La valentía y arrojo mostrados por el almirante Luis Giampietri durante la toma de rehenes en la residencia diplomática de la embajada de Japón, da motivos más que suficientes para considerarlo un héroe nacional.

Hombre afable, recio, austero, de pocas palabras, sincero y honesto, tuvo las agallas de arriesgar su vida para facilitar el rescate de sus compañeros, en medio de una circunstancia de sobrehumana tensión psicológica.

En tiempos en los que una guerra victoriosa del Perú contra la amenaza terrorista, que ponía en riesgo la democracia, no es reconocida como tal por la narrativa oficial impuesta por un sector ideológico, actos como el suyo merecen ser mejor ponderados y ojalá el Perú oficial le rinda los honores correspondientes.

Hay muchas historias detrás del personaje. Se tejieron varias leyendas urbanas alrededor de su figura, entre otras de que había tenido participación, el 2 de enero de 1975, en la colocación de un artefacto explosivo en el domicilio del flamante ministro de Marina, Guillermo Faura, conocido por su filiación velasquista, con quien la Marina estaba en desacuerdo (meses después hubo un amotinamiento general de la Armada que obligó a Velasco a sacarlo del cargo).

Asimismo, que también participó, en 1977, en el hundimiento, por atentado dinamitero, de dos barcos cubanos, el Río Jobabo y el Río Damují, saboteando la entrega de nuestros recursos pesqueros al régimen castrista que preparaba la dictadura militar.

Me lo encontré varias veces en un restaurante de pastas, en Magdalena, el que, al parecer, solía frecuentar con su familia. En una ocasión, en la que siempre me levantaba yo de mi mesa para acercarme a saludarlo con respeto y admiración, conversamos un poco más allá de los saludos protocolares y le pregunté sobre ello. Sonrió con cierta picardía, pero me lo negó. A buen entendedor pocas palabras, creo interpretar con justicia.

Hombre entregado en cuerpo y alma a la Marina, merecería hoy, 8 de octubre, día de su institución tutelar, un justo homenaje. No sobran valientes en el mundo. Hace pocos días ha fallecido uno de ellos y el Perú debe hacerle saber a sus deudos el respeto inmenso que su figura despertaba, muy por encima de los odios mezquinos de cierto sector de la izquierda peruana, mezquina hasta la patología, pero sin derecho a imponer sus rencillas ideológicas por encima de la realidad.

-La del estribo: tremenda obra Esperanza, escrita por Marisol Palacios y Aldo Miyashiro, y dirigida por la primera. Obra corta -una hora de duración-, pero potente y dinámica, con actuaciones sobresalientes, destacando, como ya es habitual, la actuación de Lucho Cáceres, el mejor actor nacional de la actualidad. Va en el Centro Cultural de la PUCP hasta el 20 de noviembre. Entradas en Joinnus.

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Almirante Luis Giampietri, Embajada de Japón, Héroe nacional, Toma de rehenes

Hay que ejercer presión ciudadana para que el Congreso se allane a disponer la realización de elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, las llamadas PASO, antes del proceso electoral del 2026.

Es un método probado para mejorar la calidad de la representación y que sea la ciudadanía y no el dedo digitador del líder partidario o, lo que es peor, el dinero del candidato, el que determine su ubicación en las listas congresales.

Debemos revertir esta pavorosa tendencia al deterioro que muestra el Parlamento, como segundo y a veces primer poder del Estado -como sucede ahora- y no se repita el espectáculo deprimente de la representación actual, llena de congresistas corruptos (Los Niños), mocha sueldos, viajeros irresponsables, causantes de escándalos permanentes, y, sumado a ello, absolutamente improductivos en materia legislativa y fiscalizadora.

No hay forma de darle estabilidad política a un país sin un Congreso moderno, democrático, honesto y eficiente. Ya está probado -lo estamos viviendo ahora en carne propia- que la crisis política surgida de un Ejecutivo y un Parlamento mediocres, por más que no sean izquierdistas o radicales, provoca tal zozobra en el mundo inversor que éste se retrae y disminuye su vocación expansiva. El capitalismo, la economía de mercado, se ralentizan si no hay una institucionalidad política mínimamente decente.

Que sea la ciudadanía activa la que elija a quiénes van a ser los candidatos de una lista congresal no es la varita mágica para que tengamos un mejor Congreso. Tenemos experiencia de sobra de Parlamentos con personajes notables que, sin embargo, contribuyeron a la ruina del país (pensemos, sobre todo, en la década de los 80), pero en las circunstancias actuales asegura un mejor mecanismo, superior al vigente, para lograr cierta elevación del nivel político de sus integrantes, lo que ya es bastante decir.

No basta asegurar una economía de mercado robusta y trazar una política proinversión privada, ágil y expeditiva. Se requiere acompañar el capitalismo de democracia. Y no hay democracia cabal sin una funcional separación de poderes, la misma que, a su vez, no es posible si seguimos viendo el deterioro paulatino del poder Legislativo, cueva de mediocres y corruptos, que en lugar de ser fuente matriz de reformas de largo aliento, se ha convertido en pasillo de lobbies y triquiñuelas ilícitas.

 

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Calidad Política, Congreso, Democracia, elecciones primarias, PASO

Escribí hace poco sobre el gran riesgo de que el Perú caiga nuevamente en manos de una izquierda radical, pero esta vez mejor pensada que la improvisada apuesta de Castillo, y además con mayoría parlamentaria, y una lectora me indicó que la verdadera amenaza para el país era la extrema derecha. ¿Lo es realmente?

Una cosa es la derecha conservadora que domina el Congreso y, por ende, marca la pauta política del día a día en su razzia caviar -en lo que coincide con la izquierda cerronista- y otra cosa, muy distinta, es que esa derecha pueda tener réditos electorales y así controlar plenamente el gobierno futuro a definirse el 2026.

No se ve por dónde. Está creciendo esta derecha autoritaria, conservadora y mercantilista -más conocida como la derecha bruta y achorada, por su llanura intelectual y sus modales agresivos-, es verdad, pero no se ve en el horizonte un líder que la conduzca a un eventual triunfo electoral.

Su líder más connotado la está pasando mal en el municipio capitalino. Rafael López Aliaga tiene una alta desaprobación y la suya será una nueva constatación de que el paso por la alcaldía limeña destroza las posibilidades presidenciales (el único ejemplo de un alcalde que luego llegó a la presidencia fue el de Guillermo Billinghurst, quien fue alcalde en 1909 y luego presidente en 1912). Ha sido el caso contrario, el de Luis Bedoya Reyes, Alfonso Barrantes, Ricardo Belmont, Alberto Andrade, Luis Castañeda y Susana Villarán, todos alcaldes y después fallidos candidatos presidenciales.

El triunfo de la extrema derecha en el mundo tendría que pasar por el ensayo de fórmulas populistas. En el Perú, la derecha radical no se atreve a confrontar a los grupos de poder y su única tabla de salvación populista pasaría por alentar la xenofobia, pero hasta en ese tema ya ha perdido la batalla frente a la anticipada y más beligerante conducta antivenezolana de un candidato izquierdista como Antauro Humala, quien se ha declarado xenófobo, “con mucho orgullo”.

El anticaviarismo va creciendo y podría ser una herramienta útil, pero tiene límites para crecer por la debilidad política del adversario elegido. Mal puede servir de cosecha electoral patear a un muerto político, como es la izquierda caviar, que solo mantiene reductos de poder en algunas instituciones fiscales y judiciales (del sector salud y educación ha sido expectorada).

No se ve riesgo inminente de que la extrema derecha siente sus reales en la política peruana. Hay un nicho social conservador muy grande, pero no tiene cabeza política que lo represente a cabalidad (y, en todo caso, la izquierda también anda por esos lares con comodidad).

 

 

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Amenaza política., análisis político, Extrema derecha, izquierda caviar

El influyente diario Financial Times publica una nota en la que revela la preocupación de Washington respecto de la influencia china en la economía peruana y la eventual dependencia geopolítica que ello podría generar de nuestro país hacia la potencia asiática (particularmente por las inversiones eléctricas y el megapuerto de Chancay).

Sobra decir que la Casa Blanca llora sobre la leche derramada. Es por la renuencia inversora de empresas norteamericanas en la región, que China ha logrado el avance que exhibe y tardíamente en los Estados Unidos se están dando cuenta de que en este mundo globalizado, donde ellos empiezan a ser desplazados como la primera potencia mundial, el patio sudamericano es de crucial relevancia para sus intereses. China se ha percatado antes y ha aprovechado el walk over gringo para dar pasos enormes.

Nuestra perspectiva geopolítica no debe nunca descuidar a Washington como norte referencial, pero en términos económicos debemos mantener la política de puertas abiertas que hasta ahora hemos tenido. En ese sentido, importa poco que las inversiones sean chinas, rusas o brasileñas.

Lo que sí debería preocupar, más bien, a las autoridades peruanas es la calidad moral de muchos inversionistas chinos que se están aprovechando de la malla porosa anticorrupción de nuestro país, para reeditar las andanzas brasileñas de la década pasada. Hay empresas chinas abiertamente corruptas que ya empiezan a tener problemas de serias denuncias y el Perú debería estar más alerta para evitar repetir de acá a algunos años megaprocesos judiciales por corrupción a autoridades compradas por yuanes.

La influencia corrupta de las empresas chinas, que están acostumbradas a jugar fuera del reglamento, es algo que sí debería preocupar al gobierno nacional, porque la corrupción en obras públicas termina siempre o en obras mal hechas o en inversiones perfectamente innecesarias, despilfarrándose los recursos, sobre todo de los gobiernos regionales, tan proclives a la corrupción fácil.

En muchas licitaciones o concursos públicos se está repitiendo la figura del caso Lava Jato o del Club de la Construcción, pero bajo el dominio de empresas chinas medianas y hasta grandes que han hallado un país que más que ser un paraíso de las inversiones, es un campo abierto para prácticas corruptas, sin instituciones que la puedan impedir, y con absoluta impunidad por parte de los funcionarios públicos. Ese sí es un peligro geopolítico a tener en cuenta.

 

 

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Es necesario que la derecha se una en conglomerados importantes para el 2026, pero no deben soslayarse las necesarias distancias entre una derecha liberal y una ultraconservadora que crece y adquiere cada vez mayor presencia política. Son el agua y el aceite.

La derecha liberal, en particular, debe tener mucho cuidado en no contaminarse con dos influencias perniciosas: una, primera, la mencionada, de la derecha ultramontana, autoritaria, conservadora y mercantilista, que por más que sume votos o eventual representación, distorsionaría el proyecto y hasta eventualmente lo sabotearía en caso de ganar la elección.

Y la segunda, está a su otro costado, y es el de la llamada izquierda caviar, cuyo accionar en la política peruana ha sido muy dañino. Su falta de presencia electoral la ha suplido con penetración en poderes públicos como la Fiscalía y el Poder Judicial, para, a partir de allí, arremeter contra sus adversarios (desde Alberto Fujimori, quien recibió una sentencia exagerada, hasta Alan García, a quien querían verlo preso y humillado a toda costa), enrareciendo la atmósfera política.

El odio antifujimorista irracional nace de las canteras caviares y en muchos casos ya dejó de ser un saludable síntoma de vigor democrático para convertirse en una rémora para la convivencia política en la precaria democracia peruana. Con esta izquierda, que además ha fracasado en el gobierno, en la gestión municipal de Susana Villarán, y que se prestó de comparsa del corrupto e inoperante régimen de Castillo, los liberales no pueden marchar juntos. Sería un despropósito.

Hay varios candidatos liberales en ciernes. Algunos ya inscritos, otros en pleno proceso de hacerlo. Deben sentarse y conversar. No pueden ir divididos. Tienen la ventaja de ser una apuesta nueva, no jugada en el país, con candidatos frescos y fuera del establishment, y en esa medida, con posibilidad de disputarle los fueros a la izquierda radical, que se asoma con relativa ventaja en la futura carrera electoral.

Como no puede haber una suerte de primaria solo entre candidatos liberales, otro método es el de las encuestas. Apenas muestren que alguno de estos candidatos despunte sobre los otros, ya sería ocasión de armar un pacto claro y transparente, que ojalá prenda en una ciudadanía harta de lo ya conocido y del statu quo.

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derecha liberal, elecciones 2026, Extremismo Político, Unidad Política

Es necesario que la derecha se una en conglomerados importantes para el 2026, pero no deben soslayarse las necesarias distancias entre una derecha liberal y una ultraconservadora que crece y adquiere cada vez mayor presencia política. Son el agua y el aceite.

La derecha liberal, en particular, debe tener mucho cuidado en no contaminarse con dos influencias perniciosas: una, primera, la mencionada, de la derecha ultramontana, autoritaria, conservadora y mercantilista, que por más que sume votos o eventual representación, distorsionaría el proyecto y hasta eventualmente lo sabotearía en caso de ganar la elección.

Y la segunda, está a su otro costado, y es el de la llamada izquierda caviar, cuyo accionar en la política peruana ha sido muy dañino. Su falta de presencia electoral la ha suplido con penetración en poderes públicos como la Fiscalía y el Poder Judicial, para, a partir de allí, arremeter contra sus adversarios (desde Alberto Fujimori, quien recibió una sentencia exagerada, hasta Alan García, a quien querían verlo preso y humillado a toda costa), enrareciendo la atmósfera política.

El odio antifujimorista irracional nace de las canteras caviares y en muchos casos ya dejó de ser un saludable síntoma de vigor democrático para convertirse en una rémora para la convivencia política en la precaria democracia peruana. Con esta izquierda, que además ha fracasado en el gobierno, en la gestión municipal de Susana Villarán, y que se prestó de comparsa del corrupto e inoperante régimen de Castillo, los liberales no pueden marchar juntos. Sería un despropósito.

Hay varios candidatos liberales en ciernes. Algunos ya inscritos, otros en pleno proceso de hacerlo. Deben sentarse y conversar. No pueden ir divididos. Tienen la ventaja de ser una apuesta nueva, no jugada en el país, con candidatos frescos y fuera del establishment, y en esa medida, con posibilidad de disputarle los fueros a la izquierda radical, que se asoma con relativa ventaja en la futura carrera electoral.

Como no puede haber una suerte de primaria solo entre candidatos liberales, otro método es el de las encuestas. Apenas muestren que alguno de estos candidatos despunte sobre los otros, ya sería ocasión de armar un pacto claro y transparente, que ojalá prenda en una ciudadanía harta de lo ya conocido y del statu quo.

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La corrupción es el segundo gran problema nacional, apenas por debajo de la inseguridad ciudadana. Eso lo ratifica la XII Encuesta Nacional sobre percepciones de la corrupción en el Perú 2022, que efectuó Ipsos el año pasado y que conviene traer a colación porque el statu quo se mantiene.

El 60% considera a la delincuencia el principal problema y el 57% a la corrupción; 4 de cada 5 peruanos estima que la corrupción en el Perú ha aumentado en los últimos cinco años; 53% considera que la corrupción aumentará en los próximos cinco años; alrededor de 9 de cada diez peruanos considera que la corrupción afecta su vida cotidiana (“principalmente, advierten que afecta su economía familiar, reduce sus oportunidades o las de sus familiares de conseguir empleo, reduce su confianza en los políticos y en la calidad de los servicios públicos que recibe”).

Esta encuesta ha sido hecha en pleno gobierno de Castillo y por ello “destaca el aumento importante que tiene el gobierno de turno en el presente año: mientras que en el 2019 solo el 10% de peruanos consideraba al gobierno como una de las instituciones más corruptas, este año esta percepción aumenta a 42%”.

Por supuesto que la corrupción no existiría sin ambos lados de la moneda, el corrupto y el corruptor, y, en esa medida, el sector privado es cómplice de la misma, pero lo que es preciso anotar, siempre, es que mientras más Estado haya (con las barreras burocráticas que lo suelen acompañar) mayor propensión a la corrupción habrá. Mientras más permisos, licencias, autorizaciones, reglamentos, trámites sean necesarios, la puerta abierta al corrupto estará allí omnipresente.

De nada parece haber servido, en cuanto a escarmiento se refiere, ver a tantas autoridades públicas en la cárcel por los recientes escándalos del caso Lava Jato, del Club de la Construcción o el de los Cuellos Blancos. La ciudadanía en el Perú sigue siendo corrupta porque se ve en la obligación muchas veces de serlo para conseguir aquello que, en principio, debería serle concedido sin mayor dilación.

Una de las grandes tareas de un buen gobierno a partir del 2026 es reducir el Estado a su mínima expresión en cuanto a tramitología. Y diseñar un esquema institucional anticorrupción, ya que, probado está, el funcionamiento vigente de la Contraloría, el Ministerio Público, el Poder Judicial y la policía, no es suficiente.

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corrupción, Encuesta, Lucha contra la Corrupción, sector privado

La regionalización, tal como está diseñada, está destruyendo el sentido republicano del país. Fue una de las más grandes reformas emprendidas por el gobierno de Toledo, pero a la vez, uno de sus peores legados por la forma en que fue concebido, a la loca, sin pensar seriamente un diseño moderno y eficaz de la redistribución de responsabilidades y gasto público.

Lo que ha ocurrido con el congresista Hernando Guerra García y su muerte por desatención en una posta médica a cargo de la Dirección Regional de Salud de Arequipa, no es si no una demostración ostensible de lo que a diario padecen cientos de miles de peruanos en todo el territorio nacional.

Políticamente parece inviable que un gobierno y un Congreso con tan baja legitimidad puedan desplegar una reforma que va a pisar callos y encender ánimos belicosos regionalistas en todo el Perú. Lo más probable es que si quieren llevar a cabo un reordenamiento del statu quo descentralizado (que llena de plata las ubres fiscales de las que maman cientos de funcionarios públicos en cada región), las protestas terminen por generar tal caos e inestabilidad que la reforma se trunque y muera antes siquiera de haberse hecho realidad.

Pero lo que sí podrían hacer en los casi tres años que les restan de mandato es diseñar, convocando a expertos en la materia e inclusive consultoras internacionales, un rediseño del proceso de regionalización y dejar el plan hecho para que lo aplique el próximo gobierno.

Y si nuestra clase política no toma el guante, bien podría la sociedad civil hacerlo, a través del Acuerdo Nacional, que fácilmente podría conseguir financiamiento internacional para trabajar un plan de consenso entre partidos, organizaciones regionales, líderes de opinión, expertos en la materia, etc., y arrojar un plan de reconstrucción de un proceso fallido que le hace mucho daño al país y que lejos de aquietar las furias anticentralistas las ha acentuado, porque todo lo que los gobiernos regionales hacen lo hacen mal y de ello, increíblemente, se culpa también al gobierno central, el cual, desde hace décadas, no maneja la mayor parte del presupuesto público nacional.

 

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La derecha peruana la tiene cuesta arriba. Un 80% desaprueba activamente al gobierno de Boluarte al que identifica como uno surgido de un pacto espúreo con la derecha parlamentaria, lo que ha diluido el efecto corrosivo del nefasto régimen de Castillo para socavar las posibilidades de la izquierda, que hoy ha retomado bríos y posibilidades (que nadie se sorprenda si logra hacer pasar a dos candidatos a la segunda vuelta).

Pero restan dos años y medio para las elecciones y si la derecha actúa inteligentemente puede recuperar posibilidades. Primero, tiene que aglomerarse (hay esfuerzos que se están haciendo en ese sentido). Si, como parece hasta ahora, presenta veinte candidatos, va muerta. En el mejor de los casos, le dejará el primer lugar de la derecha a Keiko Fujimori y ya sabemos lo que pasa cuando ella enfrenta una jornada definitoria.

Segundo, tiene que diseñar un plan de gobierno que ya no ponga el énfasis exclusivo en la defensa del modelo económico (repudiado por la mayoría de ciudadanos, lamentablemente), sino en aspectos institucionales, como la seguridad ciudadana, la corrupción, la salud y la educación públicas, en la reforma del Estado, en suma. Tiene que ser una derecha liberal, moderna e inclusiva la que intente convencer a los electores de que no se trata de más de lo mismo que nos ha gobernado los últimos 25 años (excepción hecha del periodo oscuro de Pedro Castillo).

Tercero, pero no menos importante, tiene que enmendar las prácticas nefastas que está desplegando en el Congreso su representación parlamentaria, empeñada en destruir todo reducto caviar y en ese proceso desmantelar instituciones que funcionaban cabalmente (como la Sunedu, por ejemplo).

Hay un rencor histórico justificado de la derecha con la izquierda denominada caviar, la cual, increíblemente, odia más a Fujimori o Alan García que al propio Abimael Guzmán, y utilizó su poder e influencia en las instancias judiciales para perseguir a la derecha, pero si la derecha se queda atrapada en ese rencor y actúa guiada por aquel, se destruirá a sí misma, como vemos que ocurre en el Congreso actual, que es repudiado por más del 90% de ciudadanos.

No podemos perder el país en manos de una izquierda radical, autoritaria antidemocrática y estatista, como la que se asoma. Y ello pasa porque la derecha se fortalezca, se modernice y se reconstituya inteligentemente, poniendo la perspectiva país por encima de cualquier menudencia.

La del estribo: obrón Un monstruo viene a verme, dirigida por la gran Nishme Súmar y la dirección adjunta de Verónica Garrido Lecca, con un solvente elenco de actores en el que destaca por su perfecta performance Fiorella de Ferrari. Es una obra que puede y debe ser vista también por público infantil (de diez años para arriba reza la sinopsis de la obra). Va en el Teatro Británico hasta el 10 de diciembre, camino a ser una de las mejores puestas del año.

 

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