Revelador el último informe preparado por el IEP para el Instituto Bicentenario, titulado “Ciudadanía, democracia y gestión descentralizada”. Hay múltiples interrogantes sobre percepción ciudadana respecto de problemas políticos puntuales que es recomendable leer.
Destaco, sin embargo, por su filo político, una pregunta que suelo mencionar: el de la autodefinición ideológica. Ha ocurrido un vuelco significativo.
Hay un 37% que se identifica de izquierda, 39% de centro y 24% de derecha, rompiéndose el equilibrio que en otras encuestas se mostraba y que eventualmente revelaban una mayor inclinación por la derecha. Es un trabajo de campo efectuado entre noviembre y diciembre del año pasado, que varía de otras mediciones del propio IEP, pero incluye una muestra mayor.
Lo cierto es que no sorprende el resultado. La derecha está labrando su propia tumba por dos razones fundamentales: por su inmenso desprestigio desplegado en el manejo del Congreso (ayer nomás se han terminado de tirar abajo la reforma universitaria que tantos años costó construir) y por su respaldo a la gestión mediocre y pueril del gobierno de Dina Boluarte.
Salvo honrosas excepciones, la derecha en su conjunto se suma al carro desprestigiado, con índices de desaprobación altísimos, de la alianza fáctica entre Ejecutivo y Congreso que nos gobierna. Y eso pasa factura y termina por beneficiar a una izquierda que, de otra manera, se habría acercado a las elecciones del 2026 completamente achicharrada por su infame respaldo a la espantosa gestión gubernamental de Pedro Castillo.
La mesa viene servida para la izquierda y no para la izquierda centrista sino para la izquierda radical, por culpa, adicionalmente, de una centroderecha irresponsable, incapaz de disminuir la fragmentación que la fagocita y la punible indolencia del fujimorismo que se niega a cualquier alianza que no implique apoyar a su candidato (la inefable postulación de Alberto Fujimori, que al final será un cuento chino, pero que ya hace daño de antemano).