[Música Maestro] Con el surgimiento de géneros como el grunge, el indie, el shoegazing, la EDM y el nu metal, la música popular anglosajona sufrió una nueva recomposición, tan fuerte y revolucionaria como lo fueron en sus respectivas décadas el rock progresivo, el punk y la new wave. Mientras que las radios trataban de adaptarse a los nuevos aires, incorporando a sus programaciones las vertientes más amables de estos cambios -el britpop, el rock alternativo. Esa renovación de sonidos también alcanzó al pop-rock en español, lo cual terminó en una generación amplia, interesante y de diversos recursos estilísticos.
En paralelo, las viejas glorias de otros tiempos continuaron su camino artístico, algunos aferrándose a sus conocidas fórmulas y otros intentando actualizarse, con resultados que fueron de lo sorprendente a lo decepcionante. Desde los padres fundadores -y sus hijos- del pop-rock de los sesenta y setenta, los ídolos ochenteros y sus ramificaciones estilísticas, hasta los barones de géneros extremos como el punk, el rap y el heavy metal, todos aportaron a la diversidad que escuchamos entre 1990 y 1999.
Para cuando comenzó la década de los noventa, el rock y sus derivados ya tenían, como mínimo 25 años de antigüedad. La reedición del festival de Woodstock, en 1999 -tres décadas después del original- en medio de la existencia de varios encuentros propios de su tiempo -Lollapalooza, Glastonbury, Coachella, entre otros- fue una especie de punto final, otro más, para la continua evolución de la música popular.
En esta nota he escogido solo seis para mostrar esa variedad de estilos que nos dejó la década noventera, dejando de lado las obviedades que aun resuenan en emisoras del recuerdo, con la intención de poner el foco en las puntas de los muchos icebergs que confirmaron esa vibrante etapa que fue, a la vez, premonitoria de la decadencia que se venía el siglo XXI, una que estamos padeciendo sin pausa ni opciones desde hace ya un cuarto de centuria.
Hole – Celebrity skin (DGC Records, 1998)
A diferencia de Dave Grohl, quien básicamente se colgó de su fama como baterista de Nirvana tras el terrible suicidio de Kurt Cobain para promocionar su propia banda, el camino musical de su viuda empezó casi en paralelo, a pesar de que ese hecho también fue publicidad gratuita para ella, algo inevitable pues todo lo relacionado al líder de la escena grunge se convirtió en objeto de culto tras aquel trágico 5 de abril de 1994.
Courtney Love había formado Hole en 1989, el mismo año de Bleach, el debut de Nirvana, con un sonido cercano al punk y al noise-rock, en la onda de Sonic Youth o The Butthole Surfers. Sin embargo, después de dos álbumes, la cantante y guitarrista decidió modificar ligeramente su línea musical en este tercero, más orientado hacia el hard-rock con ciertas influencias de la escena californiana de los años sesenta.
El resultado tiene suficiente peso como para olvidarse de quienes reprochaban a Hole ser una banda que aprovechaba su conexión con uno de los personajes más influyentes de la década. Acompañada por Eric Erlandson (guitarra), Melissa Auf der Maur (bajo, coros) y Patty Schemel (batería), Courtney Love concibió estas canciones en medio de un torbellino emocional sumamente depresivo, del cual salió gracias a su expareja Billy Corgan (líder de The Smashing Pumpkins), coautor de cinco temas, entre ellos Malibu y Celebrity skin, las más conocidas del álbum; y toca el bajo en dos (Hit so hard y Petals).
Schemel fue reemplazada en las sesiones por Deen Castronovo, por algunos desacuerdos con el productor. El antiguo sonido de la Costa Este se siente en Malibu, Awful, Boys on the radio o Heaven tonight. Otros temas como Dying, Use once & destroy, Reasons to be beautiful o Hit so hard son más grunge. Northern star es un quejumbroso tema acústico con sección de cuerdas. La voz de Courtney Love se parece, por momentos, a la de Joan Jett, pero su imagen definitivamente es mucho más controversial y chocante. Celebrity skin marcó el final de Hole, pero Love no perdió vigencia por sus constantes apariciones en noticias del espectáculo.
Pavement – Wowee Zowee (Matador Records, 1995)
Pavement fue una de las bandas fundamentales de la movida «indie» norteamericana pero, con el tiempo, su presencia en la memoria del público fue desvaneciéndose. Quizás porque, a diferencia de otros actos como Sonic Youth, The Flaming Lips o Yo La Tengo, estos californianos jamás se interesaron en firmar contrato con sellos grandes. O jamás lo consiguieron. Aquella independencia les dio estatus de banda de culto, aunque casi nadie hable de ellos.
Este es su tercer álbum, sin contar los EP, titulado Wowee zowee, frase extraída del tema Wowie zowie, del disco debut de The Mothers of Invention (Freak out!, 1966). La onda relajada y ecléctica de estas 18 canciones representa el mejor momento de Pavement y, en especial, de su principal compositor y líder espiritual, Stephen Malkmus, toda una estrella por sus presentaciones en Lollapalooza y sus dimes-y-diretes con Billy Corgan.
Malkmus es considerado una especie de genio por los seguidores de este subgénero del rock alternativo. Aunque no necesariamente llega a ese nivel, sí cabe decir que hay en sus composiciones mucha personalidad y talento, con registros que van de lo experimental (We dance, Flux=rad, Fight this generation, Grave architecture) a lo country alternativo de baja fidelidad (Motion suggests, Father to a sister of though). En Brinx job, el quinteto se pone beatlesco, mientras que en Half a canyon, la distorsión es grunge puro, a lo Nirvana.
Por eso la figura de Stephen Malkmus es importante en el desarrollo del rock noventero norteamericano, porque se puso al margen del alternativo exitoso para lanzar discos cargados de influencias diversas. Este álbum fue un retorno a un sonido más volátil, sin dejar de lado ataques rockeros de muy buena factura como en Extradition, Black out y especialmente Rattled by the rush, el tema más conocido por quienes conocen a fondo la escena indie.
Pavement siguió produciendo hasta finales de la década y posteriormente se reunieron en el 2010 para una gira. En este álbum, la formación de Pavement fue la siguiente: Stephen Malkmus (voz, guitarra), Scott Kannberg (guitarras), Mark Ibold (bajo), Bob Nastanovich (percusión, coros) y Steve West (batería).
Paul McCartney – Off the ground (Parlophone Records/Capitol Records, 1993)
El primer disco rock del ex Beatle en los noventa -en 1991 había lanzado su oratorio dedicado a Liverpool- no recibió muy buenos comentarios en su momento, sobre todo comparándolo con el anterior, Flowers in the dirt (1989). Sin embargo, escuchado a la distancia, hubo algo de mezquindad en esas críticas, puesto que su contenido refleja la creatividad compositiva de Paul así como la cohesión con su banda -Hamish Stuart (guitarras, bajos, voces), Robbie McIntosh (guitarras, coros), Paul «Wix» Wickens (teclados, acordeón, coros), Blair Cunningham (batería) y su inseparable Linda McCartney (teclados, coros).
Supongo que esa acrimonia se debió al tono acústico y comercial de Hope of deliverance, la canción más popular de este disco, el décimo como solista, sin el rótulo de Wings; décimo octavo desde la separación de los Fab Four. Pero, valgan verdades, es una canción excelente. El álbum arranca con Off the ground, de tintes volátiles y un pegajoso efecto de palmas. Aquí reaparece el McCartney más muscular, con inevitables toques beatlescos en Mistress and maid y Golden earth girl, lejos ya del disco (Coming up, 1980) o del pop sinfónico de Pipes of piece (1983), con bastantes guitarras y mellotrones.
Hay temas como Looking for changes, Biker like an icon o Get out of my way que quedan bien con la época, independientemente de su trayectoria y renombre. También hay algunas canciones románticas como la mencionada Golden earth girl, The lovers that never were y I owe it all to you, melodías suaves, sencillas y agradables al oído, algo para lo que siempre tuvo particular talento. Las guitarras de McIntosh y Stuart son sumamente claras y se combinan muy bien con la versatilidad del inquieto compositor, capaz de grabar hasta 20 instrumentos por su cuenta.
Como ocurrió en Flowers in the dirt, hay dos temas firmados con su gran amigo Elvis Costello, The lovers that never were y Mistress and maid. Al final de C’mon people hay una oculta, Cosmically conscious, que mereció mayor difusión. Buen disco de un artista venerado que, de vez en cuando, recibe puyazos innecesarios por parte de la crítica especializada.
Slowdive – Souvlaki (Creation Records, 1993)
Neil Halstead (voz, guitarra), Rachel Goswell (voz, guitarra), Christian Savill (guitarra), Nick Chaplin (bajo) y Simon Scott (batería) conforman este quinteto británico de dream-pop y shoegazing, subgéneros que iban un par de niveles por debajo del modern-rock o rock alternativo. Con este álbum, el segundo de su breve discografía, Slowdive se puso al frente de esta vanguardia subterránea: sonidos que iban por debajo de todo lo que estaba sucediendo en la superficie de la escena musical imperante.
La ominosa carga de distorsión y actitud contemplativa de Slowdive hizo que se convirtieran en banda de culto, y su devoción por el post-punk -el nombre del grupo es de una canción del quinto álbum de Siouxsie & The Banshees, A kiss in the dreamhouse (1982)- y la generación de atmósferas hipnóticas, casi psicodélicas; los pusieron al margen de cualquier posibilidad de éxito comercial. El arsenal de efectos para guitarras crea una inexpugnable pared de ruido blanco a lo largo de todo el disco. Halstead y Goswell son amigos desde la infancia e incluso fueron pareja, por lo menos hasta el momento en que lanzaron este disco, una dinámica que sin duda aportó emoción y tensión a su proceso creativo.
En su momento, las críticas de la prensa especializada no les fueron nada favorables. Incluso Alan McGee, fundador del sello Creation Records, se opuso a su grabación por considerarlo «poco comercial». La vuelta de tuerca llegó con el apoyo de Brian Eno, quien aceptó colaborar en dos canciones, como compositor y tecladista.
La sola mención de Brian Eno en los créditos hizo que la actitud de los críticos cambiara drásticamente. Slowdive pasó de ser denostado a recibir elogios, adoraciones y cultos, muchos de ellos sobredimensionados por el empujón que les dio el genial e influyente productor.
Lo cierto es que Souvlaki -nombre de una tradicional comida chatarra griega- es hoy considerado uno de los puntos más altos del showgaze, una demostración de música hecha con genuinas pretensiones artísticas y expresivas, aunque eso les cueste no ser muy conocidos masivamente. Y de lo caprichosa que suele ser la prensa musical especializada en determinados contextos.
Primus – Frizzle fry (Caroline Records/Prawn Song Records, 1990)
El primer disco en estudio de Primus -segundo de su discografía, tras el álbum en vivo Suck on this (1989)- es un torbellino frenético de canciones en clave de humor negro. El tridente Les Claypool (bajo, voz), Larry LaLonde (guitarra) y Tim «Herb» Alexander (batería) se mantuvo unido hasta 1996 con estrambóticas producciones como Sailing the seas of cheese (1991) y Pork soda (1993) que completan una trilogía de potente funk-rock con ráfagas de metal y uno que otro atisbo de prog-rock que enriquecían su colorida propuesta y dejaban a los Red Hot Chili Peppers como niños de pecho.
Las veloces y poderosas manos de Claypool combinan digitación tradicional con acordes completos y técnicas de slapping-tapping, todo al mismo tiempo, como en To defy the laws of tradition, que comienza con los primeros segundos del clásico YYZ de Rush (1981). Cada tema tiene sorpresas a nivel de instrumentación, por la amplia capacidad de los tres para generar fondos musicales equilibrados y caóticos al mismo tiempo, como LaLonde y sus pesadillescos riffs/solos o los polirritmos de Alexander.
En Groundhog’s day y Pudding time se nota claramente la influencia del jazz del trío, uno de los mejores actos de la década. Sobre la base de su pasado metalero -LaLonde en Possessed, Claypool en Blind Illusion, oscura banda de hardcore de mediados de los ochenta- Primus construye temas fuertes también, como Frizzle fry, Too many puppies, Mr. Knowitall, John The Fisherman o Harold of the Rocks, con letras que hablan de personajes simples, grises, retraídos y antisociales cuyas vidas aburridas y ridículas terminan por enloquecerlos o hacerlos peligrosos.
Sathington Willoughby y Spegetti western son instrumentales alucinantes mientras que To defy es una breve coda de la primera canción. Por su parte, otro instrumental, You can’t kill Michael Malloy, en tiempo de vals y tocado con organillo barroco, fue compuesto por su productor, Matt Winegar.
En la versión reeditada en 2002 por el sello discográfico Prawn Song Records, propiedad de Les Claypool, se incluye un cover: Hello Skinny/Constantinople, dos temas del quinto disco de The Residents (Duck Stab!/Buster & Glen, 1978), otra de sus referencias.
Underworld – dubnobasswithmyheadman (Junior Boy’s Own Records, 1994)
Para muchos este fue el debut de Underworld, banda londinense de música electrónica. Sin embargo, se trata de su tercera producción. Era un trío conformado por Karl Hyde (voz, guitarras), Rick Smith (voz, teclados) y Darren Emerson (teclados).
Cuentan que entre 1990 y 1993, Hyde estuvo a punto de abandonar la música, desanimado por el magro resultado de sus dos primeros discos, más convencionales, pero fue contratado como músico de sesión en Estados Unidos y terminó tocando con Prince, Deborah Harry e Iggy Pop, con quien incluso salió de gira.
De regreso a Londres, reunió nuevamente a Underworld y cambió completamente al grupo. Hay algo de oscuridad y misterio en estas canciones, sensaciones que aumentan con el arte de carátula, extraño collage en blanco y negro con reminiscencias de la música electrónica industrial y el trip-hop.
Los temas son largos e hipnóticos, aunque caen por momentos en la repetición que amenaza con aburrir pronto a quienes no se conectan al 100% con esta forma de hacer música pop. Las letras están siempre en segundo plano, como si fueran un efecto más, con ecos y texturas semi robóticas que hablan de vida nocturna, sexo, juventud, entre otros tópicos.
Hyde y Smith se convirtieron, a partir de este disco, en una de las parejas de productores más solicitada, llegando a trabajar con Tricky, Björk y otros. Underworld reinventó la música electrónica con su inteligente uso de osciladores, secuencias y hasta guitarras, como en Tongue. En temas como Dirty epic hay referencias a New Order y Pet Shop Boys, mientras que Cowgirl parece un interminable mantra digital. En River of bass y M.E. muestran sus preocupaciones espirituales y ambientalistas.
El álbum ganó notoriedad tres años después luego de que el single Born slippy.NUXX -incluido en el álbum, Second toughest in the infants (1996)- se convirtiera en el himno de la generación que vibró con Trainspotting (Danny Boyle, 1997), película que muestra el sórdido submundo de la adicción en el que sumerge un grupo de jóvenes de Londres. El tema inicial, Dark & long, también aparece en la película, bajo el subtítulo Dark train.







