderado (Francke-Velarde), más aún si es cierto que fue el propio Cerrón quien sugirió la permanencia del presidente del Banco Central de Reserva.

Castillo recién se está acomodando. A diferencia de Cerrón, no tiene experiencia político partidaria. Pero lo cierto es que si la dupla de marras lee correctamente la realidad social y política, e imprime un sentido pragmático a su gestión, debiera entender que el camino del choque o la provocación (como supuso la designación de Bellido) no conduce a nada bueno para el propio régimen y ni siquiera le permite acumular fuerzas si a mediano plazo quisiese intentar el camino de la refundación constitucional.

Habrá que ver en los siguientes días cuál es el tenor del gabinete ministerial, si Castillo sorprende y hace cambios antes de su presentación ante el Congreso, si no lo hace habrá que evaluar bajo qué espíritu se presenta, cómo se redefinen las relaciones de poder al interior del gobierno, etc. Hay mucha tela por cortar aún para poder tener una prospectiva clara de hacia dónde nos conducimos.

Estas primeras semanas son decisivas. El gobierno ha empezado con mal pie, tanto que ha generado que opciones opositoras radicales, como la de la vacancia, afloren en el lenguaje político y mediático. Ojalá haya propósito de corrección.

 

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Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

El Congreso viene cumpliendo hasta el momento de modo satisfactorio su rol de control y oposición del Ejecutivo. En base a la holgada mayoría del centro y la derecha han logrado hacerse de la Mesa Directiva y de las principales comisiones parlamentarias, y además, como corresponde, han empezado a ejercer control político del gobierno central citando a ministros a dar explicaciones.

De otro lado, la calle sigue movilizada. Hasta el momento, de un modo muy parcial, en base a la legítima y valiosa colaboración del empresario Erasmo Wong (lástima que se haya sumado a la estrategia golpista, pero, en fin, eso ya es hoja a la que se le debe dar vuelta, en términos de estrategia opositora), y deberá ampliarse a gremios que como el Sutep ya han expresado su malestar por la clara inconducta del régimen con los términos sindicales del magisterio.

Pero lo que falta es que surjan líderes políticos que galvanicen este estado de ánimo y lo conduzcan durante el periodo que dure este gobierno. No se entiende, por ejemplo, el silencio de Keiko Fujimori. Muy activa cuando se trataba de obstruir desde el saque al gobierno de PPK (cuando allí debió haberse promovido un pacto de derechas que hoy habría arrojado un desenlace inmensamente superior al que tenemos), y hoy silente y pasiva.

Ha hecho bien en abstenerse de aprovechar su número de parlamentarios para tener presencia en la Mesa Directiva. Aún tiene heridas que restañar ante la opinión pública por lo abominable que fue la conducta de su bancada en el periodo anterior. Pero fuera de las instancias congresales tendría mucho que decir y hacer.

Julio Guzmán salió muy mal parado en las elecciones. Puede perder, inclusive, la inscripción, pero no es un político muerto y más bien podría capitalizar la creciente decepción por la gestión de Castillo para recolocarse y retomar posiciones expectantes que antaño tuvo.

Y así por citar solo dos. Podrían surgir también nuevos liderazgos. La circunstancia lo amerita. Se viene una batalla larga para contener cualquier eventual arresto radical y autoritario de un régimen que alberga en su seno esta variante y que no se sabe, a ciencia cierta, cuánto tiempo convivirá con la tecnocracia del MEF (Francke) y del BCR (Velarde) sin patear el tablero populista.

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Julio Guzmán, Julio Velarde, Pedro Francke

Una batalla campal en redes sociales y medios se ha desatado entre quienes consideran que aquellos que, por cuestión de dignidad o principios, votaron en blanco o se inclinaron por Castillo como mal menor en rechazo al keikismo, no tienen autoridad moral ahora de irritarse por los yerros del gobierno y tienen, pues, que asumir contritos las consecuencias de lo que se considera fue una frivolidad o una estupidez (les han endilgado la chapa de “cojudignos”), versus quienes, a su vez, estiman que todos los que se sumaron a la absurda tesis de un fraude y luego a las iniciativas golpistas, no son los llamados a liderar ninguna resistencia moral al casticerronismo (son éstos, los fachos y la DBA).

Tremendo favor se le hace al régimen y sus eventuales arrebatos radicales y autoritarios, si la oposición a esa deriva se dedica intensamente a un tonto ajuste de cuentas antes que a erigir una fuerte barrera de contención en todos los frentes posibles para evitar que el verbo radical de algunos voceros del gobierno termine haciéndose realidad.

A la mediocridad del gobierno nos tenemos que resignar. Parece irreversible. Requerirá también, sin duda, vigilancia y oposición, pero la batalla dura -que puede pasar in extremis, por un proceso de vacancia- se tendrá que dar solo si el régimen traspone los linderos constitucionales y democráticos, o si el Primer Mandatario incurre en las causales de incapacidad moral permanente para gobernar.

Las dos acciones, la de oposición a la mediocridad rampante, o la dura a una deriva autoritaria del régimen, necesitan, como condición ineludible, de la unidad consolidada de la clase política, de los poderes institucionales, de las bases populares organizadas y de los poderes fácticos (gremios sindicales, empresariales, medios de comunicación, etc.).

La ruptura de la oposición, como sucedió en Venezuela o Nicaragua, solo ayudará al régimen a desplegar su eventual agenda radical y consolidar un proyecto autoritario (al respecto, muchos están esperando la bomba política de Castillo cuando todo parece indicar que se tratará de una confrontación permanente de baja intensidad que va a requerir además de unidad, de mucha inteligencia estratégica).

Lo menos indicado en tales circunstancias es que la oposición se dedique a zaherirse mutuamente, en un plan tonto de ajuste de cuentas. Lo prioritario para la salud democrática del país es la unidad opositora. En esa perspectiva, insistimos: todo suma, nada resta.

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Casticerronismo, cojudignos

La grave disfuncionalidad que muestra de arranque el gobierno de Pedro Castillo, la misma que difícilmente remediará, generará un nuevo lustro perdido, sobre todo en materia de reformas.

Ya nos hemos resignado a que las reformas de libre mercado estarán congeladas cinco años, con un régimen que no cree en ellas sino todo lo contrario, y al que, más bien, habrá que mantener a raya para impedir que vaya a contramarcha destrozando lo mucho que se ha avanzado en progreso económico los últimos 30 años.

Pero cabía la expectativa, quizás muy ingenua y optimista, de que al menos una gestión de izquierda pudiese ser capaz de llevar a cabo la construcción de un Estado ecualizador e inclusivo, sobre todo en materia de educación, salud y seguridad. Que, digamos, desde la izquierda se hiciese lo que en verdad correspondía hacer estos últimos años de estabilidad macroeconómica, pero cuyos responsables (Toledo, García, Humala, PPK y Vizcarra) fracasaron estrepitosamente por indolencia reformista. La transición post Fujimori, en esa perspectiva, ha sido un fiasco y es por ello, en gran medida, que hemos pagado la factura política de tener en el poder a un candidato antiestablishment.

Al paso que vamos, sin embargo, ni siquiera esa construcción de un mejor Estado se va a lograr. Más allá de los gritos radicales de algunos voceros del gobierno, lo cierto es que es un régimen débil, sin cuadros técnicos, sin mayoría parlamentaria y con las calles crecientemente adversas. Encima de ello, la altisonancia generará incertidumbre y arruinará la moderación económica por la que parece haberse optado y el resultado final será una gestión mediocre, inútilmente confrontacional, y paralítica en reformas.

Políticamente al Perú le convendría la interrupción de un mandato que ya muestra los síntomas sombríos de lo que será por los siguientes cinco años. Sobre ello no caben dudas.

La pregunta que cabe hacerse es si resulta legítimo, constitucionalmente hablando, desembarazarse de un régimen mediocre y malo, como el que promete la dupla Castillo-Cerrón. Pues no, no lo es. Pero la oposición congresal debiera tener claro que le haría un inmenso bien al país si a la primera de bastos que haya justificación para una vacancia moral, proceda a hacerlo, que el Perú no se merece transitar por la travesía penosa de cinco años de improvisación, irresponsabilidad y mediocridad a la que nos asomamos.

El gabinete Bellido, la falta de talla política del Primer Mandatario, la improvisación en la designación de funcionarios públicos, la lentitud pasmosa respecto de las rápidas decisiones que ya corresponde tomar en diversas políticas públicas, y encima de ello la inmadurez de engalanar ese tinglado de medianía, con frases díscolas y petulantemente radicales de muchos de sus voceros, suponen una calamidad intolerable.

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Pedro Castillo

Una estrepitosa derrota política ha sufrido el oficialismo en el Congreso, en el reparto de las comisiones, quedándose con algunas secundarias y ninguna crucial. Algo inédito en la historia política del país de los últimos cuarenta años.

Esa es la respuesta del Parlamento al gabinete de choque encabezado por Guido Bellido. Si Castillo hubiera entendido que su mandato lo obligaba a ejercer un gobierno de centroizquierda moderado no solo en lo económico sino también en lo político, podría haber conseguido aliados en el Congreso, además de los cinco votos que le aporta Juntos por el Perú y que claramente son insuficientes para tentar alguna mayoría que haga fluida la gobernabilidad del Ejecutivo frente al Congreso.

Pero la necedad política del Presidente ha conducido a un choque de poderes en el que ha salido claramente perdedor y no se asoma con buen pie a la presentación del gabinete en los próximos días.

¿Está en posibilidad el régimen de salir mejor librado? Sí. El camino correcto pasa porque el Presidente ejerza dos actos de gobierno: uno, primero, el apartamiento de Cerrón de la toma de decisiones del Ejecutivo (la última encuesta de Ipsos señala que para el 59% de la población, el gabinete lo ha armado el exgobernador de Junín y un 84% estima que dicho personaje debe alejarse), cuya presencia debilita enormemente la imagen presidencial.

El otro es que acote la pretensión de convocar a una Asamblea Constituyente, la misma que tampoco cuenta con aprobación popular y genera inmensa incertidumbre. Por último, si quiere cumplir su promesa electoral, que presente el proyecto de reforma al Congreso y una vez que éste lo rechace, se quede tranquilo y deje allí nomás el tema. Como ya ha dicho Francke, se pueden desplegar políticas económicas de izquierda sin necesidad de cambiar la Constitución.

Tomando ambas decisiones, el gobierno podría lograr aliados en el Congreso. Había y puede haber disposición de algunas bancadas (Morados, Somos Perú, Acción Popular, Alianza para el Progreso, Podemos y hasta de la derecha fujimorista o de Avanza País), de apoyar al gobierno si éste da señales de moderación y de abandono de la estrategia de choque, estrategia condenada al fracaso, como se ve.

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Guido bellido, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Son lamentables las disputas tontas dentro de Renovación Popular. No interesa ya a estas alturas discernir las responsabilidades, pero queda claro que el vocero de la bancada, el almirante Jorge Montoya, no es precisamente un dechado de tolerancia y buenas maneras.

En cualquier caso, la buena noticia es que los tres renunciantes han recalado en Avanza País, una agrupación más liberal y democrática que la de Renovación Popular, que representa a la extrema derecha autoritaria del país.

Decimos esto porque más allá de diferencias claras, lo que en estos momentos necesita el país es una férrea unidad entre todas las fuerzas de centro y derecha para hacerle frente al despropósito mayúsculo que muestra el casticerronismo. Salvo excepciones, el gabinete ministerial es un espanto de impericia e improvisación, además de cuoteo político descarado.

Nada bueno augura la gestión de un tipo taimado como Guido Bellido de Premier, involucrado ahora en una nueva investigación fiscal, esta vez por lavado de activos. En modo de aterrizaje suave, la estrategia del gobierno es arrasar con todas las barreras de contención. Con la misma perspectiva estratégica hay que responder.

La mediocridad clama al cielo y es intolerable en un país con tantos problemas como el Perú, pero, por último, democráticamente hablando, es y debe ser tolerada por respeto a los votantes de esta opción política, por más advertencias que se hicieron durante la campaña.

Pero lo que es inaceptable es que bajo el disfraz de la moderación económica se pretenda construir un proyecto radical y autoritario, que pasa por la convocatoria a una Asamblea Constituyente corporativista, que supondría el fin de la democracia representativa reinante en el país los últimos 20 años ininterrumpidamente.

Frente a esa amenaza, no caben vacilaciones ni querellas intestinas que bloqueen una acción común. Desde el Congreso, desde las calles y las organizaciones sociales se debe poner coto a tamaño despropósito. Ya hay, por ejemplo, una iniciativa de la bancada de Podemos para acotar las cuestiones de confianza. A ello debe seguir la elección de nuevos magistrados del Tribunal Constitucional. Y cuando el tema esté clarificado, arrinconar al gobierno si éste pretende salirse del carril democrático, teniendo la vacancia como munición extrema en caso sea necesario.

Centristas y derechistas deben actuar unificados en dicha tarea. Eventualmente sumar a algunos izquierdistas desencantados. Como ya hemos dicho, todo suma, nada resta. Hay que descartar la práctica infantil de pretender ajustes de cuentas absurdos en momentos en los que ello no corresponde y más bien divide los esfuerzos comunes.

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Casticerronismo, Guido bellido, Renovación popular

La encuesta de CPI corrobora el sentir general que se había expresado en la medición previa de Datum. Al gobierno le está yendo mal y no ocurre ello por la tozuda oposición o la “prensa obstruccionista”, como la ha calificado el Premier Bellido, sino por los groseros errores políticos cometidos por el presidente Castillo, los cuales parece empeñado en profundizar.

Un 47.7% desaprueba al gobierno y un 40% lo aprueba. Esta disparidad negativa no se ha visto antes en el arranque de ningún gobierno de los últimos cuarenta años (desde el retorno a la democracia luego de la dictadura militar).

A Bellido le va aún peor. Solo 21.1% aprueba su designación frente a un 62.4% que lo desaprueba. Se pregunta, además, por siete ministros: solo Pedro Francke (Economía y Finanzas) y Hernando Cevallos (Salud) tienen más aprobación que desaprobación. Salen jalados Dina Boluarte (Midis), Ciro Gálvez (Cultura), Héctor Béjar (Relaciones Exteriores), Walter Ayala (Defensa) e Iber Maraví (Trabajo).

Por supuesto, la sombra de Vladimir Cerrón pende como un inmenso pasivo en el régimen. Un 58.1% considera que las decisiones del Presidente dependen del exgobernador regional y solo un 32.2% cree que Castillo decide con autonomía (me parece que acá hay un error de percepción: gobiernan de la mano, son interactivos, socios políticos, siameses, propulsores del “casticerronismo”). Pero la percepción popular es contundente: un 85.8% no está de acuerdo con la intervención de Cerrón en asuntos de gobierno.

La opción de Castillo por un formato de confrontación política y copamiento partidario del Estado le ha hecho mucho daño. Y no ha logrado compensarlo acudiendo a la moderación económica que representa el titular del MEF. Esa mixtura economía moderada/radicalismo político, solo parece indicar una estrategia dosificada de imposición del modelo radical que desembocaría en la Asamblea Constituyente, frente a lo cual, la presencia de Francke solo cumpliría un cometido temporal hasta que el gobierno se asiente y pueda desplegar su vena extrema a plenitud.

Por eso el 45.4% de la ciudadanía tiene poca confianza en el gobierno de Castillo y el 25.9% ninguna confianza (inclusive en la sierra centro-sur -su presunto bastión político-, el 43.9% tiene poca confianza y el 12% ninguna confianza).

Queda claro que Castillo corrige rápidamente los dislates políticos cometidos o pronto veremos un desmadre de tal envergadura que la posibilidad de recorte del mandato crecerá con apoyo popular (ya se ha visto en reciente informe de IDL-Reporteros y en otros, que ni siquiera la bancada oficialista parece sólida y se podría quebrar).

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CPI, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón
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