Juan Carlos Tafur

De acuerdo con Petro

“Nada se va a resolver persiguiendo al campesino productor de hojas de coca mientras la gran potencia norteamericana no resuelva el disfuncional grado de consumo que su población tiene”

Cabe coincidir con el tenor del discurso del mandatario colombiano, Gustavo Petro, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, respecto del fracaso de la política antidrogas que Estados Unidos impone en la región.

Nada se va a resolver persiguiendo al campesino productor de hojas de coca mientras la gran potencia norteamericana no resuelva el disfuncional grado de consumo que su población tiene y que exige una política de salud mental que Washington no se interesa en desplegar y prefiere utilizar el gran negocio de la DEA y la persecución simulada de los cultivos en la Amazonía.

Por nuestra parte, el problema se resolverá cuando se decida construir una Amazonía productiva, liberándola del chantaje ambientalista, y generando así cultivos alternativos que efectivamente sean más rentables que la coca (lo que pasa también por la construcción de infraestructura vial, aérea y ferroviaria que aminore los costos de comercialización).

Los países que cultivan coca (Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) deberían unirse y negarse a seguir aplicando la política fallida de erradicación que Estados Unidos dispone. A la postre, lo que corresponde es legalizar todas las fases del proceso: siembra, cultivo, fabricación y distribución; y que sean las potencias consumidoras, responsables, por su demanda, de la oferta creciente, las que vean cómo resuelven un problema interno que a nosotros no nos compete.

La despenalización de las drogas, plena y general, es la única forma eficaz de combatir la mayor lacra que genera el circuito de las drogas, que es el narcotráfico y la estela de corrupción que deja a su paso, corrompiendo todos los poderes del Estado y destruyendo -por el proceso de lavado de dinero- la competitividad del resto de empresas.

Una iniciativa global de la Comunidad Andina, generaría, sin duda, grita en los Estados Unidos, cuyo gran negocio, a través de la DEA, es la prohibición y erradicación. Pocas dudas puede haber de que gran parte de los ingresos económicos de los Estados Unidos provienen de esa política (dicho sea de paso, ¿no hay ningún narcotraficante norteamericano que puedan capturar en las últimas décadas? Ello, de por sí, es digno de sospecha).

Lo que nuestras naciones pagan en deforestación, violencia, sangre, corrupción e informalidad tributaria y económica es una inmensidad comparada con los posibles daños provocados por el eventual aumento de consumidores que la despenalización conllevaría. Es hora de abrirle puertas a la libertad y a la dignidad regionales.

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