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La debacle administrativa de Alianza Lima, por un hincha de la U

El futuro del fútbol peruano depende de que grupos de acreedores incapaces para la gestión deportiva dejen de inmiscuirse en los dos clubes más importantes. En eso, los ‘compadres’ son hermanos.

Al autor de esta nota siempre le ha parecido interesante el concepto ‘hogar’. Era mayo del 2019 y Renzo Ratto lo llevaba caminando por las instalaciones de Matute, tras una entrevista para una nota sobre asuntos administrativos. El levante de la misma ya estaba definido y se sostenía básicamente en cifras. No había muchas más vueltas que darle al tema.

Pero el entonces administrador temporal de Alianza Lima había insistido varias veces en mostrarle la nueva zona acondicionada para los jugadores de las menores. Para entonces, el autor de esta nota ya tenía un par de años de experiencia con gerentes entusiastas. En el periodismo económico, por alguna razón, los grandes empresarios creen que pueden inclinar el enfoque de un artículo paseando al reportero por las instalaciones de su fábrica. El autor de esta nota aceptó con su mejor cara de entusiasmo. Debía corresponder la amabilidad de haber concedido la entrevista.

El paseo fue, en su mayoría, absolutamente olvidable. Una cancha sintética es la misma donde sea que se encuentre, y el mediodía limeño estaba tan gris como de costumbre. No había una sola razón para agregar mayor detalle de ello a un artículo sobre finanzas deportivas. Cuando ya parecía hora de partir, sin embargo, tocó entrar a la residencia de menores. Es un pabellón blanquiazul en el lado norte del estadio. La gestión de Ratto terminó de renovarlo a inicios del 2019.

Los chicos que aparecieron en la escena son, en su mayoría, la principal esperanza de sus familias para salir adelante. Muchos vienen de provincia y apenas tienen parientes en Lima. La responsabilidad con la que cargan les pesa como un yunque. Llevarla lejos de casa solo lo hace todo más complicado. Con ellos, Ratto tenía un trato como de papá. Acababa de implementarles una sala de estudios, para que hagan las tareas después del fútbol.

El autor de esta nota tuvo, entonces, un enlace conceptual. Un ‘hogar’, aunque ajeno, se percibe. No tiene que ser de cuatro paredes. Puede ser la tribuna de un estadio, el bar de una esquina, la canchita donde uno conoció a su mejor amigo. Se trata de una sensación que permite distinguir pedazos de una memoria emocional compartida. El autor de esta nota entendió recién que eso –Matute, Alianza– también podía ser una casa. Que no era su casa, ni nunca sería, pero que era la de muchos otros. Una forma particular en la que millones de personas entienden el fútbol –con lo que ya bastaría–, pero a veces también la vida.

Por dios, la incompetencia

El artículo para el que declaró Ratto se publicó días después. El autor de esta nota le dio un enfoque optimista. Pero no exactamente por la labor del entonces administrador temporal. Había que reconocer, sí, su trabajo en ordenar las finanzas aliancistas, pero la verdadera oportunidad para salir de la crisis estaba recién por venir. El Fondo Blanquiazul, un grupo de hinchas millonarios de Alianza, estaba por comprar S/23,8 millones en acreencias tributarias para adquirir un porcentaje de control en el club. Era exactamente lo que este necesitaba.

La premisa era la siguiente: en el negocio del fútbol, como en cualquier otro, para obtener resultados se necesita inversión. Y la administración temporal de la Sunat estaba, como es esperable, más preocupada en cumplir con su cronograma de pago de la deuda concursal. Alianza ya no estaba perdiendo plata, pero venía de hacer un terrible papel (otro) en la Copa Libertadores. Había anotado apenas un punto y una diferencia de goles de -10.

El orden financiero de Ratto no alcanzaba para competir donde realmente hacía falta: a nivel internacional. Con la plata fresca que traería el Fondo, en cambio, se podría invertir en una plantilla más larga y sólida, y tentar quizás unos cuartos de final. “La compra es para inyectar recursos”, le aseguró al autor de esta nota una fuente del grupo de socios. “Hay un plan de inversión”. 

Diversos especialistas en gestión deportiva respaldaron esa premisa. “Las administraciones temporales han estado más preocupadas por números y dinero [para pagar la deuda]. Pero si la inversión en la plantilla es débil, es como si te estuvieras comiendo los músculos cuando ya no tienes grasa”, dijo el profesor de Pacífico Business School, Gabriel Levrini. Aunque hay muchas excepciones –que embellecen al deporte–, la regla del fútbol suele ser que las plantillas más caras juegan mejor y las más baratas, peor. Un equipo sin inversión tiene muchas menos probabilidades de elevar su performance deportiva y mantenerla en el largo plazo. 

¿Cómo llegamos, entonces, hasta aquí? ¿Qué pasó para que Alianza pase de ese horizonte alentador a irse a segunda? Antes de explicarlo es bueno hacer una pausa. El autor de esta nota sabe que corre el riesgo de que esta sea acusada de ‘renzorattista’, así que prefiere encarar la imputación de antemano ciñéndose a las cifras. Entre el 2016 y el cierre del 2019 –la gestión Ratto– los ingresos aumentaron 80%, a S/56,9 millones; el club volvió a tener utilidades, hasta las S/11,4 millones de 2019; se redujo el pasivo total en S/18 millones; y se pagaron 13 cuotas, más un prepago, de la deuda concursal. 

El año financiero del Fondo Blanquiazul se resume en una pérdida proyectada de S/4,7 millones, una caída interanual de los ingresos de más de S/16 millones, las dos últimas cuotas del Plan de Reestructuración retrasadas, por lo menos dos años sin poder jugar la Libertadores y el riesgo de no tener ingresos por taquillas si la pandemia regresa en el 2021. Y lo deportivo no vale la pena estarlo restregando. ¿Cómo es posible tanta incompetencia? ¿Cómo se puede dilapidar un equipo de esa manera, en menos de dos años? ¿Cómo hombres supuestamente exitosos en los negocios llegan a ese extremo?

No es cuánto, sino de quién

El Fondo Blanquiazul compró en junio del 2019 gran parte de la deuda de Alianza con la Sunat. Con ello, debía hacerse del control total de la Junta de Acreedores. Sin embargo, la administración tributaria recordó un crédito contingente de S/7,7 millones que el Indecopi reconoció luego. Con ello, la participación del Fondo bajó de 50,6% a 47%. Por entonces, fuentes cercanas a la transacción contaron que la actitud de la Sunat en la negociación por la compra de la deuda fue muy extraña. Casi como si, en realidad, hubieran querido mantenerla. 

El caso es que, con el asiento más gordo de la Junta, los nuevos ‘jeques’ de La Victoria empezaron a tomar decisiones. Calificarlas de ‘poco acertadas’ sería demasiado generoso. Los principales inversionistas eran Diego Gozales-Posada, presidente de Energigas, Fernando Farah, de la textilera Lancaster y el colegio Villa Per Se, y Salomón Lerner, ex primer ministro y financista esporádico. De pronto, el Fondo se convirtió en una escuela para hinchas con la billetera suficientemente gorda para jugar a ser directores técnicos.  

En lugar de canalizar los recursos que estaban inyectando en traer jugadores bien evaluados, que valgan el precio –o algo que siquiera parecido– las cabezas del Fondo optaron por influenciar en decisiones deportivas inexplicables. Todo comenzó con la llegada del colombiano Víctor Hugo Marulanda, un exjugador del club (1997) con el que –en teoría– se iba a recuperar la quimba y la alegría aliancistas. Ese fue el primer choque con el todavía administrador Ratto. Fuentes cercanas a su gestión aseguran que él había decidido no traer a Marulanda antes por algo: había que cuidar el presupuesto y era muy caro.

Luego pagó el fútbol. El efectivo ‘ratoneo’ de Pablo Bengoechea, que ese año les conseguiría un segundo subcampeonato, se mostró incompatible con la promesa de retorno del fútbol vistoso. El uruguayo tuvo que renunciar en marzo del 2020 tras perder el clásico con la U. Pero quizás lo más inexplicable –esa es la palabra más acertada para describirlo– sea el armado previo de la plantilla. Según las fuentes consultadas por Sudaca, el Fondo tuvo influencia –entre otros– en la llegada de Jean Deza, Alexi Gómez y Carlos Ascues, conocidos por sus indisciplinas, y de dos jugadores de cristal: Alberto Rodríguez y el Beto Da Silva. 

Jean Deza tuvo que ser despedido por indisciplina en junio y Alexi Gómez fue acusado dos veces por su expareja de agresión. Da Silva y Rodríguez presentaron sus esperadas lesiones. Alianza había armado una plantilla carísima cargada de jugadores cuestionados por problemas extradeportivos. Estos son apenas ejemplos de una serie de decisiones deportivas cuestionables que la prensa de ese rubro ya se ha encargado de reseñar. Durante la gestión de Ratto, no sólo se evaluaban las estadísticas deportivas de los nuevos jales, sino también su vida personal. “Que sea una buena persona, un buen esposo, un buen hijo, un buen hermano, un buen padre y también un buen jugador“, dijo el administrador hace un año.

El valor anual de la plantilla, declaró Gonzales Posada a Gestión, pasó a ser de US$12 millones de dólares. Con la salida de varios jugadores a lo largo del año y la suspensión perfecta de Ascues, uno de los más caros, el presupuesto del primer equipo igual ha terminado siendo 67% de los ingresos, frente a menos de 60% en el 2019. A finales de aquél año, Ratto había decidido irse. Quedó como administradora su exgerenta de Finanzas, Kattia Bohórquez.

Ratto se ha negado a hablar públicamente en contra del Fondo Blanquiazul, pero allegados a su gestión explican que decidió irse cuando se dio cuenta de la injerencia que este quería tener en las decisiones administrativas y deportivas del club. “Los motivos que me llevan a tomar esta decisión son personales”, excusó en su carta de renuncia, que presentó el 18 de diciembre. Grabó un video de agradecimiento. Los directivos querían que se quede. Con Bohórquez, las proyecciones de Ratto se cumplieron. La nueva premisa quedó totalmente demostrada: no importa cuánto dinero entre a un club, sino quiénes lo colocan y a quiénes le permiten administrarlo.

Nociones básicas sobre el negocio del fútbol

Vale la pena aquí hacer una última pausa para aclarar otra cosa. El autor de esta nota es hincha de la U. No es el que vaya junto al bombo en todos los partidos, pero como buen hincha de la U espera siempre que a Alianza le vaya mal. Si juega un partido de Libertadores, sonríe con los goles del rival extranjero. Si desciende, se alegra de lo mucho que va a poder molestar a sus amigos aliancistas. El autor de esta nota no entiende muy bien a las personas que viven el fútbol de otra manera.

Por eso no hace periodismo deportivo: le sería imposible separar el hinchaje de la profesión. Y por eso, también, ha decidido emplear la primera persona, no esconderla, y poner el disclaimer directamente en el titular. Cuando se trata de temas administrativos, sin embargo, es absolutamente posible hacer la mentada separación. Y la razón es clara: la U está al borde de la liquidación desde el 2016 también por decisiones administrativas y pugnas entre acreedores. En ese dolor, el de la desgracia financiera, somos hermanos. 

Para terminar de entender la debacle de Alianza Lima es imprescindible irse ocho años para atrás. En el 2011, cuando el modelo de negocios del fútbol peruano colapsó, la U y Alianza debían S/105 millones y S/26 millones, respectivamente, solo a la Sunat. Al año siguiente, el Congreso les tiró un salvavidas. La ley tiene un nombre bastante largo, pero su esencia fue esta: evitar que se liquide a los clubes más importantes del país. En el Perú ningún Parlamento querría chantarse el monstruo de haber acabado con un siglo de historia futbolística.

¿Qué hacía la ley? Creaba un régimen concursal especial donde no había posibilidad de liquidación. La idea era que las administraciones temporales cubrieran el hueco de dinero, generaran utilidades y pagaran la deuda con ellas. Esto, por supuesto, no le ocurrió de forma sostenida a ninguno de los dos ‘compadres’. Hasta la gestión de Ratto, la deuda total de ambos clubes tuvo una sólida tendencia de crecimiento. 

La diferencia entre Alianza y la U es que este último quedó atrapado entre las pugnas internas de sus dos principales acreedores, Gremco y la Sunat, ambos con suficiente cantidad de deuda como para querer tener la voz cantante en la Junta. Cada uno ha tenido periodos en los que ha podido designar a una administración temporal de acuerdo a sus intereses. Y ese tira que tira, con personajes nefastos de por medio, terminó por destruir cualquier plan para reestructurar en el club. Por eso, en 2016 pasó al régimen concursal ordinario, donde sí puede ser liquidado.

Alianza, además de una deuda menor, tuvo la suerte de tener que lidiar solo con la Sunat. Eso terminó dándole a Ratto la estabilidad administrativa para reconducir las finanzas y empezar a pagar la deuda, de S/47 millones el año pasado. Todo eso se ha acabado. Si el descenso de Alianza finalmente se confirma, la plata para pagar las acreencias va a tener que ingresar por fuente ajena a lo normal en el negocio deportivo. El Fondo Blanquiazul, el acreedor más grande del club, no tiene cómo justificarse.

El artículo 3.14 de la ley de rescate para el fútbol peruano dice claramente que “la Junta [de Acreedores] acordará el régimen de administración en el que no deberá participar el deudor, sus acreedores, u otra persona vinculada directa o indirectamente a ellos”. Y no hay mucho que interpretar ahí. La norma responde a que la caída en desgracia de los clubes se debió a los malos manejos de sus socios, en acuerdo con sus principales dirigentes. La utopía era que las administraciones temporales alcancen la profesionalización de la gestión deportiva.

El negocio del fútbol en el Perú, sin embargo, no es uno de corporaciones mega-multi-millonarias. El potencial de lo que el deporte mueve como sentimiento popular excede por mucho el volumen de sus ventas. El año pasado, en su pico de rendimiento, Alianza facturó solo S/59 millones. En el 2018, la U ingresó alrededor de S/42 millones. Eso es lo poco que cuesta mantener viva la pasión. Para comparar magnitudes, en el 2014 la Universidad César Vallejo –dueña de otro equipo de fútbol– registró ventas por S/532 millones. Solo sus utilidades fueron de S/142 millones. Otra universidad, la UPC, llegó en el 2018 a facturar más de S/1.000 millones.

El fútbol peruano, como en muchas otras partes del mundo, se sostiene principalmente en los ingresos por derechos de televisión. Significaron alrededor de 45% de los de la U y 36% de los de Alianza, respectivamente, en el 2018. La administración Ratto redujo el porcentaje y dejó de adelantar el cobro de las facturas, por el que debía soportar un castigo financiero importante. Luego están los sponsors, que representan –según eel éxito del equipo comercial– entre 2% y 20% de la facturación. La ‘tele’ y los auspicios, mal que bien, se pueden planificar por un año.

El resto de los ingresos, en cambio, está supeditado al azar deportivo. Las taquillas (alrededor del 20%) dependen de que el equipo juegue bien y la gente quiera ir a verlo. Los premios, que por clasificar a una fase de grupos de la Libertadores puede representar un quinto de los ingresos, dependen de que los jugadores los consigan. El merchandising no pasa del 2% de la facturación.

Ahí nace la inestabilidad del negocio futbolístico: casi la mitad de lo que genera no se puede prever. Pero también es esa la oportunidad de que se active un círculo virtuoso que hace lindo al deporte: cuando hay inversión inteligente, el equipo juega mejor, vende más entradas y consigue más premios. Entonces invierte más y da un salto hasta otro nivel de competencia. Mientras, empieza a pagar sus deudas. ¿Cómo lograrlo? Con eso termina este análisis.

El fútbol es una industria de grandes deudas. No hay que tenerles más miedo que a las administraciones dirigidas por personas sin criterio. Sobre todo –pero no exclusivamente– en América Latina, los equipos más importantes suelen tener acreencias elefantiásicas. El Flamengo de Brasil, por ejemplo, debía 750 millones de reales en el 2013. Al 2019, logró reducir la cifra a la mitad, apoyado en criterios básicos de gestión: un programa de incremento de socios y la venta de jugadores de su cantera. Ese año, campeonó la Libertadores. El 2020, sin embargo, su deuda ha vuelto a dispararse por el castigo del Covid-19: 703 millones de reales, según Globo Esporte.

Un cierre

Si el autor de esta nota se permite alegrarse por el descenso de Alianza es porque intuye que, más temprano que tarde, el compadre se ganará su regreso a primera en las canchas. Y entonces, este episodio quedará apenas como un estigma en la clásica rivalidad de las dos hinchadas. La lección de este desastre es, en realidad, administrativa: la gestión del club ha fracasado porque la han llevado personas ‘iluminadas’ solo por el tamaño de sus cuentas bancarias. Pero sin muchas luces arriba. A la hinchada le toca combatirlas y pelear por una gestión que pueda manejarse en base a evaluaciones sensatas y contrataciones inteligentes. Ya se probó que es posible.

Si Alianza logra convocar a 50.000 socios que paguen S/50 mensuales, podría eliminar su deuda concursal en dos años. Pero para eso se necesita gestión. Una mínimamente profesional. El 28 de noviembre, el día que se consumó la debacle aliancista, Renzo Ratto fue en su camioneta a dar vueltas por las afueras de Matute. Personal de portería del club acredita haberlo reconocido. No estuvo en la tribuna durante el partido. Vio descender al club del que asegura ser hincha en casa.

La memoria emocional de mucha gente, una forma particular de ver la vida, recuerdos compartidos de tribuna, oscureció aquél sábado. La casa de millones quedó en silencio. Para el próximo año, Bohórquez ya advirtió que habrá que ajustarse. Pero el círculo virtuoso de Alianza puede recomenzar por su hinchada, que es la que no ha perdido –ni perderá– la categoría. El primer paso es presionar para que se le pongan límites estrictos a la capacidad de decisión del Fondo Blanquiazul. El autor de esta nota espera el retorno del compadre porque, sin él, se le acaba una sana costumbre: ver a su equipo ganar en Matute.

Pero sobre todo, espera que acreedores incapaces para la gestión deportiva dejen de destruir la pasión de millones de personas. Tanto en la U como en Alianza. No hay más secreto que ese. ¿Tan difícil es administrar bien? ¿Tan difícil es mantener, al menos, a alguien que pueda hacerlo? No hay derecho a jugar con algo que, para muchos, es su única reminiscencia al concepto básico de ‘hogar’. Que condensa casi todas sus memorias felices. Que la historia los juzgue.

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Alianza Lima, Fútbol, Universitario de Deportes

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