La incapacidad orgánica de la oposición política, jaloneada entre una derecha golpista y un centro aguachento, con personajes muy precarios tanto en el Congreso como fuera de él, es, en gran medida, lo que le permite a un régimen tan deleznable como el de Castillo sobrevivir, terco en su mediocridad e impune en el estropicio.
Se va a necesitar de la activación de los núcleos de participación ciudadana que en las últimas décadas han aparecido en momentos determinantes y han logrado influir de manera decisiva en los acontecimientos políticos.
Si, como van las cosas, la oposición es incapaz de sacar a Castillo del gobierno o, lo que es peor, siquiera de reconvenirlo, pues lo tendrá que hacer la calle movilizada, la misma que hoy se halla increíblemente adormecida.
Por cierto, Castillo ha cometido un grueso error político al recostarse en el cerronismo y pelearse con el antifujimorismo de izquierda, ya que el primero no constituye ninguna fuerza de choque, más allá de la extorsiva presencia de una bancada significativa, y el segundo sí tiene la experiencia de movilización cívica suficientemente poderosa como para hacerse sentir.
Recién con la escandalosa irrupción del efímero gabinete Valer, algo se empezó a mover en estos colectivos, ya asqueados del desparpajo misógino y machista del régimen castillista, el mismo que no ha menguado con el nuevo gabinete Torres (la presencia de una feminista en el Ministerio de la Mujer solo adorna un gabinete con por lo menos tres ministros acusados de violencia familiar y sin ninguna consideración por la paridad de género).
No es relevante en estos momentos discutir si pueden marchar juntos No a Keiko con La Resistencia o caviares con portavoces de la cruz de Borgoña. Probablemente no. Lo importante, lo de fondo, es que las calles y plazas hagan sentir la voz ciudadana de protesta por la inmensa tragedia política que el Perú está sufriendo bajo el mandato de un presidente como Pedro Castillo.
Ya que más del 60% de la población desapruebe la gestión del gobierno, constituye una suficiente masa crítica para que ello se traduzca en protesta democrática, la única que -al paso que anda la oposición- podría alterar efectivamente el tablero político en el que nos estamos moviendo, sea reconduciendo a un régimen que se tropieza consigo mismo o, simplemente, ayudando a sacarlo del poder.