[OPINIÓN] Rafael López llegó a la alcaldía porque el general Urresti le bajaron la llanta y terminó preso. Ese es el dato duro. Todo lo demás es literatura urbana.
Como todo heredero inesperado, tenía que mostrar algo. Eligió un tren de 70 años que no funciona y dudo que alguna vez lo haga. No estaba en la grandiosa oferta original de “Lima, potencia mundial”, ni hacía falta ser ingeniero para advertir —con solo mirarlo— que no cuadraba con el pomposo título prometido con tanta épica de campaña.
A eso se suma una Vía Expresa hecha a las patadas, hoy declarada en emergencia, donde a las cinco de la tarde avanzas más rápido caminando por la vereda paralela. Un puente en la Ramiro Prialé que se construye en capítulos, como novela mexicana. Y un endeudamiento creativo con bonos, multas y eventuales pagos a terceros en Estados Unidos por abogados y demandas civiles que algún día habrá que honrar y explicar.
Ahora, López se presenta como candidato a la Presidencia de la República después de renunciar a la alcaldía, algo que juró que nunca haría. -Una raya más al tigre-.
A ese perfil se suma un personaje sin familia ni amigos conocidos y los problemas públicos archiconocidos con su —ahora nuevamente— socio y, al parecer, también con las mujeres, a las que, como él mismo declara, mantiene lejos a punta de silicio; un hombre agresivo y lejano que anuncia a los cuatro vientos ser millonario-algo que los millonarios de verdad nunca advierten-, y se jacta de ser bueno con los pobres… y por último, ofrece trabajar gratis para la sociedad si lo eligen —como si su sueldo cubriera los gastos de sus despropósitos—. En fin, un tipo raro, con promesas grandilocuentes pero sin explicaciones para situaciones extrañas que siguen pendientes.
Con ese currículum, López se vende hoy como candidato ganador. No en la realidad, claro, sino en redes sociales, donde despliega una campaña de acoso digital sin precedentes. Acoso que no busca convencer, sino saturar. Repetir hasta que algo pegue. Lo que sea: trenes, drones, aeropuertos, leyes, pleitos e insultos.
Lamentablemente, el método cala en un sector que llamaré —con cariño navideño— los pelotudos limeños: groupies del desastre que viven mirando la realidad a través de su celular o por la ventana de su dormitorio con vista al golf, convencidos de que ahí está la única salvación de un país con quince años de crisis institucional. ¡Qué lejos están de la verdad! López es solo un “talibán político” sin —hasta el día de hoy— nada real que ofrecer.
Y para completar el cuadro, cuenta en sus filas con algunos periodistas “de primer nivel” que amplifican el eco del acoso, le revientan cohetes y ayudan a confundir. No informan: acompañan. No cuestionan: aplauden y festejan, lo que sea. Una pena para los medios donde pululan y para la profesión en general.
La buena noticia es que otros candidatos empiezan a perfilarse. Tal vez, con suerte, para enero la pelotudez haya terminado.
Son mis mejores deseos esta Navidad para los peruanos de buena voluntad. Y para el resto… que apaguen el Wi-Fi por un rato.







