Pedro Castillo

 

Mucho se comenta respecto de la inminente caída de Pedro Castillo y su salida de Palacio -desenlace labrado con empeño por el propio presidente-, pero conviene también reflexionar sobre los escenarios que se abrirían a futuro si tal cosa ocurriera (sea por la vía de la renuncia, de la vacancia o de la acusación constitucional).

La primera inquietud, por supuesto, es qué pasaría con Dina Boluarte, en los hechos la primera vicepresidenta y a quien le correspondería, de salir Castillo, ocupar el cargo. ¿Está el país político dispuesto a aceptarlo o el aluvión también se la llevaría de encuentro? Ella tendría que actuar muy aceleradamente: por ejemplo, nombrar un gabinete independiente y tecnocrático, comprometer un gobierno de ancha base o cosas por el estilo, para aquietar las aguas políticas.

Si eso no es suficiente e igual es sacada del poder, se abriría el paso a nuevas elecciones. Ya se plantea discusión jurídica respecto de si corresponderían elecciones generales o solo presidenciales, tendiendo la razón a sugerir que deberían ser generales, es decir incluir a los congresistas (hay, además, argumentos políticos de peso: si no es así, estrenaríamos un Ejecutivo sin mayoría congresal, situación que ha provocado todas las crisis políticas de los últimos tiempos).

 

 

Poniéndonos ya en el escenario de nuevas elecciones, es importante advertirle, sin embargo, a la principal promotora de la salida de Castillo, a la derecha, que no crea que las tiene todas consigo, como parece entender, dado su entusiasmo vacador.

Es verdad que el desprestigio del gobierno de Castillo arrastra grandes cuotas de afectación a la mayoría de las izquierdas (en particular a la de Verónica Mendoza y Nuevo Perú, por más que intenten ahora, desesperadamente, desmarcarse del desastre), pero siguen en pie las condiciones predisponentes para la aparición de un candidato disruptivo, apoyado en la lógica antiestablishment del mundo andino, al cual la derecha no tiene acceso, ni siquiera remoto, en términos de representación.

 

El tema se complica aún más dada la fragmentación de la centroderecha, que ha hecho mutis absoluto respecto de la sensata propuesta de Rafael López Aliaga de renunciar a candidaturas (por lo menos las de él y la de Keiko Fujimori) y construir un gran pacto que propicie no solo un triunfo electoral, sino la consecución de la suficiente mayoría parlamentaria para gobernar sin los sobresaltos que el país viene sufriendo por la fatal circunstancia, mencionada líneas arriba, de que se llega al poder sin mayoría en el Congreso.

Por más deseable, imperativa o saludable que sea, nada asegura que la salida de Castillo del poder vaya a anticipar un periodo de paz política y el final de la incertidumbre y zozobra que venimos padeciendo desde los tiempos de PPK (ya con cinco presidentes a cuestas en menos de un lustro).

 

 

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Gobierno, Pedro Castillo

 

En 1793, durante los agitados años de la revolución francesa, la activista por los derechos de la mujer, la girondina Olympe de Gouges, fue ejecutada en la guillotina ante la presencia de mujeres pobres que aplaudían sin piedad. En su libro sobre la relación entre marxismo y feminismo, Cinzia Arruzza explica que la lucha feminista de Olympe ignoró las terribles condiciones sociales y económicas que enfrentaban las mujeres trabajadoras. Su feminismo era, pues, burgués.

Siempre he creído que el feminismo debe ser revolucionario, verdaderamente democrático, respetando diversidades culturales, dirigido a eliminar jerarquías y toda opresión sexista, capitalista y racista. Pero como dice Nancy Fraser hay distintos tipos de feminismos incluso aquellos que representan los intereses de la clase dominante, como el de Olympe de Gouges. En Perú tenemos a las “Feministas por la Democracia”.

La primera vez que escuché de este grupo fue cuando sacaron un comunicado exigiendo las salidas de Guido Bellido e Iber Maravi para defender la gobernabilidad y democracia, palabritas mágicas aprendidas del manual de USAID, NED y la Fundación Soros. Estas feministas hacían su primer intento para desestabilizar el gobierno de Castillo sumándose al terruqueo de la campaña golpista. Pero el verdadero motivo era que Maraví estaba trabajando 19 puntos de la agenda propuesta por diversos gremios peruanos y que incluía un Nuevo Código Laboral. Mientras que la designación de Bellido como premier tiraba abajo “el ideal” de lo que debe ser la clase política para las élites.

Las firmantes de la demanda desestabilizadora eran feministas ligadas a ONGs como Manuela Ramos y Flora Tristán, académicas, excongresistas, funcionarias de ministerios, actrices, lideresas de derecha e izquierda “caviar”, periodistas terruqueadoras, es decir la creme de la creme del feminismo burgués. Intencionalmente ignoraron la existencia de miles de mujeres de otros grupos que defendían las políticas laborales de Maraví, como el grupo Trabajadoras Unidas y la congresista Chabelita Cortéz, representante de la clase obrera en el Congreso.

Siguiendo la agenda (y los millones) de la USAID (Oficina de Cooperación Internacional de EEUU), estas feministas que se consideran “blancas salvadoras” se han convertido en un instrumento de EEUU en su acción imperialista de “asistencia humanitaria”. Han contribuido a reducir el rol del gobierno central, controlar programas sociales y crear condiciones favorables para la inversión capitalista. Algunos ejemplos son la Ley Mordaza y el infame plan de planificación familiar, es decir las esterilizaciones forzadas donde la ONGs como Manuela Ramos recibió de USAID 25 millones de dólares, así como en proyectos similares al Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán. Estas feministas hasta ahora no han hecho ninguna mea culpa o autocrítica por su complicidad en las políticas genocidas y neoliberales de Fujimori. Más bien se tiran la pelota y siguen asumiendo que son las únicas “expertas” sobre el tema de género.

Tampoco salieron para defender el triunfo de Castillo frente al fascismo ni durmieron semanas frente al JNE durante el invierno limeño. Pero “toman las calles” (es decir Lima) contra el gobierno en nombre de “la lucha por la no violencia contra la mujer» y llueven los comunicados contra la corrupción, cuando en el pasado guardaban silencio. En lugar de movilizarse por los intereses de las mujeres más explotadas, las ONG las usan para su propio beneficio. Saben manejar la indignación pública e ignoran astutamente otros tipos de violencia como del capitalismo racista. En lugar de crear activistas radicales crean moralistas y grupos subyugados que dependen de su asistencia o recursos.

El triunfo de Castillo es un fenómeno que ha expuesto el racismo y clasismo del feminismo dominante blanco supremacista limeño. Incapaces de tejer redes de solidaridad con mujeres y hombres de la clase trabajadora, campesina e indígena quienes no tienen acceso a la salud, pero a los que se les exige que demanden el derecho al aborto cuando no tienen ni una posta médica a su alcance ni salarios justos. No consideran que en esas comunidades no se respetó el derecho a decidir sobre sus cuerpos, y fueron simples números en la lista de cientos de miles de mujeres y hombres esterilizadas.

El Perú es un país de clases, castas, argollas, jerarquías y estatus sociales que cuando se sienten amenazados, el feminismo blanco limeño sale a cumplir su rol desestabilizador. El triunfo de Castillo significó, en parte, la posibilidad de romper el status quo y sacar a feministas limeñas onegizadas enquistadas en el ministerio de la mujer desde su creación por Fujimori. Con la designación de Ugarte, toman las calles para demandar su cuota de poder. Ahora una de las marchantes es la nueva ministra de la Mujer.

 

 

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feminismo, Pedro Castillo

¿Por qué el presidente finalmente apostó por su ministro de Justicia para la PCM? ¿Lo blinda contra la vacancia darle ministerios al cerronismo? ¿Qué hacemos con Salud?

 

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Gabinete, Pedro Castillo

 

Hola amigos. Soy Pedro Guevara y esto es “En pellejo ajeno”. La tétrica introducción musical que acaban de escuchar, no es sino una manifestación de lo alucinante y dramática de la situación política que vive el Perú actualmente.

La incompetencia del presidente Castillo ha quedado más que demostrada, no sólo en las entrevistas que concedió hace unos días, sino, sobre todo, a través del caos, los serios indicios de corrupción y la destrucción institucional del Estado peruano que se ha venido generando en los seis primeros meses de su gestión. Con la designación de este nuevo gabinete de choque, que tiene a Aníbal Torres como Premier, queda recontra claro que, por el bien de los más de 32 millones de peruanos, el presidente Castillo y su Gobierno no deben seguir al mando del país, pues todo parece indicar que están como títeres del comunismo internacional, a las órdenes del G2 cubano, con sus adláteres venezolanos y bolivianos.

 

¿Qué se puede hacer entonces para que Castillo deje el poder, respetando escrupulosamente el orden constitucional?

El camino de la renuncia del presidente Castillo, sería lo más rápido y menos costoso para el país. Sin embargo, todo parece indicar que no lo va a hacer. A no ser que aparezca el destape de alguna inconducta personal que hubiera sucedido, antes de que llegara a la presidencia, y ello lo fuerce a renunciar.

Entonces, definitivamente, gran parte de la resistencia a la destrucción de la democracia en nuestro país, tiene que venir de lo que haga o deje de hacer el Congreso de la República.

Entre estas alternativas, el Congreso debe estar considerando plantear: (1) la acusación constitucional, (2) la suspensión del presidente o (3) la vacancia presidencial.

 

 

¿Qué le diríamos al presidente en estas circunstancias?

Para empezar, AMA LLULLA: No seas mentiroso. Lamentablemente en estos primeros meses de su gestión, hemos escuchado muchas mentiras y engaños de boca del presidente y sus ministros: Muchas promesas incumplidas.

En segundo lugar, AMA QUELLA: No seas ocioso. En estos primeros seis meses de gestión, no se han atendido muchos temas urgentes e importantes para la población, como la reactivación de la economía y la generación de empleo, la atención del tema de la seguridad que cada día se torna más preocupante, la atención de la salud de la población, no sólo de la pandemia, sino también de otras enfermedades que aquejan a la población, el retorno a las clases presenciales o la reconstrucción del país.

En tercer lugar, AMA SUA: No seas ladrón. En estos seis meses de gestión hemos encontrado que la corrupción ha aumentado, que los lazos con la corrupción son crecientes, y que el aparato estatal se utiliza como botín para repartir empleos del sector público a cambio de coimas.

 

 

En cuarto lugar, AMA AUQQA: No seas traidor. Y es que muchos peruanos, principalmente los más humildes, depositaron su confianza y su ilusión en el profesor y han sido traicionados.

Por nuestra parte, no dejaremos que nos arrebaten nuestro país. Y por eso, renovamos nuestro compromiso de luchar para reestablecer la libertad y la democracia plenas en el Perú.

¡Bendiciones!

 

 

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Pedro Castillo

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anibal torres, Gabinete, Pedro Castillo

 

La designación de Aníbal Torres como flamante presidente del Consejo de ministros, y la negada conformación de un gabinete plural, tecnocrático, meritocrático y de limpia foja de servicios (ya la reiterada presencia del inefable ministro de Transportes nos ahorra comentarios), le debería otorgar al gobierno de Castillo un corto tiempo de vida. Ha persistido en el error de nombrar un equipo mediocre y sombrío, como el apreciado en los sucesivos gabinetes Bellido, Vásquez y Valer.

La derecha congresal, lejos de deponer las armas y extenderle un periodo de gracia al flamante gabinete, las va a levantar. Y probablemente tendrá compañía en el centro congresal que verá este gabinete con una mirada de decepción. Ya de por sí, es un pésimo indicador que el cerronismo haya ingresado con fuerza al gabinete, para calibrar que no estamos ante la puerta de salida de la crisis, sino, más bien, ante la perspectiva de su mayor hondura.

La incólume medianía del presidente Castillo exigía un equipo ministerial de otras características. Al parecer, no le quedó claro al Primer Mandatario que necesitaba enmendar la plana, para borrar cómo se estaba escribiendo el itinerario de su propia salida del poder.

Se necesitaba la conformación de un gabinete de salida de la crisis, que lo primero que tenía que hacer era reconstruir las partes dañadas del Estado, por obra y gracia de la cooptación corrupta y gris del entorno castillista.

A renglón seguido se tenía que fijar claramente algunos parámetros mínimos de acción. Y en ese sentido, más que exigencias ideológicas fuera de lugar lo que correspondía era esperar lineamientos básicos estructurales: que se respetase, por lo pronto, la estabilidad macroeconómica, y que los ímpetus reformistas y de cambio, que un sector de la población espera, se ciñesen a dos políticas públicas esenciales: la salud y la educación, sectores dejados a la mano de dios, a despecho de la bonanza fiscal disfrutada en los últimos treinta años.

No obstante, se ha optado por todo lo contrario, por debilitar aún más el tejido institucional de la administración pública (baste ver el paso del nuevo Premier por la cartera de Justicia), que ha sido tan golpeada por las gestiones precedentes que se teme, con razón, el colapso del Estado, como ente ejecutor de gasto y de acciones políticas concretas.

Torres no va a tener, ni merece tenerla, luna de miel. La pésima actuación administrativa del gobierno le deja mecha corta para actuar. No le va a ser posible recomponer los lazos con la clase política, primero, para lograr el voto de confianza, y con la ciudadanía, de inmediato, para trazar un horizonte de gobernabilidad hasta el 2026, como correspondería constitucionalmente. Es el suyo un gabinete que nace muerto.

 

 

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anibal torres, Pedro Castillo

 

 

La noción de incapacidad moral permanente no debe ser entendida en términos éticos, sino psicológicos. Por lo tanto, en vez de ensayar interpretaciones descabelladas e incoherentes, harían bien los analistas en exigirle al Tribunal Constitucional que la defina en términos objetivos, por ejemplo, como la ausencia de facultades cognitivas para operar funcionalmente (estar en coma, etc.)

El análisis ético/filosófico no nos va a dar criterios objetivos, y por lo tanto va a dejar la puerta abierta para que el congreso abuse de la noción de vacancia, tal como lo ha venido haciendo desde el 2017 (o, más precisamente, desde el 2000).

En términos éticos, definamos como incapaz moral permanente a la persona que no tiene ni va a tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal (o, para los relativistas morales: una persona que no tiene ni va a tener la capacidad de emitir juicios acerca del bien y el mal). Voy a analizar tres de las perspectivas éticas más importantes para mostrar que ninguna nos da guías de acción para identificar si alguien en particular es incapaz moral permanente.

Según la ética de la virtud de Aristóteles, las personas que cometen acciones inmorales pueden caer en dos categorías. Por un lado, encontramos al vicioso, que es una persona a la que no le importa la distinción entre lo bueno y lo malo, y se guía simplemente por su placer inmediato (por ejemplo, se copia en un examen y solo siente placer por haber obtenido una buena nota). Por otro lado, encontramos al incontinente, es decir, alguien que sabe que lo que hace está mal pero no puede resistir la tentación de hacerlo (sabe que copiarse está mal, pero se deja seducir por el placer de obtener una buena nota, aunque experimente también remordimiento por no haber hecho lo que sabe que tenía que hacer). Bajo nuestra definición, el incontinente definitivamente no sería incapaz moral, y el vicioso no necesariamente, pues su rechazo a ocuparse del tema podría no deberse a una incapacidad. Y en principio, ninguno lo sería permanentemente.

Según la ética del deber, de Immanuel Kant, no es el contenido de la acción en sí lo que determina su moralidad, sino el estado mental del sujeto que actúa. Esto no significa que Kant haya sido un relativista moral. Al contrario, Kant pensaba que, en cierto sentido, nuestras percepciones morales son similares a nuestras percepciones matemáticas, pues, a pesar de ser privadas, son objetivas y universales, y no arbitrarias. Debido a que solo tenemos acceso a nuestras propias motivaciones internas, y no a las de las demás personas, en sentido estricto no podemos juzgar a los otros como morales o no, solo a nosotros mismos. En cuanto a nuestra discusión, es imposible bajo esta perspectiva juzgar si alguien es inmoral, mucho menos si es incapaz moral permanente.

La tercera perspectiva es el consecuencialismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Bajo el consecuencialismo, el contenido moral de una acción se decide de acuerdo a las consecuencias que genera. En el caso de Bentham y Mill, se trata específicamente del balance neto que se genera entre los agentes con intereses morales (que incluyen a cualquier ser capaz de experimentar placer y dolor: un pez, una gallina, una persona, tal vez en el futuro un robot). Crucialmente, para Mill no todos los placeres y dolores son equiparables: si doscientas personas deciden esclavizar a una porque la suma de sus placeres supera al dolor de la persona esclavizada, eso igual sería inmoral porque se estaría maximizando el tipo incorrecto de placer. En palabras de Mill: es mejor ser un ser humano insatisfecho que un chancho satisfecho, aunque el chancho sea incapaz de notar la diferencia. Bajo esta postura, solo aquellos seres incapaces de calcular las consecuencias de sus actos serían incapaces morales. Dependiendo de cómo se defina ‘calcular’, todos podríamos caer bajo esa categoría, lo cual la hace irrelevante para fines jurídicos o políticos.

La frase incapacidad moral permanente ha sido usada como excusa para justificar deseos políticos de corto plazo. Mientras se insista en interpretarla filosóficamente van a seguir habiendo debates interminables, pues la noción tiene diferentes contenidos dependiendo de la perspectiva filosófica que se adopte. Pretender llevar ese debate a la esfera pública sería contraproducente: lo más probable es que los implicados no busquen debatir sino adoptar la postura filosófica que justifique las decisiones políticas que han tomado de antemano, tal como ha venido sucediendo.

La dinámica de la discusión vacadora está llena de argumentos del tipo: “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral permanente.”, ignorando de plano los matices que interponen las nociones de “incapacidad” y “permanente”: para Nuevo Perú la corrupción de PPK en el pasado no justificaba la vacancia, pero los Mamani-audios sí. Para APP y el fujimorismo haber mentido en el caso Richard Swing no ameritaba la vacancia de Vizcarra, pero los presuntos actos de corrupción cuando fue gobernador en Moquegua sí, y así sucesivamente.

La verdad es que no les interesa lo que dice la constitución. Si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral pluscuamperfecta, los vacadores se apresurarían corriendo a decir que “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral pluscuamperfecta”. Y si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral waka-waka, los vacadores inmediatamente comenzarían a bailar el waka-waka.

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas.

 

 

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Filosofía, Pedro Castillo, Política
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