[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] El 23 de agosto de 1960 al canciller Raúl Porras Barrenechea casi se le acababa la vida pero ello no le impidió hacer uso de la palabra en la VII Reunión de Cancilleres de la OEA que se llevó a cabo en Costa Rica, bajo auspicio de Estados Unidos y con la deliberada intención de expulsar a Cuba de la organización, luego del triunfo de su revolución y su acercamiento al régimen socialista de Moscú.
La presión y hegemonía norteamericanas surtieron efecto en la sesión: todas las delegaciones votaron a favor de la expulsión de Cuba o se abstuvieron con excepción de dos, la peruana y la cubana, directamente perjudicada con la medida. Esta historia trae más que esto, Porras actuó desobedeciendo la orden de su gobierno, el de Manuel Prado. Fue el acto principista de un hombre que se moría y que antepuso su dignidad por sobre cualquiera otra consideración. Y Porras no era socialista, por algo era canciller del conservador Prado, sencillamente creía en el americanismo y en la libre determinación de los pueblos.
Aquél día, en su célebre y recordado discurso señaló que la <<base del sistema democrático debía ser la promoción del desarrollo económico de nuestros pueblos, la elevación del nivel de vida de los trabajadores latinoamericanos continuamente acechada por la agresión económica que significa la política de cuotas y subsidios, y la instauración de un nuevo interamericanismo contrario a todas las formas de explotación, que promueva el mayor adelanto industrial y el amplio disfrute, por parte de nuestros pueblos, de sus riquezas naturales>>.
De esta manera, desde premisas desarrollistas que clamaban por la mejora material de la condición humana en nuestro continente, a través del integracionismo, Porras planteó alcanzar el bienestar compartido, para, al final de su alocución, abogar por una solución pacífica a las divergencias surgidas entre Cuba y Estados Unidos.
He querido rescatar la proactividad de Porras, su capacidad de iniciativa y de enfrentar con propuestas los grandes desafíos regionales porque cobran relevancia en tiempos en los que Donald Trump amenaza abiertamente a la región con repotenciar la vieja doctrina Monroe para defender los intereses de Estados Unidos, aparentemente amenazados por China y eventualmente los BRICS. El viejo y conservador líder tiene motivos por los cuales preocuparse: los chinos son el mayor socio comercial de la mitad de nuestros países y acaban de inaugurar el mega puerto de Chancay con lo cual ya cuentan con una cabecera de puente en la región para sus operaciones comerciales.
Pero también recordaba a Porras debido al tenor quejumbroso de ciertos sectores respecto de las políticas trumpistas que no son novedad, y no lo son, como el mismo señala, desde que en 1823 su lejano antecesor Joe Monroe plantease la doctrina a la que hoy se recuerda por su nombre. A primera vista, la intención de esa antigua geopolítica era defender el continente de la agresión de potencias europeas pero, a reglón seguido, quedó claro que la idea, más que altruista, buscaba reservar América Latina como zona de influencia de Estados Unidos, allí donde filibusteros como William Walker pudiesen hacer realidad sus sueños imperialistas más excéntricos.
Después vinieron los demás. A inicios del siglo XX, Theodore Rooselvelt comprendió que el imperio americano no podía estar en manos de aventureros e instituyó el Big Stick para intervenir donde quisiese cada vez que fuese necesario solo que con marines y ya no con corsarios desvariados. Ocho décadas después, las cosas habían cambiado poco. En 1989, George H. W. Bush invadió Panamá con 27.000 marines y logró que el dictador Manuel Noriega se entregue a las fuerzas de ocupación americanas luego de buscar asilo en la sede episcopal del istmo.
Ahora es el turno de Donald Trump: entre supuestos narco-botes hundidos con misiles teledirigidos, reiteradas amenazas a la soberanía venezolana, aranceles por las nubes y la evocación a Joe Monroe para expulsar a los chinos de la región, el inefable líder mundial cavila una nueva y gran aventura imperialista sobre América Latina.
Pero a mí lo que me molestan son las lamentaciones. Los Estados Unidos no son el malo del cuento, mucho menos el bueno: es un hegemón que actúa como tal. A pesar de algunos periodos de acercamiento con la región como la Buena Vecindad de F.D. Roosevelt o la Alianza para el Progreso de J.F.Kennedy, el hegemón seguirá siendo tal -léase un imperio- que velará por sus intereses y por los de nadie más. China hace los mismo, pero es más sutil, la diplomacia de Xi Jinping hacia el Tercer Mundo es la mano extendida, pero es hegemón al fin y al cabo, salvo que los orientales, en virtud de su cosmovisión del mundo, le den una vuelta de tuercas a las teorías sobre el poder y la razón de Estado que manejamos desde los tiempos de Nicolás Maquiavelo y Tomas Hobbes. Pero la historia dice otra cosa.
La verdadera pregunta, en medio de tantas lamentaciones, es qué estamos dispuestos a hacer para cambiar la historia de América Latina y obtener nuestro lugar en el mundo, porque el hegemón no va a cambiar, así como en la naturaleza de un depredador estará siempre serlo
Y no me refiero a revoluciones trasnochadas, ni a bloques regionales endebles y temporales que se sostuvieron en los altos precios del petróleo en los mercados internacionales. Me refiero a cómo integrar mercados, a cómo integrar economías, a cómo integrar tecnologías, con quién hacerlo y hasta qué punto, pensando en la funcionalidad del proyecto. Estoy pensando en llevar la Alianza del Pacífico, tan golpeada recién por los conflictos con México, al plano del desarrollo de la industria y la tecnología, estoy pensando en la propia China y en Corea del Sur hace setenta años, cuando eran países tan tercermundistas cómo nosotros. Algo hicieron al respecto ¿verdad? Y lo hicieron solos, por iniciativa propia, y lograron que el mundo juegue a su favor.
Pero nosotros ni siquiera nos detenemos a pensar en ello, ¿es que no hay en América Latina cuatro o cinco líderes capaces de idear un camino desarrollista de mediano plazo? El triunfo de la patria chica tiene el rostro del fracaso colectivo mientras que el hegemón lo seguirá siendo, y no hace falta llorarlo ante nadie.
Imagen: Recordado diplomático Raúl Porras Barrenechea, defendió el interamericanismo, como camino hacia el desarrollo y bienestar compartidos







