Dos grandes desafíos tendrán al frente los movimientos moderados de la derecha y la izquierda. Por el lado derechista, la revitalización del fujimorismo, fruto del fallecimiento del líder histórico, Alberto Fujimori. La centroderecha liberal va a tener que aguzar el ingenio para lanzar propuestas divergentes que la diferencien del fujimorismo y le hagan entender a la población del desastre que supondría una elección de Keiko Fujimori.
El mercantilismo, autoritarismo y devaneos con la corrupción de Fuerza Popular lo tornan inaceptable como opción de desarrollo. Baste ver el mamarracho mercantilista que ha supuesto la reforma del sistema de pensiones que nos han endilgado y que solo beneficia a los grupos de poder que las manejan. Y si a ese combo le sumamos el conservadurismo que Keiko le ha agregado al movimiento, se entenderá que lo suyo no constituye una apuesta por la modernidad.
Por el lado de la izquierda, la centroizquierda democrática tiene frente a sí a propuestas radicales hasta el desquiciamiento, que se encaraman en la furia popular existente contra el statu quo y a la que será muy difícil combatir, si no se pliegan de alguna manera a lanzar propuestas disruptivas. Y claro que hay un arsenal ideológico capaz de movilizar los afectos negativos de la población sin caer en el delusivo plan de un Antauro, Bellido o Bermejo.
Una izquierda democrática, que entienda que la economía de mercado es el motor de la inversión, pero que debe ser ecualizada por un Estado presente, y que además haga de la democracia formal un valor supremo, inviolable, podría tener éxito si logra romper los parámetros de la “normalidad” discursiva o narrativa.
El desastre gubernativo de Dina Boluarte hace difícil que las propuestas moderadas se impongan sobre las que prometen patear el tablero, pero tendrán que hallar la forma de distinguirse del statu quo y a la vez marcar distancia de los radicalismos que de ambas orillas van a surgir.