Toto: Supergrupo

“Aunque, en líneas generales, me es imposible imaginar a unsicario de Lima musicalizando sus contenidos para redes sociales -sucolección de pistolas, sus amenazas extorsivas- con los estudios parapiano de Chopin o Erik Satie; ni tampoco parece muy probableencontrar a un congresista del hampa bailando en su AirBnbbarranquino, rodeado de sus "asesoras legales", una canción de losRamones, Return To Forever o Sepultura; lo cierto es que no podemosestablecer de manera concluyente si una persona es buena o noanalizando la música que escucha..."

[Música Maestro] En medio de la pobre escena actual de la música global, con el reggaetón asesinando a diario a la rica historia de la música latina; y las insufribles superficialidades del hip-hop y el pop anglosajón modernos; el enorme y diverso listado de artistas y estilos de los setenta y ochenta se erige como una compacta muralla de rebelde buen gusto que no pierde calidad ni sustancia frente a la ligereza y homogeneización que son moneda corriente en estos tiempos.

Durante la historia de la música popular contemporánea siempre han existido dicotomías que enfrentan a dos polos teóricamente opuestos: lo comercial versus lo subterráneo, lo socialmente comprometido versus lo entretenido y ligero, lo accesible versus lo difícil, lo académico versus lo amateur, lo banal versus lo profundo. Estas confrontaciones conceptuales reducen, de forma ilusa, a una lucha entre dos opciones aquello que, en la realidad, tiene múltiplesvariaciones y matices.

Hay quienes piensan, por ejemplo, que preferir Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat a Bad Bunny y Karol G es positivo -te gusta el buen uso del idioma, las manos humanas pulsando una guitarra de madera- o negativo -pretendes ser elitista, discriminas lo barrial, eres un resentido, no eres popular. Desde los que discuten entre sí cuando comparan la onda de la Fania con la salsa sensual de Hildemaro, hasta los que consideran que Spinetta es un genio frente a quienes creen que no hizo nada valioso, los que prefieren el punk de Sex Pistols al de Blink-182. Y eso pasa en todos los géneros y subgéneros que nos podamos imaginar.

Aunque, en líneas generales, me es imposible imaginar a un sicario de Lima musicalizando sus contenidos para redes sociales -su colección de pistolas, sus amenazas extorsivas- con los estudios para piano de Chopin o Erik Satie; ni tampoco parece muy probable encontrar a un congresista del hampa bailando en su AirBnb barranquino, rodeado de sus «asesoras legales», una canción de los Ramones, Return ToForever o Sepultura; lo cierto es que no podemos establecer de manera concluyente si una persona es buena o no analizando el tipo de música que escucha. En muchos casos te puede dar una idea bastante clara, pero ninguna generalización o sectarismo tienen cabida ante la multiforme psiquis humana, siempre capaz de producir excepciones a las reglas.

Toto, una de las bandas más famosas y respetadas de la historia del pop-rock mundial, despierta esa clase de encendidos debates. Están, por un lado, los que opinan que se trata de músicos extraordinarios que, tras casi cincuenta años en el ruedo, escapan a cualquier membrete y superan de lejos a muchísimos otros. Y, por el otro,quienes los ven como cosa del pasado, calculadores, anacrónicos y desfasados. En medio de eso, abundan las voces que consideran específicamente a Toto, por su preeminencia entre la enorme cantidad de alternativas que nos ofrecieron las décadas en las cuales se desarrollaron, como la bandasímbolo de una época desaparecida y valiosa solo para nostálgicos.

Recientemente, un tema levantó polvo entre los críticos musicales especializados: la aparición del término “yacht-rock” -literalmente “rock de/para yates”-, un neologismo creado para denominar a la música producida en Estados Unidos, en el periodo de quince años comprendido entre 1975 y 1990. Pero no a toda la música hecha en el país que hoy padece la vuelta al poder de Donald Trump y sus amigos lunáticos y multimillonarios, sino a aquellas discografías más accesibles al oído, de producción sofisticada e instrumentación compleja pero rítmica, que podríamos encuadrar dentro de las coordenadas de etiquetas preexistentes como “soft-rock”, “arena rock”, “AOR” o “blue-eyed soul, de extenso uso en la prensa musical.

El concepto “yacht-rock” pretende conectar a esos artistas con un segmento de público caracterizado por su alto poder económico, acceso a artículos/actividades de lujo y un estilo de vida generalmente superficial, hedonista, ajeno al espíritu rebelde, contestatario o esforzado asociado al rock. Un documental de HBO Max, titulado Yacht Rock: A Dockumentary (Garrett Price, 2024) pone a dos nombres por encima del resto como emblemas del nuevo nombrecito. Uno es Michael McDonald, compositor, cantante y tecladista de TheDoobie Brothers (1976-1981). El otro es… Toto.

Sin embargo, más allá de las reacciones a favor o en contra de esto del yacht-rock en esta columna escribí, hace algunos meses, sobre esas satisfactorias, inútiles y escapistas discusiones que solemos tener los melómanos sobre géneros, épocas y artistas-, lo que no puede aceptarse es el uso peyorativo de un rótulo para agrupar a artistas que han demostrado ser los mejores en sus campos, solo porque a alguien se le ocurre que suenan demasiado sofisticados, comerciales o “ligeros”. Y, en el caso concreto de Toto, con más razón todavía. Porque Toto es, básicamente, un supergrupo.

Como sabemos, la noción de supergrupo surgió en el ámbito del rock, más o menos, a finales de los sesenta. Después de quince años de la aparición de Elvis Presley y diez de la Beatlemanía, integrantes de conjuntos conocidos comenzaron a juntarse para armar bandas nuevas. Ejemplos de ello son, desde luego, Cream y Crosby Stills Nash & Young. Con el tiempo, la lista de supergrupos fue creciendo -algunos solo grabaron uno o dos LP y otros, como Emerson Lake & Palmer, duraron décadas- y, en el camino, se subdividieron en dos tipos, aquellos cuyos integrantes provenían de otras bandas famosas y aquellos formados por músicos de sesión, anónimos para el público pero muy respetados entre sus pares.

Toto pertenece a esta segunda tipología de supergrupo. Steve Lukather(voz, guitarra), David Paich (voz, piano, teclados), los hermanos Jeff y Steve Porcaro (batería y teclados, respectivamente), David Hungate(bajo), Lenny Castro (percusiones) y Bobby Kimball (voz) lanzaron el sorprendente primer LP de Toto en 1978 pero venían trabajando desde 1973 como sesionistas para astros del pop-rock de entonces como Seals & Crofts, Boz Scaggs, Aretha Franklin, entre muchos otros.

En el caso específico de Steve Lukather, es uno de los guitarristas con más grabaciones de la historia y, antes de cumplir 21 años, ya era considerado uno de los guitarristas de estudio más buscados en Los Angeles. Y Jeff Porcaro, además de sus diversos contratos en sesiones, fue integrante durante un par de años de Steely Dan -otro supergrupo- y su baterista principal en uno de sus mejores discos, Katy lied (1975), además de tocar en las canciones Parker’s band, Night by night(Pretzel logic, 1974) y Gaucho (ídem, 1980).

En cuanto a David Paich, a sus destrezas como arreglista, cantante y pianista debemos sumar las de compositor. A finales de los setenta, fuecoautor de éxitos de Boz Scaggs como Lido shuffle o Lowdown (Silkdegrees, 1976) y, entre otros, de Got to be real, del álbum debut de Cheryl Lynn (1978). De hecho, el característico riff con el que arranca este tema clásico de la era disco, que simula una sección de vientos, es tocado por David en sus sintetizadores. Esa intro fue utilizada por la agrupación dominicana de merengue y hip-hop Proyecto Uno para su exitazo noventero El Tiburón (In da house, 1993).

Entre 1978 y 1982, el sexteto original lanzó cuatro fantásticos álbumes en que se entremezclaban hard-rock de estadios, similar al de bandas como Journey o Foreigner, rock progresivo al estilo de otros conjuntos norteamericanos como Boston, Kansas o Styx y fuertes dosis de soul, R&B y jazz. Este muestrario de virtuosismo instrumental se desborda en los dos primeros LP, Toto (1978) e Hydra (1979), con canciones como Goodbye girl, St. George & the dragon, el vertiginoso instrumental Child’s anthem o los éxitos Hold the line, 99 (¿a quién se le ocurre terminar un single para las radios con un solo de bajo?) y Georgy Porgy (con Cheryl Lynn en los coros).

Si una persona que nunca ha escuchado a Toto en su vida pone en su reproductor canciones como Hydra, Takinit back y I’ll supply thelove, una después de la otra, no podría concluir a la primera que se trata del mismo grupo. Con tres cantantes diferentes y cubriendo un rango estilístico tan amplio, lo de Toto en esos dos álbumes lanzados para el sello Columbia Records es de alto octanaje en energía y fibra rockera pero también en sofisticación y cálculo milimétrico en cuanto a arreglos, cambios y solos.

Esto último fue lo que, en sus inicios, le reprocharon algunos críticos como en la revista Rolling Stone que, en una reseña de aquel disco debut denuesta ácidamente su sonido pulcro y el extremo dominio de sus instrumentos, considerándolos aburridos y fríos. Sin embargo, el público decidió lo contrario y la popularidad de Toto subió como la espuma. Su tercer esfuerzo en estudio, Turn back (1981), no alcanzó la misma notoriedad, a pesar de contener composiciones sorprendentes como Goodbye Eleonore, English eyes o Gift with a golden gun, con intercambios musicales de primer nivel.

La consagración definitiva llegó con el siguiente LP, Toto IV (1982), gracias a canciones como Rosanna y Africa que, una vez más, ofrecieron a la escena musical ochentera un coctel de estilos. La primera, compuesta íntegramente por David Paich y cantada por Lukather y Kimball, marcó historia por su complejidad musical. El patrón rítmico creado por Jeff Porcaro hasta ahora es estudiado por las nuevas generaciones de bateristas en el mundo entero. Por su parte,Lukather hace estallar su Gibson Les Paul en los solos del medio y del final, mientras Steve Porcaro y Paich lanzan impresionantes líneas en sus respectivos teclados. El tema también hizo historia por su videoclip, tan icónico de los ochenta como los de Dire Straits, Prince o Madonna.

En cuanto a la segunda, se trata de una idea musical escrita a cuatro manos por Jeff y David, que pasó de ser un tema casi de relleno a convertirse en una de las canciones más escuchadas de la década. La atmósfera tribal, la combinación de voces y el mensaje arcano la hicieron un clásico inmediato. La banda noventera Weezer incluyó una versión de Africa en su disco de covers Teal album (2018), reactualizando su éxito. Previamente, el cuarteto californiano había grabado también Rosanna.

Los años siguientes, el grupo navegó entre discos de ventas más reducidas, cambios de personal y una nutrida agenda de trabajo para otros, recargada por su nuevo estatus de superestrellas. El famoso productor Quincy Jones, recientemente fallecido, convocó a cuatro de sus integrantes para las sesiones de lo que sería el álbum más vendido de todos los tiempos, Thriller de Michael Jackson, en canciones como Beat it, The girl is mine (a dúo con Paul McCartney) e incluso una composición de Steve Porcaro, Human nature, que se convirtió en uno de los singles más aclamados de aquel disco del “Rey del Pop”, lanzado en 1983. Dos años después, David Paich y Steve Porcaro participaron en la grabación de la base instrumental del single benéfico We are the world, una de las canciones que definieron los ochenta.

Después del éxito de Toto IVaquí un concierto de esa época en Japón-, la banda sufrió sus dos primeras deserciones. Bobby Kimball, el cantante, fue reemplazado sucesivamente por Fergie Frederiksen(1984-1985), Joseph Williams (1986-1988, hijo del famoso compositor John Williams, ganador del Oscar por la banda sonora de Star Wars) y Jean-Michel Byron (1989-1990), mientras que David Hungate cedió su lugar a Mike Porcaro, hermano de Jeff y Steve -hijos de un legendario baterista de jazz, Joe Porcaro-, quien se quedó en el grupo hasta su lamentable muerte, a los 59 años, aquejado por la terrible esclerosis lateral amiotrófica.

En ese periodo, aunque sus discos no tuvieron la misma resonancia que los anteriores, Toto se mantuvo vigente con canciones como Stranger in town, Holyanna (Isolation, 1984), la balada I’ll be overyou (Fahrenheit, 1986, con Michael McDonald en coros) o Pamela(The seventh one, 1988). En 1984 la banda compuso una suite instrumental y futurista para un clásico moderno de ciencia ficción, Dune, escrita y dirigida por David Lynch, fallecido hace unas semanasa los 78 años, una noticia que estremeció a la comunidad mundial de cinéfilos.

El 5 de agosto de 1992, Jeff Porcaro falleció prematuramente a los 38 años, por complicaciones cardíacas. Unas semanas antes, había inhalado accidentalmente un insecticida mientras lo esparcía en el jardín de su casa y durante años se asoció este hecho a su muerte. Aunque el inesperado fallecimiento golpeó duramente a la banda, ese mismo año apareció Kingdom of desire, su octava producción discográfica, con pistas grabadas íntegramente por Jeff. Para la gira correspondiente, dedicada al hermano caído, su lugar fue ocupado por el británico Simon Phillips, una superestrella de la batería por derecho propio, que venía de tocar en estudios y conciertos con un amplio abanico de artistas como Steve Hackett y Mike Rutherford de Genesis, Jeff Beck, Santana, Judas Priest, Mike Oldfield, Joe Satriani y un larguísimo etcétera. Phillips permaneció en la banda hasta el año 2014, aproximadamente.

En paralelo a Toto y sus cientos de compromisos con otros colegas, Steve Lukather y Joseph Williams son quienes más actividad hantenido como solistas, con un total de nueve álbumes cada uno, entre 1982 y 2023. David Paich, por su parte, lanzó su primer y único disco en solitario, Forgotten toys, en el 2022. Mike y Steve Porcaro lanzaron también un solo disco cada uno, Brotherly love (2011) y Someday/Somehow (2016), respectivamente (búsquenlos, son excepcionales). David Hungate, el bajista original, suspendió brevemente su voluntario retiro de la música para reunirse con sus ex compañeros entre 2014-2015; mientras que Bobby Kimball tomó nuevamente los micrófonos de Toto durante toda una década, entre 1998 y 2008, para los álbumes Mindfields (1999), Through thelooking glass (2002, de covers de sus referentes, desde los Beatles hasta Steely Dan) y Falling in between (2006). Hace cinco años se supo que el extraordinario cantante padece de un extraño tipo de demencia. Lenny Castro, “el séptimo Toto”, tocó con ellos desde siempre, hasta la gira del año 2019.

Toto llegó al nuevo siglo como una institución del rock de los ochenta, con el soporte de su bien ganado prestigio. Aunque nunca abandonaron los estudios de grabación, sus lanzamientos comenzaron a hacerse más espaciados y, hasta en diez ocasiones, la banda cambió de alineación con ingresos y salidas intermitentes de sus miembros, con excepción del núcleo estable de Lukather, Paich y Williams, quien retornó para quedarse en el 2010. Steve Porcaro, uno de los fundadores, se había retirado parcialmente y volvió como “invitado” hasta ese mismo año, en que decidió reintegrarse de manera fija.

Paich, también debido a algunos problemas de salud, también anunció su alejamiento de los escenarios aunque conservó su silla como director musical. Fue reemplazado por otro gigante de las sesiones, Greg Phillinganes. Y, tras la muerte de Mike Porcaro, han sido bajistas de Toto músicos de sesión ampliamente reconocidos como LelandSklar (James Taylor, Phil Collins), Nathan East (Eric Clapton, Fourplay) y Shem von Schroeck. Por la batería, tras la salida Phillips, han pasado sesionistas de alto calibre como Keith Carlock, Shannon Forrest y Robert Searight, integrante del colectivo de jazz fusión Snarky Puppy, por lo que el membrete de supergrupo de Toto se mantuvo intacto.

Giras por Estados Unidos y Europa en los años 2003, 2013 y 2019 para celebrar sus aniversarios 25, 35 y 40 respectivamente, registradas en excelentes CD y DVD como este, dan cuenta del peso de Toto como entidad del rock mundial, a pesar de ese asunto del yacht-rock -que Lukather considera “una broma sin importancia” o el hecho incomprensible de que, aunque son elegibles desde el 2003, no hayan sido todavía inducidos al salón de la fama del rock and roll. Justo después de la última gira, titulada 40 tours around the sun, desarrollada entre enero y octubre de 2019, un problema de dinero destruyó la amistad entre Lukather, Paich y el único Porcaro aun vivo, Steve.

Resultó que, de un momento a otro, la viuda de Jeff Porcaro, Susan, acusó a Lukather y Paich de no haber pagado regalías a la familia del baterista durante años. El asunto, que se remontaba a las épocas en que la banda se fundó, era un enredo de papeles y consentimientos relacionados al uso del nombre Toto. En una batalla legal no exenta de ataques de ida y vuelta, Susan Porcaro-Goings salió vencedora, lo cual dejó a ambos con serias deudas y la incertidumbre de no saber si podrían o no seguir su carrera con el nombre que habían construido en casi cinco décadas.

Sin embargo, el misterio se resolvió durante la segunda mitad del año pasado, cuando se anunció una nueva gira de Toto para julio de este 2025, junto a otros dos pesos pesados ochenteros, Men At Work y Christopher Cross. Además de Steve Lukather, Joseph Williams y David Paich participarán de esta nueva versión de Toto, la décima quinta de su historia, Greg Phillinganes (teclados), Warren Ham(vientos), John Pierce (bajo), Dennis Atlas (teclados) y Shannon Forrest (batería).

 

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Jeff Porcaro, rock clásico, Rock de los 80, Steve Lukather, Supergrupo, Toto, Yacht-Rock

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