Keiko Fujimori ha dicho que no postulará si hay adelanto de elecciones. Lo que debió haber dicho es que no postulará nunca más, ni siquiera si las elecciones se producen en el 2026.
La derecha y el centro merecen construir una opción electoral libre de los pesados pasivos del fujimorismo, movimiento que bien pudo evolucionar de su autoritarismo auroral y transformarse en una fuerza democrática plena, como ha sucedido en otros países, como España o Chile, donde la derecha franquista o pinochetista se reconstruyó democráticamente, desprendiéndose de los lastres del pasado.
Keiko Fujimori es la gran causante de la sucesión de crisis políticas que transitamos. No solo por su obtusa reacción frente al triunfo de Pedro Pablo Kuczynski, con quien a pesar de las convergencias ideológicas, saboteó desde un inicio, circunstancia en la cual, además, bueno es recordarlo, estrenó el discurso fraudista (acusaba al entonces presidente Humala de haber favorecido a PPK impidiendo el voto de los policías y militares).
Si se hubiera concretado un cogobierno PPK-Keiko, como todo hacía suponer, el país hoy sería otro y seguramente la lideresa de Fuerza Popular hubiera arrasado el 2021, pero no sucedió así y Keiko Fujimori empezó a demostrar que la inteligencia estratégica política no es uno de sus fuertes. La historia política contará cómo PPK llegó a pergeñar un gabinete en cogobierno con el fujimorismo y éste decidió simplemente patear el tablero.
Fue el fujimorismo también quien se dedicó a sabotear a Martín Vizcarra, luego de haber apoyado su traición a PPK, simplemente porque el exgobernador de la región Moquegua no le aceptó los términos mandatarios con los que Keiko pretendió manejarlo a su antojo. Keiko Fujimori no entiende de pactos sino de sumisiones incondicionales. Como resultado de ello, sumó un nuevo eslabón a la crisis que ha llevado a que tengamos seis presidentes en cinco años.
Si a ello le sumamos su conducta en el último proceso electoral, primero con el terruqueo a la mitad de la población y luego con su reacción frente a la derrota de Castillo, inventando un fraude que pretendía resolver anulando la votación de las localidades que hoy se alzan contra el gobierno de Dina Boluarte (ese hecho, sin duda, sumó al ninguneo político que ha exacerbado los ánimos levantiscos actuales de un sector importante de la población).
Keiko era el mal menor frente al desastre que anunciaba Castillo, y que el candidato de Perú Libre terminó por corroborar con la peor gestión pública que ha tenido nuestra historia republicana (solo superado por el primer gobierno de Alan García), pero no es ni debe ser la opción central de la centroderecha en el Perú. Ya es hora de repensar nuevas alternativas.