En la obra de teatro de la política internacional, pocos jugadores son tan barrocos y provocan tanta ansiedad como Donald Trump. El presidente se pavonea por el escenario geopolítico como un Quijote sin misión, atacando verbalmente molinos de viento que solo él ve como amenazas.
Su política comercial no responde a una doctrina coherente sino que opera como un péndulo errático, oscilando de un polo de nacionalismo estridente a otro de lealtad interesada con los sectores industriales.
Hoy dice que impondrá aranceles a China; mañana dice que podría lograr un “gran trato”. A la mañana siguiente es una rabieta sobre México, o Alemania, o Canadá, como si el comercio internacional fuera un mercadillo donde uno pudiera regatear ferozmente y siempre salir ganando. Esta forma de hacer política —más adecuada para un caudillo tropical que para un estadista occidental— ha hecho que los mercados comprensiblemente se tambaleen.
No es solo retórica: cuando la nación que tiene la moneda de reserva mundial amenaza con debilitar el marco comercial que ayudó a crear, el vértigo político es inmediato y las consecuencias potencialmente desastrosas.
Entonces, ¿puede él, con su imprevisibilidad, desencadenar una recesión mundial? La respuesta no es un ‘sí’ categórico o ‘no’, sino un ‘no lo sé’. No porque sea un genio maquiavélico, sino porque es un actor de pura cepa, sin guion ni restricciones, sin el concepto de cálculo o brújula. La economía global —una trama de mecanismos forjada a través de décadas de interdependencias— no responde bien a golpes brutales, y menos a las amenazas a las reglas del juego.
Las guerras comerciales son actos de autodañocolectivo —nadie gana en ellas. Todo lo que se necesita para que una desaceleración se convierta en crisis es una escalada arancelaria, una ruptura en el flujo comercial entre las principales potencias del mundo. Y el peligroso botón del proteccionismo siempre está cerca del dedo deDonald Trump.
Esa trivialidad mortal, esa banalidad con delirios de grandeza, es exactamente por qué Trump es una amenaza no solo para todos los que se le oponen, sino también para el mundo.
–La del estribo: en lo que promete ser un buen año teatral en La Plaza, ya se anuncia para el 29 de abril -hasta el 25 de mayo- la obra Mi madre se comió mi corazón, escrita y dirigida por K´intuGaliano y protagonizada por Vania Accinelli. Entradas en Joinnus.