El Perú 2026 y sus demonios

El Perú 2026 y sus demonios

Las convicciones ya no se debaten, se empaquetan como hashtags reutilizables. No importa si algo es verdad, importa si se siente verdad.
[OPINIÓN] Carl Sagan, gran promotor del pensamiento escéptico y del método científico, advirtió alguna vez sobre un futuro cercano dominado por pocos y por la tecnología, un espacio donde nadie podría distinguir entre lo que se siente verdad y lo que es verdad. El Perú, siempre creativo, no solo tomó nota de la advertencia: la convirtió en proyecto nacional. Y con honores.

Aquí estamos en 2026, con una vitrina electoral que no ofrece propuestas, sino estímulos sensoriales. López Aliaga no presenta un plan de gobierno, presenta un reality de confrontación permanente y como bandera una trama de despropósitos a medio hacer. Álvarez dejó de imitar políticos para convertirse directamente en uno: porque, a estas alturas, el único requisito ya no es propuesta ni experiencia, sino carisma de payaso funcional a TikTok. Acuña es la prueba empírica de que en Perú las leyes de la física no aplican para todos: se puede desafiar la gramática, la lógica y el sentido común, y aun así cotizar como “opción viable” en las encuestas. Los Vizcarra regresan como esas secuelas que nadie pidió, pero igual se estrenan con expectativa. Y Forsyth, Barnechea y Carla García son el enigma mejor rankeado: no se sabe si son el Gato de Schrödinger o el Pollo de Castillo, pero respiran.

Mientras tanto, el país hace lo que mejor sabe: reaccionar en lugar de pensar.

Las marchas ya no son sobre algo, son para algo: para el like, la viralización, el algoritmo que después certificará que hay una multitud indignada exigiendo… ¿qué exactamente? Irrelevante. Las protestas perdieron líderes, perdieron pliegos, perdieron rumbo, pero ganaron dirección de fotografía en modo selfie. ¿Ocurrieron realmente? Depende del ángulo.

Si la calle es el escenario, CADE es el palco VIP. La edición 2025 no fue un espacio de debate, fue un espejo de cuerpo entero donde cada uno fue a mirarse el ombligo. Mucho networking, poca conversación. Se habló de la realidad evitando mirarla de frente. No vaya a ser que la realidad devuelva la mirada.

Sagan probablemente diría que la información no murió en el Perú: fue reemplazada por la sensación de estar informado. El pensamiento crítico no desapareció: se tercerizó a las encuestas de Ipsos Apoyo, a los hilos de Twitter o a los clips de TikTok. Las convicciones ya no se debaten, se empaquetan como hashtags reutilizables. No importa si algo es verdad, importa si se siente verdad. No importa la solidez de la idea, importa la potencia del impacto. No importa la propuesta, importa el rendimiento en pantalla.

Y así llegamos al 2026: candidatos que son más ruido que sustancia; ciudadanos que prefieren emoción a argumento; marchas que buscan cámara antes que cambio; y élites que no discuten país, lo comentan con whisky en mano desde la tribuna.

Entonces, ¿quién ganará las elecciones? Fácil: el que descifre la fórmula. Menos plan, más emoción. Menos largo plazo, más dopamina. Menos futuro, más presente en combustible. Menos país, más tendencia. Porque ya no elegimos presidentes. Elegimos momentos. Y los momentos, como los fuegos artificiales, brillan espectacular en la oscuridad… pero no iluminan un carajo.

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