Bajo estas circunstancias, el espacio para una alternativa sensata, con visión de futuro, económicamente liberal y políticamente democrática no sólo es limitado, sino cada vez más vulnerable. Las buenas intenciones y la inteligencia son insuficientes. Se necesita un acto de valentía: la gran alianza, la firme y honesta unidad de los grupos políticos con sentido común, que saben que el Perú tiene futuro, pero que es más que los pequeños cálculos de cuotas y líderes de capillas.
Esta coalición necesita una línea clara, moral, política y de dirección, un candidato con autoridad y sentido de la inteligencia. No un sociópata que coseche el odio de sus conciudadanos, sino una persona creíble, no un tecnócrata sin alma o un oportunista con palabras vacías, sino alguien que encarne una visión para este país, que no inspire temor u odio, sino entusiasmo por algo, que no intente obtener votos a través de sembrar torrentes de odio, sino alguien que nos entusiasme y a quien podamos atender y distinguir. Y con ellos, un proyecto gubernamental específico, viable, audaz y moderado, un gobierno al servicio de los ciudadanos y no al revés, que fomente la inversión sin renunciar a la equidad, que proteja la democracia sin complejos ni dudas.
De lo contrario, el centro liberal será simplemente la próxima víctima de esta polarización creciente. Será desintegrado por una tormenta que, si no se dirige, arrasará no sólo los márgenes, sino toda esperanza de construir un buen país. La hora llama al coraje, no a la reflexión dubitativa. La historia no espera.