Cualesquiera sean los méritos de la idea de evitar un Irán con armas nucleares, ese bombardeo llevado a cabo por órdenes de Donald Trump anoche es un acto inaceptable de provocación, una nueva manifestación de este neocolonialismo militar que Estados Unidos ha estado decidido a llevar a cabo con la arrogancia del pasado, como si el mundo no hubiera cambiado después de la caída del Muro de Berlín.
Lo que se pretende como una operación defensiva quirúrgica para la seguridad internacional no es más que una maniobra retórica, característica del corazón megalómano del expresidente, que no hace diferencia entre espectáculo y tragedia en su populismo.
No para contener el conflicto, sino para liberar sus demonios es lo que ha hecho Trump. Irán tomará represalias, el mundo islámico radical explotará y los aliados europeos mirarán estupefactos ante una elección que no compartieron ni les fue consultada. Pero la pregunta más importante es el precedente: si Washington va a intervenir donde le plazca intervenir, ¿por qué no dejar que Pekín tome Taiwán con un espíritu similar? ¿Por qué el mundo no permitiría que Moscú escale su cruzada imperial en Ucrania?
La crudeza de esto va más allá de su efecto inmediato respecto del mensaje que transmite: que el orden internacional puede ser desechado si un líder con obsesiones mesiánicas así lo decide. Trump también ha socavado la posición de Estados Unidos como juez internacional y ha invitado a otras potencias con una mentalidad similar, China, Rusia e incluso otras más pequeñas, a sentirse igualmente autorizadas para adoptarlo.
Esto no es un acto de defensa discursiva; es un acto de vanidad vanagloriada bajo el disfraz de virtud. Y, como ha sido tan a menudo cierto en la historia, cuando los imperios actúan con soberbia, lo que sigue no es paz, sino catástrofe. La especie humana aún parece no haber aprendido a discriminar entre la lógica de la razón y el capricho de la fuerza bruta.
–La del estribo: extraordinaria puesta en escena la de Querido Evan Hansen, bajo la dirección general de Roberto Ángeles, la dirección de movimiento escénico de Vania Masías y la dirección vocal de Denisse Dibós. Ganadora del premio Tony, en Broadway, la obra va en el Teatro Nos hasta el 13 de julio. Entradas en Teleticket.