Si a ello le sumamos la absoluta carencia de reformas legislativas de peso, por parte del Congreso, que no da pie con bola para iniciar en serio una reforma política y electoral, no ataca males enquistados, como la regionalización o la ausencia de una reforma del Estado, se entiende por qué el desprestigio y el descrédito.
Un Congreso desacreditado es una institución que pierde legitimidad y credibilidad ante la sociedad, lo que significa que la democracia misma está en peligro. La representatividad de los ciudadanos se ve amenazada y la confianza en el sistema político se deteriora. En ese escenario, las decisiones y leyes que se aprueben en el Congreso pierden peso y la capacidad de las instituciones para resolver los problemas del país se ve seriamente comprometida. En última instancia, un Congreso desacreditado puede generar un clima de desconfianza, polarización y confrontación en la sociedad, lo que es altamente perjudicial para la estabilidad democrática y el bienestar del país.