Esperemos que la reciente aplicación de 36 meses de prisión preventiva por corrupción -ya no por el fallido golpe de Estado- y el descubrimiento de los intentos del expresidente por perpetrar el delito de crear una red de chuponeo ilegal a adversarios políticos y mediáticos, termine de desdibujar la idea que acá y en el extranjero muchos aún tienen del maestro rural llegado a la presidencia.
Pedro Castillo resumía varios vicios políticos: inepto, taimado y corrupto. Y su gobierno catastrófico fue cabal expresión de su personalidad. A pesar de ello, la izquierda -toda ella- decidió apoyarlo. Hoy insinúan tomar cierta distancia, pero el verdadero fustán se les nota cuando no cesan en su rabiosa oposición al legítimo gobierno de Dina Boluarte. Lo hacen porque, en el fondo, la consideran una traidora al sacrosanto Pedro Castillo y estiman que se ha desviado de la ruta ideológica de su predecesor.
Hoy el Perú, con Dina Boluarte, ha retomado la senda de la calidad tecnocrática, aunque aún falta limpiar totalmente la infiltración castillista en el gobierno (no se entiende, por ejemplo, por qué no le quitan la irregular licencia sindical otorgada al Fenate), y ha recuperado la viabilidad económica, aunque estos hechos incontrastables chocan, lamentablemente, con la supervivencia de la protesta social -felizmente ya solo acotada a Puno- que no deja de hacer ruido y darle argumentos a la izquierda hipócrita que asolapadamente sigue teniendo pulsaciones emotivas por el maestro chotano, que tanta ilusión como trabajo les dio.
La desacreditación de Pedro Castillo es una tarea de profilaxis política que el Perú republicano debe emprender con hondura. La frustración profunda del pueblo que lo apoyó debido a la raigambre de clase del susodicho, nos pasará factura social y política muchos años por delante. Pero será hasta socialmente terapéutico que esos votantes aprendan una vez más a elegir gobernantes con cierta racionalidad y no simplemente por vínculos identitarios, que a la postre terminaron instalando un pillo avieso en Palacio de Gobierno.
La narrativa de persecución política contra Castillo, alentada por la izquierda nacional e internacional (tanto política como mediática) deberá rendirse ante las evidencias cada vez más claras y contundentes de que su paso por el poder fue una desgracia de espanto, de la que nos costará recuperarnos, pero que, por lo pronto, merece ser denunciada por todo lo alto y con la mayor insistencia posible.