Martín Scheuch

En nombre de “prácticas culturales”

“Antes de llamar “prácticas culturales” a hechos de violencia sexual que han sido debidamente denunciados, los ministros de Estado deberían volver sus ojos hacia las “prácticas culturales” que todavía subsisten en una Lima que ellos consideran más desarrollada que las localidades de los pueblos amazónicos.”

[EL DEDO EN LA LLAGA] Los abusos sexuales en perjuicio de niñas y adolescentes de las etnias awajún y wampi por parte de maestros de escuela, ¿se pueden considerar “prácticas culturales”, como han insinuado el Ministro de Educación Morgan Quero, la Ministra de la Mujer Ángela Hernández y el Presidente del Consejo de Ministros Gustavo Adrianzén? ¿Están tan deshumanizados que no han tomado conciencia de las trágicas consecuencias de por vida que puede tener un abuso sexual, sobre todo cuando se da en una relación asimétrica donde no puede haber un consentimiento plenamente libre de parte del menor frente a quien ostenta autoridad? ¿No será que señores y señoras como los mencionados han vivido rodeados de tantas otras “prácticas culturales” en torno al sexo, que ya no son capaces de distinguir entre la paja y el trigo, relativizando y banalizando el tema de la sexualidad humana, tema sobre el cual no se habla abiertamente con seriedad en un país donde anteriormente a 1996 apenas hubo educación sexual en los programas educativos del Estado peruano? Esa ignorancia parece ahora pasarles factura.

Sería bueno refrescarles la memoria sobre algunas “prácticas culturales” de la sociedad limeña en la cual crecí y que ahora serían consideradas abusos, e incluso hasta delitos. Una sociedad limeña conservadora que, en cuestiones de sexualidad, siempre ha estado muy lejos del ideal de decencia que ella misma proclamaba. Como decía una tía abuela mía refiriéndose a la Lima antigua, «la mujer tiene que estar contenta con ser la catedral, aunque el marido tenga muchas parroquias». O como alguna vez me dijo mi padre, no obstante un hombre bueno, la única vez en que mencionó algo sobre sexualidad: “Hay mujeres para casarse y mujeres para lo otro”.

¿Es una práctica cultural que un profesor peruano de geografía, contratado en el colegio alemán, se ponga al lado de la escalera para poder mirar debajo de las faldas de las alumnas cuando éstas sube corriendo a la planta alta una vez terminado el recreo? Se trata de una práctica que nunca tuvo consecuencias para este docente, por lo menos mientras yo estudié en ese colegio

El cineasta español Eloy de la Iglesia retrató en 1983 en su película “El pico” —término con el que se designa en España el pinchazo con una jeringa de heroína— el descenso del hijo de una familia católica conservadora de Bilbao en el infierno de las drogas. El padre, un comandante de la Guardia Civil, le hace un regalo insólito a su hijo por su cumpleaños: lo lleva a un burdel de lujo para que se inicie en el sexo con una prostituta refinada. Le dice a su hijo que su padre había hecho lo mismo con él. Práctica cultural que también se daba en algunos casos en la Lima que conocí de adolescente, lo cual aparece también escenificado en la película peruana “No se lo digas a nadie” (1998) de Francisco J. Lombardi. Sólo que esta vez la ocasión para esta recompensa es la graduación escolar del protagonista.

¿Es una práctica cultural lo que se escuchaba y se veía de los hombres maduros que rondaban en sus automóviles las inmediaciones del Parque Kennedy en Miraflores para recoger a algún muchacho con el cual tendrían una noche de placer? ¿Es una práctica cultural que un hombre mayor aborde a un muchacho de quince años de edad para invitarlo, en tiempos en los que no había Internet, a ver pornografía en su departamento? Cómo me ocurrió a mí en el año 1978 cuando salía un domingo del desaparecido Colegio Marcelino Champagnat, en cuya capilla el Sodalicio celebraba sus misas dominicales. El sudoroso cuarentón huyó cuando lo llamé “pervertido” a gritos. ¿O debí aceptar la invitación y ver lo que pasaba después, pues podría tratarse solamente de una inocente práctica cultural?

¿Es también una práctica cultural que las empleadas domésticas fueran utilizadas en ocasiones como conejillos de indias para la iniciación sexual de los hijos varones de la casa? ¿Han habido jamás denuncias por hechos como éstos?

¿Es una práctica cultural que la iniciación sexual se realice a través de relaciones incestuosas, mayormente entre primos? ¿O que la familia sea uno de los lugares más peligrosos para la integridad sexual de los menores, pues allí ocurren una gran parte de los abusos, donde el abusador puede ser el padre, el padrastro, el tío, el primo o inclusos familiares de sexo femenino?

El problema es similar en Alemania. Hay y han habido prácticas sexuales ocultas durante un tiempo en que no se hablaba abiertamente de de esos temas. Y eso se puede graficar a través del caso del pseudodocumental “Schulmädchen-Report” —en traducción literal “Reporte de colegialas”, aunque en español se conoce como “Las colegialas se confiesan”—, basado en un libro homónino de Günther Hunold, publicado ese mismo año, que presentaba entrevistas con doce chicas y mujeres jóvenes de entre 14 y 20 años sobre su sexualidad. “Schulmädchen-Report” tuvo más de 6 millones de espectadores en Alemania, y seguirían doce secuelas, mostrando el interés y la curiosidad que había sobre la sexualidad, una especie de “terra incognita” en esa época. Sin embargo, no sólo algunas escenas que involucraban a menores de edad o que relativizaban la violación y el incesto eran cuestionables —motivo por el cual las versiones completas de los filmes están actualmente censuradas en Alemania—, sino que el mismo reclutamiento de la jóvenes mujeres que aparecen en los filmes tienen apariencia de “prácticas culturales”. Las jóvenes actrices, generalmente desconocidas, que interpretaban a las “colegialas” del título, no eran las “niñas de escuelas secundarias y superiores, y sus amigos” que aparecían en los carteles de la película como “participantes”, sino principalmente vendedoras de tiendas por departamentos de entre 16 y 19 años, a quienes se les ofrecía una paga diaria de 500 marcos (en comparación con un salario mensual aproximado de 600 a 800 marcos en la tienda).

Regresando a Lima, también existe en muchos una visión ambigua de la violación y no hay plena conciencia de que se trate de una vulneración del derecho a la autodeterminación sexual y a la libertad de las personas involucradas. Como decía una padre de familia que tenía un hijo sodálite: «Cuando la violación es inminente, relájate y disfruta». El placer nunca justifica ni redime un acto que es manifestación de violencia, y que en el futuro puede traer consecuencias nefastas en la vida de una persona, incluyendo en algunos casos el suicidio.

Antes de llamar “prácticas culturales” a hechos de violencia sexual que han sido debidamente denunciados, los ministros de Estado deberían volver sus ojos hacia las “prácticas culturales” que todavía subsisten en una Lima que ellos consideran más desarrollada que las localidades de los pueblos amazónicos. Antes que mirar la paja en el ojo ajeno, hay que mirar la viga en el propio ojo y comenzar por casa. Sería un primer paso para combatir la plaga de los abusos sexuales sin minimizarlos ni relativizarlos.

Mas artículos del autor:

"En nombre de “prácticas culturales”"
"El cine que no quiere Adriana Tudela"
"El lado oscuro de la felicidad en el Sodalicio"
x