Francisco Tafur

Desde mi ventana

"Ocho horas más adelantado, dos horas menos, en distintos continentes, distintos idiomas. Los aeropuertos eran algo común. Los bajones entran en todos lados, es imposible escapar de eso. De lo que no me di cuenta es que ver santuarios, paisajes y calles extranjeras me servían de alivio y distracción"

[Migrante al paso] Acá, en una ventana barranquina. Acompañado, solo, trabajando, escribiendo, fumando… pero la mayoría de las veces solo pensando. Llega un momento en que te aburres de pensar. Es para volverse loco. Felizmente, mi ventana está encima de la salida del estacionamiento del edificio. Hay dos de esos espejos redondos, para que cuando salgas manejando puedas ver si viene alguien caminando. Aparentemente son perfectos para las fotos. Por día se detienen cientos de personas. No las cuento, pero son demasiadas. Al comienzo no entendía qué pasaba. Desde adolescentes bailando para hacer TikToks, nunca falta una pareja, los fines de semana unos borrachos de madrugada. Así, viendo a mil personas parar un rato justo a mi costado. Ver a la gente es extraño: a veces los maldices y a veces te alegran el día. Depende de lo que veas. Pero me ayudan a distraerme un rato, para mal o para bien. Así dejo de pensar un ratito. Está subestimado. A veces creo que las personas más felices piensan menos. A veces por entrenamiento, y otras, solo están bendecidas con menos capacidad de procesar. Al final, no importa. En el fondo, me gustaría estar caminando, encontrar un espejo bonito y tomarme fotos haciendo muecas o sacando el dedo medio. Quién sabe.

Comienzo a decirme que la adultez es horrible, casi una condena. De pronto, un grupo de escolares uniformados, parados al frente, saltando, molestándose y riendo, me interrumpen esos pensamientos. Tengo que salir más también, si no me quedaré siendo un espectador de otras vidas. A este paso me voy a deprimir de nuevo; de repente ya lo estoy, pero ahora hasta me dan risa los pensamientos apocalípticos que entran. El otro día me llama un amigo de Londres: “¿Qué tal?”, me dice. “Acá, hecho una basura”, le respondo. Solo estallamos de risa por minutos por lo que había dicho. Ya se sabe que lo mejor para salir de ese bucle es reírte de las absurdeces que puedes llegar a pensar. Escribirlas también te ayuda. Verlo en papel te da perspectiva de que estás pensando tonterías. Las palabras tienen un poder único cuando están plasmadas; es como si aterrizaran en la hoja.

Francisco Tafur

Al igual que estos transeúntes que se detienen frente a los espejos, las risas suavizan cualquier idea turbia. Me dijeron que el trabajo con horario de oficina me iba a ayudar a estar más ordenado. Mentira, estoy más confundido que antes. Pero me levanto a las 8 a. m., es una mejora. No entiendo cómo puede existir la adicción al trabajo. Solo quiero ganarme la Tinka o algo así para no tener que trabajar nunca más. Tiene su lado bueno igual: aprendes. Y mis deudas no se van a pagar solas. Si no, ya estaría viajando de nuevo, tomándome fotos en espejos de calles de Japón o China. Algún lugar lejano y misterioso, como siempre me imagino. Y estaría escribiendo sobre eso. Pero bueno, siempre puede ser peor, mucho peor en mi caso. Dentro de todo, estoy en un trabajo tranquilo, con buen ambiente. Suena mi WhatsApp y es alguien del trabajo; veo mis últimas conversaciones y, salvo unas cuantas personas, todas las últimas son del trabajo. Así cómo no voy a pensar que estoy aburrido. Más allá de las bromas, es un lujo tener trabajo y estar agradecido de tenerlo. Una necesidad. Al final, es parte de aprender y, también, es vivir.

Tuve más de dos años viajando constantemente. Lima solo era mi paradero seguro y, obviamente, mi hogar. Ocho horas más adelantado, dos horas menos, en distintos continentes, distintos idiomas. Los aeropuertos eran algo común. Los bajones entran en todos lados, es imposible escapar de eso. De lo que no me di cuenta es que ver santuarios, paisajes y calles extranjeras me servían de alivio y distracción. Mis estímulos eran constantemente nuevos. Igual de nuevas que las caras que veo desde mi ventana. Es extraño: me siento cómodo, después de todo, es mi ciudad, pero a la vez estoy como un delfín afuera del agua, con el cuerpo aplastándose. Por eso, mi objetivo no ha cambiado. Voy a seguir viajando hasta que me aburra. Es lo único que extrañamente no me aburre; normalmente, nada me dura más que unas cuantas semanas. Pero esta vez tengo que ser constante, aprender a estar en un solo lugar por un rato y, apenas vea la oportunidad, seguir. Que no será dentro de mucho. Igual creo que continuar con ambas cosas es posible y no son excluyentes. 

La verdad, no me puedo quejar. Hay días mejores que otros, pero así es para todos. A veces solo se trata de hacer lo que toca y ya. Pensar menos, hacer algo que te saque de la cabeza un rato. No hace falta que todo tenga un sentido o que cada cosa te cambie la vida. Mirar por la ventana, trabajar, distraerse un rato… con eso alcanza. Claro que me gustaría estar en otro lado a veces, viajando o haciendo algo distinto, pero por ahora estoy acá, y está bien. No perfecto, pero bien. Supongo que de eso se trata. Seguir, sin complicarse tanto. Después de todo, no pasará mucho tiempo hasta que vuelva a moverme. 

Mas artículos del autor:

"Un partido de fútbol"
" Borrarlo o no"
" De cuando estas estancado"
x