Lucas Cornejo Pásara

De discusiones y opinólogos

"¿Sirven realmente de algo las opiniones y discusiones que abundan en nuestro días? ¿Algo aprendemos?"

El panorama informativo de hoy es el siguiente: mucho contenido + poca rigurosidad. Buscar, confiar, aprender, y —principalmente— dialogar es difícil. Lo fácil es el odio, la emocionalidad, la intolerancia, la opinión, la discusión, la batalla, el debate, la tontería y la generosa ignorancia. Las redes sociales son la máxima ejemplificación de la perversión de la verdad y la autoridad. Hoy, es la masa, el mercado y el capital económico, quienes deciden a quién dar autoridad y, en consecuencia, a quién creer. Prueba de ello son los miles de seguidores que tienen los sujetos que muestran sus zapatillas, sus cuerpos, o lo maravillosa que es su vida. Pero no solo son seguidores que dan likes, sino receptores de mensajes y opiniones cuya única exigencia para evaluar la importancia de estos es si el personaje gusta o no en función de lo anteriormente mencionado. Es muy peligroso.

Quienes hemos trabajado en periodismo sabemos lo que esto significa y es inevitable no sentir desesperanza por el devenir de este fenómeno. Basta con el revisar superficialmente las redes sociales de cualquier medio local o sus mismas páginas web —incluso las de los medios más serios— para comprobar que la inversión de publicidad y producción está puesta directamente en ‘lo que vende’. ¿Qué es lo que vende? Lo mismo que siempre persiguió la prensa del corazón: sacadas de vuelta, farándula local y extranjera, escándalos políticos. En resumen: titulares, fotos, show. Rara vez, contenido, profundidad, investigación. Que no nos sorprenda el programa que cierto cacaseno ofrecía hasta hace poco en la televisión local…

El capitalismo obsceno que representan las redes sociales, defendido en un cuestionable discurso democrático de libertad de expresión, nos ha llevado a eliminar toda rigurosidad y respeto por la autoridad. Hoy los referentes y las autoridades no son otros que “los que venden”. X, Instagram y el ya más olvidado Facebook están repletos de opinólogos que para muchos de mi generación y la de mi madre son fuentes de “conocimiento” constante (información). El culto al individuo nunca se había visto más expuesto. La falacia de autoridad es cuestión todos los días. Cualquier crítica al usuario como autoridad será aplastada —tanto por derechas como por izquierdas— bajo el precario argumento famoso entre los peruanos de ‘es mi opinión’ y el reclamo será tildado inmediatamente de elitista. Adjetivo que se ha vuelto sumamente negativo, ignorando que —como bien señalaba Luis Jaime Cisneros— toda institución que se respete debe estar dirigida por una élite. ¿O acaso confiaríamos nuestras inversiones a opiniones y no a estudios financieros? ¿O confiaríamos en la opinión del vecino antes que en la de un cirujano cuando se trate de operarnos el corazón? ¿O recurriríamos a un piloto cuando tengamos que diseñarnos una casa? Quiero creer que no hemos llegado tan lejos (no aún). Pero cuando hablamos de cultura o de política, toda autoridad se anula…

El culto al individuo, exacerbado por las redes, vive mucho de la discusión y de la aprobación masiva (no del reconocimiento por la rigurosidad). Si bien Husserl, entendió que la intersubjetividad es lo que más nos acerca a la verdad, es difícil creer en la masa cuando está no está preparada sobre el tema, y es emocional y no racional. Las verdades, así como los diálogos, son ajenas a las opiniones. Bien entendió Platón que el conocimiento verdadero (episteme) nada tenía que ver con las meras opiniones. El conocimiento verdadero, decía Platón, es objetivo, universal y solo se alcanza a través del razonamiento filosófico y la dialéctica. Mientras que la opinión (doxa) es la percepción subjetiva y mutable de la realidad sensible, es decir, del mundo material y cambiante que nos rodea. Así para el autor de La República, las opiniones se basan en las apariencias y son influenciadas por los sentidos, por lo tanto, son inconsistentes y relativas. Platón critica la forma en que las opiniones afectan el gobierno y la justicia. Al igual que quien escribe, argumenta que la mayoría de las personas, incluidos los gobernantes en las democracias, operan basándose en opiniones en lugar de en el conocimiento. Esta dependencia en opiniones lleva a decisiones irracionales y corruptas. Por eso, Platón propone que los filósofos, que buscan y alcanzan el conocimiento verdadero, sean los gobernantes.

Nunca me ha gustado la vocación antidemocrática de Platón, pero sí creo importante la distinción que hace. Si bien jamás apostaría por una política autoritaria, creo que la autoridad y la meritocracia son cuestiones esenciales para mantenernos en una sociedad que no pervierta la realidad (algo que sucede en nuestros días todo el tiempo). 

A veces pienso que, precisamiente, el mal entendimiento de lo que es una democracia nos lleva a tal situación. Que exista la libertad de expresión no implica que se otorgue el mismo valor y que no se filtre rigurosamente los actos y enunciados de todas las personas. Es democrático en tanto las exigencias deben ser las mismas independientemente de quién sea el individuo. Pareciese que las opiniones hubiesen empezado a ser consideradas como verdades y he ahí el problema. Jean Paul Sartre (pensador al que no suelo volver) explica con claridad lo inútiles que resultan las discusiones cuando recuerda las que solía mantener con Raymond Aron cuando joven. Y, sí, es lo que tenemos en los medios y en las redes. Discusiones, no diálogos. La discusión sigue el modelo del idealismo clásico que busca arrinconar a alguien en el momento en que su pensamiento falquea. Se trata de quien gana. Una pelea de egos. En ese sentido, no aporta nada. No acerca a la verdad. No construye. 

Por el contrario, los diálogos, constuyen en tanto buscan trabajar en conjunto y presuponen la posibilidad de equivocarse. Ya decía Gadamer en Verdad y método, que solo es posible ampliar tu horizonte si es que aceptas que el del otro debe tener algo de verdadero que, de momento, te es invisible. Así, explica que el entendimiento no es un proceso aislado, sino un diálogo continuo en el que el horizonte del intérprete se fusiona con el horizonte del otro, permitiendo una comprensión más profunda y matizada.  Esta fusión de horizontes implica una apertura a lo nuevo y un reconocimiento de la historicidad y la influencia mutua en el proceso de interpretación. 

Es todo lo contrario a los embistes retóricos que vemos en televisión y en redes. Los usuarios que participan en ellos solo persiguen la sensación del triunfo (como los participantes de los clubes de debate) y olvidan la resolución del problema en cuestión. Se trata de individuos defendiendo sus opiniones para alcanzar la validación social. 

Como bien explicaba Sarte, no deja de ser interesante escuchar lo que la gente puede decirle. Pero, claro, —y esta es la cuestión— siempre sin olvidar que son meramente comentarios, opiniones. Craso error sería entrar en la discusión cuando de opiniones se trata, pues estás se construyen en base a impresiones y preferencias subjetivas. De ahí a que tanto oigamos el dicho de los gustos y colores… Los diálogos constructivos son relaciones lingüísticas que implican una acción en común para decidir algo en conjunto. En resumen, una búsqueda o pretensión de acercarse a la verdad con respecto a algo. Y, para acercarse a la verdad o al conocimiento, las opiniones no nos sirven de nada. 

Pero no me tomen en cuenta. Finalmente, esta es solo una opinión más.

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Cultura, discusiones, Gadamer, Opinión, opinólogos, Periodismo, Platón, redes, Sartre

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