SOCIALDEMOCRACIA POPULAR. Una alternativa a la batalla cultural

SOCIALDEMOCRACIA POPULAR. Una alternativa a la batalla cultural

“Somos un país conservador que no elegirá ni a palos una propuesta pro-aborto o pro-matrimonio LGBTI+ y hay que decirlo: si quieres perder las elecciones de 2026 entonces flamea esas banderas durante tu campaña política”

[EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS] Recién Santiago Abascal, líder de VOX, movimiento político español ultraconservador, ha señalado que habría que confiscar y hundir ese barco de negreros. Se refería al OPEN ARMS, embarcación perteneciente a la organización del mismo nombre que se dedica a rescatar de las aguas del Mar Mediterráneo a miles de inmigrantes africanos que arriesgan sus vidas para llegar a Europa persiguiendo el sueño de un mejor futuro.

Las maneras de Abascal son brutales, como las de Donald Trump o Javier Milei. Desde la mirada de un historiador, las palabras del líder de VOX conectan directamente con los barcos negreros del periodo colonial que era como se denominaba a las embarcaciones que traían esclavos desde el África a América en las condiciones más inhumanas imaginables. Para los empresarios dedicados a tan cruel emprendimiento era un riesgo calculado perder alrededor del 20% de estos seres humanos reducidos a la condición de mercancías, debido al hacinamiento y las degradantes condiciones de salubridad con los que se realizaba la larga y penosa travesía transcontinental.

Pero Abascal, Trump y Milei no están solos. La moneda tiene su reverso. Agustín Muñoz, fue un adolescente argentino que debería seguir entre nosotros. Ya no lo hace porque, en 2018, su amiga Angie lo denunció en sus redes sociales por acoso sexual. Después vino el escrache, el ciberbulling, la cancelación absoluta del joven, la destrucción de su reputación, de su imagen, de su vida y, finalmente, su trágico suicidio. Angie se disculpó en las mismas redes antes de que Agustín tomase tan dramática decisión, pero la rectificación no tuvo mayor efecto: él ya estaba marcado por las redes sociales, la sentencia social ya había sido pronunciada. Poco antes de dejarnos, Agustín le confesó a su madre: me han arruinado la vida.  

¿Qué tienen que ver dos temas aparentemente ajenos y distantes? Tienen todo que ver. Expresan como nos han polarizado el mundo. Aunque los escraches, las cancelaciones y las acusaciones falsas continúan hasta el día de hoy, no es casualidad que la desgracia que refiero se haya producido en 2018 y que las declaraciones de Abascal recién hace uno o dos días. Ese es el orden de los factores.

Tras la caída del socialismo real soviético, muro de Berlín incluido en 1989, la democracia, sin oponentes a la vista, les supo a poco a diversas colectividades identitarias, universitarias, culturales y políticas, y así, sin reparar en daños, se pasaron la línea de los derechos fundamentales. Al honor, a la presunción de inocencia, a la legítima defensa.

Y luego quisieron reinventar la teoría de los derechos, toda la teoría de los derechos. Y quisieron reinventar el mundo, ya no desde la aspiración a la igualdad y a la felicidad, como en la lucha de Martin Luther King por los derechos civiles en los Estados Unidos en la década de 1960, ni tampoco desde el derecho al trabajo igualitario y la revolución sexual  de las feministas de la década siguiente. En el siglo XXI se trataba de ajustar cuentas con la historia y de encontrar a quien endilgarle la responsabilidad, en suma: hegemonismo y supremacía.

Si buscas hegemonismo y la supremacía no dialogas. Estos se imponen por la fuerza. Y entonces se advinieron los aciagos tiempos de la batalla cultural y a estas alturas, la verdad, me importa muy poco cual de los dos extremos en conflicto haya acuñado el concepto. Quien lo hizo acertó, en todo caso.

Mientras a gritos, escraches y derribo de esculturas se le impuso al mundo el nuevo orden progresista, la derecha no terminaba de reaccionar hasta que comprendió que debía reagruparse y contraatacar. Más fácil: a la guerra solo le combate con la guerra, y entonces recién Santiago Abascal ha llamado a hundir el barco negrero y solo le ha faltado decir que si está cargado de pobladores africanos que buscan una mejor vida, tanto mejor. De eso va la reacción en estos tiempos.

Voy a lo semiótico, a lo narrativo, a los términos, absolutamente extremistas en los que se presenta el debate. “Somos malas, podemos ser peores” reza una popular diatriba feminista. Y en las actuales circunstancias, la batalla se decanta por el bando conservador. Donald Trump ha barrido el año pasado a Kamala Harris en las presidenciales norteamericanas.

Quién lo diría, un hombre antipático, agresivo y arrogante, que en circunstancias normales produciría un natural rechazo resulta adorado por los sectores populares y trabajadores del hegemón del norte. Estos consideran que el inefable multimillonario cautela mejor sus intereses que la amable y progresista candidata demócrata.

¿El mundo al revés? No, lo que pasa es que las mayorías trabajadoras que realmente sufren el embate de las políticas económicas neoliberales les importa menos que dos cominos las agendas culturales de los progresismos. Por cierto, el alegato de la interseccionalidad resulta absolutamente insuficiente pues lo que buscan los sectores populares es que las agendas sociales, que suponen la elevación de la calidad de vida, se coloquen a la vanguardia de la plataforma política de la izquierda o de quien fuere, hasta el mismísimo Trump, como se ha visto.

Pero ya hay reacción. Chile siempre da la hora. Primero Gabriel Boric con su autocrítica tras la categórica derrota de la constitución de género de 2022, ahora Jeannette Jara, del Partido Comunista, nada menos, volcada a una agenda social, popular, de los pobres del país, pero en democracia. La dictadura del proletariado es historia. Hoy el debate demócrata en USA es análogo y las posturas socialdemócratas populares avanzan en diversos países de Europa, entre ellos Alemania. La ola ultraconservadora no ha concluido aún su radio de expansión pero la siguiente, la de las reformas sociales en democracia, ya comienza a elevarse.

En el Perú parece el único camino. Somos un país conservador que no elegirá ni a palos una propuesta proaborto o promatrimonio LGBTI+ y hay que decirlo: si quieres perder las elecciones de 2026 entonces flamea esas banderas durante tu campaña política.

Luego el Estado está todo corrompido y además se cae a pedazos. Hay que arrebatárselo a las mafias y ponerlo al servicio de las grandes mayorías. Nuestro Estado tiene con qué ofrecerles, a todos los peruanos, aceptables servicios de educación y de salud. Además, estos resultan imprescindibles si pretendemos el desarrollo económico en el mediano plazo. Les sigue la infraestructura, unir al país más rápido y mejor, desarrollar la capacidad de producir lo que ahora no producimos porque no tenemos ni la ciencia, ni la tecnología.

Uno de cada tres peruanos es pobre y la cifra podría resultar engañosa, algunos se esfuerzan día a día para no caer en la pobreza sin reconocer que hace tiempo se han sumergido en ella. Y tenemos la mejor macroeconomía de América Latina. No parece justo pues que cuatro piratas saqueen el erario público, ni que quienes deberían prodigar el bien común divaguen abstraídos, inmersos en agendas ultimadamente elitistas, que le hacen el juego al status quo y le ofrecen la ocasión de crecer y multiplicarse.

Socialdemocracia popular está bien. Está bien como punto de partida, como concepto por desarrollar y como lumbre.  Implicará recuperar derechos fundamentales y reivindicaciones sociales olvidadas y sumarlas a otras nuevas, tan nuevas como estos tiempos de guerra cultural, oscuridad e incertidumbre.

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