Pie Derecho

No se entiende que haya partidos como Alianza para el Progreso o Renovación Popular que se opongan a la realización de elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). A la centroderecha, en general, le conviene que se haga realidad ese filtro que disminuya el número de candidatos de ese sector del espectro ideológico (en estos momentos, entre inscritos y por inscribirse, hay más de veinte postulantes de este tenor).

Otra lógica puede guiar a Fuerza Popular, interesada en la dispersión y proliferación de candidaturas de dicho perfil, porque sabe que tiene un núcleo duro de votantes que, dado el caso, le permitirán, con un pequeño empujón, volver a pasar a las lides definitorias, pero el resto de partidos centroderechistas debería estar en la primera línea de batalla para que las PASO se lleven a cabo.

Hay un gran riesgo de que, dada la consolidación de un poderoso ánimo antiestablishment en el país, y particularmente en las zonas andinas, haya dos candidatos de la izquierda radical en la segunda vuelta. Existe también una dispersión de candidatos de la izquierda (hay, al menos, ocho ya en carrera), pero no es comparable a la de la centroderecha, con lo cual, este escenario hipotético es altamente probable si no se produce un aglutinamiento del sector creyente, relativamente, en las bondades del modelo económico.

La mejor forma de evitar esa dispersión es aprobando la realización de las PASO, que además del beneficio señalado, incorporan la democrática transición hacia un sistema de designación de candidatos al Congreso por vía de la elección popular previa, restándole poder de discreción a los caciques partidarios que abundan en el endeble sistema de partidos del país.

El Perú no puede caer en manos de la izquierda el 2026. Sería calamitoso y podría llegar a ser terminal para la economía y la democracia peruanas. Evitar ese riesgo está en manos de la centroderecha, que, a pesar de todo, sigue siendo mayoría en el mapa ideológico peruano, pero parece encaminada a hacer todo lo necesario para favorecer las expectativas de este radicalismo de izquierda.

Se juega mucho en las elecciones venideras -las que, se espera, se produzcan el 2026, salvo que ocurra algún percance que se tumbe al gobierno de Dina Boluarte- como para que la centroderecha congresal actúe con cálculos mezquinos e irresponsables e irracionales decisiones.

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Las mascotas son parte esencial de mi vida. Perruno hasta la médula, siempre ha habido perros en mi casa, la paterna y la actual. Gruñón, un Jack Russel, se ganó su nombre cuando, recién llegado a casa, de apenas un mes, le mostró los dientes a un Siberian Husky y un pastor alemán que ya lo querían inspeccionar como bicho raro.

Hace trece años que nos acompaña, siempre fiel y extremadamente ostensible en sus muestras de alegría cuando llegaba a la casa algún familiar que le caía en gracia. Malgeniado como él solo, era capaz, sin embargo de ser el animal más dulce y juguetón cuando la simpatía era manifiesta.

Ayer partió, víctima del colapso de sus órganos internos, por las desventuras de la edad. Decidimos hacerlo dormir para que no sufra ningún dolor en medio de una condición de salud irreversible. La decisión fue muy dolorosa y a pesar de haber transcurrido apenas algunas horas de su partida, ya se le extraña.

Dormía en mi cama hasta que llegó a la casa un American Pitbull, a quien nunca quiso y decidió dormir en la sala del primer piso mientras el inmenso animalote que heredamos de nuestro hijo migrante a Nueva York, decidiera también dormir en nuestro lecho.

Era feliz tragando -era tan gordo que parecía un Jack Russel mutante, decían mis hijos, a quienes adoraba- (y tuvo que ser sometido a dieta cuando le aparecieron sus primeros problemas de salud), paseando con su adorada Karina, recibiéndonos a nosotros o a mis hijos de los viajes que realizábamos. Su único gran malhumor era con Maui, el pitbull, no le aceptaba ninguna invitación a la amistad. Su proverbial malgenio nunca lo abandonó.

Lo malo de las mascotas es que algún día parten y dejan un vacío afectivo enorme en el hogar. Su estela perdura, como la de tantos otros que hemos tenido y ya no nos acompañan, pero Gruñón era especial y fue compañía invalorable en la educación sentimental de mis hijos, quienes hoy lloran su partida a lo lejos (el mayor desde Brooklyn, el menor desde Buenos Aires), y de mi sobrina nieta Gianna, de diez años y que nació con Gruñón adorándola, quien ayer, lamentablemente ya no pudo visitarlo en la veterinaria -como pidió hacer- porque antes de ese momento, el animalito colapsó.

Las personas que tienen y quieren a sus mascotas merecen mi especial aprecio. Los perros, en especial son mi devoción y quiero dedicarle esta columna a un compañero vital en los últimos trece años. He llorado su partida y ella me sirve de estímulo para velar con mayor cuidado de Quipu, el siberiano que también ya anda con los problemas de la vejez, y el expansivo Maui, perro inmenso, pero noble y querendón. Sin mis perros yo no sería la misma persona y una hendidura emocional con la que tendré que lidiar se ha instalado en mi seno desde ayer. Buen viaje querido Gruñón.

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Se produjeron ayer domingo elecciones regionales y locales en Colombia. El gran derrotado, el petrismo, particularmente en Bogotá, donde la alcaldía la ganó Carlos Fernando Galán Pachón, hijo de Luis Carlos Galán, quien fuera asesinado en 1989 por la mafia. En la capital colombiana, el oficialismo pensaba triunfar con la candidatura del exsenador Gustavo Bolívar, quien sólo obtuvo el 18.71% de los votos.

Así, nuestros vecinos se suman a la misma ola de derechización regional que se ha apreciado en Chile, en Ecuador o en Paraguay, y que en Argentina no prosperó por culpa de los errores de campaña de Javier Milei, quien, así, no supo capitalizar el enorme descontento popular con la gestión del peronismo.

No es cierta, pues, la narrativa izquierdista de una ola roja en la región. Todo lo contrario, parece haber una vuelta a posturas más centradas o abiertamente derechistas, producto, sobre todo, de malas gestiones de los gobernantes de izquierda, que defraudan a sus propios electores rápidamente.

En el Perú se mantiene una inclinación ideológica mayoritaria hacia el centro y la derecha, pero el problema que tenemos para que ello se plasme en resultados electorales, es múltiple, básicamente centrado en tres factores: inmenso ánimo antiestablishent de la ciudadanía, proliferación de candidaturas de centroderecha y ausencia de un candidato que parezca reunir las condiciones de aglutinamiento necesarias para derrotar a una izquierda que hace menos de un año tenía extendida la partida de defunción por su complicidad con el gobierno de Pedro Castillo.

Hasta hace poco, lo sucedido en México, Colombia, Brasil, Chile, Bolivia y Argentina, además del propio Perú, impulsaba la idea de un retorno de la izquierda a los fueros gubernativos, pero el acelerado deterioro de sus malas gestiones ha hecho que el panorama cambie o empiece a dar síntomas de esperanza de que haya sido una ola pasajera que pronto será revertida.

América Latina se está quedando atrás en el panorama global. África misma es vista hoy con más expectativa por los grandes capitales mundiales. Malas políticas económicas y parálisis en las reformas que muchos países emprendieron hace décadas, han logrado ese lamentable panorama. Ojalá la ola derechista se extienda, se retome el cauce modernista y pronto, Latinoamérica vuelva a ser la región prometedora que hace poco fue.

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Bogotá, Derechización, Elecciones Colombia, Izquierda, Petrismo

Hay responsabilidad, sin duda, de este gobierno en los resultados económicos y en la escalada de inseguridad ciudadana -dos temas que suponen actos ejecutivos directos-, pero también es cierto -como subraya hoy el premier Otárola en entrevista de Milagros Leiva en El Comercio– que gran parte de los problemas que hoy enfrenta el país se deben a la nefasta gestión de Pedro Castillo en el año y medio que estuvo sentado en Palacio.

Castillo destruyó la confianza empresarial y ciudadana (se desplomó la inversión privada y se fueron del país casi medio millón de peruanos), colapsó al Estado, deshizo la tecnocracia eficaz en buena parte de las instituciones públicas y se dedicó a robar y permitir que lo hicieran todos sus allegados.

Ese es el balance de la gestión de la izquierda en el ejercicio del poder. Nada bueno que rescatar, absolutamente nada. Como bien recuerda Otárola, citando a Ollanta Humala, la izquierda no sabe gobernar. Y lo ha demostrado fehacientemente en las dos gestiones recientes que ha tenido (Pedro Castillo y Susana Villarán) y en otra más lejana (el primer gobierno de Alan García).

Nos libramos de una desgracia, merced al golpe psicótico del 7 de diciembre del 2022, que Castillo hizo confiado en que las Fuerzas Armadas lo iban a respaldar (algún día saldrá a la luz quién lo convenció de ello: debe asumir su corresponsabilidad en el fallido golpe).

Hoy estamos mal, pero hubiéramos estado infinitamente peor si Castillo hubiera seguido en la Presidencia de la República. Él y su recua de ganapanes corruptos e ineficientes. Ahora transitamos por una estabilidad mediocre, pero hemos salido del desastre cotidiano que suponía tener al corrupto de siete suelas que resultó siendo el maestro chotano.

La caída de Castillo, sin embargo, ha servido para que la izquierda cómplice de su gestión se lave la cara y hoy se muestre como virginal oposición al gobierno de Dina Boluarte. Habrá que hacer acto permanente de memoria cívica para que el pueblo no olvide que la izquierda plena se sumó de comparsa a la ineficaz y corrupta gestión de Castillo y no renunció jamás a las migajas de poder que se le ofrecían, ni aun cuando ya se conocían las trapacerías que se cometían en las esferas palaciegas.

La del estribo: hoy a disfrutar del buen teatro peruano, con una obra que promete: El hombre que corrompió a una ciudad, basada en la novela de Mark Twain. Bajo la dirección de Mateo Chiarella, convoca a un elenco formidable. Participan Alfonso Santisteban, Haydeé Cáceres, Alberto Isola, Luis Peirano, Víctor Prada, Celeste Viale, Milena Alva, Ricardo Velásquez, Graciela Paola, Augusto Mazarelli, entre muchos otros. Una megaobra en el flamante auditorio Nos del Centro Cultural de la PUCP. Entradas a la venta en la propia web institucional.

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Ayer publicamos un informe sobre la maravillosa experiencia de Proinnóvate, entidad a cargo del Ministerio de la Producción, que ha logrado éxitos notables en apoyo de la pequeña y microempresa, incorporando innovación y, sobre todo, el concurso efectivo de la academia (de lo cual se habla mucho, pero no se hace nada).

Es menester mencionar el nombre de Alejandro Afuso, un tecnócrata de primer nivel mundial, director ejecutivo de Proinnóvate, con gran experiencia en el sector público y que es prominente funcionario, a quien organismos como el BID o el Banco Mundial siguen en sus proyectos, a sabiendas de su excelencia profesional.

Lo que ha logrado con Proinnóvate es de quitarse el sombrero. Equivalente a su extraordinaria labor como director de Foncodes en la década de los 90. Fue tan eficiente en su tarea que alguien como Julio Cotler llegó a decir que Afuso le había arrebatado las banderas de la lucha social a la izquierda. Lastimosamente, fue retirado del cargo y Foncodes fue malversado y hoy en día, que sería de inmensa utilidad para afrontar el fenómeno del Niño, está prácticamente abandonado y a punto de desaparecer.

En un país como el Perú es casi imposible encontrar islas de excelencia en la administración pública. Antes las había varias, hoy, con la pauperización terrible que perpetró el régimen de Castillo, quedan muy pocas. Haría bien el gobierno de Dina Boluarte y en particular la ministra Ana María Choquehuanca en mirar el caso de Proinnóvate con atención, que allí está la clave para que remiende el fallido Estado peruano.

Es políticamente inviable esperar que un gobierno tan precario, sin respaldo ciudadano y sin oxígeno político, como el de Boluarte, emprenda reformas mayores, como lo sería la reforma del Estado, pero lo que sí se le puede exigir es que al menos mantenga incólumes los nichos en los que el Estado peruano actúa con solvencia, como es el caso de la institución que referimos. De allí puede sacar buenos ejemplos de cómo actuar en otras instituciones que andan a la deriva y sin atinar a funcionar ejecutivamente, gastando lo que tienen que gastar y haciéndolo en lo que se debe y no en planillas doradas o burócratas inútiles, como suele suceder habitualmente en el Estado peruano.

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Alejandro Afuso, Innovación, Pequeñas empresas, Proinnóvate

La irracionalidad política antifujimorista ha intentado menoscabar un logro geopolítico histórico para el Perú como la firma del acuerdo de paz con Ecuador, que acaba de cumplir 25 años, la misma que se logró en base a la tozudez bienvenida del expresidente Alberto Fujimori y la sapiencia e inteligencia del entonces canciller Fernando de Trazegnies.

Antes de ello, todos los eneros se producían escaramuzas en la frontera norte y a veces escalaban en conflictos, como en el caso del segundo gobierno de Belaunde, con el incidente del llamado “falso Paquisha”, en 1981, o más intensamente durante el régimen fujimorista en el conflicto del Cenepa, en 1995, guerra que, crudamente, debemos admitir que perdimos y que solo se suspendió luego de una jugada psicosocial brillante, la de exponer la flotilla de los MIG 29 comprada -hoy se sabe corruptamente- a Bielorrusia, que asustó a los militares ecuatorianos.

Difíciles negociaciones diplomáticas condujeron al acuerdo de Itamaraty, que mantuvo a salvo las fronteras originales, cediéndose tan solo el espacio simbólico de Tiwinza, que tanta alharaca “nacionalista” despertó en la izquierda tradicional peruana, la misma que hoy saliva por una desmembración del sur andino y la constitución de una república aymara.

La salida del horror inflacionario, la reinserción del Perú al mundo, la destrucción del Estado paquidérmico que sufríamos, la derrota del terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA y la paz con el Ecuador, son los grandes logros nacionales conquistados durante la década de los 90, que el Perú hace mal en no rememorar con orgullo. Y no lo hace por los odios antifumoristas que ya hace rato dejaron de ser un síntoma de vitalidad democrática para convertirse en un lastre que atrapa al país en el estancamiento político.

Sumando exportaciones e importaciones, el comercio con el Ecuador se ha multiplicado por 11 veces desde la firma del acuerdo (las exportaciones han pasado de 80 a 1304 millones de dólares y las importaciones de 118 a 934). Indudablemente, el crecimiento de la economía peruana (que exporta nuevos productos e importa más) tiene mucho que ver, pero entre países que se detestan la posibilidad de que el comercio crezca es menor que entre países que tienen excelentes relaciones. Nuestras exportaciones pesaban 1.2%, ahora pesan 2.0% (y eso es importante considerando cómo han crecido las exportaciones mineras a China y otros países).

Ha hecho muy bien la presidenta Boluarte en resaltar el hecho invitando y condecorando al mandatario ecuatoriano, Guillermo Lasso. Desprendida de prejuicios, reconoce un triunfo diplomático bilateral, pero que tiene una connotación política que suma a los activos fujimoristas y que la historia no puede esconder bajo tierra.

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acuerdo de Itamaraty, economía peruana, Ecuador, negociaciones diplomáticas

Mientras los portavoces tradicionales y nuevos del centro y la derecha peruanos sigan creyendo que hacer política es lanzar mensajes en twitter o posts en Facebook, dar entrevistas en RPP, canal N o Willax y alguna declaración a un medio escrito, serán desbordados por la izquierda radical o por algún outsider que aparezca (véase con atención la incursión en política, anunciada en Sudaca por Carlos Álvarez, quien dedica buena parte de su tiempo a recorrer el país y es ultraconocido presencialmente).

La visita concreta tiene un impacto mayúsculo acá y en cualquier país del mundo. Acaba de suceder en Argentina. Milei barrió en las PASO en varias provincias, pero las descuidó, no las volvió a visitar y permitió que el peronismo hiciera campaña intensa allí, y en la primera vuelta se le fueron los votos (es una, entre otras, de las razones del triunfo inesperado del peronista Massa).

Es una tarea, además, que requiere de larga duración. No se recorre el Perú en tres meses. Es un axioma gastado y anacrónico aquella máxima de que los candidatos deben hacer campañas cortas y de último minuto para evitar ser avasallados por la crítica. Hay que asomar cabeza con antelación. Eso es lo que manda la coyuntura actual.

Muchos candidatos con los que hemos conversado acusan al empresariado de no brindarles ningún apoyo y que realizar visitas al interior del país cuesta dinero y mucho, que no es tan fácil. Puede ser una razón válida, pero no se necesita organizar grandes mítines, sino simplemente visitar los lugares elegidos, caminarlos, ir a mercados, hablar con la prensa de la zona, reunirse con líderes locales, etc. Eso es pasaje, hotel y viáticos, no es más. Si ya no les alcanza ni para eso, bueno habría que preguntarles cómo pensaban hacer campaña.

Y en particular, lo que la centroderecha necesita es ganar presencia en el sur andino, que de otro modo se va a volcar masivamente hacia la izquierda radical. Ya lo hemos dicho. El sur andino representa el 18% del electorado nacional. Si la izquierda radical obtiene en primera vuelta del 2026 lo mismo que obtuvo en la segunda vuelta del 2021 (más del 80%), ya allí nomás tendrá el 15% de la votación nacional asegurada y un fijo pase a la segunda vuelta.

Hay terror, sin embargo, de los candidatos de centroderecha de visitar una plaza adversa. Y el miedo en política se nota. El arrojo rinde frutos y eso es lo que está, hasta el momento, ausente en los más de veinte candidatos de este sector del espectro ideológico, que a punta de apatía van cavando su propia tumba electoral.

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Carlos Alvarez, El sur andino, Izquierda Radical, la derecha

Lima se encuentra entre las 20 ciudades más peligrosas del mundo, según reporte de Global Index. Supera, inclusive, a Tijuana, la ciudad símbolo del descontrol delincuencial por la influencia predominante del narcotráfico.

Ha fracasado el plan Boluarte, sin ambages. Los estados de emergencia decretados en varios distritos de la capital y del país no han hecho que disminuya un ápice la ola delictiva de asaltos, asesinatos y extorsiones, la nueva plaga que asola nuestro país.

El reporte en mención solo ha estudiado Lima. Si lo hubiera hecho en otras ciudades del país, seguramente más de una ciudad peruana ingresaría al top 20 que ha sido publicado, porque si la delincuencia es un problema creciente en la capital peruana, lo es ya crónico en otras zonas del país, dominadas por la delincuencia.

Son tres cosas las que debe y puede enfrentar un gobierno tan precario como éste: la crisis económica, la prevención contra el Niño y la lucha contra la inseguridad ciudadana. Ninguna de las tres las acomete con eficiencia.

No se está poniendo en su justa dimensión, el impacto político de la inseguridad ciudadana. Al representar una falla básica del Estado, alienta a la ciudadanía a buscar fórmulas políticas fuera de la caja, antisistema. Cada celular robado (y se roban cinco mil al día en el país) es un voto potencial para cualquier candidato disruptivo.

Lo que se quiebra, con el crecimiento de la inseguridad ciudadana, es el Estado de Derecho y se alienta el discurso autoritario de la mano dura, emparentado con las opciones más radicales en el escenario político actual.

Estamos haciendo todo lo posible para que el 2026 surja un candidato antiestablishment. Después, no nos sorprendamos de lo que aparezca. Los medios hacen caja de resonancia de los delitos, los empresarios actúan como si con ellos no fuera, los precandidatos políticos -salvo honrosas excepciones- no hacen de este tema un eje central de su narrativa. Le están dejando el terreno vacío para quien quiera convertir ese estado de pánico social y de legítima indignación, en munición electoral potente e irrebatible.

 

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Candidatos antisistema, Delincuencia en Lima, elecciones 2026, inseguridad ciudadana

“Hay cuatro tipo de países en el mundo: los países desarrollados, los países no desarrollados, Japón y Argentina”, decía con ironía Simon Kuznets, premio Nobel de Economía en 1971.

Aludía con ello a la particularidad de la nación del Plata y que traemos a colación luego del sorpresivo resultado electoral de este domingo, que le dio el triunfo en primera vuelta al peronista Sergio Massa, cuando muchos especulaban con el triunfo en ella, del ultralibertario Javier Milei.

Milei se equivocó luego de las PASO, las primarias, en las que obtuvo un triunfo contundente, y pensó que la tenía fácil para la elección real, no cejando, por ende, en su estilo disruptivo y beligerante, intransigente y agresivo. A la postre, causó miedo y ello fue aprovechado por Massa, quien dedicó su campaña a generar susto respecto de las propuestas de Milei (”el pasaje en bus, que cuesta 50 pesos va a costar 700 si gana Milei”, por ejemplo), y frente a ello, el candidato de La Libertad Avanza, en lugar de refutarlo, respondía con mayor virulencia.

Si uno quiere cambiar el modo de pensar de una nación, como Argentina, es correcto patear puertas y romper vidrios, porque no hay otra manera de remontar un río caudaloso como es el pensamiento peronista arraigado en la sociedad argentina, pero si se quiere ganar una elección hay que ser más centrado e inteligente con la administración de la mesura.

Si se quiere irrumpir en un escenario bipartidista y ser protagonista partiendo de la nada, está bueno ser radical y disruptivo (Milei en dos años ha logrado gran resonancia política, al extremo de aspirar aún a hacerse de la presidencia de la República), pero si se quiere ganar una elección se debe invocar al centro.

Ya Milei ganó la batalla cultural al imponer una narrativa liberal en un país inclinado al intervencionismo estatal. Así no gane en la segunda vuelta, ha logrado asentar un discurso que no se había escuchado nunca en Argentina y seguramente, de ganar Massa, lo obligará a aplicar algunas de las medidas propuestas por el candidato de La Libertad Avanza, más aún con la presión legislativa que va a aplicar. Pero si quiere ganar la batalla política pendiente, tiene que moderar su discurso, su estilo y apuntar al electorado tradicional argentino (el sindicalizado, el receptor de subsidios -casi la mitad de la población- el provinciano que lo votó masivamente en las PASO y luego regresó al peronismo).

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