Una mala noticia para el país, la democracia, el Estado y la sociedad en su conjunto es que Castillo va a durar más de lo previsto. Ya ha cooptado el Congreso (que nadie se sorprenda si, gracias a los topos que ya ha logrado reclutar, se hace de la próxima Mesa Directiva del Legislativo), el Ejército y la policía han sido domeñadas, y las calles aún no maduran lo suficiente para traerse abajo al régimen.
Es peligrosa la narrativa que el gobierno ha estrenado y que pretende instalar en la agenda de toda protesta: la culpa de la crisis es de los medios de comunicación, del Congreso y de los grupos empresariales, y lo que se requiere es una nueva Constitución. El parlante estatal es poderoso y, encima, la oposición es un desastre. Con astucia, el oficialismo podría trastocar la protesta contra el régimen en un movimiento a favor de los cambios radicales que tuvo que arriar al inicio del gobierno por no contar con suficientes votos en el Parlamento.
Es de horror que Castillo no salga del poder. Es un desastre absoluto. La devastación tecnocrática del Estado va a costar años recuperarla. Tendrían que venir dos buenos gobiernos sucesivos de derecha o de centro liberales, para remediar el desmadre que el actual régimen ha generado en las pocas islas de excelencia burocrática que habían podido ser labradas en las últimas décadas.
Las pérdidas que el Perú va a tener en materia económica son inmensas. Por lo menos cuatro puntos del PBI anuales se van a perder por culpa de un gobierno inepto y mediocre, y eso va a impactar en un mayor malestar ciudadano, que, lamentablemente, va terminar culpando no al gobierno desastroso que tenemos, de ello, sino a los monigotes que la estrategia gubernativa ha trazado como cucos elegidos (medios, Congreso y empresarios).
Lo que Castillo pierde en aprobación, lo gana en poder. Y va a ser casi imposible sacarlo del gobierno. Lo único que podría lograrlo es un escándalo de corrupción que lo toque directamente o una movilización popular masiva (un Huancayazo a nivel nacional con el lema “que se vayan todos”). Esa es la lacerante realidad. No ha madurado aún el momento destituyente y la oposición política y empresarial no suman para lograr ese cometido.