Desmontando el Estado regulatorio que Ollanta Humala se esmeró en construir, retrocediendo en las reformas económicas estrenadas en los 90 y que fueron continuadas por Toledo y García, se podría generar nuevamente el estado virtuoso de la primera década del siglo.
La pandemia ha trastocado todo, inclusive los ánimos políticos y ha hecho estallar la disconformidad con el modelo económico, entendiendo como tal no solo los principios de una economía de mercado, sino, sobre todo, la provisión de servicios básicos de calidad (salud y educación, seguridad y justicia, particularmente).
Ese debe ser el mensaje central, empaquetado en un alejamiento extremo de los políticos tradicionales, aborrecidos hoy por la ciudadanía. El statu quo es detestado por la población y ya lo está expresando de mil maneras, incluidas las encuestas.
Fondo y forma van a ser esenciales en esta campaña electoral. Mensajes y rostros nuevos pueden tener un nivel de aceptación gradual mayor que el que albergarían los envases tradicionales y mucho peor los identificados hoy con el gobierno de Dina Boluarte.
A los nuevos candidatos que se asoman con esas características no les puede pasar lo de Vargas Llosa en los 90, que sucumbió cuando se mostraron impunes, a su costado, con una campaña publicitaria ostentosa, los rostros de Acción Popular y el PPC, dos agrupaciones entonces desprestigiadas, por hacer sido corresponsables del desastre del 80-85 (la tragedia de esa década no empezó con el apocalipsis de Alan García).
La mesa está servida para la izquierda radical, lo hemos dicho, pero hay suficiente tiempo para revertir esa tendencia, si la centroderecha hace un trabajo inteligente, despliega programas de gobierno atractivos y disruptivos y, además, se asesora en términos de marketing político con las nuevas técnicas que hoy se aplican en el mundo.
Hay que remar con fuerza e inteligencia en esa línea. Ese trabajo dará frutos, sin duda, y lo veremos apenas empiece la campaña electoral. Se debe empezar a sembrar desde ya -como algunos partidos ya lo están haciendo- y no cabe duda que el país puede dar un giro que refuerce el modelo y lo haga moderno e inclusivo, cosa que no ha ocurrido en estos 25 años de transición post Fujimori.