Juan Carlos Tafur

Flores-Aráoz y la coalición vacadora

La bonhomía de Antero Flores-Aráoz no le alcanza para soslayar que su perfil respecto de temas controversiales en el país puede no ser el más adecuado en estos momentos. Sus cuestionables posturas respecto de la Sunedu (reafirmadas hoy mismo en la mañana), sus vínculos con José Luna Gálvez, su relación con los sectores más recalcitrantes del conservadurismo nacional o su declarada indiferencia, por decirlo elegantemente, respecto del sentir popular o callejero, lo pueden conducir al desmadre.

Porque a estas alturas lo único que cabe esperar y exigir de este nuevo gobierno de transición es que retome las banderas planteadas por Vizcarra: manejar la pandemia, reactivar la economía y asegurar la convocatoria a elecciones generales en abril del próximo año, a lo que habría que agregar contener la explosiva ola delictiva. Y con ese talante tratar de recuperar visos de legitimidad popular.

Cualquier otra agenda es impertinente. No la permite el poco tiempo por delante ni la naturaleza de un régimen que nace en medio de sospechas de ilegitimidad por una vacancia arbitraria y dudosamente constitucional y que, además, adolece de una inmensa impopularidad.

Flores-Aráoz puede incendiar aún más la pradera si se empeña en salirse de esos parámetros y busca imprimirle su marca personal a su paso por el Premierato. Tiene flexible juego de cintura, demasiado quizás (por ejemplo, de ser feroz persecutor de Alan García pasó luego, sin rubor, a ser su ministro), pero ojalá lo emplee para torear las múltiples presiones que va a recibir de la coalición vacadora.

En términos de gestión pública, el panorama se alivia, además, si se considera que la administración de Vizcarra fue lamentable. Pésima en el manejo de la pandemia y mediocre en el proceso de reactivación económica. Y si a ello le sumamos la tierra de nadie en la que se ha convertido el país en materia de seguridad ciudadana, reaparece la inquietud de cómo un gobierno tan malo como el de Vizcarra pudo tener tan altos índices de popularidad.

Si Flores-Aráoz se limita a lo que en estricto sentido le corresponde puede ayudar a sobrellevar la crisis. Si se dedica a gestar iniciativas fuera de lugar o, lo que es peor, se allana a la agenda subalterna de los apuntaladores de Merino, la suya puede ser una gestión ya no solo desastrosa sino apocalíptica.

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Antero Flores-Aráoz

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