Al paso que va la derecha peruana, va a perder las elecciones municipales y regionales, y también las del 2026. Por más que las encuestas le sean propicias (cuando se pregunta sobre autoidentificación ideológica), la derecha no marca la agenda, no jaquea programáticamente al gobierno y mucho menos renueva sus cuadros políticos.

Según reciente encuesta de Ipsos, cuando se le pregunta a la ciudadanía por los principales problemas a resolver, responde: 57% reactivar la economía y generar empleo; 38% mejorar los servicios de salud/avanzar en la vacunación; 37% combatir la corrupción; 35% combatir la delincuencia, y así sucesivamente.

¿Usted amigo lector, recuerda alguna acción política, decisión congresal (donde reina la oposición y la derecha tiene un tercio de los parlamentarios), pronunciamiento o propuesta técnica proveniente de algunos de los partidos de la derecha o de algún líder de ese sector, respecto de los problemas señalados en la encuesta?

Por lo menos en dos de los cuatro temas indicados (reactivación económica y lucha contra la inseguridad), la derecha tiene credenciales tecnocráticas y activos ideológicos que podría explotar adecuadamente e ir construyendo así una edificación de identidad política con la ciudadanía, de cara a los próximos procesos electorales. En ambos, este gobierno es un desastre (véase el desmadre del sector Interior y la estrepitosa caída de la confianza inversora).

El 2026 -o antes, si se interrumpe el mandato de Castillo (situación cada vez más improbable, a menos que el Primer Mandatario meta las manos en algún asunto turbio)-, la izquierda va a llegar muy desacreditada luego de una gestión penosa en el actual gobierno. Ninguna izquierda se salva, todas están comprometidas (salvo voces aisladas como la del excongresista Richard Arce).

El escenario se muestra, pues, propicio para el centro y la derecha, particularmente para esta última, si logra consolidar una opción partidaria y presentar una buena candidatura. Pero para ello necesita ir labrando su destino, con presencia política y densidad programática puestas de manifiesto frente a los estropicios que comete el régimen.

Posteos aislados en las redes sociales, proyectos de ley antojadizos, entrevistas beligerantes cada cierto tiempo o iniciativas bizarras y pueriles, no constituyen el ejercicio político que se necesita para consolidar una opción electoral viable.

La batalla en las urnas del 2026 va a ser dura. No hay que olvidar, además, que la crisis de la izquierda oficial, no impide que pueda volver a surgir un candidato disruptivo que aproveche el descontento que va a haber, aparición a la que contribuiría una derecha adormilada, que no es capaz de encaramarse hasta ahora sobre ese 60% de la población que desaprueba la gestión de Castillo y representarlo adecuadamente.

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Derecha, política peruana

Tremendo alboroto ha causado en un sector de la derecha peruana que el gobierno declare Patrimonio Cultural de la Nación el monumento El ojo que llora. Han salido voceros ultristas a denunciar que la ministra de Cultura, Gisela Ortiz, está, merced a ese acto, reivindicando al terrorismo e igualando al Estado con los movimientos subversivos, añadiendo que en ese monumento se rinde homenaje también a exintegrantes de los dos grupos terroristas que dieron inicio al mayor periodo de violencia interna de nuestra historia.

Se trata, claramente, de una grosera mentira. El conjunto escultórico de la artista Lika Mutal, inaugurado el 2005, busca rendir reconocimiento a las víctimas del periodo de violencia entre 1980 y el año 2000, y en esa medida forma parte del proceso de memoria que el país ha emprendido respecto de la violencia terrorista y la represiva, que ocasionó cerca de 70 mil muertos, según la Comisión de la Verdad.

No hay un solo terrorista en el Registro Nacional de Víctimas, que es en el que se ha basado la lista de nombres que aparecen en El ojo que llora. Se señala explícitamente: “No se consideran víctimas, para los efectos específicos de su inclusión en el Registro Único de Víctimas de la Violencia, a los miembros de las organizaciones subversivas”. Hubo un intenso debate hace muchos años respecto de si se debía considerar, para ser reparados, también a quienes se alzaron en armas contra el Estado de Derecho (en otros países, se ha hecho extensivo a tales el reconocimiento reparador), pero en el Perú se zanjó claramente de que dichas personas no iban a integrarse al referido registro.

Lo que, en verdad, un sector reaccionario de la derecha peruana no quiere que se recuerde, es que no solo hubo muertos ocasionados por Sendero Luminoso o el MRTA, sino que también existieron, y en demasía, por excesos militares y policiales, que merecen ser registrados por la memoria colectiva del país. De modo decreciente, el mayor número de muertos o desaparecidos ilegalmente, por obra de las fuerzas del orden, ocurrió durante los gobiernos de Belaunde, García y Fujimori, mayormente en plena democracia. Es una dolorosa realidad, pero si se quiere restañar las profundas heridas colectivas que ese periodo ha dejado en la colectividad ciudadana, no se puede soslayar ese hecho. Todo lo contrario, hay que resaltarlo como corresponde para que nunca más vuelva a suceder.

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Comisión de la Verdad, Derecha, El ojo que llora, Patrimonio Cultural de la Nación, Registro Nacional de Víctimas, Terrorismo

La entrevista que el presidente Castillo le ha dado al periodista Fernando del Rincón, de la cadena internacional CNN, tiene muchos matices y lecturas, pero resaltan algunas conclusiones:

-Castillo no tiene la menor idea de los cambios constitucionales que desea. Sus propósitos de mejorar la salud y la educación, son, como bien le reiteró el periodista mexicano, sin hallar eco cognitivo en nuestro Primer Mandatario, políticas de Estado, que, por ende, dependen de lo que haga o no el gobierno al respecto, no de una modificación del texto constitucional. Si Castillo quiere una educación y salud públicas de primer orden, lo que tiene que hacer es cambiar el Presupuesto y reformar el Estado en ambas áreas, no cambiar la Carta Magna.

-Castillo es un ave de paso palaciega que carece de visión de Estado. Pretender, por asomo, que se puede consultar al pueblo, vía referéndum, la cesión de una franja territorial soberana para darle salida al mar a Bolivia, muestra la pasmosa improvisación e indigencia de nuestro gobernante en materia de política exterior. Lo reafirma con su cobarde evasiva de pronunciarse respecto de las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela. El orden democrático regional no tiene en Castillo a un aliado, ha quedado sentado con claridad.

-Castillo ya aprendió a mentir como estrategia política. Para ello, aunque fallidamente, ha dado estas entrevistas: para justificar su mediocridad victimizándose y anticipar argumentos que le brinden impunidad respecto de su participación en actos reñidos con la moral pública, como son su injerencia en los ascensos militares y su participación en la gestión de intereses privados. Fue vergonzoso, al respecto, su vano intento de demostrar que no tenía relación alguna con la lobista Karelim López. El problema de su performance es que demuestra que no parece haber propósito de enmienda y obliga al país a seguir vigilante respecto de estas inconductas palaciegas.

-Castillo no tiene una barrera moral que lo haga marcar clara distancia del terrorismo. Para él, puede haber personas que hayan estado vinculadas a Sendero o al MRTA, que estuvieron confundidas y que en el presente merecen tener la oportunidad de participar en asuntos de Estado. Así lo dijo explícitamente. Su indolencia en este tema, por supuesto, ofende la memoria de millones de peruanos afectados por la violencia terrorista y da argumentos para seguir haciendo de este tema uno de acuciante vigilancia. No es terruqueo reaccionario el estar alertas al respecto, sino sana actitud democrática y cívica frente a una persona con laxitud ética sobre la materia.

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CNN, entrevista al presidente Castillo, Pedro Castillo en CNN

No hacía falta, en verdad, que el Congreso expidiera una ley prohibiendo que se pueda convocar a un referéndum para aprobar una reforma constitucional o convocar una Asamblea Constituyente. Pero de lo bueno, mejor que sobre a que falte.

La propia Carta Magna es explícita, y taxativamente señala que la única manera de reformar la Constitución de 1993 pasa por lograr 87 votos en dos legislaturas consecutivas o 66 en una y consolidarla en un posterior referéndum. En ambos casos, el pase por el Congreso es de obligatorio cumplimiento.

El gobierno, mal asesorado por esa decepción ministerial que es el titular de Justicia, Aníbal Torres, ha anunciado que va presentar una demanda de inconstitucionalidad de la ley aprobada en el Congreso, ante el Tribunal Constitucional. Claramente, no hay que ser un erudito constitucionalista para anticipar que el Ejecutivo va a perder, con estrépito, esa causa.

Debemos alegrarnos como país que ocurra así y no prospere el deseo de las izquierdas de reformar la Constitución y tirarse abajo el modelo económico que el texto del 93 dispuso, felizmente, con celo reglamentarista (el trauma de la hiperinflación y la demagogia económica del primer alanismo, fueron la causa política del puntilloso desvelo).

La izquierda peruana es, en su mayoría, antediluviana y a pesar de las experiencias globales, no entiende y se resiste a aceptar que el libre mercado, cuando es competitivo y no mercantilista, es un lecho rocoso inamovible, el único sobre el cual se puede construir prosperidad y reducción de la pobreza.

Los nativos de izquierda siguen creyendo en un modelo estatista, regulatorio, intervencionista. No han logrado, por ventura, retrotraernos a los 70s o los 80s, como parecen desear, y el Perú, a pesar de haber sufrido gobiernos corruptos y mediocres en estas últimas décadas, ha podido, gracias a la vigencia relativa de una economía de mercado (o de semimercado, sería más propio decir), crecer de manera asombrosa y reducir la pobreza de modo ejemplar.

Y por ventura mayor, cuando, como ha ocurrido este año, esa izquierda retrógrada gana las elecciones y llega al poder, no cuenta con los votos suficientes en el Congreso para lograr sus cometidos a plenitud y tiene que resignarse a los corsés democráticos que, felizmente, le ponen coto a sus anhelados desmanes ideológicos.

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Asamblea Constituyente

La empresa petrolera transnacional Repsol ha cometido una cadena de errores y negligencia mayúscula en este desastre ambiental ocasionado por el derrame de crudo en el litoral costero limeño, que ya se extiende, inclusive, hasta la región Áncash.

Desde la incapacidad de percatarse rápidamente de lo que sucedía, sin esperar a que el flujo que se escapaba de control fuera tan grande, hasta la falta de respuesta inmediata para contenerlo; desde la negligencia para remediar rápidamente los daños, hasta la torpe estrategia comunicacional para aclarar el tema; desde la ausencia de una cabal respuesta tecnológica hasta la pueril insistencia en que todo se debió a un oleaje anómalo que muchos entendidos señalan que no es causa suficiente de lo ocurrido. Todo lo que se pudo hacer mal se hizo pésimo.

El daño reputacional de la empresa es gigantesco y el perjuicio legal y penal que va a acarrear este desastre, como corresponde, va a ser inmensamente oneroso, pero lo que hoy corresponde también subrayar es la falta de respuesta del entorno público y privado a lo sucedido, sin desmedro ni soslayo de las responsabilidades propias de la empresa.

Primero, el Estado peruano, que ha demostrado una pasmosa orfandad de respuestas institucionales inmediatas, y aún hoy mismo, a días del desastre, no es capaz de organizar siquiera un operativo de supervisión adecuado del problema.

Segundo, los gremios privados. Han brillado por su silencio. Comunicados tibios y tardíos no remedian la carencia de una enérgica condena a lo sucedido y una exigencia de investigación y sanciones a una de sus asociadas (porque Repsol es parte de la Sociedad Peruana de Hidrocarburos, de la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía, lo es, por tanto de la Confiep, y seguramente de muchos otros gremios). El mutis o el dicho esquivo han sido la norma.

Tercero, la clase política, que no ha sido capaz de actuar con diligencia y seriedad frente a un problema que ha afectado y va a afectar por buen tiempo a miles de ciudadanos peruanos a los que ellos representan y que verán afectados sus negocios o su vida común por culpa de este desastre sin atenuantes. Peor que eso, algunos demagogos oportunistas han tratado de llevar agua a sus molinos ideológicos con un absurdo discurso antiempresarial.

Todo lo que se pudo hacer mal, se hizo pésimo, repetimos. No queremos ni pensar en la eventualidad de un desastre mayor al sucedido, o alguno de otra índole (como un terremoto), que seguramente hallará al Estado peruano y a su sector dirigente presos de la parálisis o atrapados en el despropósito. Una tragedia institucional ha sido puesta de relieve.

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derrame de petróleo, desastre ecológico, desastre institucional, Repsol

Cuando todos temían el descalabro apocalíptico en Chile, el flamante presidente izquierdista Gabriel Boric ha sorprendido a muchos con la designación de un gabinete altamente calificado, más que paritario (hay más mujeres que hombres), con personas casi todas de izquierda y unos cuantos de centro. No ha cedido un milímetro a sus aspiraciones políticas y programáticas, pero no ha hecho de la improvisación su insignia, como una parte de la sociedad chilena temía, dados sus antecedentes contestatarios y beligerantes.

¡Qué diferencia con el imperio de la mediocridad que ha instaurado en el país, el gobierno de Pedro Castillo, capaz en pocos meses de desandar reformas importantes, golpear el esquema meritocrático de muchas entidades públicas, incluyendo ministerios, y rebajar la investidura presidencial con inconductas penosas!

Porque lo que de nuestro gobierno subleva es la rampante medianía, la indolencia para atender los asuntos públicos, la absoluta miopía para emprender siquiera alguna reforma importante y la ausencia honda de autocrítica (Castillo, por lo que se ha visto en la entrevista con César Hildebrandt, ni siquiera parece ser consciente de los estropicios cometidos).

La izquierda peruana, que integra sin excepciones el régimen de Castilllo, ha demostrado carecer de cuadros técnicos calificados en casi todas las materias vinculadas al quehacer administrativo del Estado. Se la ha pasado años y hasta décadas pontificando y criticando a los gobiernos de derecha, pero cuando le ha tocado salir a bailar, no atina un solo paso.

Ojalá el pueblo aprenda esta lección. Es una lástima que le deba agregar una frustración política adicional a las muchas que lleva acumuladas en las últimas décadas, pero ayudaría mucho a la maduración democrática y política del país, que los ciudadanos de extracción popular entiendan que no basta con lanzar proclamas antiestablishment o engalanar un discurso con consignas populacheras, para asegurar un gobierno medianamente viable.

A ver si el inevitable fracaso de Castillo hace que el país asuma que el momento actual del país lo que requiere es un régimen de derechas, procapitalista, democrático e inclusivo, identificado con la inversión privada y el desarrollo liberal. Solo así saldremos de la meseta del subdesarrollo en la que parecemos atrapados irremediablemente. Habrá que esperar hasta el 2026 para que cuaje una opción así, pero sería formidable, al menos, que este lustro sirva como aprendizaje colectivo de lo que representa la fallida izquierda peruana.

La del estribo: algunas recomendaciones cinéfilas: La tragedia de Macbeth, dirigida por Joel Coen, con Denzel Washington y Frances McDormand; Cyrano, dirigida por Joe Wright, con Peter Dinklage; Flee, dirección de Jonas Rasmussen; Hive, por Blerta Basholli; Maixabell, bajo la dirección de Icíar Bollaín; y Munich, al filo de la guerra, dirigida por Christian Schwochow, con Jeremy Irons, entre otros.

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Boric, Pedro Castillo

La única manera de que el fujimorismo superviva a las tres derrotas sucesivas que ha tenido en las segundas vueltas del 2011, 2016 y 2021 es que, primero, busque una mejor candidata que la gris Keiko Fujimori y, segundo, que claramente abandone cercanías mercantilistas y opte, definitivamente, por un liberalismo popular.

En el corto plazo, deberá abandonar la estrategia conspirativa que empezó con la negatoria de las urnas, las denuncias delusivas de fraude, los intentos de desconocer legalmente los resultados, su filiación con intentonas golpistas, y la continuidad que esa estrategia tiene con las prácticas pro vacancia express que hoy su bancada parlamentaria exhibe.

Con la conformación de la nueva agrupación parlamentaria, disidente de Perú Libre, a la que se le han sumados dos congresistas (uno de Acción Popular y otro, originalmente, de Renovación Popular), el oficialismo tiene 44 votos, los suficientes para evitar una vacancia. Tendría que ocurrir un descalabro mayúsculo -una probada denuncia de corrupción presidencial- para que alguno de esos 44 se anime a cruzar el charco y pasarse a las orillas vacadoras.

Sería bueno, en esa medida, que la derecha cambie de estrategia y actitud respecto del gobierno. Oposición férrea para evitar que transite la deriva autoritaria del socialismo del siglo XXI, sin dudarlo, pero inteligente para ir enhebrando, en paralelo, una alternativa potable de cara a las elecciones municipales/regionales de octubre de este año y las presidenciales del 2026.

Como parte de la derecha, esa es la tesitura que le correspondería al fujimorismo, bajo un liderazgo potente y renovado. Eso no se lo puede ofrecer Keiko Fujimori, quien ha demostrado, ya hasta la saciedad, sus profundas limitaciones políticas y estratégicas.

Le haría bien a la democracia peruana que el fujimorismo -como ocurrió con los remanentes partidarios del franquismo en España o del pinochetismo en Chile-, transite hacia predios más liberales, menos mercantilistas y autoritarios. El fujimorismo sigue siendo una fuerza política movilizadora y, en esa perspectiva, más que en su desaparición habría que pensar en su evolución y modernización.

Restauración del orden público, compromiso con la democracia institucional, defensa ecológica (¿alguien ha escuchado a algún líder de la derecha pronunciarse sobre el desastre de Repsol?), política de derechos civiles y shock de inversiones capitalistas, constituye una plataforma ideológica potente, capaz de generar entusiasmo popular y adhesión electoral.

¿Podrá recoger esas banderas el fujimorismo? Con otra conducción sí, pero si se aferra a sus tics conservadores, autoritarios y mercantilistas, bajo un liderazgo terco de Keiko Fujimori, la mesa está servida para que surja algún otro candidato de la derecha que haga suyas esas proclamas.

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Derecha, Keiko Fujimori

A pesar de los evidentes esfuerzos de César Hildebrandt por lograr precisiones, la primera entrevista que ha dado Pedro Castillo a un periodista desde que asumió el mandato, y que ha salido publicada en Hildebrandt en sus trece, ha sido una profunda decepción.

Si Castillo lo que quería -imaginamos que para ello ha decidido acercarse a la prensa- es aclarar las dudas respecto de su paso por el gobierno y su mirada de largo plazo, pues no aclara ninguna y, más bien, deja pendientes las inquietudes que muchos tienen respecto de su gestión.

El Primer Mandatario parece creer que con los éxitos del plan de vacunación es más que suficiente respecto de sus responsabilidades gubernativas y, además, parece estimar que ello lo exime de no haber hecho casi nada en otras materias.

No aclara lo de Sarratea, defiende el nombramiento de Salaverry, no admite mayores errores, no aclara si va a haber cambio de gabinete o no, no logra definir su estrategia respecto de una Asamblea Constituyente, etc.

Si nos guiáramos por esta entrevista para trazar un derrotero de cómo será su gobierno, habría que resignarnos a la mediocridad vigente y a que Castillo no se moverá de ese margen, con eventuales bandazos hacia la izquierda o hacia la derecha, pero manteniendo como eje de acción central, la medianía más pueril en sus actos gubernativos.

Es realmente una lástima, porque el mundo global atraviesa por un periodo de bonanza en los precios de las materias primas, que nos podría permitir un despegue económico sustantivo, capaz de reducir las tasas de pobreza en la misma proporción que se logró en la segunda gestión de Alan García (quien también gozó de esa bonanza internacional), pero para ello se requieren señales claras y contundentes, no mensajes esquivos, cifrados, cargados de incógnitas.

Al final, algo de capitales vendrá, porque ya para los inversionistas es una buena noticia que Castillo no sea, efectivamente, un Presidente estatizador ni conculcador de la propiedad privada, pero el boom económico que podríamos haber espectado este lustro, se va a perder groseramente.

A la luz de lo que potencialmente pudo ser, estos serán cinco años perdidos. No habrá ni siquiera grandes cambios estructurales ni reformas importantes, ni en salud ni en educación, con un gobernante tan limitado y de poca monta como el que nos ha tocado en suerte.

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César Hildebrandt, Pedro Castillo

Los rumores siguen corriendo, insistentes, respecto de un posible cambio de gabinete, que modificaría el rumbo conocido del gobierno hasta la fecha. Lo cierto es que el Presidente tiene frente a sí tres opciones y sería bueno que zanjara definitivamente cuál de ellas va a seguir a lo largo de su gestión y no esté saltando de una a otra a lo largo de su mandato.

Opción A: mantiene el formato actual, con una repartición más o menos equitativa entre las diversas fuerzas de la coalición de izquierdas que nos regenta. El beneficio que conllevaría es el de una relativa tranquilidad en los mercados, ya que solo tendría que corregirse la pavorosa mediocridad que se ha instalado en diversos ministerios u oficinas públicas (el caso de Petroperú es uno de los más flagrantes y recientemente conocidos). El problema es que no generaría la suficiente confianza como para desatar una vorágine inversora que aproveche el extraordinario momento de los precios internacionales, que, a pesar de la medianía del régimen, ha disparado los valores de la minería o la pesca (se anuncia, por ello, un récord tributario para este marzo entrante).

 

Opción B: le hace caso a los consejos de Vladimir Cerrón y radicaliza su gobierno, expectorando a los que el propio extremismo cerronista llama “los caviares” del gabinete, se coloca a alguien como Róger Nájar o Hernando Cevallos en el Premierato, se insiste con el tema de la Constituyente y se trata de aplicar políticas económicas más agresivas en materia de redistribución o intervención estatal. El beneficio sería que fortificaría la representación política de un gobierno que fue votado precisamente para que haga eso y cerraría así la brecha creciente de potenciales crisis políticas futuras (hay, embalsada, una “energía” izquierdista, por llamarla así, producto de las defecciones anteriores de Fujimori, Humala o el propio García II). El problema es que llevaría al país al caos económico y en este caso se dilapidaría el buen momento internacional. Lo que se ganaría en representatividad política se perdería en viabilidad socioeconómica.

Opción C: Castillo gira al centro y convoca funcionarios de centro o, inclusive, de derecha, expectorando también, pero por otras razones, al “ala caviar” hoy vigente de los sectores claves que maneja, particularmente del MEF. El beneficio es que cosecharía de un influjo de capitales, que los propios peruanos han sacado al exterior, tranquilizaría los mercados inversores desatando su dinámica y generaría un crecimiento económico importante. El problema es que se acrecentaría la energía política disruptiva, que se vería nuevamente embalsada y postergada por un giro de timón del gobierno, que una vez instalado, administra por la derecha desoyendo su mandato de izquierda.

En cualquier caso, sea cual sea la opción que Castillo elija, lo va a tener que hacer pronto. Las dudas, incertidumbre y sombras que hoy subsisten, medran la confianza y generan parálisis.

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