Juan Carlos Tafur

La pauperización política

“El panorama de mediano plazo no se ve promisorio. Quizás la mayor fortuna a la que podamos aspirar es a que llegue al poder alguien que simplemente gobierne con corrección, respete el modelo macroeconómico y minimice los escándalos. Y punto, paremos de contar”.

Si nos guiamos por el nivel político y técnico en el que se viene desenvolviendo la campaña municipal limeña, y extrapolamos a ello a la venidera campaña presidencial, el asunto da para llorar.

Los puyazos entre los dos punteros en las encuestas (Daniel Urresti y Rafael López Aliaga), son escandalosamente primarios y auguran una campaña pobrísima en propuestas e ideas urbanas de cómo mejorar el hábitat citadino.

Lo más probable es que la campaña presidencial sea un calco de ésta que tenemos ad portas. Salvo De Soto, ciertos liberales y algunos sectores de la izquierda, no hay nadie que reverdezca el brillo de las contiendas de antaño, donde se admitía, sin duda, quiebres y puyas, pero había, además, sustancia ideológica y política en juego.

El nivel de la clase política peruana se ha deteriorado de una manera patológica en las últimas décadas y cuando creemos que nuestro nivel de asombro ya llegó a su límite, aparecen nuevos políticos peores que los anteriores (véase si no, el nivel del Congreso que hoy tenemos: es el peor de todos los precedentes).

Son muchas las razones que podemos hallar respecto de este fenómeno: la orfandad política de las universidades, que ya no arrojan cuadros de renovación; el desprestigio de la clase política por la embestida del fujimorismo en los 90; la crisis moral por el escándalo Lava Jato y demás casos de corrupción; la institucionalidad electoral que favorece que millonarios mercantilistas sean los que accedan al poder congresal y regional; la fallida descentralización que ha corrompido a la clase política provinciana de donde antes salían grandes personajes de perspectiva nacional; el deterioro cognitivo que la internet y las redes producen en los jóvenes, etc., etc.

De este problema tampoco es ajeno la sociedad civil (mundo empresarial, académico, tecnocrático), que ha dejado de producir insumos técnicos e ideológicos que alimenten o exijan a los políticos a mejorar su bagaje intelectual y elevar, por ende, el nivel de la política peruana, que debe ser uno de las más pobres de la región y del planeta.

El panorama de mediano plazo en el país no se ve promisorio. Quizás la mayor fortuna a la que podamos aspirar es a que llegue al poder alguien que simplemente gobierne con corrección, respete el modelo macroeconómico y minimice los escándalos. Y punto, paremos de contar. Grandes gobiernos reformistas requieren un arsenal de ideas claras que ninguno de los que asoma en el proscenio electoral peruano parece albergar.

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Daniel Urresti, Lava Jato, Rafael Lopez Aliaga

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